En el submundo de la Villa 31 no se llega a la cima por bueno. César Morán de la Cruz, alias "El Loco", alias "Mata por Gusto", entendió rápidamente que la violencia extrema era la clave.
Oriundo de Lima, Perú y condenado a 15 años en Devoto por homicidio, Morán fue acusado de regentear durante casi una década el comercio de paco y cocaína durante en el Playón Este del asentamiento, una zona habitada principalmente por ciudadanos peruanos. Con su principal aguantadero llamado "La Casa del Pueblo", una estructura ruinosa de dos plantas llena de olor y humedad emplazada en la manzana 102 del Playón, el capo comenzó su dominio en el barrio a mediados de la década pasada, expropiando casas de ladrillo hueco construidas por bolivianos a punta de pistola. El hábito de amenazar de Morán no se detenía ahí; las intimidaciones llegaban hasta los velatorios de las víctimas de su organización.
Tirar a quemarropa y en la cara era su marca registrada. Uno de sus principales sicarios, Juan Inga Arredondo, alias "Piedrita", fue detenidos y procesado en 2015 por cuatro brutales homicidios cometidos en cuarenta días; una de las víctimas, Mónica Rojas Palma, era una de las ex mujeres de Morán, implicada en su trama narco, muerta aparentemente por quedarse con un dinero que no le correspondía. "Piedrita" cayó preso precisamente en la "Casa del Pueblo", en un histórico operativo a cargo de la división Homicidios de la PFA. El supuesto arsenal de la banda también fue encontrado esa vez, oculto en un rancho no muy lejos del lugar. Había pistolas Bersa, Colt y TAM, una escopeta Remington Magnum 8.70, carabinas Beretta, Ruger y Mauser con culata recortada, una bolsa surtida con casi cien cartuchos de diversas municiones, otras cincuenta balas calibre .45, un chaleco antibalas y hasta una granada FMK-2 de fabricación argentina.
La cárcel, sostiene la Justicia, nunca detuvo a Morán de la Cruz: sus teléfonos celulares y al menos cinco de sus ex parejas le servían de canal de comunicación para seguir sus operaciones en el Playón Este. Tenía lugartenientes, todo un clan: su hijo mayor y la madre del mismo así como varios sobrinos y primos fueron acusados de integrar la cúpula del clan para ordenar y cometer ataques sicarios.
Morán también tenía competidores en la carrera por controlar la droga en la Villa, jugadores tan despiadados como él. Alionzo "Ruti" Mariños, ex aliado de "Marcos" Estrada González y devenido en su enemigo mortal, se había instalado en el Barrio Ferroviario junto al Playón Este luego de que una sangrienta puja de poder que incluyó una masacre en una procesión religiosa en 2008 lo dejara fuera de la Villa 1-11-14.
No muy lejos, desde el boliche y corralón ilegal "Tarzán" en una de las entradas del asentamiento, un grupo de paraguayos denominados como "Los Sampedranos", liderados por los hermanos Fouz también marcaba territorio con soldados temerarios y la venta de drogas a metros de una escuela, una banda que fue investigada por primera vez por el fiscal Federico Delgado.
Fue sumamente irónico, pero para junio del año pasado, Morán de la Cruz se había quedado sin competencia. Pero no fueron sus sicarios los que le aseguraron ser el último capo sentado sobre el ladrillo hueco y las filas de adictos del Playón. "Ruti" Mariños, expulsado del país gracias a la ley de extrañamiento y hoy preso en Lima por orden del juez federal Sergio Torres a la espera de su extradición, perdió su arsenal oculto en un container en la zona del Cristo Obrero luego de que los efectivos de la Comisaría N°46 lo descubrieran. Su hijo, Dante Josué Ramos Mariños, cayó preso por participar en el asesinato de un menor minutos después del Año Nuevo en 2016, un caso bajo la firma del juez de instrucción Hernán López.
En abril pasado, un megaoperativo de 40 allanamientos a cargo del fiscal Jorge di Lello y el juez Ariel Lijo se encargó de eliminar virtualmente a los paraguayos y a varios dealers del mapa de la 31 bis. La idea fue un paso más allá de los operativos usuales: tomar los puntos de venta, la verdadera commodity del narcotráfico villero, y devolverlos a la comunidad. Con dependencias de la Procuración como ATAJO involucradas en el proceso, varias casas de transas se convirtieron en bibliotecas y centros comunitarios.
Así, sin rivales y siendo el último narco de peso en la zona, Morán de la Cruz aprovechó el vacío de poder y hasta, sospecha Di Lello, incorporó como nuevo aliado táctico a uno de los principales jefes de "Los Sampedranos" luego de que los allanamientos de abril diezmaran a la banda. Morán corrió su eje operativo al Barrio San Martín, una zona de casas formada recientemente en la geografía mutante de la 31 bis, junto a las vías del ferrocarril del mismo nombre. "La Casa del Pueblo", a pesar de los allanamientos, todavía era suya. "La casa de los 20 pesos", llamada así porque ofrecía dosis de paco a esa cifra, una de las más bajas del mercado transa, era una nueva sucursal. El "pasillo de los zombies", un corredor estrecho que conecta al Barrio San Martín con las manzanas 112 y 115, poblado de adictos al paco, era su nuevo punto caliente. Los paqueros, básicamente, se convertían en su nueva fuerza de venta: la gente de Morán había descubierto la cínica conveniencia de convertir adictos en dealers.
