Entre los años 2013 y 2014, un devastador incendio arrasó con más de 1200 hectáreas de bosque nativo en la zona de Ruca Choroy, en Aluminé, Neuquén. El fuego no solo consumió árboles centenarios, sino también un complejo ecosistema que proveía de forraje, leña, y refugio para la fauna local, además de los apreciados piñones de la Araucaria. En este contexto, la pérdida fue inmensa para el ambiente y para las comunidades que dependen de estos recursos. Frente a esta situación, el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) decidió tomar cartas en el asunto y liderar un proyecto para devolverle la vida a este territorio.
La iniciativa del INTA no es un esfuerzo aislado. En alianza con la Corporación Interestadual Pulmarí, la Dirección General de Bosque Nativo de Neuquén y la comunidad mapuche Aigo, se pusieron en marcha acciones concretas para restaurar el área afectada. Desde el año 2022, la reforestación de la zona se ha centrado en la plantación de unas 50.000 especies nativas de Araucaria, un árbol símbolo de la región patagónica y fundamental para la biodiversidad del lugar.
Pero la restauración va más allá de la simple plantación. La estrategia incluye la construcción de 20 kilómetros de cercos y la creación de terrazas de contención en el terreno para prevenir la erosión del suelo, una de las principales amenazas en zonas afectadas por incendios. Este enfoque integral apunta a asegurar no solo la supervivencia de los nuevos árboles, sino también a crear un ambiente favorable para el restablecimiento del ecosistema.
Evaluar para restaurar
La clave para una restauración exitosa es contar con información precisa y actualizada sobre el estado del lugar. Por ello, el INTA y sus socios se embarcaron en la elaboración de un protocolo de monitoreo para evaluar el progreso de las tareas. El protocolo, diseñado para aplicarse durante los próximos diez años, se basa en un seguimiento detallado del crecimiento de las plantas y en el análisis de la regeneración natural de las áreas que no fueron completamente arrasadas por el fuego.
Natalia Furlán, técnica del INTA San Martín de los Andes y una de las responsables del proyecto, explicó que el objetivo de este protocolo es garantizar la recuperación a largo plazo. “Nos interesa evaluar qué tan efectivas son las intervenciones realizadas y qué ajustes pueden ser necesarios en el futuro”, señaló Furlán. Para lograrlo, se han delimitado diferentes parcelas en el área afectada, tanto en zonas con cerramientos como en sectores a campo abierto, donde se analizan factores como la densidad de vegetación, la cobertura de suelo y la presencia de herbívoros.
El trabajo de campo fue arduo y meticuloso. A lo largo de dos temporadas de verano, el equipo realizó 22 campañas de muestreo en las que se relevó el estado actual de la vegetación y se registraron las principales alteraciones que aún afectan el proceso de restauración. Estas observaciones fueron cruciales para establecer un sistema de monitoreo robusto que permita ajustar las intervenciones según las necesidades del lugar.
Un protocolo con visión a futuro
Con base en los resultados obtenidos, se identificaron cuatro componentes esenciales para el monitoreo del ecosistema: la vegetación, el drenaje, el suelo y el uso humano. Estos aspectos se estudiarán mediante 39 indicadores específicos que permitirán medir la recuperación de manera simple y económica, garantizando así un seguimiento efectivo con el paso del tiempo. Leslie Vorraber, técnica del INTA también involucrada en el proyecto, resaltó la importancia de diseñar un plan de monitoreo que se adapte a la evolución del entorno: “Cada paso debe tener en cuenta las características del sistema para asegurar la sostenibilidad a largo plazo”.
Sin embargo, la restauración no se centra únicamente en las plantaciones. Los especialistas del INTA han subrayado la importancia de la regeneración natural en áreas no quemadas, ya que estas actúan como bancos de semillas y nodos de biodiversidad. Para fomentar este proceso, es necesario proteger estas zonas de perturbaciones como el pastoreo excesivo y la tala ilegal.
El protocolo de monitoreo también considera el mencionado uso humano del territorio. La zona de Ruca Choroy es un área de gran valor para la comunidad mapuche Aigo, que ha convivido con estos bosques durante siglos. Su participación en la recuperación no solo es fundamental desde el punto de vista ambiental, sino también cultural. El plan busca integrar el saber ancestral de la comunidad con las metodologías científicas modernas, respetando el vínculo entre las personas y su entorno.
Un camino largo, pero necesario
A medida que avanza la recuperación de Ruca Choroy, el proyecto del INTA pone de manifiesto la complejidad y la magnitud de restaurar un ecosistema tan vasto y diverso. “No es solo plantar árboles y esperar que crezcan”, explicó Vorraber. “Es necesario considerar el estado del suelo, la estabilidad de las estructuras y cómo estas interacciones afectan la supervivencia de las nuevas plantaciones”.
El desafío es grande, pero el equipo es consciente de que la recuperación ecológica de esta región no solo beneficiará a las generaciones actuales, sino también a las futuras. “Cada acción de restauración que implementamos hoy sienta las bases para un bosque más resiliente mañana”, concluyó Furlán.
Con una mirada puesta en el largo plazo, la iniciativa en Ruca Choroy es un ejemplo de cómo la ciencia y la comunidad pueden trabajar juntas para recuperar la riqueza natural de la Patagonia. El camino por recorrer es largo, pero con compromiso y un enfoque integral, el objetivo de devolverle la vida a los bosques nativos no parece tan lejano.
Fuente: Inta