En su momento más bomba, Julia Roberts encarnó a Erin Brockovich en la película homónima de Steven Soderberg (2000): una madre soltera versus El Mal. Su Erin (que le valió un Oscar) cuenta la historia de una madre que reacciona ante la injusticia y la desidia que enferman el lugar en el que vive: las aguas contaminadas, la avaricia de las compañías y la ausencia del Estado que envenenan a la gente. Erin se vuelve una fuerza imparable en defensa de una familia que excede sus lazos sanguíneos y abarca todo un pueblo –y, como es natural en Hollywood, su empuje cambia el mundo (y a ella misma).
En la Argentina de pandemia, otros venenos avanzan silenciosos sobre las familias: el 2020 ha traído un vacío dramático en la vida de los niños, donde la ausencia del Estado se traduce en millones de niños abandonados por el sistema educativo, en un país donde el 56,3% de los menores de 14 años viven en hogares que no pueden cubrir la canasta básica. Cansados, como Erin, ante la falta de respuestas, los padres se organizaron para protestar y pedir acciones del Ministerio de Educación. Y de pronto, el diálogo que parecía imposible comenzó a dar señales de existencia.
Después de siete meses de que el Ministerio de Educación descartara de plano tratar el regreso de las clases en todo el país, la semana pasada el criterio cambió. Por primera vez, las clases ya no dependen de que “se encuentre una vacuna”, como sostuvo desde marzo el ministro Nicolás Trotta. El jueves último, el Consejo Federal de Educación, reunido con sus 24 ministros a nivel nacional, definió que los distritos con “bajo riesgo” podrán volver progresivamente a las clases en todos los niveles educativos. El documento menciona una “presencialidad limitada, enmarcada en los protocolos de regreso progresivo”.
Victoria Baratta es doctora en Historia, investigadora del CONICET y docente de Pensamiento Argentino y Latinoamericano en Filosofía y Letras; últimamente, es una de las madres detrás de #PadresOrganizados, la movida que comenzó en Twitter para plantear la necesidad de la vuelta a las aulas.
Los integrantes de @PadresOrg no se conocían de antes, ni sus hijos van a los mismos colegios: se unieron al ver que reclamaban lo mismo en las redes. Para ellos, este cambio de actitud del Gobierno es un triunfo de su protesta ciudadana. Si bien entienden que no está claro aún cómo se va a implementar, porque depende de lo que se considere como “bajo riesgo”; al menos, creen que manifiesta un cambio de actitud que incorpora criterios que se manejan en otros países.
“Veíamos la locura de la gestión de la pandemia. Todo planteo era recibido con un no, mientras veíamos cómo se diseminaban noticias falsas de lo que pasaba en el mundo: me shockeaba la deshonestidad en el debate por la pandemia. Si planteabas un regreso a las aulas, te decían asesino. Si decías que es bueno hacer ejercicio con distancia, que es bueno para la salud, te decían asesino. Todo se gestionó en grietas sucesivas: porteños vs. bonaerenses, padres vs. docentes. Nos decían que nos queríamos sacar a nuestros hijos de encima. Este no puede ser el nivel del debate”, analiza Victoria.
Lejos de la investigación académica y la vida de la universidad, la oficina de Baratta se mudó a Twitter. Junto con Florencia Gutman (diseñadora y dibujante), María José Navajas, Quimey Lillo y Gustavo Magda, entre otros, decidieron juntarse para cambiar este estado de cosas.
“La escuela no puede depender de una vacuna que, en el pronóstico más optimista, se estima que estará disponible en abril o mayo del año próximo, pero que en realidad no representa más que una promesa futura sin ninguna fecha cierta de aplicación ni eficacia probada”, dice la carta de @PadresOrg que, publicada por el grupo a mediados de septiembre, ha llegado a juntar 6000 firmas, recibiendo a su vez el aval de epidemiólogos, científicos, especialistas en salud pública y pediatras. “Mi marido me ve tuiteando y me dice ‘hola, arroba unicef’”, agrega Victoria, sin perder el humor en medio de la desesperanza.
La cuestión de la depresión infantil en cuarentena es una de las dimensiones más preocupantes.
Daniela, de 8 años, se levanta a la mañana y ya está triste, sin saber por qué. No tiene ganas de nada. Ni de sacarse el pijama, ni de lavarse los dientes, ni de bañarse. Sus hábitos adquiridos se han ido desvaneciendo poco a poco. “No podemos esperar a que todo lo aprendido desaparezca, a que ya no quede nada”, plantea su madre, desolada.
Josefina tiene 4 años, vive en Caballito y está en nivel inicial. Tres veces por semana tiene encuentros virtuales con sus maestras. “Nos aclaran que no son obligatorios porque entienden las dificultades y las reticencias que tienen los niños pequeños”, comenta su madre. Para que Josefina pueda seguir y hacer bien las consignas, hay que estar todo el tiempo al lado de ella; no puede hacer las clases sola. “Se distrae con mucha facilidad y no cumple con lo que le piden sin que yo repita lo que le pidió su docente. Es como si no entendiera lo que le dicen a través de la pantalla. Su falta total de independencia y la modalidad de las clases es un problema para nosotros como familia, ya que tenemos un tercer hijo de un año y medio que requiere atención constante”. Como la de Daniela y la de Josefina, muchas otras familias se acercaron al grupo @PadresOrg.
