El corazón enorme de Denver es similar al de Jaime Lorente. Lo mismo con el carácter indomable. El atrevimiento y la picardía también los emparenta, al igual que el amor incondicional por la familia: el intrépido atracador de La Casa de Papel era capaz de matar por Moscú, su padre; el actor oriundo de Murcia, España, se desvive por sus hijos. Y ambos son ocurrentes y divertidos. Pero... muy divertidos.
¡Algo más! Los dos encontraron ahí el amor. Denver con Estocolmo (Esther Acebo). Jaime con Marta Goenaga, vestuarista de la serie, con quien está en pareja desde 2021.
Y es que aun cuando se define como más reflexivo y pacífico, mucho de lo que Lorente es en la vida real se refleja en el personaje que interpretó en la recordadísima serie de Netflix. No resulta extraño que en la calle, al cruzarlo de casualidad, algún cholulo le grite “¡Denver!” y no “¡Jaime!”. Esta situación -como confiesa en este encuentro con Infobae- le generó algún conflicto interno a este artista de prometedora trayectoria, con solo 33 años: protagonizó el filme Disco, Ibiza, Locomía, también las series El Cid y Mano de hierro, entre otras. Además es cantante, modelo y conductor. ¿Y boxeador? Sí. También.
La primera visita de Jaime Lorente a la Argentina tuvo que ver con su participación en Párense de Manos 2: se subió al ring para boxear contra Nazareno Casero, en el estadio de Vélez. El combate fue de los más intensos de esta edición, aun cuando el español venía con un problema de salud.
“Durante un rodaje se me infectó algo: me tuvieron que hacer una regeneración de paladar, de encía, de hueso, de todo -explica Jaime-. Entonces, he estado un tiempo parado. Me habían recomendado no pelear: ‘Estás completamente loco’. Pero tenía muchas ganas de subir al ring”.
—Aunque es un combate de exhibición, sin ganadores, ¿da miedo en algún momento?
—Sí, claro que sí. Da miedo. Y si te dicen que no, te mienten.
—En Párense de Manos, ¿todo fue de verdad?
—Es de verdad, absoluto. Sí, claro. Pero estamos cuidados: vamos con protecciones, con guantes de 14 onzas. No somos profesionales. Por muy fuerte que pegue, yo no tengo la mano de...
—Quiero charlar también con el Jaime artista. ¿Puedo?
—Lo que tú quieras. Tú mandas.
—¿Cómo te llevás con la paternidad?
—Muy bien. Tendría 200 hijos más. La casa llena de niños, de seres pequeñitos intentando destrozar todo. Me gusta mucho ser papá.
—¿Tu mujer está de acuerdo con tener 200 más?
—No...
—¿Ella dijo: “Hasta acá”?
—De momento sí. Y es verdad que tuvimos los dos hijos muy seguidos: la mayor (Amaia) tiene tres años y el pequeño (Luca), un año y medio. Para ella también ha sido un compromiso físico brutal. A mí, la paternidad me coloca en el lugar que tengo que estar.
—¿Ese es tu lugar en el mundo?
—Sí, sin duda. Y es una responsabilidad: es un error querer seguir haciendo tu vida como si no tuvieses hijos. Soy cero moralista y no voy a juzgar a nadie, pero es una responsabilidad.
—¿Tus hijos ya entienden que tienen un papá muy famoso?
—Y... se están empezando a sentir cosas raras. Es una cosa que me genera un montón de dilemas. Mi niña es súper espabilada, pero ella no entiende por qué a su papá le piden tantas fotos en la calle. Y por ejemplo, le pregunta a mi mujer: “Pero mamá, ¿por qué papá duerme en el trabajo? Los papás de mis compañeros duermen en casa”. Porque claro, yo me voy a trabajar fuera y no vuelvo en un mes.
—¿Qué fue Denver en tu vida, en tu carrera?