El hijo mayor de Morán, Bladimir y su madre y ex mujer del capo, Zoila Joyo Choquicahua, vivían a pocos metros del pasillo: para la Justicia, se habían convertido en los virtuales herederos y sucesores de Morán, los encargados de controlar el territorio y continuar la facturación narco. El 27 de junio pasado, el fiscal Jorge di Lello y su equipo, con la actuación del secretario Javier D'Elio, fueron por ellos luego de seguir sus movimientos durante semanas con vigilancia policial y teléfonos intervenidos, en un operativo a cargo de la división Antidrogas Especiales que golpeó 35 puntos en la zona y del que Infobae fue testigo.
Bladimir escapó para no ser hallado hasta hoy: en su casa, según documentos de la causa, se encontró una carta escrita por César Morán desde Devoto donde le detallaba a su hijo todos los pormenores del negocio. El allanamiento reveló el lujo irónico en que vivía; entre paredes sin revoque, con una bandera de club de fútbol peruano de puerta, pero con varios televisores LED y hasta un jacuzzi.
Zoila en cambio, sí fue detenida, acusada de vender droga en su casa y de aglutinar a los dealers de la banda. Otros once presuntos miembros de la organización del "Loco" fueron arrestados junto a ella, la absoluta mayoría de ellos peruanos. Los roles estaban bien definidos: había jugadores de confianza, "mulos" y asistentes, jefes intermedios, reclutadores y hasta la encargada de recibir y estirar la droga para su consumo.
Hoy, todos esos once detenidos más otro jefe jerárquico -Richard de la Cruz, alias "Kimbol", sobrino de sangre de Morán, detenido en la jurisdicción de Moreno por un ataque sicario en donde mataron a la víctima equivocada– fueron enviados a juicio oral. La semana pasada, el fiscal Di Lello elevó el expediente al juez del caso, Ariel Lijo, en un escrito al que accedió Infobae. El delito que se les imputa: narcotráfico, formar parte de una organización compleja y dinámica que ejerció un control a sangre y fuego en uno de los territorios más vulnerables de la ciudad, a tan solo veinte minutos a pie de la Casa Rosada.
El hombre de los tajos en la cabeza y todos los demás
A mediados de abril, poco después de la primera ola de allanamientos que dejó a los dealers paraguayos fuera de juego, el fiscal Di Lello y su equipo visitaron los puntos del operativo junto a efectivos de la Policía Federal y el Gobierno porteño. La "Casa del Pueblo" fue una de las últimas paradas del recorrido. Ahí, entre suciedad y perros bravos en una suerte de canil oxidado, los funcionarios judiciales y policiales fueron recibidos por un hombre hosco y encorvado, calzado con ojotas, con la cabeza llena de cicatrices evidentemente producto de viejas cuchilladas.
El hombre, escobillón en mano, decía que solamente estaba cuidando el lugar, que no quería problemas con la ley. Su nombre, Di Lello supo después, era Pedro Enrique Villalba, oriundo de Lima, de 48 años de edad. Su presencia en el lugar tenía una explicación: Villalba había conocido años atrás a César Morán en un penal limeño. Un encuentro fortuito años después con el capo, antes de que sea encarcelado, lo trajo a la organización.
El 27 de junio, la "Casa del Pueblo" fue allanada nuevamente. Villalba seguía ahí. Esta vez, sobraban motivos para arrestarlo: la inteligencia policial indicó que el hombre había trabajado en varios roles además de cuidador del aguantadero. Primero fue "campana" y custodio, luego habría vendido drogas. Tenía un tiro reciente en el pie, aparentemente, producto de un enfrentamiento con paraguayos de la zona.
Además de Zoila, que fue arrestada en la casa de su hijo, cayó preso otro pariente de César Morán: Jonathan Josep de la Cruz, alias "Manchita", un jugador de menor jerarquía. En su indagatoria, reconoció ser primo de César. Su rol habría sido coordinar a los dealers de la banda y asegurarse de que vendan. Juan Carlos Joyo Quispe, otro de los detenidos, vivía justo enfrente de la "Casa del Pueblo": fue señalado como encargado de reclutar a jóvenes adictos al paco para lanzarlos a la venta y llevarse luego la recaudación.
