Estamos en una semana clave para intentar entrever si el piso de precios para soja y maíz ya se ha producido o habrá que seguir padeciendo. Es que las cotizaciones están en el nivel más bajo de los últimos años y entre nosotros las cuentas de la nueva campaña son preocupantes. Por lo pronto, Chicago ha dado por estos días algunas señales de que quizás lo peor haya pasado, aunque nunca se sabe en un contexto endeble como el actual.
Más allá de la inevitable influencia de las deprimidas referencias globales en materia de cotizaciones, el productor argentino se ve obligado a tolerar condicionantes de larga data, que lo llevan a percibir el 52% del precio internacional de la soja, según estiman en CREA sobre datos de cierre del último mes, como combinación de una paridad cambiaria ficticia y retenciones del 33%. En el caso del maíz estos factores detrimentales se ven algo menos agresivos, por lo que el productor recibe el 65% del precio de mercado, de todos modos igualmente condenable. Es mucho menos de lo que cobran los productores uruguayos y brasileños por sus granos.
A eso hay que sumar los excesos que devienen de la política cambiaria y el sistema tributario. Todo condiciona la competitividad del negocio agrícola, algo que lamentablemente no logran percibir los gobernantes, o bien prefieren hacerse los distraídos como ha ocurrido en cualquier tiempo que sea.
La presión tributaria sobre el campo no sólo es atribuible al impacto de los Derechos de Exportación, sino también por la burocracia del sistema y otras imposiciones igualmente cuestionables. En ese sentido, el diferencial de alícuotas de IVA en las empresas CREA representa hoy en promedio un capital inmovilizado de 16.700 $/ha (equivalente a 18 USD/ha). Es mucho dinero y en mayor o menor magnitud esta exacción se replica en el resto de los establecimientos del país.
El análisis de esta entidad respecto de las proyecciones para la nueva temporada indica que el 33% de la superficie potencial con soja presentaría un precio de indiferencia superior al de mercado. Es malo, pero se ve mejor que en el caso del maíz, para el cual el precio de indiferencia está por encima del valor del mercado en el 62% del área proyectada. Son señales de alarma concretas.
En CREA visualizan un delicado escenario para la nueva campaña de gruesa. En este momento se están terminando de decidir los planes de siembra y todo indica que habrá algunos cambios de fondo. Se refiere a un retroceso en la superficie de maíz (sobre todo en las regiones del norte y centro del país) y un crecimiento del área con soja. Cobra especial importancia el monitoreo de la población de chicharrita; hoy existe una Red de seguimiento y está disponible para todos.
La entidad destaca que los empresarios están manteniendo un ritmo de liquidación similar al de los últimos años. Paralelamente, la intensidad de compra de los insumos para la gruesa está en niveles mínimos, en un marco de decisión sobre el cual influyen el umbral de precios y sus relaciones, así como el contexto local, factores que por ahora no empujan demasiado la decisión de compra e inversión en la tecnología de los cultivos.
Los últimos números de la Bolsa de Comercio de Rosario (BCR) también generan desasosiego. Sus cálculos para la zona núcleo, una de las regiones del país que reúne atributos de sobra para desarrollar cultivos exitosos, ubican el negocio en campos arrendados –alrededor del 70% de la producción argentina- en un escenario de rentabilidad negativa para la soja de primera, con una pérdida de 69 USD/ha. Aún más preocupante es el caso del maíz tardío, que bajo las mismas condiciones muestra un rojo de 138 USD/ha. El maíz temprano ofrece mejores números en campos propios; con una inversión de 1.133 USD/ha, la ganancia es de 371 USD/ha, mientras que en tierras alquiladas la renta es de 38 USD/ha y la inversión de 1.643 USD/ha, ya que se suma el valor del alquiler.
Respecto de la oleaginosa, la caída gradual en el precio del grano, junto con el aumento de los costos de producción y la presencia de impuestos abusivos, ha derivado en resultados económicos cada vez peores. Revela que el problema de la soja no es estrictamente nuevo, y que no pueden sostenerse retenciones de semejante magnitud en un contexto como este. Por si cabe alguna duda, hay que decir que el poder de compra de una tonelada de esta oleaginosa en Argentina es el más bajo desde julio de 2019.
Respecto de un año atrás, la caída en la rentabilidad de la soja de primera es de 150 USD/ha en campo propio y 26 USD/ha bajo arriendo. El maíz en campo propio pierde 30 USD/tn en relación a 2023, mientras que en lotes alquilados repunta 130 USD/ha, producto de una reducción en el costo relativo del arrendamiento en moneda dura.
El punto es que para igualar los costos se necesita obtener en soja de primera 30 qq en campo propio y 43 qq en campo alquilado. Para maíz los números indican 78 y 98 qq respectivamente. Por cierto, las cuentas serían aún peores si, como corresponde, se incluyera en el margen bruto la reposición y enriquecimiento necesario de fósforo y potasio, y también la enmienda de pH y la reposición de maquinaria, según explica un referente de nuestra agricultura.
Por su parte, la Bolsa de Cereales de Córdoba destaca una serie de condicionantes que influirán sobre el capital disponible para la nueva campaña. Advierte que desde la cosecha, el precio de exportación de la soja ha caído, provocando una pérdida por un valor equivalente a USD 1.345 millones hasta mediados de agosto para el poroto sin vender. Los ingresos teóricos de los tenedores de soja, una vez descontados los derechos de exportación y los gastos comerciales, se habrían reducido en USD 100 millones.
Desde la devaluación de diciembre el precio disponible promedio de la soja en pesos hacia mediados de agosto se había incrementado un 12% frente a una inflación acumulada del 80%, deteriorándose el poder de compra de la oleaginosa. El precio disponible actual ronda los $290.000 por tonelada; para que el poder adquisitivo de la soja en pesos fuese el mismo que previo a la depreciación de nuestra moneda, la tonelada debería cotizar en torno de los $388.800.
Por cierto, si se toma como referencia el valor del dólar MEP, las pérdidas para el productor serían aún mayores, principalmente por un aumento en la brecha con el dólar exportador. En mayo el agroempresario recibió un precio promedio de USD 246 por tonelada, mientras que el precio hacia mediados de agosto equivalía a USD 217 por tonelada, reflejando una pérdida del 12%. De esta manera, el stock de soja sin precio de los productores en el mercado local se habría desvalorizado en más de USD 950 millones.
Las cartas parecen echadas. Habrá que batallar con una gran oferta de soja y maíz en la nación que tiene el mercado de referencia a nivel mundial. Pero el país podría corregir los desaguisados de larga data que pesan sobre el sector agropecuario y al menos evitar complicarle aún más el trance.