—Pues mira, ha sido todo: el motivo de muchas alegrías, y también de muchas penas. Estoy con una especie de reconciliación con todo lo que me sucedió en La Casa de Papel, que a nivel laboral me ha dado muchísimo, pero también me ha quitado mucho personal, mío, ¿no? Jaime ha desaparecido detrás de ese boom. Tampoco es fácil de gestionar cuando la gente por la calle ya no menciona nunca tu nombre, sino el del personaje. Hubo un momento de mucha tensión con Denver y con La Casa de Papel. Lo hablé mucho con mi terapeuta, que además me dijo: “En Argentina tu personaje ha funcionado mucho. Seguramente salgas y la gente no vaya a decir Jaime, sino Denver. Es el momento perfecto para reconciliarte con eso”. Y sí, vengo un poquito con esa cosa de volver a abrazar todo lo que sucedió.
—Hubo un antes y un después en tu carrera con La Casa de Papel.
—Sin duda. Te coloca en el mapa. Y lo único que un actor quiere es que conozcan quién es, para que le llamen.
—Después de La Casa de Papel, imagino que la elección de los personajes debe haber sido muy importante, para no quedar encasillado.
—Sí y no. Mi profesión me parece muy importante, pero no tanto. Es decir, ¿estar buscando siempre el personaje que trascienda artísticamente? Bueno, sí. Pero bajá un cambio, que hacemos pelis, somos actores. Yo tengo dos niños y quiero que coman, y que tengan una vida de puta madre. Eso es lo principal. Antes sí que miraba mucho por lo artístico; ya no tanto. Cuando hay algo artístico que me emociona mucho, voy a por ello. Pero si hay algo menos artístico, pero mis hijos dentro de X tiempo van a poder acceder a ciertos sitios, yo lo cojo, no tengo problema. Hay una cosa de decir: “Quiero contar esto para cambiar el mundo”. Y bueno, tío, relájate... Porque no hacemos pan, ¿sabes? Culturalmente, nuestro trabajo es muy importante y muy influyente. Pero relájate.
—Y hay que pagar el colegio de los chicos.
—¡Claro! Esto es un oficio. Y no puedes estar buscando siempre hacer el trabajo que te cambia la vida, porque te vas a frustrar. Eso pasa una vez cada mucho tiempo. Tú, mientras, sigues trabajando. Y habrá guiones malos, películas que te salgan muy mal, personajes que los haga muy mal.
—¿Hay cosas que hayan salido mal?
—Muchísimas. Casi todo, considero. Te lo digo de verdad. Pero no me importa estar mal en un papel. Me he formado muchísimo como actor, pero también trabajo un poco para arriesgarme y a ver qué pasa, porque si voy a lo seguro, a lo que yo sé que es el dos más dos, voy a estar correcto. Pero si trabajo para fallar y sale algo brillante, va a ser de la hostia. Y si he fallado, pues bueno, a la gente se la pela: va al cine, después se va a su casa, y no piensa realmente en el trabajo que has hecho. El actor está en su casa, pensando: “¡Hostia, lo he hecho fatal!”, y a la señora que ha ido a verte, es que le das igual. Y al compañero de profesión también, tío. ¿Has estado mal? Pues bueno, ya estarás mejor en otra vez. No pasa nada.
—¿Se quedan amigos con los elencos?
—No soy un actor que vaya a generar amistades en los rodajes. Creo que es un poco peligroso. ¿Sabes qué pasa? Uno está emocionalmente muy disponible para que interpretes una escena y pasen cosas de verdad en un lugar tan violento como es un rodaje. Pero estás especialmente abierto. Entonces todo cobra una intensidad suprema y se crean relaciones que están muy magnificadas. Pueden surgir amistades de verdad, pero estas familias que se generan, que “te debo la vida, somos lo más”, luego suele ser que no.
—Duran el ratito que dura el rodaje.
—Y está muy bien. Pero luego hay gente que lo lleva mal y se lleva chascos, claro.
—Pero con el Chino Darín, ¿quedaron con vínculo después?
—Sí, pero porque yo soy muy amigo de Úrsula (Corbero). Ya lo conocía de antes. Él es un sol además, un tipazo.
—Tenemos actores argentinos trabajando en España. ¿Cómo los ves?
—¿Sabes lo que pasa? Que a mí me encantan, porque la cultura actoral de aquí me parece impresionante. Es una de las escuelas interpretativas más importantes del mundo. Los argentinos tienen algo muy especial, muy especial...
