Alejandra Ferrari: su historia como Directora de Relaciones Institucionales de Alamesa, el restaurante inclusivo que transforma vidas

En Espacio Único, el ciclo de entrevistas de Infobae y Banco Comafi, compartió su experiencia en el desarrollo de este proyecto innovador. Además, destacó la importancia de liderar con empatía y construir redes para promover un entorno en el que la integración sea un pilar fundamental.

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En un nuevo episodio de Espacio Único, el ciclo de entrevistas de Infobae y Banco Comafi, Alejandra Ferrari, Directora de Relaciones Institucionales de Alamesa, el restaurante manejado y atendido por jóvenes neurodivergentes, compartió su experiencia en la creación de este proyecto transformador que busca crear un entorno de trabajo más equitativo. Además, subrayó la necesidad de generar iniciativas que no solo inspiren sino que también promuevan un cambio real en la sociedad.

Alejandra estudió Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales, vivió varios años en Estados Unidos y Perú; y trabajó activamente en programas de inclusión. Fue designada como enlace con la comunidad del Distrito de Escuelas Públicas de Burbank, en California; y se desempeñó como Directora de Hablemos, un plan de integración cultural al sistema educativo para padres hispano parlantes, entre otras iniciativas.

Alejandra Ferrari: "Todos los padres que tenemos un hijo neurodiverso nos cuestionamos seriamente qué es lo que pasa después de que terminan la escuela". (Candela Teicheira)
Alejandra Ferrari: "Todos los padres que tenemos un hijo neurodiverso nos cuestionamos seriamente qué es lo que pasa después de que terminan la escuela". (Candela Teicheira)

— ¿Cómo surge Alamesa?

— Surge de una necesidad en particular y personalmente de un papá Fernando Polack, que vio que su hija terminaba la escolaridad y no veía qué hacer a futuro. Pero en realidad todos los padres que tenemos un hijo neurodiverso nos cuestionamos seriamente qué es lo que pasa después del colegio. Los chicos vienen acompañados o de la mano con la escuela, pero terminan las clases y empiezan a vivir una metaexistencia: van al psicólogo, a la psicopedagoga, van a un centro a hacer un taller, a hacer un deporte. Hay todo un relato y no hay una vida. Hace poco me preguntaron qué le había aportado Alamesa a Nacho, mi hijo, que tiene 34 años y ya había trabajado anteriormente en otro lugar. Y yo lo que les respondí: normalidad. Cualquiera de nosotros cuando se recibe del secundario, estudia en la universidad o empieza a trabajar y se convierte en un adulto. Estos jóvenes, en general, no dan ese paso. Es como que la sociedad está adormecida o estaba adormecida y no veía que ese paso es fundamental. A veces los tildan de angelitos, de almas puras, hay muchos clichés acerca de esto, pero el paso a la adultez lo tenemos que dar todos y ellos tienen la capacidad de darlo.

— ¿Cómo fueron los primeros pasos para armar este restaurante que está manejado y atendido por 40 jóvenes neurodiversos?

— Después de la pandemia hasta marzo de este mismo año, se empezaron a desarrollar los primero 16 chicos. Empezaron a hacer una práctica desde los materiales y sentir qué les era familiar y qué no, qué sonidos sí y qué sonidos no. Es todo lo que tiene que ver con el registro metodológico de lo que ellos podían hacer.

— ¿Con qué se encuentra un cliente cuando llega al restaurante?

— Está todo diagramado y armado que ni siquiera te das cuenta de todos los pasos que hay previos. Llegás en la mesa y te encontrás con unos individuales que se codifican por colores y letras, entonces aquel que reconoce el color va a saber a dónde va el plato y aquel que reconoce la letra, también va a saber a dónde va. Los carritos que llevan la comida están organizados de esa manera y en función a lo que es la mesa, cómo está dispuesta. Nada está librado al azar y todo les da seguridad. Incluso, varios foodies que vinieron nos dijeron: “Esto lo tendríamos que tener cualquiera de los restaurantes” porque organiza y te libera de cometer errores.

