En homenaje al nacimiento del doctor Bernardo Houssay, cada 10 de abril se celebra el Día del Investigador y de la Investigadora Científica en la Argentina. Este científico argentino fue galardonado en 1947 con el Premio Nobel de Fisiología y Medicina por sus descubrimientos sobre el papel de la hipófisis en la regulación de la cantidad de azúcar en sangre.
Bernardo Alberto Houssay -tal su nombre completo- había nacido en Buenos Aires el 10 de abril de 1887 en el seno de una familia de inmigrantes franceses. Fue un estudiante prodigio, y sus logros así lo demuestran: luego de saltear los grados de la escuela primaria por lo avanzado de sus conocimientos, fue enviado al Colegio Nacional de Buenos Aires donde obtuvo su título de bachiller a los 13 años. A los 17 años se recibió de farmacéutico y a los 23, de médico.
Además de haber ganado el galardón internacional por su importante aporte a la medicina, el médico es recordado por sus aportes, que pusieron a la Argentina en el centro de la ciencia mundial.
De padre abogado, con vocación por la investigación científica
Pareciera que su inclinación por la medicina nació casi al mismo tiempo que él, ya que siendo hijo de un abogado, y según las costumbres de la época, todo indicaba que ésa debía ser su profesión.
Sin embargo, desde muy chico, Bernardo Houssay pensaba estudiar medicina: cuando egresó del bachiller intentó ingresar a la Facultad de Medicina, pero con sólo 13 años no fue aceptado.
Es por eso que, fiel a su vocación, primero estudió farmacia en la Escuela de Farmacia, y en paralelo al inicio de esa carrera, comenzó a trabajar de ayudante en el Hospital Francés.
Una vez recibido de farmacéutico, ingresó finalmente a estudiar Medicina con 18 años. Se recibió de médico en la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires (UBA), a los 23 años. Su tesis le valió el Diploma de Honor.
Dicen quienes lo conocieron que su interés por la fisiología se produjo al leer Introducción a la Medicina Experimental, obra del prestigioso médico francés Claude Bernard (1813-1878).
La incorporación de nuevas técnicas experimentales será un sello distintivo en todas las investigaciones encaradas por Houssay.
El camino que lo llevó a la gloria máxima de la ciencia
Luego de recibirse de médico, Houssay trabajó en el Instituto Bacteriológico Nacional (hoy, Instituto Malbrán), a cargo del Departamento de Sueros y participó de la campaña nacional sobre antídotos de víboras en distintas provincias del país. En el Instituto conoció al doctor Salvador Mazza y a la doctora María Angélica Catán.
Por esos años, participó en la creación del Instituto de Fisiología en la Facultad de Medicina, de la UBA y fue designado profesor titular de la Cátedra de Fisiología, espacio que convirtió en el moderno centro de investigación Instituto del Dr. Houssay. Estableció además una gran camaradería con el doctor Carlos Chagas, desde el Instituto Oswaldo Cruz de Río de Janeiro.
En 1922 recibió el Premio Nacional de Ciencias por su trabajo Acción fisiológica de los extractos hipofisiarios, donde hay indicios de las investigaciones que le valieron luego el Nobel.
En 1934 impulsó la creación de la Asociación Argentina para el Progreso de las Ciencias (AAPC) con la finalidad de conseguir el financiamiento adecuado para que los científicos desarrollen sus investigaciones con más tiempo y resultados más precisos.
Su obra “Fisiología humana”, la puerta para el Nobel
En 1945 publicó el Tratado Fisiología Humana, en coautoría con figuras destacadas de sus equipos de trabajo como Eduardo Braun Menéndez, Virgilio G. Foglia, Oscar Orías, Luis F. Leloir, Juan T. Lewis y Enrique Hug. La publicación, que incluía artículos e ilustraciones sobre fisiología general, fue traducida a varios idiomas, entre ellos, al francés, inglés, portugués e italiano, un hecho importantísimo para la divulgación científica argentina.
La publicación de este tratado le otorgó a Houssay la consagración internacional y el 23 de octubre de 1947 fue galardonado con el Premio Nobel de Fisiología y Medicina convirtiéndose en el primer latinoamericano en recibir la distinción en ciencias. Sus investigaciones y descubrimientos sobre el papel de la hipófisis en la regulación de la cantidad de azúcar en sangre resultaron esenciales para comprender la diabetes.
Otros de sus legados fue la creación, en 1958, del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), como centro de investigación nacional, y a través de este organismo el cargo de investigación con dedicación exclusiva, es un hecho fundamental para la Argentina.
Cabe recordar que el Premio Nobel le llegó a los 60 años. Fue un reconocimiento a una trayectoria de vida, un merecido premio por su dedicación full-time a la investigación científica en el país y para el país. Y si bien tuvo varios ofrecimientos para seguir sus investigaciones en el extranjero, Houssay se propuso seguir haciendo ciencia en la Argentina, a pesar de las dificultades económicas y políticas de ese momento.
Si bien Houssay ya era conocido por sus extraordinarias investigaciones en distintos centros científicos del exterior, la obtención del Nobel le otorgó la consagración internacional e instaló a la Argentina en el mundo de la ciencia.
Fue un gran impulso que le permitió seguir encabezando proyectos de investigación y continuar con la formación de discípulos. Uno de sus mayores discípulos fue Luis Federico Leloir, Premio Nobel de Química en 1970. Un Nobel formó a otro Nobel, ambos científicos argentinos, un hecho muy poco común en el mundo.
Su casa, convertida en museo
Houssay falleció el 21 de septiembre de 1971 en la ciudad de Buenos Aires y fue sepultado en el Cementerio de la Chacarita.
La casa donde vivió entre 1925 hasta su muerte, ubicada en Viamonte 2790, y su archivo personal fueron donados a la Fundación para la Educación, la Ciencia y la Cultura (FECIC), creada por Houssay, con el objetivo de promover su figura, difundir sus valores y sus logros profesionales y académicos. Fue convertida en museo y declarada Lugar Histórico Nacional en 1999 mediante el decreto 349/99.
“No deseo estatuas, placas, premios, calles o institutos cuando muera. Mi voluntad es que no se haga nada de eso. Mis esperanzas son otras. Deseo que mi país contribuya al adelanto científico y cultural del mundo actual, que tenga artistas, pensadores y científicos que enriquezcan nuestra cultura y cuya obra sea beneficiosa para nuestro país, nuestros compatriotas y la especie humana”, solía decir el hombre, que ya por aquellos años tenía pensamientos avanzados del tipo: “Los países ricos lo son porque dedican dinero al desarrollo científico-tecnológico, y los países pobres lo siguen siendo porque no lo hacen. La ciencia no es cara, cara es la ignorancia”.
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