El miedo es una de las emociones más frecuentes para el ser humano. Angustia y aumento del ritmo cardíaco son solo algunos de los signos que pueden manifestarse en esta circunstancia que todos experimentamos en menor o mayor medida. En ese sentido, recientemente, un grupo de científicos de Italia ahondó en lo que sucede en el organismo cuando nos enfrentamos al temor, y la respuesta fue reveladora.
Los investigadores, que pertenecen a la Universidad Sapienza, en Roma, hallaron que las “reacciones ante el miedo modifican el pH del intestino y lo hacen más ácido, lo que indica que la red gástrica juega un papel importante en respuestas emocionales”. Esta dinámica, según los autores, puede generar síntomas como náuseas y mareos, entre otros.
“Encontramos que había una clara relación entre la fisiología del estómago y las emociones percibidas”, introdujeron en el trabajo, que fue publicado en la revista científica bioRxiv. “El sistema gastrointestinal está conectado directamente con el sistema nervioso central a través de aferentes vagales y espinales -que transportan impulsos nerviosos-”, sumaron.
Para llegar a estos resultados, los científicos italianos convocaron a 31 hombres para que ingirieran una pastilla que medía el pH, la presión y la temperatura del tracto digestivo mientras observaban videos “que constantemente inducían disgusto, miedo, felicidad, tristeza o un estado de control neutral”, según describieron. Y, en ese tono, apuntaron: “Descubrimos que cuando los participantes observaron videoclips aterradores y repugnantes, informaron que percibían no solo sensaciones cardíacas y respiratorias, sino también sensaciones gástricas, como náuseas”.
“Específicamente -siguieron los investigadores- cuando se mostraban videos repugnantes y cuanto más ácido era el pH, más participantes reportaban sentimientos de asco y miedo. En contrapartida, cuanto menos ácido era el pH, más reportaban felicidad”.
Infobae observó los resultados de este estudio junto al gastroenterólogo Edgardo Smecuol, quien consideró: “Las emociones, los disgustos y el estrés tienen una relación con síntomas que pueden producirse en diferentes partes del organismo, y particularmente en el tracto gastrointestinal. Desde hace muchos años se observan, asociadas a factores estresantes, diferentes enfermedades gástricas como gastritis, úlceras o circunstancias que llamamos funcionales, como dispepsia, mala digestión o el intestino irritable. Todos estos cuadros digestivos son gatillados por esas emociones que los desencadenan o los reagudizan”.
Para Smecuol, “la explicación de este fenómeno está dada por la profunda interacción existente entre el cerebro y el eje gastrointestinal. Esta comunicación tiene que ver con un fenómeno neurológico en el sistema nervioso autónomo, al que lo vehiculiza el nervio vago. Este nervio está asociado al sistema simpático y parasimpático. De todos modos, no todo es neurológico: la relación cerebro-intestino es posible también por los neurotransmisores, como por ejemplo las hormonas digestivas”.
Bajo estos preceptos, el profesional apuntó: “Esta acidez frente a estímulos negativos o estresantes por una baja en el pH gástrico -lo que se describe en el mencionado estudio científico- puede pasar relativamente desapercibida o puede generar un ardor en la boca del estómago y reflujo ácido del estómago hacia el esófago. Últimamente, hay muchos trabajos relacionados al eje cerebro-intestino y a la microbiota. Lo que demuestran es cómo las emociones están relacionadas al mundo de la flora intestinal”.
Por su parte, el doctor Ignacio Zubiaurre, jefe de gastroenterología del Hospital Británico, dialogó con Infobae y señaló: “Cuando uno está tranquilo, el sistema parasimpático favorece el flujo de sangre en el tubo digestivo para hacer la digestión. En cambio, cuando vivimos una situación de estrés, como por ejemplo el miedo, hay cambios en las hormonas del cortisol y la adrenalina, que se secretan en esos momentos, y el flujo de sangre va hacia el cerebro y los músculos por si tenés que actuar físicamente. Entonces, en este último caso, todo lo que tiene que ver con el tubo digestivo se desactiva o pasa a un segundo plano”.
“Hasta un nivel determinado -dijo Zubiaurre- este proceso es necesario y por algo ocurre. El problema es cuando está desregulado, y eso puede tener consecuencias como las úlceras, entre otras. Cuando el cortisol y la adrenalina circulan, hay un aumento en la secreción de ácido clorhídrico, lo que disminuye el pH del intestino. También puede haber cambios en la flora intestinal que llevan a tener menos tolerancia a ciertos alimentos o a sufrir distención abdominal”.
De acuerdo al especialista, “hay un estrés específico que se expresa, por caso, en una situación de riesgo en la calle en la que tenés un impacto directo en la secreción de saliva -se te seca la boca- y eso puede alterar la deglución. En esos momentos, disminuye el flujo de sangre al intestino, porque la sangre se va para los músculos. Por otro lado, el estrés crónico que se da, por ejemplo, al vivir en Buenos Aires y moverte en transporte público, puede general alteraciones del tránsito intestinal o intestino irritable”.
Para cerrar, Zubiaurre dijo: “Otro de los impactos que puede darse es en la función inmunológica: vivir una situación de estrés disminuye esa función. En el intestino hay muchas células inflamatorias que tienen la función de distinguir lo que necesitamos y lo que no; esa función se puede ver alterada por el estrés y el miedo”.
Seguir leyendo: