Jenny tiene las uñas larguísimas y con apliques de strass. Dice que el color y la forma que eligió Natalia, la clienta a la que le pasa la lima con velocidad profesional, es “un poco aburrido”, pero su trabajo es de todas formas impecable. Por eso Natalia vuelve a hacerse la manicure con ella desde que la conoció, hace dos años, al mismo nail spa de la calle Dorrego. “La otra mano, mi vida”, pide Jenny –que llegó de Venezuela sola y casi con lo puesto– y sigue contando que para ella las argentinas son, en general, más conservadoras: “Como que no se explotan tanto”. Natalia se ríe. Dice que antes que ponerse strass en las uñas se las arranca una por una (“A vos te quedan bien, Jenny, pero yo no me veo”).
La escena es en Palermo y con todos los protocolos que impone la cuarentena, pero se repite en todos los barrios porteños: en el último tiempo, la belleza en Buenos Aires tiene acento venezolano. No hay números oficiales de cuántos locales de emprendedoras venezolanas se establecieron en la Argentina con la inmigración masiva que trajo la crisis en el país de las reinas de belleza latinoamericanas, pero sí sabemos que cada vez más argentinas asisten a salones atendidos por caraqueñas y que su cadencia y sus hábitos van cambiando las rutinas de las locales.
Lo que comenzó como una salida laboral de expatriadas es hoy un floreciente negocio que funciona en toda la ciudad y es cada vez más elegido por las clientas porteñas. Y lo que cambió con su llegada es una manera de entender la belleza: las argentinas son solemnes, pagan para que no se note; a las venezolanas les gusta lo contrario, curvas explosivas, híper producción, tacos, jeans ajustadísimos y maquillaje desde temprano, lo natural les da risa.
¿Qué trajeron con la alegría de sus salones y spas? “El placer de producirte sin culpa. Para ellas más es más. Y está bueno entender que no está mal. Te pasaste seis horas en la peluquería, ¿por qué lo vas a ocultar? Me parece que venden una belleza menos careta”, dice Mariana, una abogada de 30 que descubrió hace un año una peluquería venezolana que no cambia por nada.
Rutina desde los veinte
Marlyn es una venezolana de veinte años que llegó hace casi tres desde Caracas y entró a trabajar en un spa en cuanto consiguió su certificado de residencia precaria. “En Venezuela las clientas son más coquetas. Les gusta hacerse más tratamientos. Yo creo que nosotras les transmitimos a las argentinas el cuidado por la estética”, arriesga, y cuenta que toda su familia quedó en Venezuela, pero en Buenos Aires pudo mudarse con su novio y cumplir el sueño de abrir su propio gabinete de estética junto con una socia con la que se especializan en masajes, limpiezas faciales, perfilado de cejas y pestañas. “En mi país las chicas de veinte ya tienen la rutina de hacerse tratamientos. Acá, por ejemplo, en faciales, es algo que hacen más las mujeres más grandes, con pieles maduras”, sigue Marlyn.
Damarys, que trabaja en una peluquería de la Recoleta, coincide: “Fue lo que primero me sorprendió de Buenos Aires, los salones están llenos de señoras. En Caracas, las peluquerías son un lugar en donde siempre encuentras chicas jovencitas”.
Además del cuidado de la piel, las manos, las cejas y las pestañas, uno de los grandes hits son los salones de alisado de pelo. “Tengo muchas clientas argentinas. Vienen por los alisados, que las venezolanas llamamos cirugía capilar. La principal diferencia con las clientas venezolanas es que las venezolanas se cuidan más. Yo veo que las argentinas se están arreglando más ahora y muchas sumaron al alisado las cejitas que era algo a lo que no le prestaban tanta atención”, dice Greysi, que en Venezuela trabajaba en auditoría de procesos y contabilidad, pero desde que llegó a la Argentina hace tres años, previo paso por Panamá, se especializó en alisados y microblading o maquillaje permanente de cejas.
“Las argentinas nos eligen porque saben que nos gusta andar siempre prolijas, como dicen acá, y que por eso somos muy buenas –explica–. Es un círculo que empieza por recomendaciones: cada vez hay más barberías, peluquerías y centros de manicuría de venezolanos y el trabajo que hacen es impecable… entonces no es raro que en tu entorno te pregunten ‘¿Dónde te lo haces?’. Así es como fuimos creciendo, de a poco, con mucho trabajo y gracias al boca en boca”.
Pestañas y personalidad
María Emilia llegó hace tres años con su hijo a Buenos Aires y hace dos puso el centro de estética Beauty Esencial, en Florida al 500, en donde la mayor parte de sus clientas son oficinistas. Para ella el secreto fueron el servicio y los buenos precios: “La mujer venezolana trata de mantener mucho las uñas y las cejas y eso es un boom ahora en la Argentina por modalidad de precios y trabajo, porque nosotras aplicamos un manicure completo: ponemos esmalte pero también hacemos masaje, hidratación, lo mismo con el pedicure. Es algo que ahora también están haciendo los salones argentinos por la demanda que hay”.
En su salón empezó a notar algunos cambios de hábito en las clientas, que empiezan a copiar tendencias a las que antes no se animaban. “Muchas tenían las cejas finas porque era lo que se usaba, pero ahora se las están empezando a dejar más gruesas. También se hacen lifting de pestañas. Las argentinas son demasiado hermosas, pero están menos pendientes que las venezolanas de cómo se ven estéticamente. Les importan más los accesorios que el maquillaje o las uñas: eso fue cambiando y yo lo noto en el salón; también cómo empezaron a pedir diseños de uñas y más tonos, cuando antes eran muy tradicionales con los colores. Dicen que nuestra atención es muy acogedora, que es divertido venir y reírse… la verdad es que el trato que damos es distinto y lo sé porque me lo indican mis clientas –dice María Emilia–. También tenemos muchas promos muy económicas para que todas nos podamos dar ese cariñito, yo prefiero tener volumen de clientela: mi sueño es tener siete emprendimientos”.
En el local de María Emilia trabajan otras dos chicas venezolanas y había llegado a abrir otro que tuvo que cerrar por la cuarentena. Con la pandemia también cambiaron los protocolos y ya no se permiten el vinito y la cerveza con los que recibía a las clientas, parte de los códigos del salón que espera recuperar cuando todo pase. Dice que emigrar no fue nada fácil (“hiere el corazón, extraño mi casa, la gente, las montañas”) pero la hace feliz poder dar un servicio de atención al público.
“Una cosa que siempre nos preguntan las argentinas es cómo hacemos para ser tan extrovertidas y estar siempre con una sonrisa pese a las adversidades. Yo digo que es parte de nuestra forma de ser.”
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