Paleontología y botánica, dos ciencias naturales se unen para conformar la paleobotánica, el estudio de los restos de vegetales que vivieron hace millones de años en la Tierra.
La paleobotánica (del griego paleo, antiguo y botanikos, de las hierbas) también contempla el uso de los restos para la reconstrucción de ambientes antiguos y la historia de la vida. E incluye el estudio de los fósiles de las plantas terrestres y los autótrofos marinos como las algas.
Según afirman los expertos que se dedican a esta ciencia, los fósiles vegetales son restos que se han conservado en las rocas sedimentarias por un proceso fisicoquímico denominado fosilización.
Por lo general sólo se conservan las partes más duras, siendo excepcional que se conserven también las más blandas. Gracias a esto es posible que lleguen hasta nosotros algunas de las partes indispensables a la hora de clasificar una planta; estas son: las hojas, parte de sus tallos, semillas y resina fósil.
Esta disciplina nos permite deducir el clima de entonces, su evolución y la influencia sobre otros organismos. Y en la Argentina, al igual que pasa con los restos de los dinosaurios, hay un gran tesoro de millones de años esperando a ser descubirto.
Hace algunos años, la Formación geológica Chañares de la provincia de La Rioja fue escenario de un hallazgo peculiar: ocho grandes letrinas repletas de heces fosilizadas de dicinodontes, una fauna herbívora anterior a los dinosaurios.
Estos 'baños públicos', que datan de 236 millones de años de antigüedad, no solo arrojaron información valiosa acerca del comportamiento social y la dieta de los animales extintos, sino que también revelaron datos de las plantas presentes en ese ecosistema remoto, de cuando los continentes estaban amalgamados en la ya conocida Pangea.
Un equipo de investigadores del Conicet, del Centro Regional de Investigaciones Científicas y Transferencia Tecnológica de La Rioja, del Museo de La Plata y del Museo de Ciencias Naturales Bernardino Rivadavia, integrado por Ezequiel Vera, Valeria Perez Loinaze, Lucas Fiorelli y Julia Desojo, estudió decenas de los coprolitos (heces) hallados en La Rioja y encontró en ellos la primera evidencia en la región de restos florales del Triásico.
Mediante pequeños fragmentos de plantas, los científicos pudieron sacar una "fotografía instantánea" de los ecosistemas antiguos del sur occidental.
Según explican desde el Museo de La Plata, de la Facultad de Ciencias Naturales de esa ciudad, los estudios en paleobotánica comprenden aspectos descriptivos (anatómico-morfológicos), sistemáticos (clasificación), taxonómicos (parentesco), fitogeográfico (distribución de las plantas), ecológicos (adaptación al ambiente) y evolutivos. Así, la paleobotánica tiene como objetivo integrar todos estos aspectos reconstruyendo la historia y evolución del reino vegetal.
Los fósiles vegetales se encuentran en un contexto geológico y biogeográfico, es por esto que la paleobotánica se relaciona en forma estrecha con otras disciplinas como la geología (sedimentología, estratigrafía) y paleontología (vertebrados e invertebrados), proveyendo también información de base para la prospección de hidrocarburos (petróleo, gas, bitumen, asfaltitas) y carbones.
Reconstruir el rompecabezas
Para obtener los restos vegetales, el equipo de investigadores destruyó 30 coprolitos con ácido fluorhídrico y extrajo de ellos polen, esporas, restos de leños y cutículas de plantas. Luego, clasificó y comparó los fósiles con otras asociaciones de esporas y polen de edad similar de distintas partes del mundo. Así, pudieron aportar un nuevo dato para conocer el antiguo escenario del sur y su dinámica.
El investigador Ezequiel Vera explicó que durante el Triásico, los continentes del sur global contaban con una flora bastante homogénea llamada flora de Dicroidium, que ya se encuentra extinta, e incluía varios grupos de plantas. "Esta vegetación tenía hojas tipo helecho, pero contenía semillas y madera como una conífera actual, características que hoy en día no se ven en los helechos modernos", afirmó.
Según relató el experto, la paleobotánica dividió las regiones sureñas de Pangea en "provincias florísticas que contaban con variedades diferentes de vegetación, basadas en el registro de polen y esporas fósiles". En el sur global –Argentina, Australia y Antártida– abundaba un determinado tipo de flora y, apenas por encima, a la altura de la India, otra vegetación de clima más cálido.
"La flora que encontramos en los coprolitos es como una mezcla de esas dos provincias, lo que nos sugiere que el clima pudo haber sido fluctuante y que las fronteras entre la vegetación del norte y del sur cambiaban con el tiempo", sostuvo Vera, que resaltó que este hallazgo viene a saldar un nicho "vacante" para la Formación Chañares.
Más allá de la digestión
Según el experto, el estudio de restos botánicos en coprolitos es algo "no muy común" en la paleontología. Las heces fosilizadas suelen utilizarse para conocer más acerca del organismo productor, su dieta, sus hábitos, y ciertos patrones de comportamiento.
En este caso, las decenas de miles de heces acumuladas en letrinas dieron cuenta de que esta práctica tenía la función ecológica de evitar la contaminación del alimento, y la función social de prevenir a la población de la depredación. Lo que habitualmente se ve en animales modernos como las jirafas, ya existía en estos animales.
Los dicinodontes eran, según el investigador, "animales presuntamente herbívoros, parecidos a una mezcla entre una vaca y un hipopótamo, con colmillos raros y un peso de entre 1.000 y 3.000 kilos". Sus deposiciones de gran tamaño, algunas de hasta 35 centímetros de longitud, permitieron ver que su dieta era variada.
"Vimos que hay por lo menos tres grupos de plantas distintos en un coprolito. Es interesante notarlo porque estudios sobre los dicinodontes hechos en Polonia concluyeron que su alimentación era más bien selectiva. Los dicinodontes de la zona de La Rioja parece que no lo fueron tanto", comenta Vera.
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