La pandemia global por COVID-19 que hasta hoy acecha al mundo entero siempre tuvo otra pandemia detrás. O mejor dicho a su lado. Y fue bautizada por psiquiatras, neurocientistas y epidemiólogos, como la pandemia mental. Hoy, a casi dos años de haberse desatado la feroz peste por el virus SARS-CoV-2, pareciera ser que la más perenne y resiliente será esa “otra pandemia”; y muy posiblemente -como ocurre con las variantes del nuevo coronavirus que conviven un tiempo pero luego se van fagocitando entre sí- se convierta en la dominante.
La pandemia mental, la otra pandemia, será tal vez el saldo más negativo que dejará el nuevo coronavirus a la sociedad contemporánea: una pandemia de enfermedad mental que disparó los números del consumo de psicofármacos, medicamentos de venta libre, drogas y alcohol, entre otras adicciones y males psicosociales.
El fenómeno no es nuevo en la Argentina: el consumo creciente de psicofármacos se sostiene así hace más de una década, una situación que la irrupción de la pandemia por COVID-19, con las normas estrictas de confinamientos, enfermedades y fallecimientos masivos espiralizó y profundizó. Ahora bien, el escenario previo a la pandemia vinculado al consumo de psicofármacos, alcohol y sustancias no era bueno: 15 de cada 100 personas –casi 3 millones de individuos– consumía psicofármacos bajo prescripción médica, según datos de la Secretaría de Políticas Integrales sobre Drogas de la Nación Argentina (SEDRONAR).
En este contexto el aporte del Observatorio de Adicciones y Consumos Problemáticos, a cargo de Walter Martello, en su rol de Defensor del Pueblo bonaerense fue sustancial para sistematizar con cifras y análisis en el tiempo, cuál fue el verdadero impacto de la pandemia en el consumo de sustancias problemáticas. Y cómo se asoció a este escenario un fenómeno que se vio con más fuerza durante la pandemia, la automedicación.
Consultado por Infobae, Martello, como Defensor del Pueblo de la PBA puntualizó, “Argentina muestra un creciente consumo de psicofármacos desde hace más de diez años, situación que en el último año se profundizó producto de factores sociales y psicológicos vinculados a la pandemia por COVID-19. Es indispensable adoptar políticas públicas enfocadas en el uso racional de los medicamentos, entendidas como condición por la cual los pacientes reciben la medicación adecuada a sus necesidades clínicas, en las dosis correspondientes a sus requisitos individuales”.
En diálogo con Infobae, el doctor Carlos Damín, jefe del servicio de toxicología del Hospital Fernández, sostuvo a Infobae que en base a datos de SEDRONAR y también sobre lo que él ve en el consultorio, “hubo un aumento claro en el consumo de psicofármacos en general y además en los antiinflamatorios para el COVID-19, como el paracetamol. También lo hubo en el consumo de alcohol, ratificado por la industria de la vitivinicultura, cervecera y licoristas”.
En relación a los psicofármacos Damín expresó: “El aumento de la conflictividad por el aislamiento y el distanciamiento -que dispusieron los confinamientos-; sumado a la presión de la conflictividad intrafamiliar y el aumento de los trastornos del sueño, hizo que aumentaran mucho el consumo de psicofármacos. También se incrementaron las patologías de la salud mental y el insomnio. Se agregaron algunas enfermedades crónicas y eso hizo que creciera el consumo y la automedicación de psicofármacos. Hay que señalar que no hemos tenido un aumento de los suicidios en el Hospital Fernández en el período pandémico”.
Un reciente relevamiento de la Confederación Farmacéutica Argentina (COFA) sobre el mercado de medicamentos en la Argentina arrojó que entre los 15 medicamentos más vendidos del país aparecen dos psicotrópicos -agentes químicos que actúan sobre el sistema nervioso central- fabricados por laboratorios nacionales que se venden bajo receta archivada: el clonazepam y el alprazolam.