—Lo que pasó con la película de Locomía fue muy fuerte. Y sobre los comentarios homofóbicos que hay todo el tiempo, en todos lados, dijiste: “No los quiero acá”. ¿Qué creés que pasa con esta posibilidad de decir de todo en las redes sociales?
—Desde que soy papá estoy mucho más sensible con estas cosas. Mis hijos también van a estar expuestos a esto. Y dependiendo de la orientación sexual que tengan, van a estar expuestos a esta banda de borregos que yo, sinceramente, si los tuviese delante, le hinchaba a hostias a todos... Así de claro.
—¿Siempre te importó o hay algo con la paternidad que se activó distinto?
—Hay algo con la injusticia que siempre me ha hecho rebelarme. Sí que es verdad que soy muy picón: a mí me pones algo por Twitter y me cabreo, y te mando a tomar por culo. Soy así porque me gusta el pique. Con temas graves sí que me cabreo de verdad, sí que me duele. Y con la paternidad, el suflé ha subido. De hecho, ya me he quitado Twitter. No tengo.
—¿Te lo sacaste?
—Pero porque no paraba: ya era el Cid Campeador en Twitter. Eso era una barbaridad. Ya no sé si soy comunista o fascista, porque pongo una cosa y me llaman facha, pongo otra cosa, me llaman comunista. Digo: “Esto es la guerra”. Y me lo quité. Dije: “¡A tomar por culo!”.
—¿Quién te recomendó que lo sacaras?
—Mi madre, porque ella sufría mucho con las peleas. “Ya está, Jaime. Por favor, hazlo por mí”, me dijo. Y entonces me lo quité.
—Aparte, le respondías a todo el mundo. Sos muy democrático a la hora de la respuesta.
—Sí, se repartía a todo el mundo por igual.
—¿Había algo de disfrute en esas peleas?
—Sí, sí. Te lo pasas bien. No deja de ser verborrea. Es divertido.
—Había algo que te divertía, ¿pero nunca te lastimó?
—Me lastimó cuando empecé a ver que había gente de mi alrededor que sí sufría por eso, como mi madre, que sí lo pasaba mal.
—¿Y tu representante nunca te dijeron: “Basta Jaime, salí de ahí, por favor”?
—Lo que pasa es que mi repre me conoce mucho: sabe que si ella me lo dice, lo voy a hacer más.
—O sea, niño enamoradizo e indomable.
—Indomable.
—Jaime, voy a jugar un ratito con vos. Si te parece, te voy a dar dos alternativas y vos vas a elegir entre una de ellas. ¿Preferís ser siempre el que lava los platos o doblar todos los días la sábana de abajo, con el elástico?
—La sábana de abajo, que mi madre me enseñó un truco guapísimo para eso.
—¿Preferís ser incapaz de mentir o descubrir siempre cuándo te están mintiendo?
—Descubrir cuando me están mintiendo. Soy desconfiado por naturaleza.
—¿Sexo todos los días o una vez cada tres meses?
—Todos los días me parece una barbaridad, ¿no? Todos los días.
—¿Dar o recibir un baile erótico?
—Recibirlo. Pero bailo de puta madre. Soy gran bailarín.
—¿No saber nada o saberlo todo?
—Es un dilema guapísimo ese... Saberlo todo es demasiado sufrimiento. Mejor no saber nada.
—¿Preferís tener mucha suerte o mucho talento?
—Mucho talento. Conciliar con saber que tu lugar en el mundo es solo por suerte, creo que tiene que ser complicado de cojones.
—¿Ser la persona más rica o la más divertida del mundo?
—La más divertida ya lo soy. Así que la más rica.
—¿Vivir en un mundo sin delito o sin privacidad?
—Sin delitos.
—¿Viajar al pasado o al futuro?
—Al pasado.
—Si te regalo una charla, ¿con quién sería?
—Con mi abuela.
—¿Te vio actor?
—No. Pero lo sabía.
—¿Qué le contarías?
—Que la echo de menos.
—¿Le presentás a sus nietos?
—No digas eso porque me pongo a llorar...