El 7 de marzo de 2020, la Argentina reportaba la primera muerte por el COVID-19. Era también el primer fallecimiento notificado en América Latina por la nueva enfermedad con origen en China. Hace un año, el 14 de julo de 2021, el país superó las 100.000 muertes reportadas por la infección por el coronavirus. Una cifra que implicó una tragedia para la sociedad y que puso al desnudo los aciertos y los errores del país en su respuesta ante una emergencia de salud pública global.
A través de un estudio que fue publicado en la Revista Panamericana de Salud Pública, Ariel Karlinsky, economista de la Universidad Hebrea de Jerusalén, en Israel, hizo una estimación de las muertes reales que hubo por el COVID-19 en la Argentina. Por diversos factores, no todas las muertes fueron reportadas. En diálogo con Infobae, Karlinsky informó que las muertes reales por COVID-19 habían sido 103.000 fallecimientos hasta fines de julio de 2021.
Hasta el domingo pasado, se habían reportado 9.426.171 casos confirmados de COVID-19 y 129.145 muertos, según el Ministerio de Salud de la Nación. En cambio, según la estimación de Karlinsky, ya hubo 170.000 muertes reales por COVID-19 desde marzo de 2020 hasta fines de junio de 2022.
Cuando los casos de COVID-19 empezaron a ser notificados en el país, en marzo de 2020, había diferentes enfoques para adoptar frente a un virus que se desconocía. Era un momento en que no había vacunas para reducir complicaciones y muertes, ni tratamientos específicos que ya hubieran demostrado evidencia de eficacia y seguridad como hay en la actualidad.
Tampoco en el inicio de la pandemia había evidencia sólida sobre cómo se propagaba el coronavirus. Ahora, se sabe que la vía principal es su transmisión por el aire y que los ambientes cerrados implican un alto riesgo de contagio. Se desconocía que el 20% de las personas que tienen la infección pueden cursarla sin manifestar síntomas, pero pueden contagiar el virus; y que más del 20% de los infectados pueden padecer secuelas después de la fase aguda, un síndrome que hoy se conoce como COVID Prolongado. Era un momento de alta incertidumbre frente a un virus que fue evolucionando y dando lugar a variantes de preocupación. Hoy Ómicron es la variante predominante.
En la Argentina, el Gobierno nacional adoptó un enfoque que buscó “aplanar la curva” como respuesta ante la pandemia durante 2020. Consistió en tomar medidas de restricción en la movilidad de la población tanto en las salidas como en las entradas al exterior, entre las 24 jurisdicciones y dentro de las ciudades. Se basó en el supuesto de que la circulación de las personas implicaba más propagación del virus y más enfermos. Al limitar esa circulación, el aumento de los casos de COVID-19 iba a ser más lento y no iba a desbordar la capacidad del sistema sanitario de nuestro país para ayudar a los pacientes con esa infección y otras enfermedades.
Con ese enfoque, el Presidente de la Nación Alberto Fernández decretó la llamada popularmente “cuarentena” en todo el territorio nacional a partir del 20 de marzo de 2020. Fue un confinamiento masivo al principio y luego las restricciones de aislamiento empezaron a modificarse según los niveles de riesgo de transmisión en las diferentes jurisdicciones. Por eso, se llamó oficialmente “aislamiento administrado”.
“Prefiero tener 10% más de pobres y no 100 mil muertos en la Argentina, porque de la muerte no se vuelve, de la economía sí”, dijo el presidente de la Nación, Alberto Fernández, en abril de 2020, durante una entrevista con el diario Perfil. Cuando el mandatario hizo esa afirmación, el país había reportado 2.200 casos confirmados de COVID-19 y sólo 96 muertes notificadas.
