Sintió la vorágine de un golpe en el ring y sintió la caída seca desde un caballo. Conoce la adrenalina del famoso ruido de la campana que sirve como preludio de un round emocionante, y conoce, de memoria, el relincho agudo de un caballo que advierte, intempestivamente, que se asoma el peligro.
Parecen mundos tan distintos, pero hay algo que los une …o alguien: Tomás Morando se define como un jinete profesional, un domador de caballos y un exboxeador. Un día colgó los guantes para dedicarse de lleno a un destino que ya corría en su sangre: desde niño supo comunicarse con los caballos a través de un lenguaje que pocos conocen.
Domador de tradición, heredero de un linaje que ha dedicado su vida a entender y enseñar a estos nobles animales; para él, domar no es solo un oficio, sino un arte, una conexión profunda que se teje día a día entre el hombre y el caballo.
“Desde que tengo memoria, siempre estuve al lado de los caballos”, afirma con una sonrisa que revela el afecto que le tiene a su trabajo. “Aprendí a montar casi antes que a caminar. Mi padre me llevaba al campo y ahí, entre el olor a pasto y la brisa, descubrí mi pasión”.
La tradición familiar
Tomás viene de una familia de domadores, un oficio que ha pasado de generación en generación. “Mi abuelo y mi bisabuelo eran domadores y mi padre, también. Siempre me sentí orgulloso de seguir sus pasos. Es como si llevara en mis venas esa conexión con los caballos. He pasado 20 años domando, corrigiendo y presentando caballos en exposiciones y pruebas de rienda. Cada día es un nuevo desafío, pero lo hago con todo el amor y la pasión que me enseñaron”.
La doma, como Tomás la describe, es un proceso de enseñanza y paciencia. “Domar significa transformar un potro salvaje en un caballo confiable, capaz de realizar cualquier tarea, ya sea en el campo, en el deporte o en el trabajo. Es un proceso que requiere tiempo y, sobre todo, una gran dosis de empatía. No se trata solo de imponer; se trata de enseñar con firmeza pero también con entendimiento”.
Un arte en evolución
La fusión perfecta entre la doma tradicional que aprendió de su padre con técnicas de equitación clásica crearon un método propio que es la marca distintiva de este jinete innovador. “Mi padre siempre me decía que debía aprender de todas las formas de doma y tomar lo que me sirviera. Así he construido mi propio estilo, mezclando la tradición con la modernidad”.
Mientras trabaja con un caballo, Tomás se toma su tiempo, paciente, para que el animal entienda lo que se le pide. “El caballo debe cooperar, no porque se le impone, sino porque lo entiende. Esto es lo que busco: que el caballo responda con suavidad y confianza”.
A veces, como en la vida, la firmeza es necesaria, especialmente cuando trabaja con caballos que ya contrajeron malos hábitos o “mañas”. “Es como corregir una hoja llena de garabatos. Hay que borrar lo que está mal y volver a escribir desde cero. Es un trabajo sutil que requiere mucha templanza, pero la recompensa es enorme cuando ves cómo el caballo empieza a reaccionar con confianza y respeto. Es un instante que cambia todo”.
El lenguaje silencioso de la doma
Una de las mayores pruebas que recuerda fue trabajar con caballos reservados para jineteada, animales que han sido entrenados para resistir el control del jinete. “Estos caballos son grandes, fuertes y desconfían por completo del hombre, porque han sido utilizados solo para la jineteada”.
Que se sientan seguros es un trabajo arduo; hay mucha resistencia. Pero cuando finalmente lográs vincularte, que te permitan enseñarles, la satisfacción es indescriptible. “Se genera un lenguaje silencioso. Una comunión”.
Amar es soltar
Sí, amar es saber soltar y también se aplica al amor por los caballos. Además de domar, Tomás se dedica a la venta equina, y aunque ha aprendido a no encariñarse demasiado, admite que a veces es difícil. “Me ha pasado muchas veces generar vínculos muy genuinos con un caballo, pero sé que cada uno tiene su ciclo en mi vida. Los caballos me dan el sustento, y tengo que aceptar que, cuando cumplen su tiempo conmigo, es momento de dejarlos ir. Lo hago con el corazón, sabiendo que siempre vendrán nuevos potros para trabajar. Pero cuesta. Cada caballo es una historia nueva que después se termina”.
No caben dudas: para este jinete domador, el caballo es más que un animal; es un símbolo de su vida, su apellido, y la herencia de su familia. “Es mi oficio, mi legado y mi forma de vida. Gracias a ellos, soy quien soy. No podría imaginar mi vida sin los caballos. Están en cada aspecto de mi día. Cada día que paso con ellos es un día que vale la pena vivir”.
Así, en el corazón de las vasta llanuras, Tomás Morando continúa con la tradición familiar, domando caballos con una mezcla de firmeza y empatía, guiado por el profundo respeto que siente por estos majestuosos animales.
En cada potro que doma, en cada caballo que corrige, Tomás deja una parte de sí mismo, asegurando que la tradición y el arte de la doma perduren por generaciones más.
Atrás quedó el campeón del ring, pero se asoma, a todo galope, un campeón de la vida, donde cada caballo es un nuevo desafío y una nueva victoria.