Cada vez que un nene o una nena llega la escena se repite: se quedan paraditos, en silencio, inmóviles. Como detenidos en el tiempo, como ubicados en ningún lugar. Cargan con un pasado reciente -pero que se inició mucho tiempo atrás- de derechos vulnerados, arrebatados: son víctimas de abusos, de violencia física, emocional y psicológica.
Están desprotegidos. Muchos ni siquiera tienen DNI, tampoco vacunas. Cada uno de ellos sostiene una bolsa de supermercado: son las pocas pertenencias con las que cuentan. Y ninguno sonríe. Cada uno de esos rostros -que son los del desamparo- tardará semanas en reincorporar el reflejo de una sonrisa y abandonar el gesto adusto, propios del dolor y el sufrimiento. Deberán aprender a romper esa coraza que, como pudieron, construyeron para protegerse.
En la Argentina hay unos 10 mil chicos que están judicializados, es decir, a la espera de que se determine su adoptabilidad o revinculación con la familia de origen. Juguemos y Caminenos Juntos aloja a casi un centenar, distribuidos en sus distintas sedes. En la Casita de Suceli -como se explicará después, aquí no se usa el término hogar- hay 21. Se les brinda todo lo que necesitan para que vuelvan a ser niños: son cuidados, escuchados, arropados, abrazados.
“Cuando llega un chico -le cuenta Mónica, trabajadora social de la fundación, a Infobae-, le preguntamos: ‘¿Vos sabés por qué estás acá?’. ‘No. Un día estaba con mi mamá y ahora estoy acá’. Ahí le explicamos: ‘Esta es la Casita, y a partir de ahora va a ser tu casita’. ¿Por qué no le decimos hogar? Queremos un cambio de paradigma, modificar la connotación que tiene el hogar. Ellos dicen: ‘Vivo en la casita. En mi casita’. Y ellos llegan... rotos. Muy de a poco empezamos a armarlos. Y traen una autoestima muy baja porque ese adulto que lo tuvo, le dijo: ‘Vos no servís’”.
“Ningún chico llega acá por algo menor: son situaciones graves, que hizo que el Estado considerara que estaban en peligro -explica Celeste, responsable de comunicación de la fundación-. Por eso dicta una medida de protección de derechos, que en un principio es por seis meses, renovable. El Estado pide entonces una vacante en la Casita mientras trabaja para determinar la situación vincular de ese niño. Si se descarta que vuelva con su familia biológica o extendida, se dicta la adoptabilidad, y se busca una familia adoptiva”.
Los 21 chicos que están en Sucelli no son un número, una cifra. Cada uno de ellos es una historia, que debe ser escuchada.
Inocencia interrumpida
—Gracias por charlar conmigo, Carolina. ¿Estás de acuerdo en charlar conmigo?
—Sí.
—¿Cuántos años tenés?
—16.
—¿Cómo fue tu llegada a la casita?
—Fue linda. Me gustó. Acá mi vida cambió mucho porque yo estaba viviendo en el hospital. Y la pasé mal.
—¿Y acá?
—Acá llegué y sentí que mi vida cambió. Acá me abrazan, me hablan, me dicen cosas lindas.
—¿Al principio te dio un poco de miedo?
—Sí, porque yo estuve en otros hogares y no era lindo. Entonces acá me dio un miedo de que me pase lo que me pasó antes. Por suerte, no.
—¿Te están cuidando?
—Sí. Muy bien.
—¿Qué tenés ganas de que pase?
—Mi deseo es tener una familia adoptiva. También me gustaría que en toda la Argentina hagan muchos hogares, muchas casitas para los niños que están solos en un hospital. No es lindo estar solo en el hospital.
—¿Estás triste?
—A veces, porque no me gusta que otros chicos pasen lo que yo pasé.
—¿Qué soñás?
—En el futuro, me gustaría ser policía para mandar (a la cárcel a) toda esa gente mala que hay en la vida.
—¿Alguien fue malo con vos?
—Mucha gente.
Al ingresar a la Casita, los chicos preguntan por sus progenitores. Esa es una de las primeras circunstancias a atender. “Esta mañana una de las nenas lloraba, lloraba y lloraba: ‘Quiero a mi mamá, quiero que venga’, decía. ‘Mamá no puede. No es que no quiera: no puede’, le expliqué. Nosotros no juzgamos a los progenitores”, explica Mónica.
—¿Qué le pasó a esa mamá?
Mónica: —No pudo...
—¿Un tema de adicción?
Mónica: —De adicción. Y de violencia. Sabemos que extrañan a sus padres, y aún en la dureza, les decimos: “Mamá no pudo. Pero alguien te está buscando, una familia que sí va a poder”. Los niños que recibimos vienen con una violencia muy naturalizada: para ellos es normal pegarte, insultarte. Muy de a poco vamos desaprendiendo esas conductas aprendidas. Tratamos de no dejarlos en el enojo.
