En un nuevo episodio de Espacio Único, el ciclo de entrevistas de Infobae y Banco Comafi que celebra a mujeres de gran trayectoria, la abogada penalista Marta Nercellas reflexionó sobre los momentos más significativos de su carrera y los casos que la conmovieron desde lo personal. Con más de 50 años de experiencia en el derecho penal, destacó la relevancia de la ética profesional y analizó críticamente el estado actual de la justicia en Argentina.
Marta es una destacada abogada especializada en Derecho Penal y Derecho Penal Tributario, egresada de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Fundó el Estudio Nercellas Abogados en 1974, consolidándose como una referente en su campo.
A lo largo de su carrera, ha asistido a numerosos cursos de especialización tanto en universidades nacionales como extranjeras. Se desempeñó como profesora adjunta regular en la UBA, donde dictó las materias Elementos del Derecho Penal y Procesal Penal y Régimen del Proceso Penal. También fue titular de la materia Derecho Penal Tributario en el Máster en Derecho Penal y Criminología de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora y docente en el Programa de Actualización y Profundización en Derecho Penal Tributario de la UBA.
Además de su labor académica, Nercellas es miembro de la Sociedad Panamericana de Criminología, la Asociación Argentina de Estudios Fiscales y otras instituciones vinculadas al Derecho Penal y los Delitos Económicos. Ha sido expositora en congresos y conferencias sobre temas relacionados con delitos económicos, financieros, tributarios, cambiarios, mala praxis y terrorismo. Es autora de varios artículos publicados en libros y revistas especializadas y actúa como jurado para la designación de jueces de competencia penal en Argentina.
— ¿Por qué decidiste ser abogada penalista?
— Era muy pequeña y empecé a decir que quería ser abogada. Cuando vi que mi madre entró en estupor, diciéndome si ser profesora no era más femenino, omití lo de penalista. Pero ya lo tenía pensado: quería ser abogada penalista.
— ¿Había abogados en tu familia?
— No, no conocía a ningún abogado ni en mi familia ni fuera de ella. Ni siquiera mi papá había consultado nunca con un abogado, al menos que yo supiera. No sé de dónde surgió este deseo, pero era un deseo intenso como para que yo, que era bastante tímida y comunicaba pocas cosas, sintiera la necesidad de contárselo a mis padres siendo todavía chica porque tendría 10 u 11 años. Aunque me faltaban muchos años para elegir carrera, yo sabía que quería ser abogada.
— Durante tu carrera ayudaste a muchas personas a recuperar la libertad y a hacer justicia, ¿hay algún caso emblemático que te haya marcado?
— Es muy difícil esa selección porque en tantos años tuve muchos casos que me conmocionaron por diferentes razones. Tuve el caso de una tentativa de homicidio de una pareja que, pese a que tenía una prohibición para acercarse a la mujer, fue a la puerta del colegio cuando ella llevó a sus hijas y le descargó el revólver pegadito a su cuerpo. Esta señora corrió, se encerró en la escuela y se salvó. El odio la salvó porque él apretó el gatillo tan cerquita de su cuerpo que las balas no adquirieron velocidad y no la mataron. Ese caso para mí fue muy importante porque no existía todavía la ley que equiparaba las parejas al cónyuge, el único homicidio agravado era el del cónyuge y este era pareja. Fue conmocionante por varias cosas: porque el tribunal lo entendió, tenían dos hijas y no había diferencia entre una pareja o cónyuge. Fue un tribunal magnífico. Ella había permanecido estoica al lado mío durante todo el juicio. Cuando terminó el proceso, le dieron a él la posibilidad de decir las últimas palabras. Él se expresa y luego se da vuelta, la mira y le dice: “¿Te das cuenta lo que me hiciste?” y ella se largó a llorar de una manera que yo no sabía cómo contenerla. Esto me demostró un montón de cosas referidas a la violencia, qué significa el violento en la vida del violentado y cómo les resulta incluso difícil a las mujeres, después de actos muy graves, reconocer desde cuándo viene esa violencia. Aprendí un montón con esa causa y siempre la comento cuando, tal vez, no fue de las más importantes que tuve o de las más emblemáticas desde el punto de vista profesional.
— ¿Hubo algún caso que te frustró?
— La causa AMIA. Cuando después del juicio el Tribunal declarara la nulidad de toda la prueba que nos había costado tanto conseguir y por la que me habían amenazado, por la que habíamos pasado situaciones realmente muy, muy complejas, realmente sentí que era muy difícil seguir, pese a lo cual apelamos, llegamos a la Corte y la Corte nos recuperó un montón de la prueba que el Tribunal había declarado nula. Pero en ese momento no podía reaccionar. Tenía en mi nuca la mirada de las víctimas que estaban sentadas atrás y yo sentía que tenía la responsabilidad de darles una respuesta y no se las podía dar porque me decían: “Todo lo que juntaste no sirve para nada”. Fue muy duro.
— ¿Tuviste miedo en algún momento?
— Mi hijo dice que yo no soy valiente sino irresponsable con lo cual no tengo la sensación de miedo. Yo me acuerdo cuando en algún momento estaba amenazada por la Policía Bonaerense, me mandaron la custodia y yo lo echaba para la esquina y él me decía: “¿Pero dígame dónde me quedo?” Pobre hombre lo echábamos.
— ¿Cómo ves a la justicia argentina en estos momentos?