— ¿Cómo se dividen las tareas entre los chicos?

Lo lindo de Alamesa es que todos hacen todo. Obviamente, se respetan las preferencias. Hay chicos que por ahí tienen más aversión al ruido, entonces están en un lugar como la cocina, que hay un poco menos de ruido, pero en general todos prueban hacer todo y es maravilloso ver cuando les decís: “¿Querés hacer tal cosa hoy?”. Y de repente te miran y te dicen: “¿Viste qué bien que lo hice?”. Es un desafío sin mayores riesgos y crecimiento para ellos.

— ¿Hay ejemplos como Alamesa en otras partes del mundo?

— No. Existen muchos cafecitos, delivery, catering, pero esto que de que todo lo hagan ellos y frente al público, no hay otro. En Alamesa, que está ubicado en Cañitas, hay 40 jóvenes neurodiversos y 7 empleados. Los que están empleados son facilitadores y una de las reglas básicas de Alamesa es que no se pueden inmiscuir en el trabajo que están haciendo los jóvenes. Los chicos hacen el trabajo y se equivocan, después se ve y se evalúa, pero ellos hacen todas las tareas. Para todos los que estamos ahí fue una gran enseñanza.

— ¿Cuál fue el desafío que te tocó atravesar en el inicio de este proyecto?

Aprender que la neurodiversidad es infinita. Yo conocía a mi hijo, no conocía a los otros y cada chico es un mundo. Hay tantas diversidades como chicos en el mundo y también cómo compaginás todo esto dentro del neurotípico, cómo encontrás tu lugar, tu posición. Yo creo que ese fue uno de mis grandes desafíos también: buscar el espacio que yo estaba desempeñando en Alamesa.

— ¿Están en contacto con ONG y entidades que trabajen con neurodivergencia para que cada vez haya más espacios como este?

— Sí. En Alamesa tenemos más de mil CVs esperando, que es una de las cosas que a mí me hace un nudo en el estómago, porque intentamos recibirlos a todos porque es maravilloso que alguien venga y pueda presentar su curriculum. La idea no es hacer franquicias, pero sí que haya una ferretería como Alamesa, una farmacia u otros rubros. Hay muchas cosas puede haber con el método. El tema es que el método no es preconcebido, no lo tomamos de otro lado sino que se está desarrollando a medida que vamos creciendo y lo ponemos en práctica. Empezamos con 20 comensales y ahora estamos atendiendo a 100, 120. Está en proceso de desarrollo y el aprendizaje es día a día. La idea es que todos se puedan nutrir de esto y en el futuro ver la posibilidad de dar algún curso, charlas, para que esto sea una realidad porque claramente hay una necesidad.

"Soy una ferviente creyente de que cuanto más das, más recibís", señaló la Directora de Relaciones Institucionales de Alamesa. (Candela Teicheira)
"Soy una ferviente creyente de que cuanto más das, más recibís", señaló la Directora de Relaciones Institucionales de Alamesa. (Candela Teicheira)

— ¿Cómo era Alejandra Ferrari antes de Alamesa? Porque tenés una carrera destacada en proyectos de inclusión.

— Conocí a mi marido estudiando relaciones internacionales y la vida nos llevó a vivir en distintos países. Viví 7 años en California, 7 años en Perú y yendo y viniendo 5 años en Miami. Mudarte te cambia la visión de las cosas. El primer día que entramos al colegio con Nacho se había abolido hacía poco la educación bilingüe. A partir de ahí tenía que aprender inglés o no podía ir a la escuela.

— ¿Qué enseñanzas te dejó vivir en California?

