El aislamiento por la pandemia, bajo la lupa de cinco investigadoras científicas

Infobae unió la visión las miradas de cinco investigadoras científicas de la Argentina que recuperan el pasado, analizan el presente y vislumbran el futuro post COVID-19

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La pandemia por el nuevo coronavirus marcó un hito en la humanidad, y la medida del aislamiento masivo cambió hábitos y percepciones, generó ansiedad y angustias. Pero también ha sido un momento para empezar a desnaturalizar el modelo de interacción con el ambiente que se daba por “natural”.

Aquí, las miradas de cinco investigadoras científicas de la Argentina que recuperan el pasado, analizan el presente y vislumbran el futuro para cuando pase la pandemia.

La mirada desde la historia

Karina Ramacciotti, doctora en Ciencias
Karina Ramacciotti, doctora en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires e investigadora Independiente del Conicet en la Universidad Nacional de Quilmes, destaca que las grandes epidemias que se sufrieron en la Argentina han enseñado que es clave que el Estado adquiera un rol protagónico, se cuente con equipos e insumos, que capacite al personal de la salud y que se establezcan las condiciones laborales

Para entender el impacto del aislamiento masivo, se puede volver atrás: las grandes epidemias que azotaron a la Argentina dejaron su marca. La doctora en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires e investigadora Independiente del Conicet en la Universidad Nacional de Quilmes, Karina Ramacciotti contó a Infobae: “El desarrollo de epidemias de cólera en 1858 y las de fiebre amarilla en 1871 obligaron a las autoridades sanitarias a establecer medidas de aislamiento de la población, que en la época se llamaban cordones sanitarios. Para evitar que los barcos y sus pasajeros entraran al puerto de Buenos Aires se implementaron también cuarentenas y las personas enfermas quedaban aisladas en la isla Martín García”.

“En esos momentos, se contaba con muy poca información científica sobre las vías de transmisión de las enfermedades, y los aislamientos se adoptaban como únicas medidas existentes para evitar más contagios. Las epidemias dejaron su impronta en la vida urbana: las familias con más recursos se mudaban a la Zona Norte de la ciudad o a otras zonas del país con la idea de salvarse de la epidemia. También se crearon el cementerio de Chacarita en 1871 y el primer horno crematorio para muertos por enfermedades contagiosas en 1886″, continuó.

Como consecuencia de la epidemia de fiebre amarilla, se sintió la necesidad de que el Estado cumpliera un rol más protagónico. En 1880, se creó el Departamento Nacional de Higiene a cargo de Pedro Pardo, un médico cercano al entonces presidente Julio A. Roca. Luego de varias modificaciones institucionales, en 1949, el ex Departamento Nacional de Higiene se convirtió en el Ministerio de Salud Pública. “Las medidas de aislamiento en el pasado han sido resistidas por algunos sectores de la sociedad. Hay antecedentes del sector agropecuario que las criticaba por considerar que las cuarentenas impedían el libre comercio y limitaban el comercio internacional. En algunos casos, las tripulaciones eran ubicadas en aislamiento”, destacó la doctora Ramacciotti.

No obstante, durante las epidemias del pasado también existieron acciones solidarias: desde jóvenes que desarrollaron sus vocaciones en el campo de la salud pública hasta casos como el del pintor Juan Manuel Blanes que dejó registró del compromiso del personal de salud a través de su pintura al óleo Un episodio de la fiebre amarilla en Buenos Aires, de 1871. En esa obra se puede ver a dos médicos conmovidos ante una mujer fallecida por la fiebre amarilla con su bebé al lado.

“Entre las lecciones que dejaron esas epidemias para la sociedad argentina -señaló Ramacciotti-, se encuentran que el Estado debe tener un rol activo para construir una política sanitaria que promueva la construcción de instalaciones hospitalarias con equipamientos adecuados; que se capacite al personal de la salud, y que se reglamenten sus condiciones laborales. Esas reglamentaciones deben incluir al complejo y variado mundo del personal sanitario; que incluye al personal médico, el sector de enfermería, al personal de limpieza y de cocina; todos deben contar con dignas condiciones de trabajo y capacitaciones necesarias para poder enfrentar crisis sanitarias”.

