Recio, macho y peronista, Sergio Berni marca el regreso de la gomina a la escena nacional. En un mundo donde los rulos indomables de Martín Lousteau buscan invocar su espíritu rebelde y la pelada de Horacio Rodríguez Larreta es certificado de calidad top de Ciborg última generación, la gomina del Ministro de Seguridad de la PBA tiene claras aspiraciones políticas. La disciplina con la que somete a sus rizos grises es la que promete a la población: es la disciplina que debe a su jefaza, Cristina Kirchner. (El nombre de Alberto Fernández no está entre los juguetes que entretienen su boca amplia y carnosa.)
Terminator del conurbano, Sergio Berni es un actor multitasking. Sus videos lo muestran haciendo abdominales, cargando armas, gritando colimba style. Su wikipedia nos cuenta que es abogado, médico, buzo táctico, campeón karateca, paracaidista. Por tierra, por aire y por mar, en disciplinas de Oriente u Occidente, Berni vendría a encarnar la versión renacentista de un hombre de acción, un superagente activo del ardor. Mientras el resto de los hombres del Gobierno buscan dar señales de moderna deconstrucción, Berni juega a ser un macho de los de antes. Un tipo humano desechado por el kirchnerismo: el militar.
En efecto, hay algo vintage en Berni, que hace a su novedad. Berni celebra el valor y la fuerza: exalta un contenido "milico” en una administración que desprecia el mérito (desde Alberto Fernández para abajo, funcionarios y diputados del Frente de Todos buscaron distinguirse con declaraciones contra la cultura de la meritocracia). Como explicó en la mesa de Mirtha Legrand, Berni no cree en el mérito, porque “una cosa es el mérito y otra el esfuerzo”. El esfuerzo es premiado por un superior, alguien que está arriba vigilando, poniendo calificaciones. Berni se esfuerza, y Cristina debió fastidiarse al principio por su torpeza pero lo ve leal y que va al frente, y eso es algo. No será el mejor, ni siquiera es bueno, pero se esfuerza. Berni se jacta de jamás haber pisado la actividad privada: siempre trabajó en el Estado, siempre operó dentro de un sistema cerrado de premios y castigos, operado por sus propias reglas, sin contacto con la realidad no estatal.
¿A quién le habla Berni? “Escuchate esto”, comienza su último video. Vemos hombres con casco militar avanzando en cuadrilla, y suena un diálogo en off: “Sí, decime mi amor”, dice una voz femenina; “quería conseguir porquería”, responde un hombre. Los carteles y la música se excitan: “Desbaratamos una banda trans que vendía droga y una banda peruana que proveía”. Berni hace un video en torno a las palabras clave trans y peruanos para anunciar que secuestró... 3 kilogramos de cocaína y marihuana. No es un gran golpe al narcotráfico, pero Berni confía en que la estigmatización le sume a su personaje: el macho en cruzada territorial contra los extranjeros indeseables y los “desviados”.
El discurso milico de Berni no se conecta con el cuerpo militar: busca circular, impresionar y seducir a la sociedad civil. Según el "Perro” Verbitsky, Berni es un “falso militar” que los militares no reconocen como propio; por otro lado, las FFAA están diezmadas, han sido desfinanciadas desde Menem y despreciadas por los Kirchner como parte de su posicionamiento en favor de los derechos humanos. En efecto, solo un país con recuerdos muy vagos de qué es un militar puede creer que Berni sea un militar. Es una fantasía basada en recuerdos de recuerdos de policiales argentinos de los años 80, del cine de Rodolfo Ranni y Camila Perissé. Basta con ver a Berni hablar: su manera de interrumpir a las mujeres, de prepotear y de repetir sin parar las mismas fórmulas atolondradas tiene más de guardia de seguridad de Prosegur que de conducta marcial.
Berni es el facho “permitido” del PJ, embarcado en una de Indiana Jones: En busca del arca perdida de los valores peronistas. Sin caramelos para revolear a la tribuna de almas bellas progresistas, Berni se destaca en el verticalismo puro, donde Cristina es Perón y él es su soldado. Berni no necesita subirse al último grito de la moda progre, con su lenguaje inclusivo y su perspectiva de género; para eso están Frederic, Malena y los Ministerios donde Alberto les guiña el ojo a las compañeras feministas. Berni está para los temas urgentes: defender al gobierno en televisión.
Cristina Kirchner necesitaba dos hombres en la Provincia: uno para jugar por izquierda (Kicillof) y otro para jugar por derecha (Berni). Desde que la mujer más poderosa del país lo ubicó ahí, la mayor antagonista de Berni ha sido otra Cristina. Cristina Castro es la mujer que interpela sin cesar al Ministro: es la madre de Facundo Astudillo Castro, cuyo cuerpo fue encontrado más de 100 días después de su desaparición en un cangrejal, en una zona donde la dictadura dejaba los cuerpos de los secuestrados en los años de plomo. Al ser interrogado por la fuerza que conduce, Berni combina las evasivas con la pose institucionalista: le basta decir que el asunto está en manos de la Justicia. Por su parte, la Ministra de Seguridad Nacional Frederic dijo que sólo la madre, Cristina, puede reclamar por Facundo. En el gobierno de Alberto Fernández, los ritos de los derechos humanos se cancelan: que un joven desaparezca por violar la cuarentena y aparezca asesinado no es algo que podamos reclamar como sociedad. A Cristina Castro, el Presidente le regaló un perro: ninguneada por el Estado, la mujer tuitea desesperada las pruebas que va encontrando y reconstruye como puede las últimas horas de su hijo. Quizás, lo interesante de Berni es que deja entrever lo real: en el Gobierno, los derechos humanos han devenido un discurso de ocasión, un ornamento glam que está lejos de ser universal.
A pesar de sus esfuerzos y su elaborado perfil de hombre de acción, no está claro que Berni tenga logros de gestión. A las cifras del delito preocupantes en la Provincia, disparadas por la situación económica y las restricciones de la cuarentena, se les ha sumado las tomas de tierras. Además de la desaparición y muerte de Facundo Astudillo Castro, hay muchísimas denuncias de violencia por abusos y violaciones a los derechos humanos durante la pandemia. Tampoco lo vimos lucirse como líder en el vistoso levantamiento de la Policía Bonaerense, que rodeó la residencia presidencial de Olivos con armas y patrulleros. Si googleamos, lo primero que vemos son fotos de Berni cargando dos valijas saliendo del departamento del fiscal Nisman, asesinado horas atrás. Él niega haber retirado pruebas.
Berni tiene un tocayo en el universo: Antonio Berni, el gran maestro de la pintura argentina que al final de su carrera se dedicó a crear esculturas de monstruos. Los rostros hinchados de su obra “Manifestación” (1934) recuerdan la cara del Ministro. Pero Sergio Berni se esfuerza por ser el monstruo él: el que conjure la monstruosidad del pueblo, el que traiga esos aspectos indeseables pero necesarios de la representación. Debajo, estará la idea de que la Argentina jugó a ser liberal muy rápidamente, porque lo que las bases auténticas quieren es mano dura. Pero es difícil ver a Berni como algo más que la guardia pretoriana de Cristina Kirchner, o como alguien conectado con el sufrimiento de las Cristinas comunes. A pesar de sus esfuerzos, hasta ahora Berni no ha demostrado ser más que un exitoso can de teleshow.