"Cada Año Nuevo pongo el plato de mi hijo en la mesa y espero verlo llegar"

Esta es la conmovedora historia de María del Carmen Molina, una madre de Malvinas que a 35 años de la guerra mantiene la esperanza de que su hijo, Jorge Luis Bordón, un día regrese a casa

En la víspera de cada Año Nuevo pone un plato de más en la mesa familiar. "Le pongo su servilleta, sus cubiertos, y le digo a mis otros hijos: 'En este lugar no se siente nadie. Espero a su hermano'. Y me quedo mirando la puerta hasta que dan las doce, por si aparece".

Pasaron treinta y cinco años desde que lo vio partir hacia la guerra. Pero María del Carmen Molina de Bordón aún mantiene la esperanza de que su hijo mayor un día regrese a casa.

"Jorge no tiene una tumba en el cementerio de Darwin, allí en las Malvinas. Nunca identificaron su cuerpo. Nadie sabe si está allí… Yo no vi su cuerpo, ni su cajón, no vi nada. Por eso espero que se produzca el milagro", dice y seca sus lágrimas con un pequeño pañuelo de papel.

La humilde casa del barrio Constitución en Lobos, provincia de Buenos Aires, tiene las paredes tapizadas con los diplomas, menciones honoríficas y homenajes a los caídos en Malvinas, documentos que María del Carmen no puede comprender porque apenas sabe leer y escribir. "La única carta que le envié a la guerra me la escribió la maestra de la escuela de los más chiquitos", explica con sencillez.

"Le pusimos: 'Querido hijo, nosotros estamos bien, te extrañamos'. No le conté nada malo, para no preocuparlo. Tampoco me animé a preguntarle nada de la guerra, ni si tenía frío o hambre. No tuve el coraje para preguntarle ni siquiera si tenía miedo…".

Acomodó para en el sillón las fotos de su hijo y de su madre muy juntas: “Jorge se crió con su abuela. Si él ve esta entrevista quizás la reconoce, y entonces sabe que hay una madre que lo está esperando”

Sobre el mantel de hule acomoda las pocas fotos de su hijo y las muchas que muestran los difíciles años de la familia después de la guerra.

Las imágenes, gastadas por el tiempo, permiten reconstruir la breve vida de Jorge Luis Bordón. Cuentan que nació por parto natural el 19 de octubre del '62, estudió hasta sexto grado en la escuela 902 de Lobos, trabajó como peón en un tambo en Monte Grande, fue soldado en el Regimiento 6 de Mercedes, partió hacia la guerra con miles de sueños y murió empuñando su fusil FAL contra los marines de la Guardia Escocesa, cerca de las siete de la mañana del 14 de junio de 1982, en la cruenta batalla en Monte Tumbledown.

"Mi corazón me dice que está vivo, siento que puede estar detenido en algún lugar, quizás perdió la memoria…", dice aferrándose a una esperanza imposible.

Y cuenta cómo su marido, Ángel, también lo esperó toda la vida: "Mi esposo lo buscaba entre los soldados que desfilaban en los actos por Malvinas. Decía que soñaba que iba a bajar de algún helicóptero en medio de todo el Regimiento. Ángel se murió en 2011 sin saber si su chico mayor estaba vivo o muerto. Yo no quiero que me pase lo mismo".

"En casa todos hablamos de él", afirma. "Todos" son los cinco hijos, de los seis que parió desde sus quince años: Mirtha, Carlos Alberto, Graciela, Ángel y Rosa. Y explica que esperar a Jorge es decirle a sus otros "chicos" que la mamá nunca se rindió, "que hice todo lo posible para que su hermano regrese a nuestro hogar".

Se sienta en el sillón donde hará la entrevista con Infobae, y coloca sobre el apoya brazos un gran cuadro de su hijo. Al lado acomoda otro algo más pequeño: "Es mi mamá", dice. Y explica con una ilusión que conmueve: "Jorge creció con ella. Pongo la foto ahí por si él ve esta nota… Aunque no esté bien de la cabeza, a lo mejor reconoce que esa es la abuela que lo crió, y entonces se acuerda que tiene una mamá que lo está esperando".

El adiós de un hijo

Hace ya 35 años Jorge llegó una noche para despedirse de su familia. En ese entonces vivían en una pequeña casa sin luz ni agua corrientes. María del Carmen trabajaba por horas como servicio doméstico y su marido se las arreglaba como albañil. "Vino a decirnos adiós y yo quise prepararle una rica comida. Pero ese día la plata no alcanzó y le hice sólo unos tallarines. Eso sí, con salsa de tomate y todo. 'Me voy a llevar los fideos para saborear tu comida', me dijo. Porque a él le gustaba mucho cómo yo le cocinaba. Fue la última vez que comimos todos juntos… Hizo bromas y le contó al padre que lo habían metido en el calabozo porque se había escapado del Regimiento", recuerda.

–¿Cómo se enteró que su hijo estaba en las Malvinas?
–Vino mi hermano y me contó. Yo estaba en el hospital de Niños de la Plata con mi otro nene, Ángel, que se había quebrado. Me dijo: "Tu hijo está en Malvinas; me llegó una carta". Fue como si me hubiesen tirado un balde de agua fría.

–¿Qué decía la carta de Jorge?
–Mi hermano me la leyó. Decía que estaba en la isla Soledad. Y pedía que le mandáramos alimentos, cigarrillos, masitas, chocolates, encendedores. Hicimos una vaquita con mi suegra para poder comprarle las cosas. Nunca supimos si le llegaron o no.

