Para Marcos López la belleza no descansa en las piernas esbeltas o en las pieles tersas de las modelos que posan para él a diario. Más bien recae sobre los gorritos al crochet tejidos con pasión por una mujer en el subte, en los platitos de porcelana que su mamá colgaba en las paredes de la casa de su infancia, en la intensidad de los colores que usa para exorcizar el dramatismo de la vida. Su ojo profesional y sensible es propio de un artista que prefiere fotografiar el conurbano bonaerense o la Triple Frontera antes que postales de la vida postmoderna en Europa. La trágica sencillez de la cotidianeidad lo seduce y el cambalache burlesco e irónico de su estilo Pop Latino le ha servido de caricatura para construirse una realidad que le permite transitar lo cotidiano.
El "Andy Warhol del subdesarrollo" -como él mismo se define- toma la tragedia, la sacude, la reviste de símbolos, objetos y parafernalias. Teatraliza la realidad y la reconstruye al admirado estilo López. "El Pop Latino es una especie de caricatura, de ironía que me permite construir una realidad para transitar el cotidiano", confesó en Infobae TV. El fotógrafo –para muchos un genio de la lente- se define como un "especialista en la textura del subdesarrollo y en la cosa atada con alambre", como un "provinciano" (es santafesino) que adora "la textura del mantel de hule", ese que tiene que ver con "la patria, la memoria, la identidad de un país" y que le robó a Leonardo Favio.
López viene de una familia de clase media que nada tenía que ver con el mundo artístico. Estudiaba Ingeniería en la UTN hasta que hizo un curso de fotografía y "fue como si los duendes de la creación bajaran". "Quedé aprisionado con una necesidad expresiva que es la misma que tengo hasta el día de hoy y es la que me lleva a por ejemplo ir con el auto y parar a fotografiar algo que me interesa y subirlo a Instagram. Hace un año andaba con los telefonitos de 30 dólares y reconozco que tenía un poco de desprecio por quienes tenían los smartphones caros. Eso hasta que me compré un iPhone", se ríe.
Fue así como en 1978 comenzó a tomar fotos en blanco y negro de su querida provincia. Recién cuatro años después viajó a Buenos Aires por una beca del Fondo Nacional de las Artes. Una vez en la Ciudad, cursó con prestigiosos fotógrafos argentinos e internacionales que pulieron su técnica. Hoy, sus fotografías forman parte de las colecciones del Museo Nacional de Arte Reina Sofía y el Museo de Arte Contemporáneo de Castilla y León en España, la Fundación Daros-Latinamérica en Suiza, Quai Branly, entre otras colecciones públicas y privadas.
―Arrancó como fotógrafo en los 70. ¿Cuál diría que fue el mayor cambio de la fotografía desde esa época hasta ahora?
―Sin duda el mayor cambio de la fotografía fue pasar de lo analógico a lo digital. Yo cuando empecé a hacer fotos, metía las manos en el revelador, en la magia del cuarto oscuro. Uno se encerraba y había que tener también oficio artesanal para hacer las fotos. Ahora yo voy a un lugar con mi teléfono y mi acción es la misma (aún siendo profesional de 30 años) a cualquier persona que esté en la misma fiesta. La calidad técnica con el automático del teléfono es igual y el vértigo de la era digital (de tomar una foto e inmediatamente subirla a Internet), la facilidad técnica y la democratización del aparato es de un impacto tal que nosotros mismos (los fotógrafos profesionales) todavía no logramos evaluar el cambio.
―¿Se puede hacer fotoperiodismo con los smartphones?
―Sin ninguna duda. Sacan mejores fotos que las cámaras. Creo que el futuro es el celular. El teléfono fotografía se encuadra e instantáneamente se manda al medio (de comunicación) y ya está en el universo con la noticia. Yo ya no saco fotos con la cámara.
―Alguna vez dijo que la composición de sus fotos y el eje de su obra están en el catolicismo provinciano, en los códigos del buen y mal gusto. ¿A qué se refiere?
―(Se ríe) Yo construyo mis fotos desde un personaje que me invento que es un chico de provincia con tías tejiendo al crochet y manteles de hule y livings decorados con platos chinos falsos. Me invento mi propia historia y la exagero. Soy un exagerado. Ahora estoy construyendo un personaje de mí mismo y este sillón (en el que está sentado) es una situación teatral. Puedo parecer alegre, pero camino dos pasos afuera del set y me largo a llorar como un chico.
―¿Cómo describe el Pop Latino?
