Silencio, apenas el ruido de algunas hojas. Cruces, rosarios descoloridos, pastos crecidos que tapan las placas. Las imágenes de cada uno de los informes y de las fotografías que se vieron en estos 20 años giran como una película en la mente que juega a su antojo. Pese a no haber estado ahí cuando el crimen ocurrió pareciera que estuvimos todos, porque allí quedó la vida de un hombre junto a sus proyectos, junto a su mañana arrebatado. Porque en los cinco kilómetros del camino jamás asfaltado en los que José Luis Cabezas fue llevado esposado y golpeado es inevitable cerrar los ojos e imaginar lo que pensó. ¿Sabría que su vida pendía de un hilo? ¿Cuál habrá sido su ultimo pensamiento? Es imposible andar ese recorrido y no dejarse arrastrar por ese dolor que, en medio de tanta injusticia, también es nuestro.
En 2014 pisé por primera vez la cava de General Madariaga, pero no me animé a bajar al lugar exacto donde el auto, con el cuerpo de José Luis en su interior, fue incendiado. No pude. Tan sólo miré desde arriba porque, pese al verdoso pasto, ese lugar parecía la boca del mismísimo infierno. Permítame, estimado lector, compartir hoy la experiencia que viví el 25 de enero de 2014, porque mientras usted esté leyendo éstas palabras yo estaré nuevamente allí, en el homenaje al hombre que cambió el sentido de muchas vidas.
La Cava
En la noche del 24 de enero de 2014, dos micros salían de la esquina de la editorial donde trabajaba Cabezas. La invitación para participar del homenaje anual al cumplirse los 17 años del crimen del reportero gráfico la hizo la Asociación de Reporteros Gráficos de la República Argentina (ARGRA). Mientras esperábamos la llegada de los micros, le conté a uno de los fotógrafos que preparaba mate que había ido al primer acto que se realizó en el centro de Pinamar el 25 de enero de 1998 siendo estudiante del segundo año de periodismo y del primero de fotografía; luego a los que se hicieron en la Ciudad de Buenos Aires. Esa fue la primera vez en la que muchos trabajadores de prensa pisamos el lugar donde mataron a nuestro compañero.
Partimos antes de la medianoche y el día nos encontró en Pinamar; allí descansamos, almorzamos y por la tarde partimos a la "Cava". Fuimos en los micros, pero sólo pudimos llegar hasta el cartel de la ruta que indica el acceso en el que se encuentra el monumento a José Luis. El camino sinuoso y colmado de pozos no nos permitió avanzar, por lo que arrancamos a pie. La solidaridad de quienes pasaban por la ruta y reconocieron nuestras remeras con los ojos de Cabezas impresos a la altura del pecho fue sorprendente: se detuvieron y se ofrecieron a llevarnos. Nos dividimos en tandas y emprendimos la última parte del recorrido.Cinco kilómetros nos separaban del lugar. No recuerdo cuánto tiempo llevó el trayecto, sólo recuerdo el silencio de todos y haberme visto en el espejo retrovisor con los ojos vidriosos. La sensación de ese momento es indescriptible. Pensé que por ese mismo camino, 17 años atrás, un hombre era obligado a despedir su vida, sus amores, sus sueños… Pensé que seguramente habría sentido miedo, mucho miedo.
El llanto fue incontenible, sobre todo cuando los motores pararon y bajamos en el mismo lugar en el que a Cabezas le quitaron la vida, la única que tenía y la que seguramente no planeó que terminara en ese momento ni de esa manera. Una gran cruz blanca es protagonista de la escena lateral junto a un monumento mediano de piedra. Cruces, placas con su nombre y algunos rosarios colgados, víctimas del desgaste del tiempo, se repetían. Esa era "la cava", ese pozo en medio de la tierra llena de césped bastante crecido. Si uno no supiera lo que allí pasó no pensaría que un día hubo un cuerpo calcinado. No quedaron rastros de eso…
De lejos vi a Gladys, la hermana de José Luis, abrazando a algunos conocidos. Ellos eran familiares de víctimas de otros crímenes impunes. De otro auto bajaba su compañero Gabriel Michi y Hugo Ropero, su último jefe, también se acomodaba para el homenaje. Se habló poco, lo necesario, en realidad. Al igual que en cada uno de los actos en que se lo recuerda, las cámaras fotográficas fueron levantadas con furia e impotencia, con sabor a impunidad. Y al grito de "¡Cabezas, presente!" todas ellas quedaron petrificadas en lo más alto —más allá de lo que el propio brazo permitía— y todos los objetivos miraron al cielo, regalándole ese instante de recuerdo y la promesa de jamás olvidarlo.
Hoy, 20 años después de aquel 25 de enero de 1997, habrá homenajes a José Luis Cabezas en todo el país. El acto central, denominado "Memoria latente", será a las 20 en Pinamar en el monolito que lleva su imagen (frente a la terminal de micros). Luego se presentará la muestra itinerante con todas las fotografías que hizo Cabezas en el Centro de Innovación "El Vivero".
En la Ciudad de Buenos Aires el acto central, organizado por ARGRA, se realizará a las 12 en la ex Esma (Av. del Libertador 8151). Además, en el edificio de Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora se realizará un acto homenaje en el que ARGRA junto a representantes del SiPreBA (Sindicato de Prensa de Buenos Aires) y de la FATPREN (Federación Argentina de Trabajadores de Prensa) instalarán dos fotografías en homenaje al fotógrafo asesinado.
Más información: Los ojos hablan