Miguel Ángel Russo es un exfutbolista y actual entrenador argentino, oriundo de Lanús. Se destacó como mediocampista defensivo en Estudiantes de La Plata, equipo en el que pasó toda su carrera y con el que ganó el Campeonato Metropolitano de 1982 y el Nacional de 1983, bajo la dirección de entrenadores como Carlos Bilardo y Eduardo Luján Manera.
Con 420 partidos jugados en la Primera División de Argentina y 15 encuentros internacionales, Russo consolidó una trayectoria sólida y respetada hasta su retiro en 1989. Pese a ser convocado para las eliminatorias del Mundial de 1986, una lesión le impidió participar en el evento.
En su carrera como entrenador, ha trabajado en equipos de Argentina y en el extranjero, dirigiendo en países como Chile, México, Colombia y Arabia Saudita, entre otros. Uno de sus logros más destacados fue la obtención de la Copa Libertadores en 2007 con Boca Juniors, donde el equipo mostró un juego ofensivo notable liderado por Juan Román Riquelme.
A lo largo de su carrera, Russo cosechó varios títulos significativos como el Torneo Clausura 2005 con Vélez Sarsfield. También ganó el Torneo Finalización 2017 y la Superliga 2018 con Millonarios de Colombia, convirtiéndose en una figura querida por varias aficiones, que aprecian su liderazgo y habilidades tácticas.
También enfrentó momentos personales difíciles. En 2017, fue diagnosticado con cáncer y debió someterse a un tratamiento mientras dirigía en Bogotá. “Tuve gente que me ayudó mucho, que estuvo pendiente de mí y les agradezco”, recordó el DT.
Actualmente dirige a San Lorenzo. Es su segundo ciclo al frente del club. El primero fue entre julio de 2008 y abril de 2009. Su experiencia y habilidad para motivar a sus equipos siguen siendo su sello distintivo.
Leo: — Fuiste jugador y sos técnico hace más de 30 años. ¿Cómo empieza tu historia con el fútbol?
Miguel: — Cuando apunté a jugar en Primera mi madre recién se enteraba que jugaba al fútbol porque en ese momento uno tenía que estudiar y trabajar; y yo hacía las dos cosas.
Leo: — ¿Jugabas al fútbol a escondidas?
Miguel: — No había tanta información como hay hoy. Antes un chico jugaba en tercera y era algo que nadie se enteraba. Era muy poca gente del club la que sabía.
Leo: — ¿Y cuándo tu mamá se enteró le gustó que jugaras?
Miguel: — Sí, le gustó. Pero lo primordial era que tenía que trabajar sí o sí por la necesidad de mi familia. Yo soy el mayor de ocho hermanos. El estudio también era fundamental. A través del tiempo, los factores han cambiado, la vida ha cambiado. Hoy los padres empujan a los hijos a que jueguen al fútbol, la sociedad misma. Hoy en día un chico de quinta o sexta, va a verlo la mamá, el papá, el nuevo novio de la mamá, la nueva novia del papá (risas), los hermanos, lo van a ver ocho o diez personas y están encima de él. A veces eso les hace daño también.
Leo: — Hay algunas familias que quieren que ese chico los salve a todos...
Miguel: — Buscale el parámetro que quieras. Pero la sociedad fue cambiando, hubo un cambio muy drástico, brusco y yo también me tuve que adaptar mucho a ese tipo de cosas como técnico. Cuando me inicie en Lanús, yo llamaba a los padres para hablar con ellos y hoy no. Hoy todos demandan hablar con el técnico y preguntan por qué juega, por qué no juega, en la novena, octava, séptima, en la división que quieras. Entonces hay que acomodarse a todo eso y entender cómo es la cabeza de los chicos porque hoy tienen otros intereses, otras formas y es normal y natural. No digo que esté bien o está mal. Yo digo que tienen que tomar el fútbol con mucho amor y que todo va a llegar en algún momento, no hay que apurarse. La pelota es redonda y va girando, a veces da vuelta rápido, para adelante y otras veces vuelve para atrás.
Su lucha
Russo afrontó una batalla contra el cáncer que comenzó en 2017, mientras dirigía al equipo colombiano Millonarios. A pesar de iniciar un tratamiento, decidió no alejarse de sus obligaciones como DT y llevó al equipo a ganar el Torneo Finalización en 2017, convirtiéndose en una figura de inspiración y resistencia.
Leo: — Hablaste públicamente de la enfermedad que tuviste y cómo la superaste. ¿Cómo te ves a vos mismo después de todo lo que transitaste?
Miguel: — Es como que nunca me entró en la cabeza, no el valor de la enfermedad sino la dimensión de todo eso. Yo la dejé de lado. Tuve gente que me ayudó mucho, como Mónica, mi mujer; y los colombianos me ayudaron muchísimo también. Yo digo que en todo lo que sea la enfermedad, no es que sea ignorante, pero no la valoro de la forma en la que muchos la valoran.
Leo: — O sea que no la sobredimensionaste para poder atravesarla.
Miguel: — Claro. Le tuve respeto, dedicación, le hice caso a los médicos, estuvo a mi lado mi mujer que me ayudaba en todo y de menor a mayor lo fui superando.
Leo: — ¿Es verdad que después de las primeras quimios salís campeón en Millonarios?
Miguel: — Sí. Dos días antes me doy una quimio en Bogotá y después dirijo y salgo campeón. El médico, que era hincha de Millonarios, estaba en la platea y no lo podía creer. La lluvia que había y yo parado ahí. No le doy tanta trascendencia a eso porque soy humano, de carne y hueso, todo te puede pasar, pero es la cabeza de cada uno y los momentos la clave.
