Jugar al fútbol, hacer una guerra de almohadas o simplemente disfrutar de las vacaciones. Tres acciones que para la mayoría de los argentinos pueden ser normales o cotidianas, pero para aquellos que esperan por un órgano parecen misiones imposibles. Nelson Ricardo Martínez tiene 40 años, pero desde hace dos comenzó su nueva vida, ya que la puso en suspenso por casi 7 años. Él recibió un trasplante de corazón cuando el mundo se paró por la pandemia y cuando el confinamiento regía en la Argentina. Con motivo del Día Nacional de la Donación de Órganos, Infobae recogió la historia de este santafecino “volvió a nacer”.
“Fue mi segundo nacimiento. A los 6 meses del trasplante empecé a vivir de nuevo, a hacer cosas que antes no podía. Por ejemplo, no comía mucho porque todos mis órganos funcionaban mal. A los 10 meses volví a jugar a la pelota con mi hijo y un grupo de amigos. Nos empezamos a ir de vacaciones, volví a trabajar y hacer muchas cosas que no hacía. Volví a hacer lo que antes no podía y hoy lo disfruto y vivo con alegría”, explicó Nelson en diálogo con Infobae.
En los primeros 5 meses de 2022, ya se realizaron 1.366 trasplantes de órganos y córnea. Fueron 477 trasplantes renales, 153 hepáticos, 39 cardíacos, 15 renopancreáticos, 12 pulmonares, 3 hepatorrenales 1 pancreático y 655 trasplantes de córneas, de los cuáles 123 fueron pediátricos (menores de 18 años). En tanto, desde que se decretó la cuarentena, el 20 de marzo de 2020, hasta el pasado 26 de mayo de 2022, se realizaron un total de 3318 trasplantes de órganos (2145 fueron renales, 776 hepáticos, 210 cardíacos, 79 renopancreáticos, 60 pulmonares, 29 hepatorrenales, 7 cardiorrenales, 6 pancreáticos, 2 intestinales, 2 cardiopulmonares y 2 hepatointestinales) y 2475 trasplantes de córneas, según enumeró el Incucai a Infobae.
Uno de esos 210 trasplantes cardíacos en pandemia fue el de Nelson. La fecha de su “segundo cumpleaños”, como él lo describe, fue el 19 de mayo de 2020.
Nelson, los primeros pasos hacia su nueva vida
“En 2013 me enfermé con un virus, que no pudieron descubrir cuál fue, y me provocó una miocarditis dilatada. En marzo de 2020, cuando empezó la cuarentena por la pandemia me encerré por ser una persona de riesgo y eso me provocó un deterioro muy grande. A fines de abril, me tuvieron que trasladar a Rosario y estuve con un montón de análisis y estudios y entré en la lista nacional de emergencia. Desde el 27 de abril hasta el 18 de mayo aparecieron 3 corazones, dos fueron incompatibles y el tercero lo tengo puesto. La tercera fue la vencida”, relató Nelson.
Sin embargo, la situación que resume en pocas líneas fueron años de espera. “Cuando empecé con esto, recorrí muchos lugares. Tengo familiares en Buenos Aires y vine a la Fundación Favaloro, pero al ser de Rufino (Santa Fe) se complicaba”, dijo. Lejos del ideario popular, Dios sí atendió en todas partes y, en su caso, fue en Rosario, en el Sanatorio Parque. Según relató, quien le recomendó esta institución fue su médica Vanina. “A finales de 2019 fuimos con mi mamá, Fátima, a conocer y entrevistarnos con los médicos. Ahí empezó ‘nuestra aventura’. Un año mas tarde, fui porque no daba más y para marzo de 2020 ya pensaba en sobrevivir más que en vivir”, señaló.
Andrea, su pareja, es quien relató cómo fue su día a día. Ella recuerda cada mínimo detalle y hasta, en algunos momentos, le refresca la memoria a Nelson. Ambos son padres de Lautaro y los tres, junto a un gran número de familiares y amigos, transitaron este arduo camino hacia el trasplante. En muchos ámbitos sanitarios existe la frase de que “cuando una persona se enferma, lo hace toda su familia”. Y en este caso, todos juntos le hicieron frente a la adversidad. Según él mismo explicó, nunca se puso en una “postura de víctima” o se preguntó por qué debía atravesar este duro camino; y su familia nunca lo dejó solo.
“Se dieron las cosas así y, bueno, lo encaré. Me entregué, no me quedaba otra”, señaló Nelson y agregó: “Cuando en 2013 me dijeron que la única solución era el trasplante, creo que me negué. No quería saber nada. Incluso, cuando estaba internado en lista de espera me pasó. Un día me quise ir porque no aguantaba más, pero menos mal que no me fui, porque me hubiese perdido esta vida”.
