Hace 30 años, en los años 90, nadie imaginaba que sería tan importante el camino allanado por una bioquímica húngara que se obsesionó con la investigación de una sustancia para combatir enfermedades, a través del ARN mensajero. Es que la comunidad científica era escéptica y desconfiada en relación a la genética en vacunas.
Tras dejar su Hungría natal en los ochenta, la investigadora, migrante y a menudo desprestigiada, es en sí una historia de lucha y reivindicación en la comunidad científica. Aún teniéndolo todo en contra, persistió en su pasión en Estados Unidos.
Es por esto que las investigaciones de Katalin Karikó sobre el “ácido ribonucleico mensajero”, moléculas genéticas que le dicen a las células qué proteínas deben crear, le costaron su puesto en la facultad. La Universidad de Pensilvania para la que trabajaba desechó la idea, que no logró ninguna subvención. Pero fue su trabajo pionero el que abrió el camino para las vacunas contra la COVID-19 de Pfizer y Moderna.
“Esto es algo increíble porque significa que todo el trabajo que estuve realizando años enteros, durante la década de los noventa, y convencer a la gente de que tal vez el ARNm sería bueno, valió la pena”, celebró Katalin Karikó.
En aquel entonces, Karikó no era ciudadana de EE.UU. y necesitaba un trabajo para renovar su visa. Por ello decidió continuar como investigadora en un rango inferior y con un salario escaso. “Es importante que la ciencia sea apoyada en muchos niveles porque nunca se sabe lo que puede ocurrir. Cuando presentamos la patente no la queríamos, pero nos dijeron que si no presentábamos una patente nadie lo desarrollaría”, defendió la investigadora, en una entrevista con EuroNews.
Karikó estuvo al frente de por lo menos dos importantes avances: En 2005, junto con su principal colaborador Drew Weissman, resolvió un fallo del ARNm sintético. Y diez años después, descubrieron cómo enviarlo a la parte correcta de las células. “Lo revisamos una y otra vez y al final pensaba ‘¿Qué más puedo hacer?’ porque sino sentía que estaba desperdiciando mi vida”, dijo.
Estas innovaciones fueron clave para la vacuna contra la COVID-19 desarrollada por Pfizer y su socio alemán BioNTech, donde Karikó es ahora vicepresidenta, así como para la vacuna producida por Moderna.
Ambas funcionan dando a las células las instrucciones para fabricar una proteína de superficie del coronavirus, que simula una infección y entrena al sistema inmunológico para cuando se encuentre con el virus real.
“¡Redención! ... hiperventilé tomando aire, me emocioné tanto que temí morir o algo así”, con esa frase y riendo le relató a The Telegraph su reacción ante la noticia de que la vacuna contra el coronavirus de Pfizer-BioNTech, que se basa en una investigación en la que fue pionera y por la que arriesgó su carrera, fue 90% efectiva en la protección contra el COVID-19.
Para la científica nacida en Hungría, el avance va más allá de la esperanza de que la nueva vacuna ayude a cambiar el rumbo de la pandemia. Es una validación de su creencia de toda su carrera en el potencial terapéutico del ARN mensajero sintético (ARNm), una tecnología que podría abrir la puerta a una nueva generación de tratamientos y curas.
Durante más de cuatro décadas, la profesora Karikó exploró sin descanso cómo las moléculas monocatenarias del código genético podrían usarse para tratar afecciones que van desde accidentes cerebrovasculares y cáncer hasta la influenza. A pesar de las degradaciones, los innumerables rechazos de subvenciones y, en algunos puntos, el profundo escepticismo de sus compañeros científicos, siguió adelante.
El ARN mensajero en las vacunas de Pfizer y Moderna
¿Cómo funciona la vacuna de la compañía Moderna y la de Pfizer/BioNtech? A través de tecnología del ARN mensajero. Los ensayos clínicos en ambas candidatas mostraron su gran eficacia, es reciente y nunca antes había sido probada. La pandemia se convirtió en una oportunidad para probar una nueva tecnología que se viene desarrollando desde hace 30 años.
Se trata de una tecnología genética que durante mucho tiempo ha sido muy prometedora, pero que hasta ahora se había topado con obstáculos biológicos. Se llama ARN mensajero sintético, una variación ingeniosa de la sustancia natural que dirige la producción de proteínas en las células de todo el cuerpo. Sus perspectivas han hecho oscilar miles de millones de dólares en el mercado de valores, han hecho y puesto en peligro carreras científicas y han alimentado las esperanzas de que podría ser un gran avance que permita a la sociedad volver a la normalidad después de meses viviendo con miedo.
Infografía: Marcelo Regalado
Este componente se fabrica en laboratorio. Mediante la vacuna se inserta en el cuerpo y toma el control de esta maquinaria para fabricar proteínas o antígenos específicos del coronavirus: sus “espículas” o espigas, esas puntas tan características que están en su superficie y le permiten adherirse a las células humanas para penetrarlas.
Estas proteínas, inofensivas en sí mismas, serán liberadas por nuestras células tras recibir las instrucciones de la vacuna, y el sistema inmunológico en respuesta producirá anticuerpos, que permanecerán de guardia durante mucho tiempo -según se espera- con la facultad de reconocer y neutralizar el coronavirus en caso de que nos infecte.
“Empezó una nueva etapa del desarrollo de las vacunas. El mundo se dirige hacia las vacunas de tecnología de ARN mensajero. Todos los laboratorios del mundo que las fabrican van a tener que considerar utilizar este tipo de tecnología. Cuando entendamos sobre la precisión de lo que se está generando, no va a haber vuelta atrás”, indicó en una entrevista exclusiva con Infobae el médico genetista Jorge Dotto (M.N. 107.411), uno de los referentes en genética a nivel mundial.
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