El día que Alejandro Puccio quiso suicidarse arrojándose desde el quinto piso de Tribunales

La muerte de un joven abogado que saltó desde un balcón en el Palacio de Justicia trae a la memoria el 8 de noviembre de 1985, cuando el hijo de Arquímdes Puccio buscó quitarse la vida. Las notas que dejó a su novia, amigos y abogados. Y la última carta que escribió poco antes de morir

El 8 de noviembre de 1985, a las 10:37 de la mañana, Alejandro Puccio quiso suicidarse

"Amor, estoy harto de esta mierda y no quiero seguir siendo un punching-ball por cosas en las que jamás participé. ¡Qué le vas a hacer si me tocó un padre loco! Fuiste lo mejor que me pasó en la vida", le escribió Alejandro Puccio a su novia Mónica Sörvik poco antes de correr por el pasillo de Tribunales, saltar la balaustrada y arrojarse desde el quinto piso buscando la muerte.

Dos cartas más dejó antes de lanzarse al vacío, ese 8 de noviembre de 1985 a las 10:37 en punto: a sus amigos del rugby y a sus abogados: "Me tocó un padre que no tuve la opción de elegir", se lamentó.

Su padre era Arquímedes Puccio, el jefe del siniestro clan que -en la década del 80- secuestraba y asesinaba a sus víctimas, luego de mantenerlas cautivas en la casona colonial de San Isidro.

El 23 de agosto de 1985, la policía irrumpió en el chalet de Martín y Omar 554, y rescató a la empresaria Nélida Bollini de Prado, quien había permanecido durante 32 días encadenada a un sucio camastro en el sótano de la casa familiar. El Departamento de Defraudaciones y Estafas había encontrado a Puccio y a su hijo Daniel "Maguila" en una estación de servicio llamando desde un teléfono público a los hijos de la víctima: les pedían 250 mil dólares a cambio de la vida de su madre. Los atraparon, allanaron la vivienda, y abrieron la puerta del horror: en el sótano "guardaban" a la mujer que lloraba y temblaba luego de un mes de cautiverio.

Los Puccio: Alejandro, Silvia, Daniel “Maguila”, Guillermo, Epifanía, Arquímedes y Adriana

De 1982 a 1985 el clan Puccio secuestró a los empresarios Ricardo Manoukian, Emilio Naum, Eduardo Aulet y Nélida Bollini de Prado. Solo Bollini de Prado sobrevivió. El resto de las víctimas fueron asesinadas: "No hay que dejar cabos sueltos", decía Arquímedes. Y ordenaba a sus cuatro cómplices, a los que no eran "de la familia", disparar tiros certeros sobre los jóvenes maniatados y secuestrados. Esa era la "prueba de sangre", relatarían luego ante los jueces los miembros de la banda.

Esa noche, cuando la policía irrumpió en la casa, Alejandro estaba con su novia mirando un video. Habían llegado solo un rato antes de Pepino's, un bar de la zona, donde habían comido hamburguesas. "¡Soy inocente, soy inocente!", gritó el wing tres cuartos del CASI, el más popular del club sanisidrense, el dueño del local de windsurf y esquí -justo debajo de su casa- más visitado de la zona. Y comenzó a sollozar.

Ese "soy inocente" se repitió durante los 23 años que sobrevivió a su detención.

Alejandro Puccio durante 23 años juró que era inocente

Esa cálida mañana del 8 de noviembre Alejandro Puccio tenía que ampliar su declaración ante el juez Héctor Grieben. Su situación procesal estaba complicada. Uno de los "socios" de su padre, Gustavo Contepomi, lo había involucrado en el secuestro y crimen de Eduardo Aulet. El hombre, que había sido el entregador del joven empresario, afirmó ante el magistrado: "Alejandro fue quien nos abrió la puerta cuando llevamos a Aulet a la casa de San Isidro".

Los abogados de Puccio lo esperaban en el pasillo de Tribunales. También sus amigos del club. Y varios periodistas. El rugbier salió del ascensor, esposado con sus manos hacia adelante, el pelo revuelto, la cara de haber pasado una noche en vela, la mirada baja. Se lo veía abatido.

El techo de la cabina de la DGI donde cayó Puccio luego de arrojarse del quinto piso de Tribunales

Y fue solo un segundo. Alejandro movió su cuerpo como esquivando un rival en una cancha de rugby, empujó al suboficial que lo custodiaba, zafó del brazo que lo retenía, y sin dudar corrió hacia la balaustrada y saltó. Cayó esos cinco pisos sin gritar. Y después se escuchó una explosión, como si una bomba hubiese estallado en el Palacio de Justicia.

Su cuerpo dio contra el techo de chapa de la cabina de la DGI, ubicada en el hall central de la planta baja. El estruendo hizo que la gente pensara lo peor: un atentado. Espantados corrieron a refugiarse detrás de las enormes columnas.