“Además, desde la historia, se visualiza que esas políticas no deben quedar sólo en la enunciación política, sino que es necesario implementarlas para resguardar los derechos de salud las personas. En las experiencias de las epidemias del pasado, la implementación de medidas preventivas para evitar el contagio o estimular medidas de higiene no fueron fáciles de implementar, ya que siempre existieron resistencias de la población ante las normativas y sugerencias sanitarias”, subrayó Ramacciotti.

La mirada desde la ciencia de datos

Anabella Di Battista, líder en
Anabella Di Battista, líder en ciencias de datos de la Facultad de Regional de Concepción del Uruguay de la Universidad Tecnológica Nacional en la provincia de Entre Ríos, decidió con su grupo adaptar los planes de trabajo y brindar un seguimiento actualizado sobre la evolución de la pandemia de COVID-19. “La toma de decisiones debe estar respaldada por información precisa y oportuna”, afirma

La pandemia y la cuarentena para desacelarar su avance puso freno a algunos proyectos de trabajo de Anabella De Battista, ingeniera en sistemas de información y directora del Grupo de Investigación en Bases de Datos de la Facultad Regional Concepción del Uruguay de la Universidad Tecnológica Nacional (UTN). Pero su equipo tomó a la crisis como una oportunidad. “El aislamiento tendrá un impacto emocional y económico en el país, pero se puede afirmar que la situación de los fallecidos sería mucho peor hoy”, comentó a Infobae.

En marzo, De Battista se dedicó a organizar con su equipo de investigación una página web para compartir el seguimiento actualizado sobre la evolución de la pandemia de COVID-19. “Consideramos que el seguimiento puede ser útil para la toma de decisiones que debe estar respaldada por información precisa y oportuna”, afirmó. “La cuarentena desde el 20 de marzo permitió que el sistema de salud se organizara y se retrase el crecimiento de nuevos casos de COVID-19. Más del 80% del país está en una buena situación hoy. La zona más complicada es Ciudad de Buenos Aires y el Conurbano, donde haría falta que se hagan más rastreo y testeo de los contactos a partir de cada caso diagnosticado”, señaló.

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La cuarentena nos cambió los hábitos: nos sirvió también para educarnos en usar tapaboca, más lavado frecuente de manos, el cuidado con la vestimenta y el distanciamiento social cuando salimos de nuestras casas. También aumentó el uso de la tecnología para la educación. Estos cambios de hábitos perdurarán después de la cuarentena”, aseguró De Battista.

Además, para la investigadora de la UTN, la pandemia y el aislamiento masivo le abrieron una gran vidriera a la ciencia de datos. “Los meses de cuarentena han sido un tiempo para demostrar que la ciencia de datos puede colaborar con la toma de decisiones. Es útil para entender fenómenos complejos. Autoridades sanitarias, empresas, organizaciones civiles pueden aprovechar el aporte de la ciencia de datos. No se trata sólo de reunir datos aislados, sino de que sean datos de calidad y que haya profesionales capaces de analizarlos”.

La mirada desde la arqueología

María Florencia Del Castillo Bernal,
María Florencia Del Castillo Bernal, arqueóloga del Instituto Patagónico de Ciencias Sociales y Humanas, dependiente del Centro Nacional Patagónico/Conicet, participa en la elaboración del mapa de la solidaridad en la ciudad de Puerto Madryn. En esa ciudad patagónica, más de mil personas -principalmente niños y niñas- asisten a comedores y merenderos. Allí también hacen armado de botiquines y capacitación en primeros auxilios y desinfección de los lugares donde procesan comida

“El aislamiento social y obligatorio puso en escena la geografía de las identificaciones”, sostuvo en diálogo con Infobae María Florencia Del Castillo Bernal, investigadora en arqueología en Centro Nacional Patagónico del Conicet en la ciudad de Puerto Madryn, en Chubut. “Se empezó a pensar en que pertenecemos a una ciudad y no a otra, y hubo actitudes de exclusión hacia personas que vienen de otras ciudades como amenazas ante la posibilidad de que sean transmisoras del coronavirus. Quisiera ser optimista pero me preocupan esas actitudes de discriminación incluso dentro de las mismas provincias y ciudades”, advirtió la arqueóloga.