El clonazepam es un fármaco del grupo de las benzodiazepinas de alta potencia que se emplea por ejemplo en el tratamiento para la epilepsia y en pacientes con diferentes tipos de trastornos psiquiátricos. Y el alprazolam -otra benzodiazepina- que se utiliza para el tratamiento de los estados de ansiedad, especialmente en las crisis de angustia, agorafobia, ataques de pánico y estrés intenso.
La venta de ambos medicamentos registró una suba en el periodo enero-noviembre de 2020 respecto a igual periodo de 2019: se vendieron 187.009 unidades más de clonazepam (+3,93%) y 286.801 unidades más de alprazolam (+6,31%).
Asimismo, otro relevamiento difundido por la COFA, que abarca específicamente los medicamentos que actúan sobre el Sistema Nervioso Central (SNC) muestra un crecimiento promedio de 6,5% en 2020. Es decir que el mercado de este grupo se extendió en 6.990.573 unidades. Entre los aumentos más significativos, por encima del promedio, se destacan los neurotónicos (10,04%); los hiptónicos y sedantes (9,18%), y los antipsicóticos (8,59%).
Según el informe de la COFA, estos indicadores pueden no resultar demasiado significativos si los comparamos con la evolución de las ventas de medicamentos promocionados mediante campañas masivas de comunicación, y a los que se puede acceder sin recetas, como el paracetamol de 1g (+71,46% en el último año) o el paracetamol con diclofenac (+31,58%).
Desde la COFA concluyen que, ”en el caso argentino, el año 2019 fue un año recesivo, con una merma importante en el número de unidades dispensadas. El 2020 estuvo atravesado por la pandemia COVID-19, con el ASPO y DISPO de por medio. Frente a este panorama, se advierte que las ventas de unidades de clonazepam casi que triplicaron al promedio general; mientras que la diferencia fue de casi 5 veces en lo que se refiere al alprazolem”.
Automedicación
Al aumento problemático de psicofármacos como una especie de consecuencia sine qua non, se suma otro problema que no es menor: la automedicación. Al respecto, el Observatorio Argentino de Drogas dentro de la Secretaría de Políticas Integrales sobre Drogas de la Nación Argentina, SEDRONAR, señaló otros indicadores previos a la pandemia, que agregan información contextual para comprender el caso argentino:
-La edad promedio de inicio en el consumo de tranquilizantes o ansiolíticos sin receta fue cercana a los 25 años. El inicio se produjo más tempranamente en varones que en mujeres. Entre aquellos que refirieron consumo actual de tranquilizantes o ansiolíticos sin prescripción médica, en la mayoría de los casos, el medicamento fue suministrado por un amigo o amiga.
-2 de cada 10 personas (21,1%) que consumieron alguna vez en la vida tranquilizantes lo hicieron sin prescripción médica o iniciaron el consumo por prescripción médica y luego lo continuaron por su cuenta. El consumo sin prescripción médica en varones (31,7%) duplicó al de las mujeres (14,2%).
-El tipo de consumo muestra diferencias según los grupos etarios. Mientras que, entre los que tienen 50 a 65 años el 94,3% de los casos consumieron tranquilizantes bajo un tratamiento médico exclusivamente, entre los jóvenes de 18 a 24 años más de la mitad de los casos (53%), refirieron consumo sin prescripción médica.
-En el 48,9% de los casos de consumo exclusivo bajo receta fue un médico generalista quien recetó el tranquilizante y en un 37,2% fue un médico psiquiatra.
Para Enrique De Rosa (MN 63406) médico forense, neurólogo y psiquiatra, “la pandemia ha generado un estado de tensión permanente en las personas, de estrés diríamos coloquialmente, con su inevitable consecuencia de agotamiento, fatiga, cansancio, irritabilidad y baja tolerancia. En este camino asistimos por una parte a un incremento en el consumo de psicofármacos, muy frecuentemente automedicados. Aquí otro gran problema”.