El rugbier yacía boca abajo, la cabeza ladeada, la sangre emanando de la boca. "¡No, no, no!", gritaron sus amigos. "¡Un médico, un médico!", aulló un policía. Alguien trajo una escalera. El suboficial César Verrier subió al techo de la garita. Alejandro se ahogaba en su propia sangre, sacudido por fuertes convulsiones. El uniformado cortó las esposas con una tenaza. Luego, llegó un médico forense. Pidió que lo inmovilizaran. Bajaron el cuerpo envuelto en una sábana. Reinaba el caos y la desesperación. No había camilla para llevarlo hasta la ambulancia. Dos policías sacaron la puerta de la Intendencia y lo acostaron allí con cuidado. Al ex Puma se lo llevaron, con la vida pendiendo de un hilo, directo al Hospital Fernández.

“Contusión cerebral difusa con edema cerebral, que no requiere operación”, dijo el informe médico

Cuando Arquímedes se enteró del intento de suicidio de su hijo mayor, tuvo una crisis de nervios. Los médicos tuvieron que volver a las apuradas al quinto piso de Tribunales para atenderlo en el despacho de Grieben, donde estaba declarando.

Alejandro entró en coma a la terapia intensiva del hospital. El parte médico informó: "Contusión cerebral difusa con edema cerebral, que no requiere operación". Los rugbiers del CASI, su novia, su hermana, todos se sentaron en el piso del pasillo del Fernández para hacer una cadena de oración y "rogar por la vida de Alex".

Alejandro sobrevivió. Con el paso de los años intentó matarse en otras tres oportunidades: se tragó una hoja de afeitar, anudó una bufanda a un caño para ahorcarse, introdujo unos cables en un portalámparas. Siempre, obviamente, fracasó.

Poco antes de morir, escribió una nueva carta. Y, como cada día de su vida -desde ese 23 de agosto de 1985- juró que era inocente.

Alejandro estudió psicología, buscando entender qué le había sucedido (Télam)

En un párrafo del extenso escrito -con algunas faltas de ortografía, errores en la puntuación y a veces refiriéndose a sí mismo en tercera persona-, Puccio contó qué lo había llevado a buscar la muerte aquella calurosa mañana de noviembre en el Palacio de Tribunales. Estos son algunos de los párrafos más salientes:

"Las mentiras y la terrible presión pública, y la ansiedad creada por la impotencia de tener que esperar para demostrar la verdad, es lo que no pude controlar. Todo esto fue el detonante de una situación límite que me llevó al intento de suicidio en una de las tantas veces que fui a declarar al foro tribunalicio, donde quedaron dos cartas escritas por mí antes del intento, que están agregadas a la causa, las cuales dan cuenta de mi inocencia".

"Al mismo tiempo surge la causa Manoukian, donde parecería ser que un nuevo dispositivo sensacionalista empezaría a surgir, armando una nueva construcción de la realidad de lo que es Alejandro Puccio (se refiere a sí mismo en tercera persona), o sea una nueva representación, de gángster delincuente parte de un clan, haciendo olvidar en la gente de qué clase de persona se trata".

"No existe ninguna posibilidad de que haya tenido participación en terrible aberración, no soy una persona con doble personalidad. Lo han demostrado los exámenes psiquiátricos realizados por médicos forenses, que dicen que de ninguna manera soy influenciable por nadie, sino que rijo mis decisiones".

“No soy un gángster ni formo parte de ningún clan”, escribió

"Con respecto a mi padre, no tengo nada que ver con su forma de pensar ni de actuar, y hablar de él me hace mal, porque en vez de juzgárseme por lo que fui y soy, por esfuerzo de toda mi vida, se me juzga por ser su hijo; no tengo la culpa de tener su apellido, nadie cuando viene al mundo tiene opción a elegir la paternidad, y menos a dirigir sus acciones, y tampoco es justo para la familia el llevar esa terrible carga sobre la espalda como en los últimos años".

"En ninguno de los hechos investigados tuve nada que ver, y se me ha imputado en todo este despelote que yo no busqué y en el que no tuve ninguna participación, donde están implicadas personas conocidas de mi padre, con los cuales yo no tenía ningún tipo de trato ni de relación".

"En lo que respecta a mi esencia como ser humano, no me hubiese dejado pensar algo así, nunca tuve la necesidad económica y menos llegar a tener una perversión semejante, que va totalmente en contraposición con todos mis valores adquiridos en el transcurrir de mi niñez, donde siempre fue la vida y la alegría la que caracterizó mi existir".

Alejandro Puccio murió a los 49 años víctima de una infección generalizada

"Es importante para mí tratar de hacer oír mis pensamientos, porque de esta manera se encontrarían con Alejandro, el que siempre conocieron con fe en la vida, en el amor y con muchas ganas de casarse y de formar una familia dejando de lado los resentimientos, recuperando el tiempo perdido".

Alejandro Puccio murió el 28 de junio 2008, a los 49 años, víctima de una infección generalizada. Hasta el último día de su vida sufrió fuertes y terribles convulsiones. Las secuelas de aquel salto hacia la muerte.

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