En cada palabra de Nelson se extiende su historia de superación. Pero en la voz de Andrea, que no puede evitar que se note el orgullo por su pareja y el camino que enfrentaron junto a su familia, está el paso a paso de la travesía. Pequeños detalles que, pese a que él los olvidó, están grabados a fuego en ella; a quien, en varios momentos de la charla con Infobae, se le entrecorta la voz. Una emoción que viaja los más de 400 kilómetros que alejan a Rufino de la Ciudad de Buenos Aires.
“Cuando nos largan la bomba ‘en seco’ nos dicen que tiene una enfermedad con deterioro, que tiene el corazón destruido, y que a futuro la única opción de vida es un trasplante, lo dicen con mi nene delante y era muy chiquito, estaba toda la familia delante”, recordó Andrea. “Nosotros le ponemos el cuerpo, pero siempre digo que ellos vivieron una parte más brava. Lamentablemente, cuando uno muere no sufre más, pero el familiar sigue sufriendo mucho. Yo pensaba mucho en mi hijo y mi familia y gracias a su apoyo pude hacer lo mío”, dijo, en tanto, Nelson.
Casi 10 horas y una nueva vida
La operación que le brindó una nueva vida a Nelson se extendió por casi 10 horas. “Me había concentrado en no saber nada. Cuando vino la doctora, que lloraba y que me dijo que había llegado mi corazón, automáticamente, tras terminar de llorar yo también, le pedí que no quería ni escuchar ni ver nada. Soy muy miedoso. Mi cirugía empezó a las 23,30, a las 3,30 llegó la doctora con todo el operativo y las 9 o 9,30 salí de quirófano. Recién dos días después me desperté”, resumió el hombre. Pero Andrea recordó todo. “Cuando Nelson entró a quirófano estaba mi hijo (a punto de cumplir 18 años), mi cuñado, mis suegro y yo. Se lo encomendamos a Dios, que hiciera su voluntad, pero el transcurso de la madrugada fue angustiante porque no sabés si querés, o no, que todo termine. No sabés qué te van a decir, pero teníamos mucha fe de que íbamos a salir bien“, dijo.
Sin embargo, recordar el momento en que el corazón de Nelson llegó a su nuevo dueño impulsó a Andrea a una sucesión de emociones. “Cuando Nelson fue hacia cirugía y sale de coronaria eran las 23. Los tres, con mi hijo, nos agarramos de la mano y nos dijo que nos vayamos a dormir, pero le dijimos que lo íbamos a esperar”, recordó. Las siguientes horas fueron de completa fe, según señaló ella.
“Con mi suegra esperábamos que llegara el helicóptero con el órgano. Esperábamos, escuchábamos y no venía. Entonces pensé, por ahí viene en ambulancia. Al final, llegó por tierra. Vino una ambulancia, con custodia policial. Nosotras, que estábamos arriba solas, escuchamos cuando paró la sirena. Ahí dije: ‘Vino’. Estábamos paradas al costado del ascensor cuando se abrió la puerta y bajaron dos médicos corriendo con la conservadora. En ese momento me temblaron las piernas y le dije a mi suegra: ‘Ahí va la vida del gordo’. Nos largamos a llorar. Fue como una película que nos cambió la vida”, narró Andrea.
Luego fue el momento de la recuperación, aunque no todo es tan lineal. En los primeros momentos es un minuto a minuto, que luego se convierten en horas hasta que alcanzan el esperado estatus de días. “Cerca de las 9, vemos que Nelson sale de quirófano y nos dan el parte médico. Lo llevaron a intensiva y esas son las horas decisivas y críticas. Acá los médicos fueron más sutiles y nos dijeron que nos fuéramos a descansar, pero que estemos atentas al teléfono. Que si todo estaba bien no iba a sonar y que si sonaba, las noticias que vinieran del sanatorio no iban a ser buenas. Nos turnamos para todo para que alguien siempre estuviera atento al teléfono”, dijo.
“Cuando pasó el primer día, el pronóstico ya es más alentador. Pero nos dijeron que ni bien salió de cirugía Nelson tendía a rechazar al corazón, probaron otras medicaciones hasta que ‘agarró viaje’ y lo desentubaron. Nos fuimos turnando para entrar a verlo, yo era la tercera. Ahí salió la enfermera y preguntó: ‘¿Quién va a pasar a darle de comer?’ No hubo objeciones, era mi turno. Ellos lo vieron dormido y yo despierto”, señaló entre risas.
Desde la Unidad de Cuidados Intensivos el panorama era otro. “Cuando me desperté me estaban desintubando y me desperté porque sentí un dolor en la garganta. Cuando abrí los ojos estaba rodeado de máquinas y aparatos, y me dije: ‘No me morí'. Después, cuando se me acercó la enfermera, le pregunté si hay había pasado todo. Ella se largó a reír y me dijo: ‘Quedate tranquilo’. Fue recién ahí que miré para abajo y vi que estaba con gasas y todo vendado. Fue el momento en que dije: ‘Zafamos’”, relató.
