Producción y entrevista: Fernando Morales
Domingo 2 de mayo de 1982. Cuatro de la tarde en la Argentina, nueve de la noche en Londres. Desde Downing Street 10, casa de los primeros ministros británicos, Margaret Thatcher firma una sentencia de muerte:
–¡Hundan al Belgrano!
La orden telefónica llega al Almirantazgo, y como un rayo al capitán Chris Wreford Brow, comandante del submarino nuclear Conqueror.
Veinte minutos después, un torpedo impacta en el crucero y le vuela quince metros de proa.
Fuego. Gritos de espanto.
El submarino lanza otros dos: uno impacta y el otro falla.
El Belgrano empieza a inclinarse. Y una segunda explosión lo condena al naufragio.
El clima es otro calvario: nubarrones que ocultan el cielo y vientos fortísimos que encrespan el mar. El peor escenario para el rescate de los sobrevivientes: los 62 botes –el crucero lleva 72, pero una decena es de reserva–parecen más pequeños y más frágiles, mientras el Belgrano se hunde ya sin remedio…
De los 1091 tripulantes, mueren 323. En pocos minutos de horror, casi la mitad de las 649 bajas argentinas en los 74 días de guerra.
Pero las cifras no revelan el verdadero infierno.
Los botes salvavidas están atados, pero es urgente cortar los cabos para evitar que uno, al hundirse, arrastre a los otros. Algunos marineros llegan a los botes cargando un compañero herido sobre sus espaldas. La rápida huida impide que muchos alcancen los botes con ropa de abrigo. El frío es atroz. Varios mueren congelados sobre el techo de los botes. Otros se calientan con su propia orina… Arriba se agota la morfina para calmar a los quemados.
A las cuatro y treinta y dos minutos, el capitán, Héctor Elías Bonzo, ordena abandonar la nave.
A las cinco en punto, todo termina: el mar lo devora.
Un viejo guerrero de 185 metros de largo (eslora) encuentra su tumba 44 años después de su nacimiento. Y con él, los marineros argentinos que no pudieron escapar de la trampa.
Desde los botes llega un grito:
–¡Viva el Belgrano!
Pero no sólo ha naufragado un barco. También una leyenda.
Construido en Nueva York, entró en servicio en marzo de 1938 con su primer nombre: Phoenix. Anclado en la bahía de Pearl Harbor, el 7 de diciembre de 1941 salió indemne del brutal bombardeo japonés: 353 aviones en dos oleadas. Cuatro acorazados hundidos, nueve buques dañados, y 2403 norteamericanos muertos en agua y tierra. En 1951, la Argentina lo compró, lo bautizó 17 de octubre, y más tarde recibió su nombre definitivo ARA General Belgrano.
Infobae habló con Pedro Luis Galazi, su segundo comandante en el último y trágico viaje. Extraña simetría. Galazi nació el 12 de marzo de 1938: el mismo día, mes y año en que fue botado el Belgrano…
–¿Cómo empezó la historia?
–El buque estaba en pleno mantenimiento, y con su dotación reducida a no más de cuatrocientos hombres. Pero en la madrugada del 15 o 16 de marzo me llamaron del Comando de la Flota de Mar. Reunión urgente.
–¿Se imaginó para qué?
–Nunca. Mi generación pasó por todas las revoluciones, y pensé que podía tratarse de algo así.
–¿El crucero había sido descartado para ir a Malvinas?
–Sí. Pero poco a poco la Armada destinó más hombres, y llegamos a los 1091. Y el 4 o 5 de abril nos ordenaron apurar las reparaciones para zarpar hacia la zona de la Isla de los Estados, y esperar órdenes.
–¿La tripulación estaba bien preparada para lo que sucedió?
–Era muy heterogénea. Distintas edades, distintos grados de adiestramiento, conscriptos que cumplían su segundo año de servicio, y otros sin ninguna experiencia… ¡Muchos no sabían nadar!
–¿Todos comprendieron a qué podían enfrentarse?
–Los marinos entrenados, sí. Pero los más jóvenes no.
–¿Temieron un ataque de submarinos?
–Apenas zarpamos, empezamos las tareas para prevenir ese tipo de ataque. El peor…
–¿Fue un crimen de guerra? Porque el Belgrano estaba fuera de la zona de exclusión… (Nota: decretada por Inglaterra el 30 de abril de 1982)
–La zona de inclusión era inaceptable. Porque en ese momento, tanto en el continente como en las Malvinas, gobernaban autoridades argentinas. La soberanía era nuestra… Pero en una guerra, mantener la zona de inclusión es imposible…
–¿Por qué? ¿En qué caso?
–Cuando cualquiera de los bandos está en condiciones de disparar.
–¿Qué pensó en el instante final? ¿Qué sentimientos lo dominaron?
–En una tragedia semejante es imposible pensar en nada. Sólo en la acción concreta. No hay tiempo para más. Pero hoy, cuando me encuentro con algún sobreviviente, nos abrazamos y lloramos.
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