Que la inmunidad adquirida luego de la enfermedad se desvanece con el tiempo. Que no se sabe cuánto dura la protección de las vacunas. Desde que el SARS-CoV-2 hizo su aparición en el mundo, pareciera que la ciencia tiene más dudas que certezas.
Es que sobre este nuevo virus que tiene al planeta en pandemia desde hace casi un año y medio todos -médicos, científicos, investigadores, y el común de las personas- están aprendiendo sobre la marcha.
Y alcanzado el primer gran objetivo, que era el desarrollo de vacunas seguras y eficaces para prevenir los cuadros severos de la enfermedad, el foco está puesto ahora en saber si la inmunidad otorgada por las diferentes formulaciones autorizadas de emergencia para su uso en la pandemia será suficiente o harán falta refuerzos.
En este punto, muchas son las personas que por sus propios medios se acercan a laboratorios de análisis clínicos para conocer si su organismo desarrolló anticuerpos contra el tan temido virus. Pero, ¿qué estudio es el que conviene hacerse? ¿Cuánto tiempo después de vacunarse? ¿Es igual de efectiva la inmunidad natural por haber cursado la enfermedad que la que brindan las vacunas? ¿Qué ocurre si el análisis arroja que la persona no tiene anticuerpos pese a haber completado el esquema de vacunación? Sobre todas esas dudas, Infobae consultó a especialistas.
“Al comienzo de la pandemia aparecieron los primeros métodos moleculares para detectar el COVID-19, y a posteriori surgieron en el mercado los test serológicos, que eran métodos únicamente cualitativos, es decir, determinaban la presencia o ausencia de IgG e IgM. Estos no eran considerados diagnósticos sino que se consideraba un método auxiliar con fines epidemiológicos para saber si el paciente cursó o no la enfermedad”. En opinión del bioquímico y jefe de Virología e Inmunoserología del Centro Rossi, Darío Álvarez (MN 10.659), “como estos test surgieron de emergencia tenían un margen de error, una menor sensibilidad para detectar”.
Con él coincidió la bioquímica Cintia Blanco (MP 7734) de Diagnóstico Maipú, quien enfatizó que “estos test rápidos suelen ser específicos pero menos sensibles, aunque siempre se necesita cierta carga de anticuerpos para tener un positivo o negativo, ya sea para los anticuerpos IgG, que son los que se producen y quedan el cuerpo o IgM, que es la reacción más inmediata del sistema inmune”.
Miguel Ángel Ferrando es bioquímico y licenciado en análisis clínicos (MN B-2788) y asesor bioquímico de Cemedyt, y ante la consulta de este medio, señaló: “Hay dos tipos de test, uno post enfermedad y otro post vacuna. Post enfermedad, el método que se usa es quimioluminiscencia en general en la mayoría de los casos”.
Y tras reconocer que “no se sabe bien cuánto duran los anticuerpos (ni los post vacuna ni los post enfermedad)”, señaló que “hay pacientes que a los cuatro meses no tenían más anticuerpos y otros que al año de haber tenido la enfermedad aún poseen, y eso mismo hay que trasladarlo a las determinaciones post vacuna”.
“Cuando aparecieron las primeras vacunas -continuó Álvarez explicando la cronología de esta nueva familia de herramientas de laboratorio- empezaron a mejorar los test serológicos y comenzaron a aparecer los que detectan anticuerpos contra la región spike debido a que la mayoría de las vacunas producen anticuerpos contra dicha región”. Y aclaró: “Hoy en día tenemos dos tipos de test serológicos, que pueden diferenciarse entre los que se realizan pacientes vacunados o pacientes que tuvieron COVID, y la diferencia está en el tipo de anticuerpos que desarrollan, si es contra spike (vacunados) o contra nucleocápside (pacientes recuperados)”.
Sobre los test que miden los anticuerpos específicos para la proteína S que miden la inmunización, Blanco aportó que “además de ser cualitativo arroja un valor de proporción de la inmunidad”. Y si bien destacó que “los resultados varían de persona a persona”, rescató que “que sea mayor a 1 ya habla de un grado de inmunidad”.
