"Bob, soy Gene. Estoy en la superficie, y como doy el último paso del hombre en esta superficie, de vuelta a casa por algún tiempo -aunque no hasta un futuro muy lejano-, simplemente me gustaría decir algo para la historia. Este desafío estadounidense de hoy forjó el destino del hombre del mañana. Y, al salir de la Luna, nos vamos como vinimos y, si Dios quiere, como volveremos, con paz y esperanza para toda la humanidad. Que Dios acompañe a la tripulación del Apolo 17".
Las palabras pertenecen a Eugene Cernan, el último astronauta en pisar la Luna el 11 de diciembre de 1972. En su discurso de despedida, no obstante, hubo un error de proyección. El futuro no tan "lejano" al que se refirió se convirtieron en 45 largos años del hombre alejado del satélite.
Apolo 17 fue la última misión enmarcada en un programa masivo que comenzó durante la gestión de Dwight Eisenhower. El entonces presidente no consideraba prioridad el envío de seres humanos al espacio. Sin embargo, el 12 de abril de 1961 llegaría el punto de inflexión: la Unión Soviética ponía por primera vez en la historia a un hombre -Yuri Gagarin- en órbita.
El presidente entrante John F. Kennedy tomó nota y le pidió con urgencia un análisis de situación a su vicepresidente para que Estados Unidos recuperara el liderazgo en la exploración del espacio. Lyndon Johnson estipuló que la llegada del hombre a la Luna sería la hazaña inamovible, la gesta máxima. Confiado, el 25 de mayo, Kennedy anunció que EE.UU iría a la Luna antes de terminada la década.
Desde ese momento, el programa Apolo recibió un financiamiento sin precedentes para lograr la proeza. En su pico, en 1966, la agencia contó con el 4,4% del presupuesto federal; unos 5.933 millones de dólares. "El administrador de NASA James Webb estimó el costo total del programa en unos 25.000 millones de dólares, que es lo que salió finalmente -unos 170 mil millones al costo actual-", comentó a Infobae Gustavo Romero, investigador superior del CONICET, profesor titular de Astrofísica Relativista en la UNLP y expresidente de la Asociación Argentina de Astronomía.
La Guerra Fría, que comenzó como una carrera armamentística, se trasladó a los confines del universo. El espacio pasó a ser una demostración pública de poder, de capacidad tecnológica y militar. Una vez que Apolo 11 aterrizó con éxito el 20 de julio de 1969, con la repercusión mundial que aún hoy tiene, la hazaña ya estaba cumplida. El interés por explorar la Luna se disipó poco a poco.
Richard Nixon se negó a financiar los enormes costos del programa y lo canceló cuando aún restaban tres misiones por desarrollar (Apolo 18, 19 y 20). A su vez, suspendió el proyecto para establecer una base lunar para fines de los 70 y resquebrajó la quimera de colonizar Marte en los 80. "Las decisiones se tomaron en el contexto de la retirada de USA de Vietnam y del descongelamiento de las relaciones con China. El resultado fue que ya no se volvería a la Luna. De hecho, la capacidad tecnológica para hacerlo se perdió", agregó Romero.
En su lugar, Nixon proyectó horizontes más cercanos como el programa del transbordador espacial. Cuando la NASA se centró en tal objetivo, las misiones lunares desaparecieron. Dejaron de fabricar cohetes Saturn V y los ya construidos se ubicaron como exhibiciones de museos.
"El poco apoyo mediático que empezaba a tener el proyecto Apolo, contrastado con el alto riesgo que implica una misión tripulada (y el costo económico) hicieron fijar objetivos más cercanos. A su vez, los objetivos científicos planteados se habían cubierto con creces. Por eso, el dinero se enfocó en otros proyectos", explicó a Infobae Gabriel Bengochea, cosmólogo del Instituto de Astronomía y Física del Espacio (CONICET-UBA).
En 1971, la Casa Blanca quiso cancelar el programa después de Apolo 15. La NASA pudo llevar adelante dos misiones más. El geólogo Harrison Schmitt, que se había entrenado para Apolo 18, aceleró el proceso y se subió al 17 para responder a la presión de la comunidad científica por enviar uno de los suyos.
Desde entonces, desde 1972, nadie pisó la Luna. "El gobierno de USA ya no tiene razones estratégicas de peso para hacerlo. La razón, lamentablemente, es una vez más política y no científica ni económica: una cuestión de prestigio nacional y mostrar que 'podemos'", remarcó Romero.
La ambición por demostrar "poder" se cumplió. Se alcanzó la Luna. Siguiente página. Hoy la NASA tiene en mente objetivos aún más ambiciosos como la conquista de Marte. Los 19.508 millones de dólares de presupuesto anual se destinan, en gran parte, a ello. En cambio, hay interés privado por volver. "Los móviles científicos y económicos acaso puedan hacer que se vuelva", dijo el especialista. "Es probable que los próximos seres humanos en ir a nuestro satélite sean chinos".
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