La sensación general es que el meneado acuerdo Mercosur-Unión Europa fue desde siempre letra muerta, una entelequia empujada año tras año por bienintencionadas páginas periodísticas y en despachos de funcionarios que íntimamente jamás creyeron en él. No hay manera de pensar que se ilusionaron con el tema, hace rato que algunos integrantes del bloque han dejado entrever sus posiciones irreductibles.
Lo que vemos por estos días es más de lo mismo. Irónicamente alguien aseguró que los agricultores franceses siguieron minuto a minuto los detalles de la visita de Emmanuel Macron a la Argentina, “no vaya a ser cosa que se le ocurra firmar algo que nos genere un gran disgusto”. De hecho los productores europeos se habían reunido antes para protestar contra un posible acuerdo entre la UE y el Mercosur durante las conversaciones comerciales en la cumbre del G20, en Brasil. Este país ha estado presionando para que el acuerdo se firme a fines de mes mientras ostenta la presidencia del grupo.
Así, se planificaron manifestaciones en toda Francia, y hubo reuniones de agricultores cerca de la sede de la UE en Bruselas, Bélgica. Exaltados, esgrimen excusas insólitas para enmascarar las enormes dificultades que tiene Europa para competir en la generación de alimentos.
Hablan de una supuesta competencia desleal de las importaciones sudamericanas. Se leen dislates como “nos van a inundar con carne barata modificada genéticamente y llena de antibióticos”. A ciencia cierta no es ignorancia, existe la necesidad de asustar a toda la población para mostrar un frente común inquebrantable. Por eso agregan a sus demandas sin razón hipotéticos riesgos para el ambiente y la pérdida de derechos sociales.
Otros, más sinceros, aducen que lo que viene de Sudamérica no está sujeto a la misma regulación estricta que enfrentan en la UE. La expresión desnuda el problema de fondo: los agricultores europeos están contra la espada y la pared como consecuencia de las presiones de sus propios gobiernos. Por eso entre los manifestantes podía verse un tractor con un muñeco colgado y un cartel que decía “Asesinado por políticos europeos”. Se comprende la angustia, pero este es un problema ajeno a quien produce granos y carne en Sudamérica.
Cálculos a mano alzada indican que el acuerdo UE-Mercosur habría permitido la entrada de 99.000 toneladas adicionales de carne vacuna, 190.000 toneladas de azúcar, 180.000 toneladas de carne de ave y 1 millón de toneladas de maíz.
Thomson Reuters revela que Francia, el mayor enemigo del acuerdo, ha estado tratando de convencer a otros miembros de la UE para que formen un bloque minoritario contra esta propuesta. Del otro lado del mostrador, la economía que lidera la UE, Alemania, apoya la idea de ir a alguna clase de acuerdo con los países del Cono Sur, hasta ahora sin éxito.
La agencia indica que el primer ministro de Francia Michel Barnier acaba de advertir que su gobierno “no aceptará este acuerdo en sus términos actuales”. Desde uno de las gremiales agropecuarias más importantes del país galo afirman que “si validáramos este acuerdo sería un verdadero desastre para la agricultura europea en general y la francesa en particular, ya que tiene condiciones de producción que obviamente no respetan ninguno de nuestros estándares”. El propio Macron indicó al presidente Javier Milei que no firmará el tratado entre la UE y el Mercosur: “No creemos en el acuerdo tal como se negoció”, enfatizó enterrando cualquier ilusión al respecto, si bien pidió “replantearlo para encontrar un marco aceptable para todos”.
Las cartas están echadas y quizás sea hora de pensar en alguna otra cosa para incrementar el comercio de productos agropecuarios con el Viejo Continente. Lamentablemente la escasa concordancia entre los gobiernos del Mercosur a la hora de defender los objetivos fronteras afuera obliga a pensar que cada uno tendrá que hacer su propio camino.
Entre tanto desasosiego hay algo que festejar, al menos por ahora. La buena noticia del mes es que la llamada ley antideforestación (UEDR) del bloque europeo fue finalmente pospuesta por un año. Había reunido protestas de todos los tamaños y colores por parte de los Estados miembros de la UE y también de los países no pertenecientes al grupo, ante el intento de ponerla en práctica este mismo fin de año.
Al Parlamento Europeo no le quedó otra opción que aplazar la aplicación de la norma, y de paso realizó algunas enmiendas que tornarían a la EUDR algo más amigable. Por caso, los grandes operadores y comerciantes deberán respetar las obligaciones derivadas de este reglamento a partir del 30 de diciembre de 2025, mientras que las micro y pequeñas empresas tendrán hasta el 30 de junio de 2026.
Los legisladores del bloque también aprobaron la creación de una nueva categoría de países que no presenten ningún riesgo de deforestación, además de las tres categorías existentes de riesgo “bajo”, “normal” y “alto”. Los países clasificados como “sin riesgo”, definidos como naciones con un desarrollo estable o creciente de la superficie forestal, enfrentarían requisitos significativamente menos estrictos. La Comisión deberá tener listo un sistema de evaluación comparativa por país antes del 30 de junio de 2025.
Poco antes, la conferencia Reuters Transform Food & Agriculture, celebrada en Minneapolis, Estados Unidos, abogó por terminar con una idea falsa nacida en el Primer Mundo. La narrativa estándar indica que la agricultura moderna está destruyendo la atmósfera con emisiones de gases de efecto invernadero. Por lo tanto, los agricultores deberían dejar de usar fertilizantes, no criar más ganado y cultivar solo bajo un esquema orgánico. Muchos creen sin embargo que la historia en la que los agricultores son los villanos del clima está cambiando lentamente. La gente empieza a darse cuenta de que la agricultura puede ser una solución al cambio climático en lugar de ser culpada de todo lo que ocurre.
Por cierto, es posible probar las bondades de los sistemas de cultivo que priman en países como el nuestro. Eso sí, en cualquier camino que vaya a emprenderse es conveniente que los agricultores estén representados en la mesa de decisiones. Un viejo adagio asegura que “si no estás en la mesa, estás en el menú”. Más claro, imposible.