Sin embargo, Del Castillo Bernal valoró algunos cambios que se han dado durante el aislamiento por la pandemia. Entre investigadores de diferentes disciplinas se pusieron a pensar cómo podían colaborar con la comunidad local. En la ciudad de Puerto Madryn más de mil personas, principalmente niños y niñas, asisten a alguno de los 26 comedores y merenderos. Con la pandemia y la cuarentena, aumentó un 36% la cantidad de personas que necesitaron asistencia alimentaria. Antes de la cuarentena, el número de concurrentes era de 1074 y trepó desde que inició y hasta finales de abril a 1456 personas.

Frente al problema puntual, el grupo de científicos en colaboración con el Área Programática Norte del Ministerio de Salud de la Provincia de Chubut elaboraron un informe sobre los impactos sociales del aislamiento en Puerto Madryn y diseñaron un mapa virtual para que las asociaciones de voluntarios, el sistema de salud, las autoridades municipales y de la comunidad en general pudiera organizarse mejor para ayudar a más personas. El mapa posibilitó la optimización de la logística y distribución de los recursos y donativos para comedores y merenderos. “Rescato que científicas y científicas de diferentes disciplinas nos hemos comunicado y puesto a trabajar juntos para colaborar con la resolución de un problema. Creo que después de la pandemia esta modalidad de trabajo entre investigadores debería ser más alentada porque es realmente constructiva para el intercambio y para la sociedad”, afirmó.

La mirada desde la ecología

Sandra Díaz, investigadora en ecología
Sandra Díaz, investigadora en ecología y biodiversidad del Conicet y ganadora del último premio a la trayectoria de la Fundación Bunge y Born, sostiene que “la creatividad y el compromiso de la gran mayoría de las personas durante la pandemia nos muestran que podemos cambiar las cosas”

“El planeta es un sistema cerrado, y todas las especies de seres vivos tienen antepasados en común. Estamos interconectados. Pero hemos sido formados con la idea de que los seres humanos y el resto de la naturaleza están separados. El enfoque de una sola salud -que conecta la salud de los seres humanos con las otras especies- ya lleva muchos años, pero hoy está más vigente que nunca. La pandemia es un síntoma de ese modelo global que no está andando bien. Otros síntomas son el cambio climático y la pérdida de biodiversidad. Todos están relacionados”, afirmó Sandra Díaz, investigadora del Conicet y la Universidad Nacional de Córdoba, y ganadora del Premio Princesa de Asturias, durante una reciente exposición en el encuentro virtual del Instituto de Ciencias Polares, Ambiente y Recursos Naturales (ICPA) de la Universidad Nacional de Tierra del Fuego, Antártida e Islas del Atlántico Sur (UNTDF).

“Si proyectamos la forma en que nos veíamos manejando hasta ahora todo va para peor: cambio climático y pérdida más acelerados, más concentración creciente de poder y más inequidad. Esa era la normalidad. Estaba naturalizada la narrativa de que ese modelo era natural. Ese modelo es muy malo no solo para la naturaleza sino para la mayoría de la gente que vive en este planeta. Lo que tenemos que hacer es ver cómo hacemos para desnaturalizar ese modelo de normalidad”, destacó la doctora en biología Díaz, que co-lideró el Informe Global de la Plataforma Intergubernamental sobre Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos (IPBES) en 2019, y es miembro honorario de la Sociedad Británica de Ecología, y miembro extranjero de la Royal Society de Londres.

La mirada desde la psicología

Solange Rodríguez Espínola, doctora en
Solange Rodríguez Espínola, doctora en psicología e investigadora del Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica Argenitna, resalta que la pandemia y la cuarentena están contribuyendo a que haya “más conciencia sobre la responsabilidad social de cuidar más al otro”, y que las personas piensen más sobre qué quieren hacer en el futuro, dónde quieren vivir y con quién

Solange Rodríguez Espínola es licenciada en psicología y forma parte del equipo de investigadores del Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina. Con su equipo de investigación, en mayo realizó una encuesta para evaluar el impacto de algunos de los efectos socioeconómicos, psicosociales y político-ciudadanos generados por las políticas de aislamiento sanitario obligatorio sobre hogares de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y 30 partidos del Conurbano. La encuesta telefónica a 500 hogares.

