La Argentina vive un momento particular. Está sumida en una enorme crisis, con privaciones diversas para una buena parte de sus habitantes. En el caso del campo el escenario no difiere de aquel que ha caracterizado los últimos años. Sigue sometido a la exacción de las retenciones y ahora encima debe tolerar tasas y aumentos de impuestos provinciales y municipales que van más allá de lo razonable.
Pero hay un intento de cambio en marcha, la promesa de que en algún momento no tan lejano el agro podrá recibir un precio pleno –o algo parecido- por sus productos, y que el Estado dejará de intervenir en la actividad privada, con su impronta destructiva sobre los negocios posibles.
Algo de esto están confirmando los números de la Cámara Argentina de Inmobiliarias Rurales (CAIR), responsable del Índice de Actividad del Mercado Inmobiliario Rural (InCAIR), todo un termómetro del presente en materia de demanda ligada tanto a arrendamientos como a la compra-venta de campos.
La base del InCAIR es de 97,5 puntos, que corresponde en forma histórica a su pico máximo registrado en septiembre del año 2011. Aunque el número de marzo se ubicó en torno de los 45 puntos, arrojó una serie de señales que indican que la actividad está saliendo de su largo letargo.
Si bien todavía la resurrección está lejos, el índice de marzo ha sido significativamente superior al del mes pasado, y eso se ve reflejado en todos los aspectos de la actividad. La percepción es que a medida que transcurren los meses, el gobierno va consolidando el ajuste y el rumbo económico, generando una mejor sensación de estabilidad.
La Cámara dice además que de a poco van apareciendo más consultas de inversores extranjeros. Es algo que han repetido conocidos economistas en el último mes, como reflejo de que el presente genera más confianza en quienes viven fuera del país que entre los propios argentinos, al menos por ahora. Les interesa no solo el futuro del negocio sino también la seguridad jurídica y la libre disponibilidad del bien adquirido. El cepo es una limitante en este sentido; su eliminación es clave.
¿Qué busca el demandante? Hay que subrayar que se mantiene muy alta la requisitoria por campos agrícolas buenos y muy buenos, es decir aquellos que pueden garantizar una productividad importante y un valor de reventa sin mella.
Hay un detalle más. Luego de años de muy poca demanda, comenzaron a aparecer consultas sobre campos en zonas más marginales. Tienen que ver con el interés por la ganadería, que también debe considerarse.
Los arrendamientos se ven firmes, si bien los valores se mantienen respecto de la campaña anterior, quizás como equilibro entre la intención creciente de producir granos y márgenes brutos que no son los mejores.
Bien puede decirse entonces que no son los números actuales los que atraen especialmente, son las perspectivas que pueden ofrecer estas inversiones si la Argentina ordena la macro y acaba con las regulaciones sin sentido.
Hay consenso en cuanto a que la tierra en nuestro país está barata respecto del Corn Belt estadounidense, con prestaciones que nada tienen que envidiarle. Esto es probablemente lo que perciben los extranjeros. Saben que quitándole el pie del encima al agro o al menos aliviando su situación tributaria, el crecimiento del sector puede ser explosivo. Y eso lo torna atractivo para invertir.
Es muy poco lo que se ha hablado en los últimos años del valor de la tierra en nuestro país, reflejo de lo complicada que ha estado la actividad agropecuaria, que además de padecer las intervenciones antes citadas viene de tres Niñas consecutivas. Ahora hay luz al final del túnel. No es poca cosa.