“Me preocupa sobremanera el daño a nivel emocional que le están causando a todos los chicos”, dice Laura. “Me angustia mucho pensar en la cantidad de chicos que no tienen las mismas condiciones que mi hija y esto los expulsa completamente del sistema, se vuelven invisibles sus problemas. Me pregunto todos los días si las autoridades no tienen hijos en edad escolar, ¿no los ven angustiados, tristes, solos? ¿No se dan cuenta cuánto necesitan la socialización? No pido que las clases empiecen de 8 a 16.30 como era antes. Pero tiene que existir un punto intermedio donde los chicos sepan que ven a sus amigos y al colegio de vez en cuando. Imaginate todo eso más la casa, más un bebé que está empezando a caminar y prendido a la teta y mi marido que va y viene porque trabaja en una actividad esencial.”
Las escenas se suceden: en San Isidro, los padres salen a cacerolear por la vuelta de clases, otros organizan clases al aire libre.
Laura vive en Palermo y tiene dos hijas. “Mi hija empezó el año sin saber leer y escribir y, como además no estaba acostumbrada a utilizar pantallas, era imposible que tuviera un mínimo de autonomía. Comenzaron las clases virtuales y las tareas, fue todo llanto y angustia. Hay días que llora frente a la computadora porque la maestra no la ve, no entiende o simplemente extraña. Dice que no quiere hacer la tarea, que eso se hace en el colegio y que conmigo quiere jugar. Lo tiene más claro ella que los adultos. Otros días dice que solo yo le enseño y que las maestras no la ayudan, yo quiero ser la mamá no quiero ser su docente. Se la pasa haciendo planes para cuando termine el coronavirus y me pregunta si alguna vez va a poder ir a abrazar a su ‘seño’. En el día del maestro pidieron que les hagan un dibujo a las maestras. Hizo todos los dibujos como si estuvieran en la plaza. Ya se olvidó cómo es una escuela.”
Gonzalo Garcés es escritor y tiene un hijo pequeño que estudia en Buenos Aires, aunque parte de su familia vive en Chile; es otro de los tuiteros de @PadresOrg. “En Chile los colegios vuelven en forma escalonada: en grupos más chicos, algunos días de la semana, y la idea es ir normalizando cada vez más a medida que bajen los contagios. Pero para llegar a ese regreso escalonado hubo que planear y establecer criterios epidemiológicos durante meses. Lo que nos está matando en Argentina es la improvisación y la desidia”, considera Garcés.
Muchos expertos respaldan en los medios el reclamo de las familias argentinas. En entrevista con Infobae, Jayanta Bhattacharya, profesor de salud pública de Stanford, planteó que mantener las aulas cerradas, más que frenar la propagación del virus, significa asumir un costo colosal sin obtener a cambio el menor beneficio.
A Martin Kulldorff, epidemiólogo y profesor de la Universidad de Harvard, lo sorprende la decisión de cerrar las escuelas. Según él, “no hay razones científicas ni de salud pública para mantener las escuelas cerradas. ¿Para qué hacemos ciencia?”, se pregunta absorto. Estas medidas, como otras de la política del confinamiento, representan para Kulldorf “el mayor asalto a las condiciones de vida de la clase obrera en décadas”.
El ejemplo de Suecia le permite defender la reapertura de las escuelas: allí jamás cerraron y esto no generó ninguna muerte entre los niños escolarizados; tampoco los docentes enfrentaron más riesgos que el promedio de las demás profesiones. Dato, no relato: todos los niños suecos estuvieron expuestos al virus, desde los de guardería de apenas un año hasta los de 15, y de ese 1.8 millón de niños no hubo ninguna muerte por COVID-19. Más que como lugar de contagio, las escuelas pueden funcionar como lugares de detección.
Después de siete meses, en Brasil los niños han regresado a las aulas con protocolos en las regiones más populosas, como San Pablo y Brasilia, con un sistema mixto en Chile y Colombia; en el hemisferio norte, las clases se dan sin interrupciones desde septiembre en España, Alemania, Suecia y Francia, desde jardín de infantes a secundario.
Los Padres Organizados siguen creciendo; a través de las redes @PadresOrg se ha conectado con otros grupos de padres que alzan su voz en todo el país. “Nos sigue preocupando qué pasa con la primera infancia", comenta Victoria Baratta, en tanto el planteo del Gobierno no incluye soluciones para los jardines de infantes. "Es una edad fundamental para el desarrollo cognitivo, y que esto no se resuelva impacta directamente en las mujeres y su espacio laboral, porque sobre ellas recae más que nada el cuidado de los niños y el trabajo no remunerado de las tareas domésticas.”
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