Leo: — ¿Te considerás duro, fuerte de cabeza?
Miguel: — Cuando supe que tenía la enfermedad, confié en los médicos, en la gente que me ayuda, en los especialistas y gracias a Dios la llevé de la mejor manera. A parte siempre me dicen la verdad. “Mirá, te vamos a dar esta medicación que es nueva. A lo sumo se te puede caer un poco el pelo y después te crece, pero te provoca estos beneficios”, me explicaron y dije: “Listo, dale”. En un momento se me caía el pelo y parecía que me estaba muriendo y no era así (risas).
Leo: — Vos mismo te reís, pero la gente no entendía nada. ¿No?
Miguel: — No puede saber la gente ni tiene que saber porque son cosas intimas mías con el médico. Pero el mundo con este tipo de enfermedades hace un drama y es lo peor porque hoy hay mucha gente que sufre este tipo de cosas y sufre más cuando los demás te miran de otra forma, te tratan diferente. No lo digo por mí sino por lo que sucede generalmente.
Leo: — ¿Consideras que está bueno que vos lo cuentes, lo expliques de esta manera para que toda la sociedad cada vez se informe más?
Miguel: — Sí. Yo tengo muchas charlas a nivel personal, individual, con gente que me ubica y me quiere hablar. En Rosario lo hice mucho en la última etapa. No es que le doy un alivio, le digo cómo lo vivo yo.
Leo: — ¿Hubo un momento en el que la enfermedad se puso muy grave o fue controlable?
Miguel: — Uno nunca sabe. Yo digo que gracias a Dios toda la medicación que me dieron me hizo muy bien, mi cuerpo la asimiló. Pero ningún caso es igual a otro porque todos los cuerpos humanos son distintos. Es muy relativo.
Leo: — ¿Sentiste apoyo del mundo del fútbol cuando hiciste público lo que estabas atravesando?
Miguel: — Sí, hay mucha gente que estuvo pendiente de mí y les agradezco. Están contentos de verme así, activo.
Maradona
Leo: — En algún momento dijiste: “Me da vergüenza hablar de mi relación con Diego”. ¿Por qué?
Miguel: — Porque Villa Diamante, Villa Caraza, Villa Fiorito...
Leo: — Estaban cerca.
Miguel: — Claro. Las vías del tren te llevaban. De un lado eran todas casas humildes y de las vías para el otro lado eran todos potreros y cada club tenía su parte social, la canchita de baby y la cancha de 11. Entonces, todo el mundo competía en esa zona.
Leo: — ¿Y cómo se conocían con Diego?
Miguel: — De jugar, de vernos ahí. Es más, en una final de barrio contra barrio en papi fútbol, yo era chiquito y él también, yo le llevaba cuatro o cinco años, y jugábamos con los grandes frente al hospital de Lanús. No me acuerdo el nombre del club, pero fue ahí que nos conocimos.
Leo: — Bien de potrero la historia.
Miguel: — Sí, conocí lo que era Diego de chiquito más allá de lo que después fue de grande y siempre tuvimos un amor muy grande. Después jugué y competí cuando él arrancó en Argentinos. El día que él debuta contra Talleres, Bilardo me dice: “Vamos que hoy debuta un chico que es bueno” y vi el debut de Diego contra Talleres en la cancha de Argentinos Juniors. Yo ni sabía. Me llevaron por esas cosas que tenía Carlos porque hablábamos todo el día de fútbol.
Leo: — ¿No sabías que era el chico que habías conocido en el potrero?
Miguel: — No sabía que debutaba, pero sí sabía quién era.
La pasión por el fútbol
Leo: — ¿Para ser entrenador de fútbol no solo hay que saber de fútbol?
Miguel: — Hoy en día hay que saber mucho más.
Leo: — ¿De Liderazgo, de psicología y manejo de equipo?
Miguel: — Sí. También de la vida social de los chicos.
Leo: — ¿Sos bueno en ese combo?
Miguel: — Yo hablo mucho con los futbolistas, sean grandes o jóvenes, porque los grandes también tienen sus cosas. Yo las he vivido y siempre me han escuchado. La formación mía en Estudiantes y con la gente que estuve, ha sido un desarrollo espectacular. Más allá de la vida deportiva. Me acuerdo que tal vez nos hacían un gol y Bilardo me decía: “¿Cómo no te diste cuenta?” y yo le decía: “Pero el error no fue mío”. “Vos te tenés que dar cuenta”, me decía (risas). Esas cosas te van haciendo crecer, desarrollarte.
Leo: — Si no te adaptas vos un poco a la vida de hoy en día, a las redes, al teléfono, perdés un poco de conexión con el futbolista y el equipo.
Miguel: — No se trata de lo que pierda yo. Trato de inducirlos a ellos a lo que más les conviene, a que puedan jugar 15 años, desarrollar su vida y su carrera, después cada uno toma su propio camino y es su vida. Pero más allá de lo que es el futbolista como jugador para mí también vale el futbolista como persona.
Leo: — ¿Es una cuenta pendiente haber jugado más o dirigir la Selección Argentina de fútbol?
Miguel: — Uno lucha siempre por estar en lo más alto y la Selección es eso, pero no me tocó por cosas de la vida que no se dan. Argentina es un país futbolero con mucha gente que se apasiona por esto y todos competimos. Esa es la realidad.
Leo: — ¿Estuviste cerca en algún momento de ser DT de la Selección?
Miguel: — Esas cosas las guardo para mí (risas). Estuve muy cerca, pero me las guardo para mí. Se dan este tipo de situaciones y siempre hay que saber superarlas.