El 19% de los encuestados manifestó que su calidad de vida durante la cuarentena fue regular o mala. El 48% de los mismos evidenció síntomas de ansiedad y depresión. Se observaron desigualdades significativas entre los que viven en CABA (12,9%) y los residentes en el Conurbano (20,8%), así como entre los que viven en situación de pobreza (31,4%) y los que no son pobres (13,9%). Dos de cada 10 personas encuestadas registraron una sensación de estar a merced del destino y considerar que sus conductas son externamente dirigidas a través de la creencia de control externo.

“Si bien no hubo diferencias significativas al analizar los resultados según aglomerado y pobreza por ingresos, podría mencionarse que la prevalencia de malestar psicológico y creencia de control externo es mayor en personas que viven en condiciones de pobreza que en personas no pobres”, comentó a Infobae la doctora Rodríguez Espínola, que forma parte de la Red Internacional de Análisis Comparativo de Desigualdades Sociales. “Esto significa que las personas con menos recursos económicos, educativos y laborales creen que el control de la situación actual no está dado por propia capacidad sino por la suerte, alguien superior, u otros factores externos”.

Otros datos: el 28,9% dijo no ser capaz de pensar en proyectos más allá del día a día. El 47% de las personas que viven en situación de pobreza dijo no tener a nadie que los guíe o informe para resolver problemas frente al 27,6% de los no pobres.

Otra investigación con 500 hogares que también fue realizada por Rodríguez Espínola, Pilar Filgueira y María Agustina Paternó Manavella indagó en las cuestiones de acceso a los servicios de salud durante la cuarentena. Sólo el 20% de la población pudo acceder a la práctica médica en los casos en que la necesitó. La mitad lo hizo de manera presencial y la otra mitad hizo la consulta o tratamiento por vía telefónica o internet. El 80% restante debió suspender o sufrió suspensión por parte del prestador de su atención, diagnóstico o tratamiento médico a pesar de tener necesidad de recurrir a la consulta médica.

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Entre otros resultados, se reveló que sólo 2 de cada 10 personas que necesitaron una consulta o tratamiento psicológico lograron iniciar o mantener esta práctica en salud mental durante la cuarentena, ya sea mediante vía telefónica o por internet. Los residentes en Ciudad de Buenos Aires (35,3%) duplicaron los valores de la población en Conurbano (17,2%). El 19% de los encuestados tuvo problemas en el acceso a los medicamentos necesarios durante la cuarentena, por falta de receta o por incapacidad de asistir a la farmacia. También la encuesta detectó que 6 de cada 10 personas con un estado de salud deficitario postergó una práctica médica y 8 de cada 10 sufrieron la suspensión de la práctica médica a pesar de tener necesidad de acceder a la atención en salud.

“Cuando se inició la cuarentena, el miedo y la incertidumbre frente al desconocimiento del coronavirus era diferente en la sociedad argentina a lo que vive la gente en julio”, afirmó Rodríguez Espínola. “Hoy en julio la cuarentena se vive de otra manera. Los que tenían una sintomatología de ansiedad hoy puede estar peor. Los más vulnerables están más afectadas. También hay mayor intolerancia y frustración, o preocupación por la situación de los ingresos. Aunque la situación es muy diferente en familias que viven hacinadas que en personas que viven solas”, comentó. “Quedarse adentro para algunas personas mayores es difícil: el riesgo de que el coronavirus los afecte se ve como algo lejano. Necesitan salir pese a las advertencias”, destacó.

“La cuarentena ha dejado varios aprendizajes -sostuvo Rodríguez Espínola-: hay más conciencia sobre la responsabilidad social de cuidar más al otro. La cuarentena hizo pensar más sobre qué quiero hacer, dónde quiero vivir, y con quién quiero estar”.

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