— Varias. Es un mundo muy diferente, ni mejor ni peor. Tuve la oportunidad de trabajar y se me abrieron las puertas de una manera maravillosa. Creo que una de las mayores cosas que aprendí es acerca de la independencia. Trabajé con un grupo de padres, en general madres, que no sabían el idioma, que no lo iban a aprender, que sus hijos aprendían otro idioma y que iban a dejar de hablar el español, en este caso.

— ¿En qué consistía ese trabajo?

— Me metí porque Nacho, como decía antes se había abolido la educación bilingüe, y me dijeron que podía ir como voluntaria y con la maestra de Nacho empecé a corregir pruebas, hablar con los chicos y un día ella me mira y me dice: “¿Sabés que por esto te pagan? Andá y aplicá”. Ahí apliqué a un trabajo de profesora de apoyo, como segunda lengua y empecé a ver que en realidad había que hacer mucho énfasis en los padres porque los chicos, que eran de muy bajos recursos, no aprendían inglés porque el caudal de palabras que se utilizaban en el hogar era ínfimo comparado con la escuela. A veces damos por sentado el caudal de adjetivos, de construcción de frases que tenemos. Estas personas, no por culpa de ellas, sino porque era de dónde venían, no hablaban frases completas, no tenían los conocimientos de los objetos. Cuando vos no tenés presente ese objeto o la construcción semántica de lo que es una frase, un párrafo, un relato, es muy difícil aprender otro idioma. El puesto que me dieron era de Community Liaison, era una especie de alianza entre las otras sociedades y la norteamericana. Empecé a trabajar con las mamás, les explicaba cosas que tal vez damos por sentado, como por ejemplo: en casa cortás una manzana y decís: “Te doy mitad de manzana” o, si la compartimos con mis hijos, es un cuarto para cada una y con eso estamos enseñando matemáticas y no nos damos cuenta. También al ir al supermercado, ves una naranja que tiene poros, a veces es brillante o es opaca. Así empezaron a incluir adjetivos calificativos que hacen a la construcción de una oración. Las maestras se daban cuenta que de un día para el otro, los chicos daban un vuelco en el aprendizaje y era por estas pequeñas grandes cosas.

— ¿Sentís que hoy en día hay una apertura a liderar desde lo humano y ser más empáticos?

Soy una ferviente creyente de que cuanto más das, más recibís. Por ahí yo te doy a vos y no recibo de vos, pero al dar igual vuelve. Al menos esa es mi filosofía de vida. Siempre estuve contactada con el dar, con construir redes y compartir lo que sé y poder dar al otro, genuinamente.

— ¿Qué te hace una mujer única?

— Yo creo que esto de ser optimista, en el buen sentido de la palabra, de no bajar los brazos. Puedo tocar 20 puertas o 30, 40, 50 porque sé que alguna se va a abrir. Confío en la gente, creo que la gente confía en mí y si me llevo alguna decepción, es la excepción a la regla. Nos hace mejores como sociedad creer y construir. Si estamos juntos, somos más poderosos, entonces creo que todo eso, hace un buen combo.

— Te voy a hacer la pregunta Comafi. ¿Crees que a las mujeres aún nos falta educación financiera?

Es una gran deuda de la educación y no solo para las mujeres. Todos necesitamos, desde chicos, hablar de economía y de finanzas. Es una carencia muy grande que tenemos en la educación y las mujeres en particular. Yo conocí un caso de una mujer que enviudó recientemente, todo lo manejaba el marido, tuvo que sacar una cuenta bancaria y la tarjeta que le dieron no le alcanza para comprar una cuenta normal de supermercado y eso no está bien. Creo que todos tenemos que empezar a ver, no importa si mucho o poco, asumirnos como personas independientes y tener lo poquito que sea. Agradezco que Comafi esté liderando este tipo de iniciativas porque realmente se necesita empezar a dar conocimiento desde chicos. En mi caso las finanzas fue dar el paso y animarme porque en definitiva es otro idioma si uno no lo sabe.

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