En una carrera de las tantas, se perdió como otras tantas veces. Lideraba y tomó el camino equivocado. El puñado de corredores que la sucedía confió en su instinto y la siguió hasta un momento en que la duda acechó, inclusive a la líder de la manada. "¡No la sigamos!", gritó uno de ellos. "Ella no es a la que tenemos que seguir".
La líder de la carrera era Diane van Deren -Diane Kobs antes de casarse-. Mientras estaba embarazada de su tercer hijo sufrió una reminiscencia a su pasado más remoto. Una fuerte convulsión la hizo caer tal como había pasado por única vez cuando tenía 16 meses. Las pruebas posteriores detectaron una mancha negra en su cerebro. Las crisis epilépticas, desde entonces, inundaron su vida. De tres a cinco por semana, durante una década
En un principio se dedicó al tenis. Dio clases hasta que la epilepsia se lo permitió. Al poco tiempo, descubrió un antídoto no prescripto a su enfermedad: correr. Cada vez que sentía un hormigueo, una sensación vecina a la convulsión, se ataba los cordones de sus zapatillas, se ponía su short y salía a correr por Rocky Mountains, cerca de su casa.
Corría porque era su modo de preservarse. Nunca tuvo una convulsión mientras corría. Y las distancias, poco a poco se estiraron. "Correr me hace sentir libre", hace una pausa, esclarece su mente. "Me hace sentir agradecida", le dice a Infobae en un hotel de Villa General Belgrano, Córdoba, pocas horas antes de disputar la The North Face Challenge en la Cumbrecita.
A van Deren, hoy con 57 años, se le abrió la posibilidad de realizarse una lobectomía en 1997. Su familia la apoyó. Ella la tomó como su única posibilidad para librarse de su pesadilla. "Fue terrorífico atravesar la cirugía", por primera abandona su alegría inicial. "Fue muy duro para todos", recuerda. Le extrajeron una porción del cerebro del tamaño de un kiwi en su lóbulo temporal derecho y parte del hipocampo.
La epilepsia quedó atrás, pero la cirugía tuvo un costo. A van Deren le cuesta recordar eventos recientes. En cada noche, se toma algunos minutos para anotar los sucesos más destacados del día. Al día siguiente, los repasa uno por uno para no olvidarse. Por eso, pudo agradecerle un chocolate del día anterior a uno de sus asistentes en Córdoba.
Su noción de tiempo-espacio se vio afectada. Antes, sus hijos se alarmaban cuando su madre no volvía al cabo de unas horas de su running diario. Después de la operación, la ventana de preocupación se estiró a un día entero. Don Gerber, neuropsicólogo clínico que trabajó con ella incansablemente, le enseñó trucos útiles para recuperar el camino correcto después de una de sus tantas lagunas. Por caso, marcar con una piedra o un palo la bifurcación de un sendero por si debe regresar tras sus pasos.
Del defecto a la virtud
Post cirugía, las convulsiones dejaron de acecharla, pero su mente, tan lúcida antes, la abandonó en parte. El defecto, sin embargo, se convirtió en una virtud inmensa. Gerber le dijo a The New York Times: "Puede correr horas y horas y no tiene ni idea de cuánto tiempo ha estado".
Su desorientación le permite no sentir el cansancio del mismo modo que el resto. En distancias imposibles, superiores a los 100 kilómetros, pierde la noción. No sabe cuánto corrió. La cabeza se vuelve su principal aliado. No siente temor a la lejanía de la meta. Se concentra en el ahora. "No me preocupa el final. Durante la carrera, nunca pienso en el final. Solo cuando lo veo". Su secreto, dice, como guitarrista y cantante aficionada, es seguir un ritmo. El sonido de sus pies en el sendero. "1, 2, 3, 4", explica mientras chasquea sus dedos y mueve sus piernas al compás.
Con el paso de los años, el ultra running al aire libre se volvió su profesión. En 2009, atravesó un desierto congelado de 700 kilómetros con 50 grados bajo cero. Ganó el Yukon Arctic Ultra después de ocho días extenuantes. En 2011, superó el Hardrock 100. Corrió 160 kilómetros en 45 horas seguidas. Subió y descendió un total de 18.300 metros. A esa altura, ya era la ultrarunner más reconocida del mundo, pero faltaba una hazaña para corroborarlo.
"Cuando corro tanto, siento el dolor aunque la gente diga lo contrario. En esos momentos, me concentro y solo pienso en seguir corriendo", dice van Deren, que disfruta de contar su experiencia con humor y paciencia, antes de pasar a hablar sobre su gran marca.
1.000 millas -o 1.600 kilómetros- a lo largo del Sendero de Montañas a Mar. Cruzó todo el estado Carolina del Norte en 22 días, 5 horas y 3 minutos, parando solo dos horas por día a descansar. Superó el récord vigente por dos días. 1.935.300 pasos de principio a fin que demandaron 13 pares de zapatillas. Se convirtió en la ultra runner número 1, tanto en hombres como mujeres. "Fue mi Superbowl", repite como un mantra. "Nadie va a romper ese récord. A nadie se le ocurriría volver a hacer algo así", se ríe, una vez más, van Deren que sí recuerda sus proezas.
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