A Manuela Fernández Mendy la atacaron dos violadores mientras el sol del domingo moría sobre las vías del ferrocarril San Martín. Uno de los pervertidos sacó su cuchillo y otro intentó bajarle las calzas. Finalmente, tuvieron que escapar porque un hombre escuchó los gritos desesperados de la joven periodista.
La intersección de la avenida Juan B. Justo y la calle Soler es uno de los puntos más peligrosos de Palermo. Allí está el acceso peatonal a un asentamiento ilegal.
El inmenso terreno que alberga galpones ferroviarios abandonados se transformó en el escondite preferido por los delincuentes de poca monta que operan en la zona. Depredadores sexuales, ladrones de smartphones, narcotraficantes que venden droga de mala calidad a precios irrisorios.
El baldío fue utilizado tiempo atrás como lugar de reciclaje y descanso temporario por cartoneros de distintas cooperativas. Actualmente se convirtió en una isla marginal, rodeada por nuevas y modernas construcciones: por ejemplo, el Distrito Arcos, el Parque de la Ciencia y el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva.
Para ingresar al asentamiento hay un pasillo -donde intentaron violar a la periodista- que debería ser controlado por agentes de la Policía de la Ciudad. Es la única entrada civilizada para llegar a los galpones.
Y aquí aparece el primer indicio que cristaliza la ocupación criminal del sitio. Las personas que viven en los galpones abandonados no utilizan el único acceso que existe. Prefieren caminar por las vías del ferrocarril, recorrer un camino de tierra atravesando pastizales y -finalmente- esquivar montañas de basura. El motivo es simple: en el único acceso hay un control policial. Les piden los documentos y controlan sus antecedentes penales.
Entonces, las personas que pasan sus días en el asentamiento -para evitar a los agentes policiales- trepan a las vías del tren por una improvisada escalera en la esquina donde se cruzan la calle Paraguay y la avenida Juan B. Justo.
Luego, caminan más de doscientos metros por los rieles. Y deben correrse cuando aparece una locomotora escupiendo humo. Así, esquivan el retén de las fuerzas de seguridad.
En diálogo con Infobae, los vecinos de la zona detallaron que sobre la avenida Juan B. Justo -entre Soler y Costa Rica- actúan los ladrones que arrebatan carteras y teléfonos. La versión, además, es ratificada por los empleados de dos corralones que están en esas cuadras. Según explican, tienen que descargar los camiones con protección policial.
Los grandes depósitos de estas empresas privadas -que se dedican a la venta de materiales para la construcción- tienen puertas que apuntan a la avenida, pero también hay puertas traseras que dan al asentamiento. Los empleados de las firmas dijeron a Infobae que pueden abrir todos los accesos exclusivamente cuando hay un agente en la puerta del local. "Nos amenazan para robar en esta cuadra y escapar por nuestros depósitos", explica el empleado de un local.
Más allá de los robos ocasionales en la vereda, también se repite otra modalidad delictiva: la realización de boquetes. Victor Borowski, dueño de Centro Turner, denunció esta semana que ingresaron a su local -desde las vías del tren- por sexta vez en 12 meses.
Al atravesar el pasillo de más de cincuenta metros por el que se ingresa al asentamiento, reina la desolación. Ya no hay policías. "Nosotros no entramos", dicen.
De repente, el baldío se abre.
Atrás quedan las grises paredes y los corroídos alambres de púa que separan a las viviendas precarias del ministerio de Ciencia. No hay edificios muy cerca, así que se puede respirar cómodamente. El olor a basura es lo primero que cualquier visitante detecta.
En el suelo, bolsas con alimentos podridos. Al salir del pasillo que aterroriza a los vecinos, hay que caminar veinte metros -dirección izquierda- para ingresar al primer galpón. A la derecha, se sacuden los vagones del tren y los obreros fuman cigarrillos asomados en el furgón que pasa a toda velocidad.
En los galpones se escuchan gritos.
Pocos segundos después, alguien lanza una botella que explota cerca del camarógrafo. Son las siete de la mañana. De las sombras, nacen tres personas. En sus caras es posible ver que vienen sin dormir. Vienen de ayer.
Dos de ellos llevan cuchillos 'tumberos' en sus manos. Otro tiene una madera. Están lo suficientemente cerca como para poder lastimar. Miran fijamente.
"Acá no se puede filmar", dicen.