Que Marcel Duchamp odió Buenos Aires cuando la visitó en 1918 es bastante sabido. Sabemos que llegó desde Nueva York, que el ambiente artístico local lo decepcionó y que, de puro aburrido, se pasó los días jugando al ajedrez. Menos sabido es que poco tiempo después de su llegada se le unió, también desde Nueva York, la artista y militante feminista Katherine Dreier, una de sus principales mecenas.
Hija de alemanes dedicados al negocio del acero, Dreier desembarcó en Buenos Aires con 42 años y una fortuna de heredera americana de película. Sus credenciales en el mundo del arte y de la política no eran menos impresionantes su billetera. Educada en Londres y en París, Dreier había participado con su propia obra en la primera exhibición de arte moderno en Nueva York, el Armory Show de 1913, que inauguró en Estados Unidos el arte de vanguardia. Su currículum no terminaba ahí: había escrito artículos para la prestigiosa revista Studio International, había financiado algunas de las obras más famosas de Duchamp, como su último cuadro titulado Tu m', que colgó en su casa arriba de tu biblioteca (y que podríamos traducir como “Me rompés las p'”), y había dirigido el Woman Suffrage Party de Nueva York, el mismo que en 1917 celebró la sanción del voto femenino en la ciudad más importante del mundo.
¿Cómo podría haber imaginado que ninguno de esos méritos importaría en Buenos Aires sin un marido que la sacara a pasear? Si los porteños fueron indiferentes a su deslumbrante trayectoria no fue porque las noticias del arte y de la política llegaran desde el Norte con cierto retraso; tampoco porque se las despreciara. Fue porque antes que una crítica de arte internacional, antes que una coleccionista consolidada, antes incluso que una rica heredera, Katherine Dreier era para ellos una mujer sola.
“Las mujeres no viajan solas en Sudamérica”, escribió en la introducción a Five Months in Argentina from the Point of View of a Woman, su crónica de viaje por las pampas. Ya en el barco que la trajo hasta el Sur, Dreier se dio cuenta de que algo no encajaba: ella misma. “Constantemente tenía la impresión de que yo era la primera mujer que había venido a ver por sí misma cómo era Sudamérica –como una observadora, no como profesora ni mujer de negocios–. Los pasajeros habían sido distantes. No podían ubicarme y, por lo tanto, me evitaban”.
They could not place me: la frase se repite cuando, recién llegada a Buenos Aires, Dreier se dirige al Hotel Plaza, confiada de la recomendación unánime que había recibido acerca de cuál era el mejor lugar donde pasar su estadía en la ciudad. “Pero eran hombres quienes me habían dado esa información”, escribe Katherine, “y ni ellos ni yo esperábamos encontrar que el Plaza no alojaba mujeres que no estuvieran acompañadas por sus maridos o supuestos maridos. Ni siquiera hermanas acompañadas por sus hermanos, ni esposas cuyos maridos tuvieran que viajar, ni viudas son bienvenidas. ¡Mucho menos respetables damas solteras!”.
Viajaba sola como una observadora, no como profesora ni mujer de negocios. Los pasajeros habían sido distantes. No podían ubicarme y, por lo tanto, me evitaban.
A regañadientes, el encargado del Hotel Majestic decide darle una oportunidad, pero sin saber muy bien qué cuarto ofrecerle. “A pesar de que fueron muy corteses”, concluye Dreier antes de abandonar el edificio, “me deprimía la atmósfera de suspicacia que me envolvía”. En esto, hay que decirlo, nuestra ciudad ha avanzado: sobre la avenida de Mayo, en el edificio del viejo Hotel Majestic, hasta el 2007 funcionó una sede de la AFIP donde la suspicacia supo ceñirse sobre hombres y mujeres por igual. Hoy está abandonado.
El de Katherine Dreier es un cuerpo incómodo, y un espíritu todavía más problemático en una ciudad donde “ninguna mujer puede salir a la calle sola sin ser abordada”. No pueden ni ubicarla ni clasificarla; sencillamente, los porteños no entienden de qué se trata porque no saben ver mujeres solas ni en las calles, ni en las plazas, ni en los teatros.
“No fue un asunto sencillo encontrar a una mujer sola en la Argentina”, sigue Dreier. “A los sudamericanos, y en especial a los argentinos, no les gusta ver mujeres en la calle ni en reuniones y ni siquiera en el teatro, salvo que estén apartadas en sus palcos. Creen que es un remanente de caballerosidad y se regodean en este pensamiento. Pero no es caballerosidad. Porque si fuera caballerosidad, a las mujeres de los pobres en la Argentina no les pagarían salarios de miseria”. En el teatro Colón todavía hoy se pueden ver, a los costados de la platea, las rejas de hierro que escondían “los palcos de viuda”. Para encontrar los salarios de miseria no hace falta hurgar tanto.
