La Villa 21-24 y su núcleo interno, el asentamiento Zavaleta, tienen una mecánica poco común en cuanto a su mercado narco. En conjunto abarcan 65 hectáreas; son más de 50 mil personas según datos oficiales, que se esparcen entre Barracas, Parque Patricios y Nueva Pompeya. Es el territorio con mayor concentración de homicidios en toda Capital, según datos del Instituto de Investigaciones del Consejo de la Magistratura; la última estadística disponible marca 34 casos ocurridos en 2014, más que en la villa 1-11-14 o en la 31 bis en ese periodo.
Pero al contrario de estos dos asentamientos, la venta de la droga en la 21-24 y la Zavaleta nunca tuvo un gran señor, un capo narco único, un "Marcos" Estrada González o un César Morán de la Cruz que ostente el control de los pasillos y los ranchos a sangre y fuego a través de los años. En la 21-24 y la Zavaleta siempre se trató de bandas, pequeñas estructuras no menos feroces, algunas integradas por argentinos, otras por paraguayos.
Kevin Molina, muerto a los 9 años en septiembre de 2013 cuando quedó en medio de un tiroteo entre bandas de transas que buscaban copar una casa deshabitada con el rol de Prefectura y Gendarmería fuertemente cuestionados tras el hecho, fue quizás el ejemplo más cabal de esa violencia de pequeños feudos y de pequeños señores. Así, los narcos de la zona pueden matarse entre ellos, matar vecinos, matar adictos o hasta colaborar entre sí; los investigadores de la Policía de la Ciudad descubrieron que hasta se ceden droga entre ellos cuando a alguno se le acaba el stock. La villa funciona también como un mercado mayorista: la Policía Bonaerense sospecha que presuntos jefes provinciales como Claudio Pérez, "El Cabezón", compran pasta base en la zona a 50 mil pesos el kilo.
El control puede ser de un pasillo, de toda una manzana, quizás un barrio entero. El Tres Rosas es uno de tantos en el asentamiento, precisamente en la 21-24, con las manzanas 27 y 28 como epicentro. Durante los últimos siete años, el Tres Rosas fue el territorio del clan Corvalán, de nacionalidad argentina, capitaneado por varios jefes de ese apellido desde sus llamativas casas de dos plantas que destacaban del resto del barrio por sus comodidades. Otra familia de la zona, integrada principalmente por mujeres, también fue parte de su estructura, actuando como intermediarias transas en los pasillos.
El clan tuvo un regalo amargo en la última Navidad: uno de sus miembros centrales murió baleado en un ajuste de cuentas. Su principal jefe, Martín P., había sido investigado en varias causas narco y en expedientes por amenazas, siempre evitando la cárcel. Su segundo al mando, Silvio Corvalán, tenía una mesa de pool en su casa de la manzana 27, además de un legajo de antecedentes con varias causas vinculadas a homicidios. Julio C., tercero en la lista del clan, pasó un tiempo preso por una muerte violenta; al salir, según las acusaciones no solo se encargó de supervisar las armas del grupo sino también de controlar la venta de droga.
Durante los años, los Corvalán supieron enfrentarse a tiros no solo con enemigos de la zona, sino también con efectivos de Gendarmería y Prefectura. Ayer, finalmente cayeron, con doce detenidos en total, sus tres jefes incluidos. Según información difundida por el Ministerio de Seguridad Porteño, se incautaron 15 ladrillos de marihuana, cinco ladrillos de pasta base, 4.000 dosis de pasta base y 1.290 envoltorios con cocaína que no habían sido pesados al cierre de esta nota. 580 envoltorios de marihuana fueron encontrados en varias heladeras, puestos ahí para evitar que la droga se seque en el calor del verano.
El operativo, con 15 puntos allanados por grupos como Operaciones Especiales Metropolitanas, fue una tenaza que llegó al Riachuelo, una de las fronteras naturales de la villa, con efectivos despachados en bote para evitar una fuga por agua. La banda sabía bien de ir por el río: se encontraron varios botes en sus escondites. "Antes del operativo Cinturón Sur, con la llegada de Prefectura las bandas locales solían mover la droga por agua desde puntos de la zona sur", asegura a Infobae un investigador que participó del procedimiento.
La investigación comenzó en 2015 y fue realizada por la División de Investigaciones Criminales de la Policía de la Ciudad bajo la firma del Juzgado Federal N°2 del doctor Sebastián Ramos. No se pinchó ningún teléfono en toda la instrucción del expediente, algo que es la norma en casi toda causa federal: Investigaciones Criminales logró infiltrar efectivos en la zona para recuperar información valiosa.
Además de droga, se encontraron varias armas, con pistolas y escopetas, con calibres como .38, .45 y 12.70: las típicas Bersa .9 mm, el arma preferida de los sicarios de villas, estuvo ausente de la lista. También se encontraron, otra vez según el Ministerio de Seguridad porteño, más de 50 celulares y 250 mil pesos.
Sin embargo, el dinero no estaba en la casa de ninguno de los jefes, lo mismo para la droga y las armas: tal como en el reciente caso de Alan Villalba, hijo de "Mameluco", el máximo capo narco de la historia de San Martín, la estructura de la banda estaba diseñada de tal forma que la cúpula no tuviese que tocar ningún elemento que la comprometiera. "Ninguno de los jefes se exponía", asegura un investigador, "sí lo hacían los miembros de la línea media para abajo, guardando la droga en cuartos alquilados". Investigaciones Criminales supo también quiénes integraban la fuerza transa de la banda: tal como en otras villas de la Capital y el conurbano, sus vendedores eran adictos y menores de edad.
Hay una coincidencia llamativa en los archivos de los tribunales de Comodoro Py, con apenas una letra de diferencia. El perfil encaja totalmente. En 2009, el juez Sergio Torres le impuso prisión preventiva a Guillermo Pablo Corbalán, o sea, mismo apellido, pero con B larga. Bajo el alias de "Nacho", Corbalán regenteaba un pool en la manzana 27, el dominio del clan en la Villa 21: allí se le encontró casi medio kilo de cocaína.
La División Investigaciones Criminales no lo tiene identificado como un miembro actual de la banda investigada bajo las órdenes del juez Ramos, pero la instrucción del expediente de Torres reveló, de acuerdo con varios testimonios que "los Corbalán" eran un clan familiar con varios vendedores en el asentamiento. Los vecinos les temían: ninguno quiso declarar en su contra ante las consultas policiales. Uno de sus dealers se negó a entregar a sus capos al ser arrestado.