— Mal.
— ¿Por qué?
— Creo que, por un lado, porque la infraestructura está mal. Hay demasiadas vacancias, entonces los jueces corren de un lugar a otro y han perdido la sensibilidad de ver, por lo menos en mi fuero, que lo que tienen delante no es un expediente, no es dinero, son personas, familias, porque cuando hay una causa penal es toda la familia la que queda involucrada. Estoy justo ahora en dos juicios orales y en uno de ellos se reúnen como les parece, incluso uno de los jueces ni siquiera enciende la cámara. ¿Cómo puedo creer que entiende lo que dice el testigo si ni siquiera le veo la cara? Es esencial que estén ahí presentes, que vean la reacción del testigo porque el cuerpo habla, no solamente la palabra. También han perdido mucha credibilidad porque la jurisprudencia no es permanente, varían según el apellido de la persona que está involucrada, existen muchas diferencias de tratamiento de uno y del otro lado del escritorio; y no hablo solo de los jueces también hay abogados que actúan en una forma cuestionable. Yo creo que hemos perdido cosas muy importantes, pero esencialmente el sentido de lo moral y el sentido de lo que está bien y lo que está mal. Una persona pudo haber cometido un delito, pero lo que está bien es defenderla conforme lo que pide la Constitución. Siempre respetando la regla, nunca fuera de ella.
— ¿Qué sentís que te hace única?
— No soy tímida para el esfuerzo, no hay ninguna puerta cerrada que no intente abrirla. No siento que los demás pueden manejar mi vida y decirme: “Por acá, no”. Si yo quiero ir por ese camino, lo voy a intentar de todas las maneras posibles porque creo que la perseverancia y ser honesta conmigo misma, preguntarme a mí misma: “¿Ahora qué harías?” y hacer eso que me contesto. Siempre traté de enseñar, soy mejor docente que abogada. Me gusta enseñar y siempre tengo alguien alrededor a quien le estoy explicando. Soy una admiradora de la juventud. Los chicos jóvenes son nuestro futuro y a ellos hay que explicarles y enseñarles. Cuando después de una jornada difícil son los jóvenes los que me dicen: “¿Venís a tomar una birra con nosotros?” Es el mejor premio que puedo recibir, no por la birra que no me gusta (risas), sino porque ellos, que son dos generaciones menos, me consideran para participar de esa reunión.
— ¿Cómo hacés para mantener la pasión por la profesión?
— Amo lo que hago, mucha gente me sugiere por qué no dejo de trabajar y sería imposible. Es como armar un rompecabezas o una novela, uno va acomodando las piezas que tiene y la felicidad que te da cuando lográs armarlo es tan grande... Mi profesión es maravillosa. Yo los cargo a los demás abogados y les digo que solamente somos abogados los penalistas, pero es injusto. Yo siento que lo que hago es vida porque le podés recuperar la vida a una persona que ha perdido la ilusión. Se modifica su vida y su entorno, su familia, todo. Siento que es tanto lo que uno puede hacer en este trabajo que realmente espero poder hacerlo muchos años más. Cuando se me acabe la chispita, no por el entusiasmo porque creo que no se va a acabar, sino por la capacidad de enfrentar los temas, espero no darme cuenta porque me va a doler.
— Te voy a hacer la pregunta Comafi. ¿Consideras que la educación financiera es una de las principales herramientas para poder frenar la violencia económica contra las mujeres en los hogares?
— Es absolutamente imprescindible. La cantidad de veces que yo he visto mujeres imputadas por hechos que no tenían ni idea que habían sucedido y fueron sido utilizadas muchas veces por sus parejas, por el varón de la casa, a veces de buena fe, porque pensaban que no iba a pasar nada grave, y otras veces con mala fe, es realmente llamativo. Yo no sé absolutamente nada de finanzas. La única regla que tengo en la vida es la que me enseñó mi papá: “Todo es barato y lo podés comprar si vale menos de lo que podés gastar y todo es caro si vale más” y no importa lo que sea. Lo más lindo que me enseñó mi papá es a no desear aquello que no puedo tener, pero con esto solo no alcanza para la vida. Me alcanzó para moverme con mis honorarios, con mis gastos y mis cosas, pero a la mujer en general no le alcanza, necesita tener formación financiera y no estábamos hablando de grandes números, ni grandes inversiones o bonos, estamos hablando de algunas herramientas imprescindibles.
— Teniendo en cuenta que comenzaste muy desde abajo en una época en la que las mujeres no tenían espacio en ese rubro, ¿qué legado te gustaría dejar en el mundo de la abogacía y del derecho penal?
— Yo no sabía, pero hubo un periodista, Héctor Ruiz Núñez, que falleció y él estaba haciendo un libro que se llamaba Los abogados del poder. Desconozco por qué razón me había considerado una abogada del poder, pero lo cierto es que él fue quien me contó que durante más de 24 o 25 años yo fui la única abogada mujer cabeza de estudio en Capital Federal. Mi legado es que la conducta de uno es esencial, es decir, vos podés defender delitos, pero no podés cometer delitos. El escritorio marca el lugar de uno y del otro, respetar las normas es lo único que te puede hacer permanecer en un lugar porque lo que hacés queda para siempre. Todos nos podemos equivocar, pero hay que tratar de enmendar el error lo más rápido que puedas porque queda en piedra y eso no se borra.