Cada vez que Joaquín (6) intenta subirse a su minitabla de surf, su hermano Lautaro (8) lo empuja. Y cae al agua. Lo mismo, pero al revés, ocurre cuando le toca a Lautaro. El otro lo molesta. Los dos ríen a carcajadas y desatan la guerra: se salpican el agua salada hasta que los brazos-hélices no les dan más. Los chicos no se preguntan qué es esa especie de lagunita inesperada que les vino bárbaro para divertirse. Algunos adultos, sí. La playa inundada es un fenómeno extravagante, que apareció este año en las playas céntricas y que redujo la ya escasa porción de arena, en algunos sectores, a menos de la mitad.
En varios paradores cercanos al centro, unas diez cuadras al norte de la rambla de Bunge, el mar se comió una parte y formó una gran canaleta al lado de la zona de carpas que todas las mañanas con la pleamar se nutre de agua. En algunos trechos tiene una profundidad de hasta 80 centímetros y varios puestos de guardavidas han quedado parcialmente cubiertos.
Si el día es caluroso y soleado, el agua se evapora durante la tarde y cerca del ocaso en ciertos sectores desaparece. El ciclo renace por la mañana, cuando el agua vuelve a llenar ese gran badén. Los guardavidas de la zona, conocedores del terreno y de los movimientos del mar, atribuyen el fenómeno a dos causas. Una natural y la otra provocada por el hombre.
"Este año hubo tres grandes sudestadas que metieron el mar hasta bien adentro. Y se formó esta depresión. Cuando no hay vientos del sur el mar no llega hasta ahí y se acumula arena en la orilla. Así se hace la ondulación", explicó a Infobae uno de ellos, encargado de un sector de playa pública a la altura de la calla De los Trirrenes, que prefirió no dar su nombre.
Otra de las causas posibles, sostienen los guardavidas, es el movimiento de arena provocado por las obras que se hicieron durante todo el año en los paradores de esa zona de Pinamar. A partir de una nueva legislación, la Municipalidad obligó a los concesionarios a tirar abajo todas las construcciones hechas con cemento y levantar paradores con materiales y arquitectura sustentable. Las obras y las demoliciones generaron mucho trabajo de máquinas sobre las playas angostas, y con los escombros se fue arena.
Los veraneantes no se sienten tan afectados, al menos por ahora. "No nos molesta, los chicos juegan ahí, que es más tranquilo", comentó Virginia, mamá de Joaquín y Lautaro. "Es un poco incómodo porque no hay mucho lugar, pero supongo que en unos días se irá, ¿no?", le preguntó un turista mendocino a Mariano, uno de los guardavidas de esa zona afectada, que comprende unos 600 metros densamente poblados por turistas. Al "bañero" esa imagen le hace pensar en un futuro preocupante. Lo que él ve es que las playas son cada vez más chicas, que no hay arena, y donde debería haber (y hubo) dunas que contengan vientos y generen movimiento de arena hay edificios. "Pinamar puede ser pan para hoy y hambre para mañana", se lamenta.
Fotos: PC3 Agencia