Levante la mano quién dedica un segundo de su tiempo a leer la información nutricional de lo que consume. Ahora, quién lee y entiende cómo los gramos y porcentajes allí expresados influyen en su salud. Y, por último, aquellas personas que hayan devuelto un producto a la góndola luego de haber leído que tenía X gramos de grasas totales por porción, y haber corroborado en otro recuadrito cuántas unidades eran una porción. ¿Quedó alguien con la mano en alto?
El ejercicio es bastante incierto y, en verdad, poco llevado a la práctica. ¿El resultado? Cifras de obesidad que no cesan de crecer e indicadores que muestran, por ejemplo, que la Argentina es el cuarto país del mundo en consumo de azúcar agregada, con 35 cucharaditas por día, cuando el máximo recomendado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) es de diez. Y si de sal se habla, la ingesta alcanza los 12 gramos diarios, de los cinco sugeridos.
En este contexto, el etiquetado frontal de los alimentos y bebidas aparece como una advertencia sanitaria para que los consumidores sepan que están frente a un producto que tiene mucho, poco o nada de los llamados nutrientes críticos: azúcar, sal y grasas saturadas.
La Argentina es el cuarto país del mundo en consumo de azúcar agregada, con 35 cucharaditas por día, de las diez recomendadas por la OMS
En Chile, Perú y Uruguay ya rige por ley el sistema de advertencia (uno de los que están bajo análisis en la Argentina). En el país, las autoridades de Salud, Producción y Agroindustria se encuentran en una mesa de discusión para definir un sistema en conjunto.
Bajo el análisis se encuentran el ya mencionado "de advertencia", que propone "sellos de color negro que advierten la existencia de niveles altos de nutrientes críticos", según explicó a Infobae el nutricionista Sergio Britos.
"El semáforo utiliza los colores verde, amarillo y rojo para señalar niveles altos, intermedios o bajos de esos nutrientes, mientras que el nutriscore combina cinco colores -desde verde fuerte a rojo- y cada uno se asocia a mejores perfiles nutricionales de un alimento", detalló el director del Centro de Estudios sobre Políticas y Economía de la Alimentación (Cepea).
En diálogo con este medio, la directora nacional de Promoción de la Salud y Enfermedades no Transmisibles de la Secretaría de Salud de la Nación, Verónica Schoj, resaltó que desde esa cartera proponen el sistema de advertencia. Y lo justificó: "Hay dos grandes cuestiones que deben ser tenidas en cuenta para determinar qué sistema ayuda más a generar conciencia en el consumidor: que el etiquetado sea claro, fácilmente entendible y simple, dado que decisión de compra se toma en pocos segundos y, por otro lado, la influencia que el sistema tiene en el comportamiento de compra".
"El semáforo complejiza la elección", consideró Schoj, quien resaltó que "más de 20 estudios en todo el mundo muestran que es difícil de entender y que no modifica el patrón de compra. En parte por la mucha información que ofrece y, además, porque un mismo alimento o bebida puede tener rojo y verde al mismo tiempo y se comprobó que al momento de la compra el consumidor tiende a elegirlo porque tiene verde". A modo de ejemplo, la funcionaria mencionó una bebida gaseosa que tendrá verde por ser baja en sodio y rojo por su contenido de azúcar.
El sistema de advertencia permite comparar entre productos y numerosos estudios demostraron que, como se enfoca en el nutriente crítico en exceso, influye directamente en el patrón de compra
El nutrisocre -continuó Schoj- "compensa los atributos positivos con los negativos del alimento y, por ejemplo, si tiene alto contenido de azúcar pero tiene fibra se resaltará el color naranja de la escala". "Le da al consumidor la información digerida y en realidad no le informa sobre la presencia de nutrientes críticos", evaluó la funcionaria, quien sintetizó que otros estudios en la materia concluyeron que "al cerebro humano lo que le importa son los rojos; amarillo y verde los interpreta como similares".
"El sistema de advertencia permite comparar entre productos y numerosos estudios demostraron que como se enfoca en el nutriente crítico en exceso influye directamente en el patrón de compra", analizó la funcionaria, quien resaltó que "el sistema que se implemente es necesario que lo entiendan los niños y adolescentes, del mismo modo que la población de menor nivel educativo".
"Lo que modifica el patrón de compra es que se informe qué nutriente crítico predomina en cada alimento", sintetizó.
Para Britos el etiquetado frontal en los alimentos "es una estrategia más de las varias que tienen que implementarse para revertir el crítico momento de salud nutricional que atraviesa el país y el mundo y que está caracterizado por la gran prevalencia de obesidad". "En ese marco, el etiquetado es una política orientada a simplificar la información acerca del perfil nutricional de los alimentos para que la población tenga una herramienta más de elección -analizó-. A través de este objetivo se pretende contribuir a mejorar hábitos de vida".
"Venimos estudiando en Cepea este tema y en función de esos análisis nos inclinamos en favor del sistema francés nutriscore", destacó el especialista. "Se denomina también sistema resumen porque en lugar de dejar al consumidor la interpretación del contenido del alimento, le resume con el color si es más o menos saludable luego de evaluar el perfil nutricional de cada alimento".
