“Soy lo que soy” es canción, y el nombre a un álbum emblemático, y es también himno de la libertad sexual, y bandera de millones de personas que rompieron con los prejuicios ajenos y cantaron por su propia identidad. Además, muy pronto será un show en el Teatro Ópera. O mejor dicho, dos: el 8 y 9 de noviembre Sandra Mihanovich festejará los 40 años de un hito que la colocó para siempre en un lugar privilegiado del sentir popular.
“El 84 fue un año muy particular porque era el primero en democracia después de muchísimo tiempo -recuerda Sandra, con Infobae-. Fue un año de alegría, de ebullición. ¡Estábamos todos tan tan contentos! Las canciones del disco Soy lo que soy eran lo que queríamos ser, lo que éramos. Queríamos que nadie nos dijera nada, hacer lo que se nos cantara. Queríamos basta de limitaciones, de prohibiciones, de no poder”.
Aquel disco -que ya era de platino antes de salir a la venta- tenía una portada muy especial. “Desde hace ya varios meses, si vas por Corrientes y mirás la marquesina del Ópera verás a la chica con el pelo mojado tapándole los pechos. Esa foto espectacular”, dice Mihanovich, recordando aquella imagen suya que se convirtió en viral cuando las redes sociales ni siquiera existían en las películas futuristas.
Se la nota entusiasmada a Sandra, en las vísperas de un espectáculo único. “Se trata de una celebración cuasi sinfónica, con 28 músicos sobre el escenario y la dirección de Leo Sujatovich -adelanta-. Estarán las once canciones del álbum y otras diez más, que elegí muy puntualmente, según cuáles yo sentía que tenían que sumarse. Por ahí, hace mucho que no las canto. Serán una sorpresa”.
El asombro también es suyo cuando cae en una cuenta que grafica su trayectoria. “Soy lo que soy fue mi cuarto disco. Saqué 22, así que si multiplicás diez temas, por lo menos, por cada álbum, son... 220 temas. ¡Es bastante!”.
—Tus canciones forman la banda sonora de la vida de muchas personas: parejas que se formaron, que se separaron; gente que se recibió en la universidad. ¿Qué te pasa con saber que tantos chicos nacieron, o se hicieron, con una canción tuya sonando de fondo?
—No puedo decir que soy yo. No va por ahí. Va por esa propiedad maravillosa que tiene la música, de acompañarnos en todos los momentos de la vida: de permitirnos enamorarnos, hacer catarsis, enojarnos, mandar a la mierda, cagarnos de risa. La música es todopoderosa. Yo simplemente la comparto y la celebro. Y muy importante: agradezco muchísimo a todos los autores que me fueron permitiendo cantar sus canciones y armar una playlist de identidad de Sandra.
—Para mí, esas canciones son tuyas.
—Claro. Es que pasa eso: cuando el intérprete las da a conocer, cuando las canta, de alguna manera se adueña de las canciones. Me hace muy feliz cantar canciones inéditas y darlas a conocer.
—¿Hay alguna que te sorprendió por cómo funcionó?
—Todas, todas... Tuve la fortuna de encontrar las canciones a través de las cuales cantar lo que yo quería decir, que es mucho mejor que decirlo con palabras, hablando. “Soy lo que soy” es una gloria, un súper himno.
—¿Cuándo te quisiste como sos?
—Y... es un proceso largo. Lleva su tiempo quererse. Yo creo que uno se ama con pasión desde el ego. Me acuerdo que de chica, siendo preadolescente, pensaba: “¡Yo soy perfecta!”. Esa cosa infantil. Me parecía que estaba todo bien, y a la vez tenía 2000 complejos, inseguridades y miedos.
—¿Siempre te llevaste bien con vos?
—No sé... Me acuerdo el tema del cuerpo, por ejemplo, en el escenario. Mi cuerpo no me disgusta, aunque entiendo que tengo ciertas cosas que son difíciles... O sea, siempre era culona, tenía como una cosa no muy femenina. Era jugadora de hockey. Cuando empecé a cantar, me daban un micrófono y tenía que pararme en el escenario, era como: “¡Guau! ¿Y ahora qué hacemos con esto que está acá, debajo del cuello?”. Era difícil para mí. Hasta que me hizo muy bien hacer Aquí no podemos hacerlo, en el 78. Fue un gran aprendizaje de la mano de Pepito Cibrián, un gran déspota, director bravísimo, que nos latigaba a todos y a todas. Pero gran maestro de soltar, de “¡Dale, mandate! ¡Hacé, jugá!”.
—En pos del espectáculo, todo.