“Necesitamos que pase más de un año para saber si una inmunización mayor implica más protección”, agregó.
En este punto, Ferrando, quien es además director general de Sistema Diagnóstico, consideró que “los dosajes post vacuna a pacientes que tuvieron COVID en general dan muy bien porque el virus actúa como una perfecta primera dosis”.
Para los test postvacunal, él aconsejó hacer el dosaje no menos de 45 días después de la segunda dosis.
Hacerse o no hacerse el test, esa es la cuestión
Consultado por Infobae, el médico infectólogo Roberto Debbag (MN 60253) sostuvo que “los estudios de anticuerpos para medir la eficacia de las vacunas en personas vacunadas no son una medición que se pueda hacer habitualmente”. Además, para él, “hay diferentes técnicas de estudio por lo tanto no hay un estándar de laboratorio”.
E insistió: “Por otro lado, en el mundo todavía no se sabe cuál es la cifra de anticuerpos según ese método para saber si hay eficacia o no”.
A su turno, Ferrando recomendó hacerlos. Y agregó: “Por más que confiemos en la inmunidad celular y sepamos que con más de 1 algo de inmunidad hay, es mejor que el valor dé más alto”.
Para Álvarez, “la herramienta es válida para ver los niveles de anticuerpos post vacunación, aunque se sabe que tener anticuerpos por vacuna no evita que la persona se contagie de COVID”. “La premisa no es que si se tiene anticuerpos no se va a tener la enfermedad -aclaró-. Los niveles de anticuerpos son importantes pero también que se genere la inmunidad celular, que es más difícil de medir en laboratorios y es la que se evalúa en los ensayos de investigación”.
Y tras explicar que “la inmunidad celular más los anticuerpos son los dos pilares para hacer frente a una infección viral”, el bioquímico aconsejó: “Si una persona cree que tuvo COVID asintomático lo ideal es hacerse anticuerpos anti nucleocápside y si se vacuna y quiere saber si desarrolló inmunidad, debería hacerse, además, anti spike”.
Blanco opinó que “los médicos dicen que no conviene hacerlo porque esa información puede ser contraproducente si el paciente no cuenta con toda la información”.
Para ella, “a pesar de que bajen los anticuerpos con el tiempo, está demostrado que siguen activos los linfocitos T de memoria”.
- ¿Qué pasa cuando con el esquema completo el test arroja que la persona no tiene anticuerpos?
- Álvarez: Son las personas que se conocen como “no respondedores”. Suele pasar con la vacuna contra la hepatitis B que no se generen anticuerpos. Y en el caso de estas vacunas, se sabe que la eficacia de ninguna es del 100% así que no es de extrañar que alguna persona, aún completamente inmunizada no desarrolle defensas.
Tampoco se sabe si teniendo más títulos se está menos propenso a tener la enfermedad o no.
- Blanco: Hay una franja de pacientes que aún inmunizados no crean anticuerpos. Eso es importante conocerlo para, en caso de ser necesario, consultar al médico sobre el conteo de anticuerpos para saber si amerita que esa persona se dé un refuerzo.
El conteo de anticuerpos es recomendable en personas de riesgo para evaluar cada caso y evaluar la necesidad de cambiar de vacuna ante una tercera dosis si las primeras no le resultaron muy eficaces.
- Ferrando: A pesar de que hay gente que presenta niveles bajos de inmunidad humoral la inmunidad celular queda en la memoria inmunológica y eso no es dosable en forma sistemática.
Finalmente, Álvarez aseguró que “hoy aún no hay estandarización a nivel de los anticuerpos para vacunas en forma cuantitativa y es por eso que pueden dar diferentes resultados según el método y tipo de test con el que se realiza”.
A lo que Ferrando agregó: “Habría que hacer con un período prudencial de tiempo un dosaje post vacuna para sacar conclusiones sobre con qué frecuencia tenemos que revacunarnos”.
“Sabemos que la vacuna de la gripe pierde su eficacia al cabo de un año, con la de la hepatitis B, el personal de salud tiene que hacerse dosaje cada cinco años, que se sabe es lo que duran los anticuerpos, y el mismo razonamiento hay que aplicar en este caso”, concluyó.
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