Cuando ayer al mediodía me enteré de que Jorge Daniel Damonte estaba preso por un caso de narcotráfico, me invadió cierta sensación de nostalgia.
Inmediatamente pasé del 2017 de la hiperconexión absoluta a un 1993 de diarios todavía en blanco y negro. El haber escuchado el apellido Damonte me llevó a un tour por un pasado más o menos cercano.
En noviembre de aquel 1993 llevaba algo más de un año trabajando en el diario Clarín. Me dedicaba –como lo hago ahora en Infobae– a la cobertura de los casos judiciales con contenido político. En aquella época había muy pocos teléfonos celulares, todavía se utilizaban algunas máquinas de escribir mecánicas en las redacciones, gobernaba Carlos Menem y los juzgados y fiscalías federales aún no se habían mudado al ahora conocidísimo edificio de Comodoro Py al 2000.
El 10 de noviembre de 1993 supe -por una fuente judicial- que se había iniciado una investigación para tratar de determinar si Jorge Daniel Damonte, quien hasta hacía un mes había estado a cargo de la fiscalía federal 9, era en verdad abogado.
Mi primera nota sobre el caso se publicó el 11 de noviembre de 1993 en la página 19 del diario Clarín y el título fue "Investigan si un ex fiscal es abogado". Allí contaba la historia de Damonte, quien había llegado a ser fiscal federal ayudado por su madre que era una verdadera influyente: era la tarotista del ex presidente Carlos Menem. La noticia fue una de las que ocupó la tapa del diario. Se ponía al descubierto cómo era –durante el menemismo-el sistema de designación de algunas personas en lugares importantes de la Justicia.
Gracias a sus vínculos, la madre de Damonte empujó la designación de su hijo, primero en la Lotería Nacional, luego en la Procuración y por último en una fiscalía federal. Quienes compartieron con él su trabajo en la fiscalía recordaban que algunos lunes solía jactarse de haber jugado al tenis el fin de semana en la Quinta de Olivos con Menem.
Damonte, aunque no era abogado, estuvo a punto de ser nombrado juez federal: el menemismo estuvo muy cerca de darle un cargo aún más importante que el ocupaba cuando renunció.
📷 La perspicaz mirada de una empleada de la Secretaría Legal y Técnica de la Presidencia detectó diferentes tipos de letras en el título de abogado por la Universidad de Buenos Aires (UBA) que Damonte presentó para que su postulación para juez fuera enviada al Senado de la Nación.
También se descubrió que, quienes firmaban el diploma habían dejado sus cargos antes de la fecha en la que aparecían firmando. Damonte había fotocopiado el titulo de una fiscal y en esa mala copia insertó sus datos. Había cursado Derecho en la Universidad del Salvador pero debía materias. No era abogado. Fue bautizado "el fiscal trucho".
Desde la Casa Rosada advirtieron la situación al área de Justicia y Damonte renunció a su cargo. Comenzó la investigación judicial, el caso se hizo público y no se supo nada más de él.
Damonte se fue del país. Volvió y lo encontraron escondido en un altillo en la casa de su madre tarotista. La policía lo descubrió cuando en la soga de colgar la ropa de la casa familiar aparecieron calzoncillos. En la vivienda –teóricamente- solo habitaban mujeres. Lo detuvieron. Después fue condenado a seis años de prisión. Salvo por algunos episodios relacionados con su vida en la cárcel, su nombre quedó en el olvido.
Ayer, cuando volví a escuchar de la boca de una fuente el apellido Damonte, percibí que entre aquella primera nota que escribí sobre él y la de hoy sobre su detención para ser extraditado a Alemania habían pasado casi 24 años.
Y además caí en la cuenta de que esta nueva crónica sobre Damonte se iba a publicar en un medio de comunicación de la era de las pantallas táctiles y de los teléfonos inteligentes muy alejada de aquel diario en blanco y negro.
Ya casi nada es igual a entonces, salvo el personaje central de la historia: "el fiscal trucho".
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