A los argentinos no les gusta ver mujeres en las calles ni en reuniones y ni siquiera en el teatro, salvo que estén apartadas en sus palcos. Creen que es un remanente de caballerosidad y se regodean en este pensamiento. Pero no es caballerosidad.
Tan extremo es el machismo de los porteños que llega a eclipsar su codicia y despistar por completo toda ambición. Interesada en escribir sobre ellos para Studio International y presentarlos en el mercado norteamericano, Dreier revisa el trabajo de los artistas locales. Conoce eventualmente a un escultor cuyo nombre no precisa y se dan cita para fotografiar una obra en su atelier. “Aunque estuve en Argentina tres meses más después de nuestra entrevista, no volví a saber de él”, escribe Dreier, decepcionada. “A pesar de su educación parisina, no podía estar a la altura de las circunstancias para encontrarse con una mujer como se hubiese encontrado con un hombre”.
Comparar Buenos Aires con París es una burla sobre todo los domingos. No se veía la alegría de un domingo en París, sino la atmósfera gris y cansina de tantos hombres solos.
En Buenos Aires, lo parisino no quita lo misógino. En las conclusiones de su libro, Dreier recuerda el remanido adagio porteño según el cual Buenos Aires es la París de Sudamérica. Es cierto que algunas calles, edificios y tiendas comerciales se parecen en mucho, dice Dreier, pero “comparar Buenos Aires con París es una burla sobre todo los domingos. No se veía la alegría de un domingo en París, sino la atmósfera gris y cansina de tantos hombres solos”. Los hombres solos son el reverso triste de los cuerpos inubicables, inclasificables como el de Dreier, abandonados en el hogar.
Pero sería injusto e inexacto decir que el libro de Dreier solo trae malas noticias del pasado porteño. Dreier admite que entre socialistas y anarquistas, las relaciones entre hombres y mujeres son más igualitarias que entre conservadores. Su visita al consultorio de Petrona Eyle revive sus esperanzas en el avance profesional y político de las mujeres en Argentina; lo mismo sucede cuando conoce a Moreau. En ocasión de la huelga general de 1919, Moreau lleva a Dreier a una de las sedes donde se reúnen los huelguistas. “No hay nada que temer”, advierte Moreau, pero Dreier no tenía miedo. “Siempre tuve amigos de todo tipo”, aclara, porque es “este encuentro sobre la base de la igualdad, que es el privilegio de los artistas, lo que les da una educación democrática que pocos trabajos ofrecen”.
Los artistas deben ser valientes, ante todo, para reconocer el talento donde sea que aparezca, incluso (o sobre todo) si no pueden ubicarlo dentro de las cuatro paredes de una casa. Para Katherine Dreier, los cobardes son los otros: los que abordan a las mujeres en las calles. Su teoría se vino a comprobar al salir del sindicato durante la huelga y el estado de sitio. “Por esos días sólo se podía dar vueltas por ahí arriesgando la vida. Fue entonces que pude caminar con tranquilidad y placer por las calles de Buenos Aires, sin que nadie me hablara”. Una ciudad sola necesitaba una mujer también sola que pudiera disfrutarla.
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El libro completo Five Months in Argentina from the Point of View of a Woman puede leerse aquí. La traducción de las citas en este texto me pertenecen. En 2016, la editorial Cuarto Propio publicó en Chile una traducción íntegra del libro de Katherine Dreier a cargo de Cynthia Tompkins, editada por María Gabriela Mizraje. Desafortunadamente, aún es difícil de conseguir en Buenos Aires. Antes, traducciones parciales del libro aparecieron en las revistas Mora, de la Universidad de Buenos Aires, y en la revista de arte Ramona. Milagros Belgrano Rawson ha escrito sobre Katherine Dreier en distintas ocasiones, y el libro Women in Argentina: Early Travel Narratives, de Mónica Szurmuk, es un clásico sobre el tema. También Beatriz Sarlo se refiere a Katherine Dreier en su libro La máquina cultural.
Sobre Marcel Duchamp, su relación con Dreier y su viaje a la Argentina han escrito Graciela Speranza (Fuera de campo. Literatura y arte argentinos después de Duchamp), Gonzalo Aguilar (“Una vez más, Buenos Aires ready-made”, en Ramona, y “Olvidar a Duchamp”, en Punto de vista) y Raúl Antelo (Maria con Marcel. Duchamp en los trópicos).
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