―El Pop Latino es una especie de caricatura, de ironía que me permite construirme una realidad para transitar el cotidiano. A veces hablo de La Patria como un shopping center de cartón pintado que tambalea azotada por los vientos patagónicos. En un momento me cansé del colorinche, de los anteojos chinos falsos, de las chancletas hawaianas falsas y la camiseta de Messi del Barcelona falsa comprada en Constitución. A veces creo que la verdadera es la falsa porque se vende más.
―¿Cree que la fotografía de moda está un poco inspirada en sus obras?
― La publicidad es como un monstruito (o conejito) que come todo y desecha. Ahora es la moda vintage, dentro de diez años va a ser la minimalista y después el color y así. La publicidad siempre tiene que cambiar para seguir vendiendo. Yo no creo en la publicidad. Es como que te digan ´Tome cerveza y sea feliz´. Y no. Si tomas mucha te va a hacer mal al hígado.
―Está actualmente presentando una muestra y prepara un libro. ¿Podría adelantarnos de qué se trata?
―El libro sobre la Argentina se va a llamar "Ay Patria mía" que es una frase que dijo Belgrano minutos antes de morir. Es una frase media seria, también como el dúo Pimpinela, media almodovaresca. Es como me largo a llorar… La patria no es más que uno mismo con los recuerdos de infancia, el Pueblo, mis amigos, mi familia. La parte central de este libro está en la Galería Paraná Seguros que está en el Microcentro sobre la calle Perón. Me gusta mucho el lugar porque los empleados de oficina que salen de trabajar, puede entrar a mirar. Mis fotos son muy fáciles de entender: una sirena, el asado como última cena, el Gardel falso. Trabajo con lecturas muy fáciles. La muestra está centrada en América Latina que es como mi territorio. Yo cuando voy a Europa no saco fotos. Todo mi territorio son las discotecas psicodélicas, el mercado en La Paz, la Triple Frontera, la reina del trigo en Coronda, la fiesta de la Vendimia. (Ver libro "Vuelos de Cabotaje")
―¿Concibe la fotografía sin compromiso social, sin dramatismo?
―Yo soy una especie de actor y locutor melodramático. Me hago la víctima. A veces exagero y teatralizo el dolor porque la existencia está cargada de dolor y con mis fotos trato de darle un aire a esa idea trágica de la vida. Me lo tomo con humor, relativizo. Es complicado vivir. La Ciudad: salís del subte con el celular y te lo afanan. Hay una persona durmiendo en la calle por cuadra. Yo llego a mi casa y tengo un agujero en el corazón. Entonces me pongo a inventar una foto colorinche para exorcizar.
―Escuché que cuando deje la fotografía se va a dedicar a la pintura…
― Estoy yendo hacia ser una especie de predicador evangelista, actor, showman, pintor, performer, puedo volver a ser fotógrafo, si me pagan bien seguiré siendo fotógrafo (bromea). Me gusta pintar por la cosa física de la pintura y aparte como sacar fotos me sale bien, me aburro porque ya sé como es la mecánica de la fotografía y pienso: ´Voy a pintar que me sale mal´. Me interesa experimentar las multidisciplinas. Trato de escribir y lo recomiendo. Desmitifico la idea del artista y el éxito. Uno trata escribir para conectarse con uno mismo y hace su pequeño textito y lo sube a Facebook y es sanador para uno. Y que nadie se preocupe si no le ponen likes. Yo me preocupo mucho si no me ponen likes, pero no sigan mi ejemplo (se ríe).
―¿Por qué considera que la gente se preocupa tanto por la apariencia? ¿Tiene relación con el excesivo uso del Photoshop?
―Es una locura el Photoshop. Ya inventan programitas en los celulares para sacarse las arrugas. Es una cosa absurda y delirante ir contra el paso del tiempo. Es caricaturesco. Pienso que el mundo es como el Titanic que va hacia el iceberg y la gente bailando en el salón. A ver si se toma conciencia un poco de las cosas, de un viaje hacia lo interior, hacia las cosas más simples de la vida.
―¿Cuál es su concepto de belleza?
― La belleza tiene que ver con la ternura de las pequeñas cosas. El otro día iba a tomar el subte y había una señora ecuatoriana tejiendo unos gorritos al crochet en la puerta del subte. Casi me largo a llorar de la belleza de esos gorritos que no se sabe si es arte o artesanía. No importa. Esa mujer hacía como meditación al tejerlos con colores, les ponía orejitas. ¡Tejía, tejía, tejía! Es como un mantra. ¡Alta belleza! Mucho más interesante que muchos mamarrachos que se ven en el mundo del arte contemporáneo y que nadie entiende nada porque son mamarrachos.