Como la animadora principal de cada fiesta, como una recurrida acompañante en momentos tristes o como fuente de estímulo para afrontar un entrenamiento físico, muchos estudios profundizaron sobre los alcances de la influencia de la música. El sonido de la melodía provoca intensas emociones que se traducen en escalofríos, sonrisas, llanto, relajación, tensión muscular. Una variada y numerosa cantidad de respuestas.
La relación causa-efecto fue investigada en detalle. Sin embargo, poco se sabía de los procesos neuroquímicos relacionado con la experiencia musical. En ese punto enfocaron un grupo de científicos de la Universidad McGill de Montreal (Canadá). Partiendo de la base del placer que producen en el organismo el sexo, la comida y la música, exploraron sobre distintas zonas del cerebro y sus reacciones para conocer si generaban el mismo nivel de intensidad.
La investigación concluyó que el placer que se siente con los sonidos musicales activa las mismas zonas cerebrales tal cual ocurre al mantener relaciones sexuales o al degustar de una sabrosa comida, provocando el mismo efecto tanto a nivel físico como mental. Oír canciones activa los mismos receptores opioides del sistema nervioso central que intervienen en el disfrute.
Para arribar a estos resultados las pruebas se centraron en la influencia de la naltrexona, un medicamento usado en el tratamiento de la intoxicación aguda por opiáceos (como la heroína o la morfina) y que además es, junto a la naloxona, una de las sustancias más potentes para provoca anhedonia, la incapacidad para sentir placer.
Un total de 17 personas formaron parte del análisis. Cada uno de ellos tuvo que concurrir con sus temas preferidos. El grupo fue dividido en dos partes: a la primera se le suministraron 50 miligramos de naltrexona y a la segunda, un placebo como grupo de control. El objetivo fue medir al fármaco, saber si era capaz de disminuir las sensaciones positivas y negativas en el cerebro -en este caso en relación con la música-, al igual que sucede al ser empleada como tratamiento con los opiáceos.
Mediante sensores implementaron un electromiograma (que examina el sistema nervioso periférico y los músculos implicados), monitorizando la actividad eléctrica de varios músculos faciales. También registraron su ritmo cardíaco, respiración, presión sanguínea y conductividad de la piel antes y durante el experimento. Una hora más tarde, llegó el turno de escuchar la lista de canciones favoritas junto a otras seleccionadas por los científicos. El experimento se repitió una semana después intercambiando los grupos: los que habían tomado placebo consumieron el fármaco y viceversa.
Los detalles finales, publicados en la revista Scientific Reports, demostraron que en ambos experimentos, el consumo de naltrexona redujo la respuesta de los participantes, bloqueando el 80 por ciento de los receptores mu y delta, presentes en las neuronas a las que se acoplan las endorfinas o exógenos como la morfina o la heroína. Así, buena parte del sistema de recompensa del cerebro se detiene. No se liberan sustancias que provocan bienestar, pero tampoco las que generan dolor o angustia.
De este modo se cumplió con la hipótesis principal que indicaba que la naltrexona debería reducir las reacciones emocionales a la música, provocando anhedonia musical. De ser así, eso implicaría que los mismos circuitos neuronales que intervienen en otras actividades placenteras también lo hacen en la experiencia musical.
"Es la primera prueba de que los opioides propios del cerebro están directamente implicados en el placer musical. Hemos demostrado aquí que el sistema opioide es responsable de mediar entre las respuestas positivas (placenteras) y negativas (tristeza) emocionales a la música", comentó Daniel J. Levitin, autor del trabajo.
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