El confinamiento, el uso masivo del barbijo y el distanciamiento social, entre otras medidas, hicieron que recién en agosto de 2020 la curva llegara a un pico máximo de casos reportados en Ciudad de Buenos Aires y provincia de Buenos Aires y luego en octubre se extendió al resto del país. Esa fue la primera gran ola de la pandemia. En marzo del año pasado, otra gran ola sacudió al país. Esta vez fue por el impacto de la circulación predominante de la variante Gamma del coronavirus, que se había detectado en Brasil. Tras esa ola pandémica, el 14 de julio de 2021 se superaron los 100.000 fallecidos reportados por el Ministerio de Salud. Ese día la tasa de fallecidos era de 2.201 muertos por 100.000 habitantes.
“Se ha priorizado la salud, con limitaciones, pero con esa mirada de tratar de que el impacto económico sea el menor posible y cuidando la salud. Las medidas que se tomaron al comienzo de aislamiento social, preventivo y obligatorios para fortalecer el sistema de salud fueron fundamentales, sino no hubiéramos podido dar respuesta en la primera ola pero sobre todo en la segunda”, explicó la Ministra de Salud de la Nación, Carla Vizzotti, en enero pasado.
“La pandemia nos enfrentó a un germen desconocido. Fuimos aprendiendo sobre su comportamiento con la evolución del tiempo -dijo a Infobae la presidenta de la Sociedad Argentina de Infectología, Claudia Salgueira-. Llevó a tomar caminos diversos que fueron variando según la situación epidemiólogica. Hubo caminos que se tomaron que fueron positivos y permitieron preparar el sistema de salud para el impacto de la pandemia e implementar un operativo de vacunación COVID-19 nacional que contempló las distancias”. La experta señaló que lo aprendido para COVID-19 puede ser útil para el control de otras enfermedades: “Las dificultades generadas por la pandemia nos brindan en este momento una oportunidad de retomar el calendario de vacunación, que ubicaba a la Argentina entre los países líderes de la región en cuanto a las coberturas de inmunización”.
El plan de vacunación contra el COVID-19 se inició el 29 de diciembre de 2020. Su lento ritmo inicial es señalado como uno de los errores de la respuesta de la Argentina frente a la pandemia. El doctor Roberto Debbag, presidente de la Sociedad Latinoamericana de Infectología Pediátrica, dijo al ser consultado por Infobae: “Hubo un error importante del Gobierno nacional que consistió en no traer a la Argentina en el momento adecuado las vacunas de ARN mensajero contra el COVID-19, como las de la empresa Pfizer, que ya estaban desarrolladas y evaluadas en su eficacia y seguridad. En ese momento, no había otras disponibles. Si hubieran estado las dosis a tiempo, se hubieran evitado miles de muertes”.
Además, según Debbag, “el Gobierno confundió diplomacia en vacunas -que consiste en hacer acuerdos para adquirir diferentes vacunas y programar entregas- con hacer geopolítica. Hizo negociaciones con Rusia que no entregó a tiempo las dosis de vacunas de Sputnik V. Hubo también un cuestionamiento sobre la aprobación de esa vacuna en Rusia, y eso generó reticencia por parte de la población para recibir las dosis”.
En cambio, el plan de vacunación fue adecuado desde la perspectiva de la doctora Daniela Hozbor, investigadora del Conicet en el Instituto de Bioquímica y Biología Molecular, dependiente del Departamento de Ciencias Biológicas de la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad Nacional de La Plata y el CONICET. “La cuarentena de 2020 fue correcta para preparar al sistema sanitario argentino, y eso redujo la posibilidad de que se produjeran más muertes mientras se desarrollaban las vacunas en 2020. Y el plan de vacunación me pareció una buena estrategia porque se concentró en los grupos prioritarios, y también hay desarrollo de vacunas propias”.
Pero la doctora Hozbor no es complaciente con toda la gestión: “La vigilancia epidemiológica podría haber sido mucho mejor y hubiera evitado más muertes. Se podría haber extendido la estrategia de detección de casos de COVID-19 por agrupamiento de muestras. Eso se hizo en algunos lugares como geriátricos en la provincia de Buenos Aires, pero no llegó a extenderse a toda la provincia ni a todo el país”.