—Todo. Y me marcaron mucho los espectáculos infantiles que hice en los 90 con canciones de María Elena Walsh. Ahí empecé a jugar y divertirme más. Me solté un poco, y disfruté más de todo lo que hago en un escenario.
—Pero hasta ese momento, había algo con el cuerpo. ¿Tenía que ver con todo esto que nos metieron en la cabeza: los modelos, los estereotipos?
—Creo que sí. Todos tenemos esos mandatos: la estética, las formas del cuerpo, lo que está bien y lo que está mal desde el punto de vista armónico, del buen gusto... Qué sé yo.
—Pasamos de esta preadolescente perfecta a una que se sintió un poco más incómoda con su cuerpo en el escenario.
—Bueno, cantar siempre me hizo muy feliz. Me permitía pasar por alto cualquier tipo de inseguridad y de miedo. Siempre fue mi caballito de batalla: cantar cualquier cosa que quisiera cantar. Ese era el momento feliz.
—¿Y hoy, en qué momento estás con vos?
—Estoy tratando de acostumbrarme al paso del tiempo. Tengo 67, que no es mucho, y es muchísimo. Mi mamá (la periodista Mónica Cahen D’Anvers), que tiene 90, me decía: “¡Sos una pendeja!”. Pero son un montón de años. Y el paso del tiempo es algo que uno tiene que incorporar. Está bueno esto de que uno ve menos cuando es más grande, porque tiene que verse menos... Igual yo estoy operada y tengo intraoculares multifocales, así que veo todo. Creo que hoy estoy pensando en todas las cosas que quiero hacer, tratando de cuidar el cuerpo, de ordenarme, pensando que tengo mucho trabajo por hacer conmigo todavía. Por ejemplo, mucho desorden de objetos en mi casa. Quiero ordenar, y nunca me pongo a ordenar.
—¿Sos acumuladora?
—Sí, señora: soy acumuladora. Pienso que todo puede servir para algo, en algún momento.
—¿Qué es lo más inútil que voy a encontrar en tu casa, que hayas guardado?
—Estoy con el tema del reciclado: junto papeles y cartones, y se los entrego a Pablito, mi cartonero amigo, que viene por casa. Pero entonces, junto todos los papeles a ultranza, hasta el ticket del estacionamiento. ¡No tiro ni un solo papel! Tengo una bolsa colgada con papeles en la puerta de mi escritorio. Es una cosa horrible, estéticamente hablando. Si vos vieras esa bolsa...
—¿Y qué cosa guardaste pensando que la ibas a necesitar, y sigue ahí?
—Compacts. Casetes. Ropa.
—¿Tenés una casa grande?
—Tengo una casa grande, y la voy llenando.
—¿Marita está de acuerdo? Porque ya son muchos años...
—Le parece un espanto, pero me banca. Igual, ella también tiene mucha ropa guardada, ¡ojo!
—¿Cuántos años de amor con Marita?
—Arrancó en el 2008 y nos casamos en el 2016. Es el amor de mi vida. Y todos los días lo decimos: agradecemos el habernos encontrado, haber armado una familia grande. Su hija Carol ahora vive con nosotros. Antes vivía Sonsoles, que ahora vive sola. Carol vino con Delfín, que es el nieto, que tiene 22. Y es muy gracioso porque Carol le dice: “Voy a ver cuándo me mudo, porque quiero tener mi casa. Y vos, Delfín, te venís conmigo”. “¡Ni en pedo! Yo me quedo con las Abus”, le responde. Porque la casa de las Abus tiene un plus: la heladera llena, rebosante. Y el vínculo de abu es que se banca a cualquiera: no está educando, no está enseñando, está todo bien.
—¿Te llevás bien con ser abuela?
—¡Me llevo bárbaro! Un nieto de 22 es enorme, pero está muy bien.
—¿Cómo fue hacer la tapa de Soy lo que soy? No se te notaba muy incómoda.
—No. ¡Para nada!
—Pensaba en esto del cuerpo.
—Para mí, Soy lo que soy era como vine al mundo, digamos. Esa fue mi línea de pensamiento. Y nada de lo que me pusiera encima del cuerpo me iba a definir: ni una camisa azul, ni un pantalón negro, ni un nada. También confieso que a mí el cuerpo desnudo nunca me dio pudor. No voy a las playas nudistas ni mucho menos, pero siempre sentí que lo que me generaba pudor era ponerme alguna ropa con la cual no sentirme cómoda.
—O sea, la luz prendida a la hora del sexo, vale.
—Re, re. Me acuerdo que lo primero que me hizo feliz cuando me mudé sola fue dormir desnuda. ¡Qué lindo! El desnudo me parece algo muy cómodo. Es muy lindo.
—¿Y así surgió esa tapa?