“Nosotros teníamos una broma porque uno relaciona al corazón con los sentimientos y el amor. Yo siempre le decía que, cuando le cambien el corazón, se iba a olvidar de nosotros. Era una broma para que la realidad no nos sea tan terrible. Cuando entré, después de llorar juntos, dijimos ya pasó. Llegó el día y pasó hace dos días. En ese momento le pregunté: ‘¿Cómo está todo?’. Y me dijo: ‘Todo sigue igual’ y se agarró el pecho. Nada cambió, era como decir que los sentimientos siguen igual”, narró Andrea con la voz entrecortada.
Un nuevo inicio
En junio de 2020, Nelson recibió el alta. Fueron meses de rehabilitación, de volver a aprender a comer, a caminar y hacer todo aquello que la enfermedad le había quitado. “Fue un segundo nacimiento, todo un proceso hasta que pude empezar a independizarme. Me llevó un tiempo, pude volver a vivir a los 4 o 6 meses”, señaló. Asimismo, destacó que ese fue solo el inicio.
“Después del trasplante empecé a vivir de nuevo, pude hacer cosas que no podía. A los 10 meses pude volver a jugar a la pelota con mi hijo y un grupo de amigos, me fui de vacaciones, que antes lo postergaba. Volví a trabajar y pude hacer muchas cosas que antes no hacía. Hoy celebro todo, lo disfruto y lo vivo con alegría”, afirmó Nelson.
Y Andrea continuó: “Cuando nos mandan a casa, el cirujano le dijo: ‘Tenés puesto el motor de una Ferrari, acá nada va a salir mal’”. “Prometo que voy a recontra cuidarlo. Al principio le costó decir que era su corazón y tras hablarlo mucho y decirle que ‘por algo Dios te trajo hasta acá, en plena pandemia, para darte un corazón nuevo’, y dijo ‘es mío’”. “En la familia son muchos los sentimientos encontrados porque querés que tu familiar esté bien y que vuelva a tener su vida, pero por el otro lado te ponés en el lugar de la persona que perdió a su ser querido. Esa familia hizo un acto de amor desinteresado para que otra persona pueda vivir”, agregó la mujer.
Tanto Nelson como Andrea señalaron la necesidad que sienten por agradecer a esa familia que, tras sufrir un intenso dolor, les permitió una segunda oportunidad. “Desde el minuto cero queríamos saber de quién era. Él primero no quería, pero después quiso. El Incucai no nos dijo nada y eso esta bueno, por una parte. Sabemos que el corazón vino de Mendoza”, dijo la mujer y sobre este punto recordó una anécdota marca como los sentimientos se graban en lo más profundo de cada uno de nosotros.
“Cuando Nelson se despertó me dijo que se iba a comprar una moto grande, como siempre quiso, y se iba a ir a Mendoza. Repetía una y otra vez que se iba a ir a Mendoza, no había caso. No quería ir a otro lado, pero él no sabía nada que su corazón venía de ahí. Cada dos palabras que decía, nombraba Mendoza. Nosotros nos mirábamos. Cuando le dieron el alta le contamos de dónde vino”, dijo Andrea. Más allá de los profundos deseos de Nelson, lo cierto es que todos los Martínez quieren darles las gracias a esa familia que, en el momento más doloroso, le permitieron seguir viviendo.
“Las dos cosas que hago casi todas las noches es agradecerle a Dios, que también lo hice en los dos 19 de mayo que ya pasaron, le pido que le dé consuelo a esa familia que me dio esta segunda oportunidad de vida. Me gustaría encontrarme con ellos y decirles cuán agradecido estoy por el acto de amor. Y deciles también que estén tranquilos, que ese corazón está en un ‘buen pecho’. Yo lo cuido como oro, ya perdí uno. Para mi, ir a un control es rendir un examen porque para mi es una satisfacción saber que estoy cuidando esta segunda oportunidad”, señaló Nelson.
“Él me decía, ‘yo no voy a llegar al trasplante, me voy a quedar en el camino’. Ahora me dice: ‘Me retracto’”, afirmó Andrea entre risas. “Ahora disfrutamos de las pequeñas cosas como jugar a la guerra de almohadas, correr por la casa o que nos corran nuestros perros. Antes, pensar en darle un almohadazo a Nelson era descompensarlo. Incluso, ahora podemos abrazarlo y apretarlo con mi hijo. Esas son cosas que, para alguien que siempre estuvo bien, son tonteras. Pero nosotros celebramos cada una”, agregó
Es por eso que, como mensaje final, ambos les enviaron algunas palabras a quienes esperan y quienes acompañan. Porque, sobre todo, este Día Nacional del Donante de Órganos es, también, un día de esperanza. “Lo único que puedo decirles a las familias que esperan es que tienen que estar unidos, eso es lo primordial. Todos tienen que aportar su granito de arena y nunca perder la fe”, dijo Andrea. Y Nelson, como buen protagonista, concluyó: “Nunca pierdan la fe y cuando llegue el momento aférrense a lo que más quieran. Habrá momentos de turbulencia, pero haciendo las cosas bien, sin desesperarse y sin adelantarse, sale todo bien. Todo llega a su tiempo y termina con un final feliz”.
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