Marta Nélida Ortuño, argentina, de 46 años, fue también detenida, acusada de ser la encargada de proveer la droga de la organización, de transportarla y de estirarla para la venta, un punto que la conecta directamente a Zoila. Marta no operaría sola, sino con un socio, el cual no pudo ser identificado totalmente. Tampoco tendría una sola casa, merodeada frecuentemente por adictos al paco sino otros dos domicilios más en la Villa. Di Lello tiene fuertes sospechas sobre ella: cree que se encargaría de manejar también el tráfico de "mulas", mujeres que llegan y van con droga de Morán en el estómago, con una ruta que llegaría incluso a Chile.
Leopoldo Eduardo Orozco era un supuesto "mulo", un segundón a las órdenes de "Kimbol" de la Cruz, el sobrino de Morán señalado como miembro de la cúpula. A Orozco le tocó una suerte ingrata: caer preso con un stock de armas y droga de la banda. Ocupaba una casa de la manzana 112; la PFA le encontró allí 107 envoltorios y tres ladrillos de cocaína más seis ladrillos de marihuana, tres chalecos antibalas, una carabina y dos pistolas.
Los otros problemas
Así, Di Lello se convirtió durante el último año en el fiscal encargado de perseguir los últimos restos de la banda de Morán de la Cruz. El fiscal y su equipo sumaron varias causas conexas a su investigación principal. No solo integraron el expediente sobre los cuatro homicidios sicarios cometidos supuestamente por "Piedrita" Arredondo, que fue procesado por el juez Rodolfo Canicoba Corral a pedido del fiscal Juan Pedro Zoni. También, absorbieron otras cuatro causas en contra del capo limeño. Una de ellas, proveniente de la Justicia de instrucción, denota una saña muy particular.
El hecho ocurrió el 17 de marzo de 2015. Una vecina de la manzana 11 de la 31 bis dormía junto a su hija de cinco meses. En plena noche, un grupo de hombres forzó su puerta cerrada en la mitad de la noche para encañonarla. Mientras pedía que le dejen tomar a su hija, la mujer vio cómo estos hombres rociaban dos colchones con nafta. "Danos la plata", "te vas a quedar acá", le espetaban.
La mecánica era obvia: o entregaba lo que pedían, o le incendiaban el domicilio. Uno de estos hombres, según información en la causa, habría sido Bladimir, el hijo y heredero de César Morán. La visita no solo fue una amenaza: los colchones ardieron igual. La raíz del problema, aparentemente, era una deuda que no la mujer sino el dueño de la casa sostenía con César mismo. La orden para el ataque habría venido del penal de Devoto.
El 6 de agosto de ese mismo año, otra mujer en la Villa se despertó a las 5:30 de la mañana con cuatro tiros que impactaron en la puerta de su vivienda. Poco después, Morán de la Cruz la habría llamado: "Vas a ser la última en morir, porque antes voy a matar a todos tus hijos". La mujer sería ex pareja de Morán mismo.
Hay un último expediente que no está adjunto a la causa que encarceló al clan de Morán, pero que también fue investigado por Di Lello y su equipo con tareas de campo de la división Homicidios de la PFA y que es, quizás, uno de los crímenes más brutales atribuidos a la banda así como uno de los principales disparadores de la redada de junio. Jorge Luis Irigoitía tenía apenas 18 años. Oriundo de la zona norte, Irigoitía era un adicto a la pasta base que solía ser visto en la estación Palermo del tren San Martín y en los accesos de la Villa 31. Lo encontraron muerto a tiros el 1° de marzo pasado frente a un rancho en la Villa, con varios dedos amputados.
Irigiotía, supo eventualmente el fiscal, había pasado de cliente a dealer en la clásica mecánica de la banda, para quedarse con algo que, en los cálculos de Morán, no le correspondía, lo que le garantizó la muerte. Sus sicarios rápidamente le pusieron un precio a su cabeza: 20 mil pesos a cualquiera que lo entregue.
Di Lello y su equipo determinaron que Irigoitía no murió rápidamente, sino que fue torturado durante tres días dentro de la "Casa del Pueblo" antes de ser ejecutado. Richard de la Cruz, alias "Kimbol", sobrino de César Morán y uno de los principales jugadores en su clan, fue procesado por el hecho.
Irigoitía, según la elevación a juicio de la banda remitida por Di Lello a juez Lijo, no sería el único que sufrió esta suerte. La banda de Morán de la Cruz, por lo visto, tenía una pequeña prueba para sus adictos traficantes: "Una de las últimas declaraciones, de fecha 18 de junio, da cuenta que la banda investigada adoptó como modus operandi para la venta la entrega de una 'piedra' de 10 gramos de pasta base de cocaína a consumidores por un valor de $1300 para su comercialización, debiendo luego abonar el producido de la venta, siendo que en caso de no hacerlo son secuestrados y mantenidos ocultos en las casas utilizadas para la venta de drogas, donde eran golpeados, mutilados, quemados con cigarrillos".
El texto continúa: "Si se trataba de mujeres, eran violadas de manera reiterada por varios integrantes de la banda. Luego de varios días de cautiverio eran liberados. Si no, decidían darles muerte y arrojar sus cuerpos en diferentes lugares del barrio".