—Así surgió esa tapa. El pelo mojado, tapando, porque no era la idea que la tapa fuera pornográfica, ni provocativa. Nada.
—¿Quiénes te gustan de la nueva generación de músicos?
—Me gustan las chicas. Todas. Admiro y respeto mucho a Lali, a Tini: me parecen súper laburantes. Todo ese despliegue en el escenario es extraordinario; imposible de lograr para mí una cosa semejante. Me gustan María Becerra, Zoe Gotusso. Hay un montón de cantautoras que no son tan famosas, como Silvina Moreno. Hay bocha de grupetes así, de chicas.
—Si te llaman para una colaboración con Lali, Tini o María, ¿aceptarías?
—¡Obvio! Feliz de la vida. Mientras solo tenga que cantar, colaboro con quien quiera. Si no me hacen bailar, encantada...
—No te voy a ver haciendo una coreo con María Becerra. No sería por ahí.
—No estaría pudiendo hacerlo... No por vieja, porque el cuerpo funciona y todo, pero a esta altura de la vida, papelones... ¿Con qué necesidad? Pero cantando, me la banco.
—Vi hace poco una foto del grupo de chicas que van al Cerro Uritorco, con Patricia Sosa, Valeria Lynch. ¿Estás con Patricia?
—Y bueno...
—Por eso: en esa discusión con Valeria, quedaste...
—(Interrumpe) En la discusión, nosotras quedamos del lado de Patricia.
—Team Patricia.
—Con Patricia. Bueno, sí.
—Últimamente, ¿hicieron algunos de esos viajes juntas?
—No. Estamos todo el tiempo queriendo, pero todas estamos trabajando y cantando muchísimo. Tenemos que juntar por lo menos cuatro días para poder ir hasta Córdoba.
—¿Cómo está tu mamá?
—Muy bien. Cumpliendo 90 el 7 de noviembre. Vamos a ir a almorzar con mamá. La voy a ver. Siempre vamos con Marita, nos quedamos en San Pedro. O mamá viene y se queda en casa: tiene su cuarto. La verdad es que la disfrutamos mucho. Está sana, está fuerte. Le digo: “¿De qué tenés ganas?”. “De 20 años menos”, me contesta. Obviamente, está más sola. Entonces, con mi hermano la visitamos un montón.
—¿Cómo nos estás viendo a los argentinos?
—Complicados. Con mucha necesidad de cambio, sin duda alguna. Y muy dolidos. Es complicado todo lo que pasa. Hay muchas cosas que es necesario que pasen, pero es muy dolorosa la forma en que pasan. Entonces, me cuesta. Yo voy a apoyar siempre al Gobierno que haya sido elegido, pero que siempre esté el ánimo de negociar, de dialogar. No quiero que nos guiemos por odios y por el anti. Ser anti de cualquier cosa es algo muy dañino, muy nocivo, malsano. Los cambios tienen que ver la necesidad de corregir cosas que no están bien, y yo apoyo eso. Pero como concepto, yo creo en un Estado que cuida a nuestra cultura. Con tanto zafarrancho en la Argentina, con tantas cosas incorrectas, que no funcionan o funcionan mal, el tema es que en este barrer con todo, se hace daño. Creo que ese es el problema: entra todo en la misma bolsa y no se cuida a la gente. Eso me parece jorobado.
—Se está dando una discusión importantísima con la educación.
—Seguramente hay muchas cosas para corregir en la educación, pero yo creo en la educación pública. Uno de nuestros grandes orgullos siempre ha sido la educación pública, nuestras facultades, nuestras escuelas secundarias, nuestros guardapolvos blancos, nuestra educación a lo largo y a lo ancho de toda la Argentina.
—De entre todo lo que estamos viviendo, me preocupa que parece que si no sos una cosa, sos otra.
—Sí. Y no es así. Es muy difícil porque todo se piensa en blanco y en negro, de un lado y del otro. Y se piensa desde un lugar partidario. Entonces, no. Podemos estar de acuerdo con algunas cosas y con otras, no.
—Decíamos que “Soy lo que soy”, es un himno.
—Sí.
—Y hay gente que está muy asustada por una posible pérdida de derechos. Es raro que estemos cuestionando estas cosas en el 2024.
—Absolutamente. Hagamos que todos tengamos los mismos derechos y las mismas responsabilidades. Porque no es cuestión solo de derechos, sino también de responsabilidades. Y no vayamos para atrás, no retrocedamos. A mí, poder casarme me hizo muy feliz y me llenó de orgullo. Nunca pensé que iba a poder hacerlo, que dos mujeres iban a poder casarse. Eso es algo muy valioso. Y es respetar la individualidad. A esta altura del partido, eso debiera estar claro.