De Rosa advirtió a Infobae, “en muchos casos esa automedicación se le representa como un tratamiento médico, que si bien fue sugerido o recetado inicialmente por un médico; por un lado, los pacientes no siguen indicaciones claras de dosis, de objeto de tratamiento y de duración. Habitualmente, eso se prescribió en una única visita tiempo atrás, y luego la persona siguió modificando dosis y periodos a su criterio, banalizando los graves efectos de la automedicación crónica sin control ni diagnóstico”.
Prevalencia de ansiedad y depresión
Una investigación del Instituto Cardiovascular de Buenos Aires (ICBA) y de la Escuela de Salud Pública de Córdoba concluyó -en más de 5000 encuestados- que el 28.8% de la muestra total recibía psicofármacos. De esos, el 18.9% incrementaron la dosis durante el Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio (ASPO) del 2020. Asimismo, la prevalencia de ansiedad y depresión fue mayor en quienes aumentaron las dosis de psicofármacos comparado con quienes mantuvieron la dosis habitual (ansiedad 43% vs. 14.9%); depresión (41.4% vs. 20.1%).
Resultados similares arrojó una investigación realizada por el Observatorio de Adicciones y Consumos Problemáticos de la Defensoría del Pueblo bonaerense, en las primeras semanas del ASPO 2020: mostró que 3 de cada 10 personas entrevistadas, casi el 30%, admitió que su estado de ánimo sufrió cambios de mediana (25,6%) o de gran (4,1%) intensidad desde el inicio de la pandemia. Asimismo, 2 de cada 10 personas (20,8%) que ya consumían sustancias dijeron que aumentaron dicho consumo: tabaco (39,9%), alcohol (36,5%) y ansiolíticos/antidepresivos (10,1%).
Un dato a tener en cuenta es que el 14% de los que reconocen haber aumentado el consumo de psicofármacos dijo acceder a esos medicamentos sin receta ni indicación médica: se lo facilitan familiares, amigos y/o conocidos.
Martello agregó a Infobae: “Debemos evitar la automedicación, requerir siempre la atención profesional y tener presente que estos fármacos pueden generar adicciones severas. Los datos ponen en evidencia varias aristas como la facilidad de acceso a medicamentos que debieran estar sujetos a un control más estricto, la automedicación y la medicalización de la vida cotidiana. También existe el factor estímulo que representan las publicidades de medicamentos y la construcción de ese ideal de no sentir dolor, ni malestar alguno, sólo por comprar tal o cual medicamento”.
El marco normativo vigente en la Argentina -la Ley 16.643 de Medicamentos, la Ley 25.649 de prescripción por genéricos, Decreto 1424/1997 del Programa de Garantía de Calidad de Atención Médica y Resolución 1412/2007 del Ministerio de Salud de la Comisión Nacional Asesora para el Uso Racional de Medicamentos-, parece no alcanzar para abarcar la actualidad del uso problemático de psicofármacos y sustancias.
Las últimas cifras consensuadas por expertos en salud mental de Latinoamérica, España y Estados Unidos, advierten sobre la importancia de dar visibilidad a los trastornos mentales, ya que con la pandemia se evidenció un incremento en la depresión, ansiedad y estrés: 1 de cada 4 personas en el mundo sufre de trastornos mentales; el 40% de la población está experimentando síntomas leves de ansiedad y el 23% de depresión como consecuencia del aislamiento social.
La pandemia por el nuevo coronavirus dejó interrogantes que con un profundo criterio transdisciplinario las ciencias médicas y sociales deberán contestar: ¿Por qué la irrupción de la pandemia provocará que toda la humanidad viva un verdadero trauma social? ¿Cómo construir lazos, trama social y ciudadanía en un tiempo signado por la incertidumbre? ¿Qué hacer cuando el miedo pareció ganar la partida de este tablero global sombrío que estableció la pandemia y que paralizó la vida de tantos? Aún las preguntas repiquetean sin cesar y buscan respuestas.
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