El nutriscore le resume al consumidor con el color si el alimento es más o menos saludable luego de evaluar su perfil nutricional
Y tras señalar que "en Australia utilizan un sistema de estrellas, en el que el alimento se califica de la misma manera que el francés, pero en lugar de escala de colores muestra estrellas", Britos recalcó que "una publicación reciente de la revista Nutrients dio cuenta del primer estudio internacional realizado en 12 países, y que incluyó por primera vez a la Argentina, que analizó cinco sistemas de etiquetado frontal y concluyó que el que mostró mejor performance (entendiéndose por esto la capacidad para que la gente ordene bien el valor nutricional del alimento) fue nutriscore en los 12 países".
La postura de la industria
"La industria de alimentos y bebidas (IAB) nucleada en Copal coincide con la preocupación del avance de las Enfermedades Crónicas No Transmisibles (ECNT) que reconocen un origen multifactorial y que, por su complejidad, requieren de un abordaje integral. Para reducir los índices de sobrepeso y obesidad no sólo se debe contar con una base estadística y científica -y no meras apreciaciones sin sustento- sino que se deben redoblar los esfuerzos para promover hábitos de vida saludables a través de la comunicación y educación nutricional". Así se expresó Daniel Funes de Rioja, presidente de Copal, en diálogo con Infobae.
El empresario consideró que "el etiquetado frontal es una herramienta que ayuda a proveer al consumidor de información para tomar sus decisiones de consumo basadas en sus necesidades nutricionales que complementen también sus decisiones en el marco de concebir un estilo de vida saludable". Y luego de resaltar que desde octubre de 2017 trabajan en su propuesta, contó que desde la entidad sugieren el sistema de guías diarias de alimentación (GDA) con colores, un método similar al semáforo, que "consta de un sistema de íconos gráficos en el panel principal del envase, donde el porcentaje del valor diario (%VD) de los nutrientes críticos se visualiza en color".
El GDA con colores es un método similar al semáforo, que consta de un sistema de íconos gráficos en el panel principal del envase, donde el porcentaje del valor diario de los nutrientes críticos se visualiza en color
Consultado sobre si cree que la medida demoniza algunos alimentos o la consideran una herramienta más para el consumidor a la hora de elegir qué comer, Funes de Rioja consideró que "Copal parte de la premisa que no existen alimentos buenos y malos; existen excesos y malos hábitos de vida y alimentación". "En este sentido, la demonización no responde a la medida en sí sino al modelo de etiquetado frontal que se utilice -opinó-. Si el modelo de etiquetado tiene por finalidad advertir al consumidor, ya conceptualmente, se está demonizando el alimento y colocándolo en una categoría de productos malos".
"Modelos de etiquetado de advertencia como el implementado en Chile, no sólo demonizan alimentos aptos para su consumo, que fueron aprobados previamente por la autoridad sanitaria competente, sino que además no brindan información con el fin de guiar al consumidor en una elección consciente", expuso.
Finalmente, Infobae hizo a los tres entrevistados la misma pregunta: ¿Cree que la medida efectivamente modificará los hábitos nutricionales de la población?
– VS: Si creemos que la política de etiquetado frontal va a cambiar la epidemia de obesidad estamos errados. Como medida aislada es insuficiente; el etiquetado es una de un conjunto de políticas que deben implementarse para primero detener y luego reducir el crecimiento de la epidemia de obesidad, que es un flagelo no sólo sanitario, sino social y económico y que no estamos pudiendo frenar.
Hay que regular qué se ofrece en las escuelas, el marketing relacionado a los alimentos y crear políticas fiscales que incentiven al consumo de alimentos saludables.
El etiquetado servirá como guía para otras políticas, y de este modo, por ejemplo, se podría determinar que lo que tiene etiquetado con altos nutrientes críticos no se puede vender en las escuelas, o no permitir el diseño de un packaging con personajes atractivos para los niños en alimentos o bebidas en los que predominan estos componentes que afectan la salud.
Es un primer gran paso en un conjunto de políticas que se tienen que implementar
– SB: Si pensamos cuánto, cuando se implemente, el etiquetado va a mejorar la realidad nutricional, la verdad es que poco. La gente sabe qué alimentos son buenos o no consumir en forma abundante y cuáles conviene evitar, lo que quizá se desconoce es lo que pasa en el medio.
El etiquetado va a contribuir a que los consumidores tengan más información transparentada en el alimento; es una buena medida en conjunto con otras estrategias, como mejorar los entornos saludables en las escuelas, hacer más accesibles las frutas y verduras, etc.
Hay que hacerlo pero no pensar que va a ser el único instrumento que terminará con la obesidad.
– DFdR: No podemos imaginar una modificación sustancial en los patrones de alimentación si antes no contamos con datos estadísticos que nos permitan tener un diagnóstico de la situación epidemiológica nutricional actual de nuestro país, es decir tener un punto de partida cierto. Es necesario conocer la composición real de la dieta del consumidor argentino promedio, dónde se dan los excesos y dónde existen los déficits de micronutrientes, para cada grupo etario y para cada región de nuestro país.
Este tipo de acciones de manera aisladas no logran resolver la problemática de la obesidad y el sobrepeso. Es una medida necesaria pero no suficiente. La educación nutricional es la acción que puede hacer la diferencia en los hábitos de alimentación.
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