“Nunca vi su cuerpo, nunca vi su cajón, nunca vi su tumba… Hace unos años apareció un soldado que habían dado por muerto, ¿por qué no pudo pasar lo mismo con mi hijo?”

María del Carmen recuerda que su calvario empezó la misma tarde que regresó del hospital de La Plata. "Atrás mío llegó un camión del Regimiento con dos uniformados. 'Su hijo no volvió', me dijeron. Yo no entendía nada… ¿Dónde estaba? ¿Dónde lo habían dejado? ¿Por qué nadie lo había buscado? En la radio habían dado la lista de los soldados que venían en un barco, y el locutor había dicho el nombre de mi hijo. Les conté eso a los militares: 'No crea todo lo que escucha; él no volvió', respondieron. Desde entonces espero el milagro de que un día aparezca en la puerta de esta casa".

–¿Cómo es vivir 35 años esperando?
–Es desesperante. Yo estuve muy mal, muy deprimida. Lo veía a Jorge en todos lados: en el colectivo, en la calle, en los actos. Todo me dolía. Fui a ver al doctor y me dio unos tranquilizantes. Con eso anduve bien un tiempo pero no podía dejar de pensar en mi hijo. Me acostaba angustiada pensando que yo estaba calentita y que él por ahí estaba pasando frío.

-¿Trató de encontrarlo?
-Si. En esa época también había un Bordón en el Hospital de Niños, pero nunca supe si era él o no. Cuando iba a La Plata miraba para todos lados, pero ¿viste? hay tanta gente… Trataba de mirarle la cara a todos los soldados, porque mi hijo tiene un lunar en el ojo izquierdo. Con tantos años que pasaron, quizás a él le pica ese lunar y va al médico para que se lo mire. O a lo mejor lo operaron… Una vez creí verlo acá en Lobos.

"Nunca vi su cuerpo, nunca vi su cajón, nunca vi su tumba… Hace unos años apareció un soldado que habían dado por muerto, ¿por qué no pudo pasar lo mismo con mi hijo?"

“Nunca dejé de pensar en mi hijo. Me acuesto angustiada pensando que yo estoy calentita y que él por ahí está pasando frío”

Con las palabras justas rememora que allá por el '95, en la víspera de Navidad, vio a un soldado en un kiosco comprando cigarrillos y caramelos. Apuró el paso porque sintió que podía ser su hijo. "Corrí hacia el kiosco, pero el soldado se subió a un camión y se fue. No pude verle la cara. Esa noche sentí necesidad de ir a la iglesia, pero me dio miedo caminar en la oscuridad. Entonces me arrodillé en casa y le pedí a Dios que lo cuidara, que no lo dejara pasar hambre ni frío como había pasado en las islas".

Cada domingo esta madre de Malvinas enciende una vela para pedirle a la Virgen que proteja a su hijo. Y le reza tres Padre Nuestros: "A veces cuando hay una mudanza, y los vecinos se van, pienso que él puede mudarse a esa casa, y le digo: 'Ojalá que Dios te ilumine y vuelvas'".

-¿Hasta cuándo va a buscarlo?
–Siempre y en cada lugar… Una vez me dijeron que en el programa de Franco Bagnato hubo un soldado que buscaba a su familia. Yo pensé que podía ser él, pero nunca pude averiguar cómo se llamaba. Además, hace unos años apareció un soldado que habían dado por muerto… ¿Por qué no pudo pasar lo mismo con mi hijo?

Las cruces en Darwin

La primera vez que viajó a Malvinas sintió miedo. Voló aferrada al asiento del avión. Le habían advertido que su hijo no tenía una tumba identificada en el cementerio de Darwin. Recorrió en silencio las 123 cruces cuyas placas dicen Soldado Argentino solo conocido por Dios. "Cuando vi todas las cruces me sentí desolada. Caminé sin rumbo entre las tumbas y elegí la más apartada de todas… Como Jorge era un chico de campo, seguro hubiese elegido estar lejos de la gente. Le puse una placa con su nombre, que había llevado desde acá. El nombre de mi hijo no estaba en ninguna parte, como si no hubiese muerto allí".

–¿Qué sintió al pisar la tierra en la que su hijo luchó?
–Tuve un dolor inmenso, no sé explicártelo… Después, fui hasta el río y junté algunas piedritas y cosas abandonadas que encontré, para tener algún recuerdo del último lugar donde él estuvo.

“Nunca vi su cuerpo, nunca vi su cajón, nunca vi su tumba… Hace unos años apareció un soldado que habían dado por muerto, ¿por qué no pudo pasar lo mismo con mi hijo?”

María del Carmen forma parte de las 80 familias que buscan la identificación de sus hijos en Darwin, causa que ya está en marcha luego de que el gobierno argentino firmara un acuerdo con el gobierno del Reino Unido para llevar adelante esta acción de carácter humanitario.

Sabe que si el ADN da positivo, y su hijo está enterrado en Darwin, ella ya no podrá esperar el milagro de verlo regresar. ¿Qué hará con sus esperanzas? ¿Qué le pedirá a la Virgen? ¿Qué sentirá si finalmente le dicen que su hijo murió en Malvinas?

"Y si él quedó en Malvinas viajaré a las islas mientras mis piernas tengan fuerzas para llevarle una flor. Aunque sea doloroso, quiero que finalmente alguien me diga: 'Tu hijo está muerto acá y no va a volver'. Saber que él está en Malvinas, que se reencontró con su papá en el Cielo y está allá arriba con Diosito, me va a traer la paz que nunca tuve".

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