En tanto, el ex presidente de la Sociedad Argentina de Infectología y especialista en infectología, el doctor Lautaro De Vedia, mencionó al ser consultado por Infobae que en el país “hubo un compromiso real de las autoridades sanitarias, los profesionales de la salud, la comunidad científica y de la sociedad en general que permitió que el sistema de salud nunca colapsara como ocurrió en otros países. En cuanto a la vacunación se logró un alto nivel de cobertura ahora, pero al principio no fue muy claro el manejo de la compra de las vacunas y hubo una politización no solo del Gobierno sino también de la sociedad en general”. El doctor De Vedia añadió: “Hubiera sido conveniente un confinamiento masivo menos prolongado en el tiempo. Tal vez fue demasiado prolongado”.
Desde la presidencia de la Asociación Argentina de Medicina Respiratoria, el doctor Alejandro Videla, mencionó a Infobae que “un error que se cometió fue el uso de fármacos que no estaban avalados por la evidencia científica en el tratamiento de pacientes con COVID-19″. El uso de esos medicamentos en algunos hospitales o por automedicación implicó que pacientes perdieran oportunidades de acceso a una mejor atención médica. Incluso, se daban antibióticos que son para tratar infecciones por bacterias cuando el COVID-19 es una infección viral.
Pero hubo también aciertos en el manejo de la pandemia para minimizar la mortalidad. Uno de los aciertos -de acuerdo con el doctor Videla- fue “la medida de la recomendación masiva en el uso de los barbijos o mascarillas”. El uso del barbijo formó parte de una de las herramientas dentro de la vigencia del distanciamiento social, preventivo y obligatorio. También se incluyó la recomendación de ventilar los ambientes compartidos.
En cuanto a la vacunación, el doctor Videla también señaló fallas en el ritmo de la vacunación y la comunicación de sus beneficios, pero valoró como acierto que “después de las demoras en la entrega de la vacunas durante los primeros meses del plan de inmunización, se consiguió una alta tasa de cobertura”. Hace un año el plan solo había vacunado con el esquema primario de dos dosis a menos del 12% de la población. En cambio, hoy la tasa de vacunación con el esquema primario llega al 84%. El 62% de la población recibió alguna dosis de refuerzo (ese porcentaje incluye a personas que recibieron más de un refuerzo), según OurWorldInData.
“Argentina hizo un buen trabajo en el manejo de la pandemia. Se implementaron confinamientos, las tasas de vacunación y los refuerzos son altas, el uso de mascarillas y el cumplimiento de la obligatoriedad fue alto”, opinó por correo electrónico ante la consulta de Infobae Ali Mokdad, director de Estrategia de Salud de la Población del Instituto de Evaluación y Métricas de la Salud, en Seattle, Estados Unidos. “Argentina sale muy bien parada en comparación con países similares e incluso con países ricos. La mortalidad es baja en comparación con otros y las infecciones”, añadió Mokdad.
A partir de marzo de 2020, también hubo una mayor inversión pública en la investigación científica para resolver distintos problemas que se plantearon por la pandemia. Desde el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación se armó la “Unidad coronavirus”, que aportó subsidios para diferentes proyectos. Entre otros resultados, los investigadores desarrollaron diferentes tipos de tests para hacer la vigilancia epidemiológica del virus. “Los tests locales ayudaron para detectar los casos a tiempo”, dijo la doctora Hozborg.
Se hicieron los barbijos basados en telas aportadas desde la nanotecnología (que se conocen como los barbijos del Conicet, pero los comercializa una empresa Pyme), que sirvieron para la prevención. Se armó una campaña pública para concientizar sobre la importancia del monitoreo del dióxido de carbono en los espacios cerrados y la ventilación: se llama Ventilar y está aún disponible en la web.Y se generó la Plataforma COVID-T –la única en América Latina-, que sirve para monitorear la respuesta linfocitaria T antígeno-específica en pacientes recuperados de Covid-19 y en personas vacunadas. Esa plataforma fue desarrollada por el equipo del doctor Gabriel Rabinovich, del Instituto de Biología y Medicina Experimental del Conicet y Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA. Hay también varias vacunas contra el COVID-19 en desarrollo: una de ellas está en la fase I del ensayo clínico.
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