—Son chicos que llegan rotos, con una familia que no pudo, pero con una Justicia que intervino y dijo: “Hay que ponerlos a resguardo”.
Celeste: —Sí. Hay que sacar esta idea que tiene la gente del niño abandonado, sin familia; el niño huérfano. No es así: el 95% de los chicos tienen familias, adultos que no pudieron llevar adelante el rol de cuidado. Tenemos casos de mamás que están prófugas, que han llamado a su propio padre para decirle: “Parí a tal nena, di tal nombre, está en tal hospital”.
—¿Existen casos de revinculación con la familia de origen o extendida, es decir, tíos, abuelos, que hayan funcionado bien?
Celeste: —Con familia de origen, sí. Pero son los menos: no llegan al 10 %.
Mónica: —Cuando un chico llega le hacemos dibujar un puente. En el inicio del puente está la Casita, del otro lado lo espera su familia biológica o su familia adoptiva. Y en ese transitar, estamos nosotros.
—Muchas veces cuestionamos los tiempos de la Justicia. En promedio, ¿cuánto tiempo están los chicos en la Casita?
Mónica: —Algunos van a cumplir dos años. Y es un montón. Cuando a los seis meses se termina la medida, y no tenemos respuesta del juzgado, nos presentamos, golpeamos la puerta y les decimos: “No se olviden que están acá y que quieren tener una familia. Es su derecho”.
Mónica: —En mayo ingresaron dos nenas, una de ocho años y su hermanita de cinco, que fue muy valiente: pudo contar que la pareja de su abuela estaba abusando de ella. Todas las noches, a las 20, a ella le dolía la panza y nos pedía un jugo de naranja: “El jugo que me daba mi mamá y me hacía dormir”, nos decía. Llamo al servicio preguntando por su historia: todos los días a las 20, su mamá le daba un jugo de naranja donde había unas gotas que la hacían dormir. Y ella se despertaba al otro día desnuda, abusada.
—¿Pero qué es lo que la Justicia tiene que decidir ante un caso así? ¿Qué familia extendida hay que buscar? No entiendo...
Celeste: —Es muy difícil no juzgar. Te entiendo. Pero tratamos de estar en nuestro lugar y dar lo mejor posible. Porque no estuvimos ahí: no podemos saber todo lo que pasó, ni qué le pasó a esa mamá.
—Sé que hay gente que pasó de todo y está rota, ¿pero drogar a tu hija para que sea abusada? No merece que no la juzgue.
Celeste: —No hay dudas de que la mamá no está en condiciones. El tema es evaluar al resto de la familia.
—¿No se dio la adoptabilidad de esas niñas?
Mónica: —Todavía no. Hace dos meses que están. Seguramente van a salir en adopción, y nosotros trabajamos con ellas para que puedan con una adopción.
—Claro, hay que prepararlas.
Celeste: —Tal cual. Queremos que el niño sea feliz, que tenga su familia. ¿Pero cómo llega ese niño a hacerse en su cabeza la idea de una familia? Todo eso lleva un tiempo y un proceso: hay que desarmarlos a los chicos y volverlos a armar, prepararlos para eso. Ese es nuestro trabajo. Porque si no, vos ponés a un chico delante de un grupo de desconocidos y le decís: “Estos serán tus papás. Eso que nunca viste en tu vida, va a ser lo que te va a tocar. Y todo eso que conocías, no existe más”.
Mónica: —Cuando la familia adoptante viene, piensa que va a rescatar al niño. Y el niño ya fue rescatado acá, en la Casita.
Celeste: —En la fundación tenemos el modelo de referentes de fin de semana. Son familias con los mismos requisitos de una familia de tránsito, pero que los acompañan solo los fines de semana o en eventos en la semana. Es una familia para un niño: hasta el momento que egresan, es un compromiso firme y sostenido en el tiempo. Y son cumpleaños, vacaciones, actos del colegio. Los chicos viven experiencias familiares y eso le da referencias para decir: “Okey, entonces cuando llegue mi familia adoptiva, yo tengo un modelo sano”.
Mónica: —Y pueden ver que si la familia de origen los lastimó, no quiere decir que todas las familias lastimen, sino que pueden poner límites desde el amor. De los 21 niños que tenemos, 18 están con familias referentes. Hacen un trabajo enorme, enorme.
—¿Qué pasa con los otros niños, con quienes se quedan?
Mónica: —Se preguntan: “¿Cuándo me va a tocar? ¿Por qué a él sí, y a mí no?”. Y le explicamos.
—¿Algún chico le pidió a la Justicia: “Basta, quiero que me adopten”?
Mónica: —Sí. Uno le escribió una carta al juez diciéndole que está bien acá, pero que ya era tiempo de tener una familia. El juez no le respondió.
Sin respuestas
—Me contaron que le escribiste una carta al juez.
—Sí.
—¿Qué decía la carta?
—Decía que con mi hermana ya hace mucho tiempo que estamos (acá), dos años, y ya necesitamos una familia que nos adopte.
—¿Querés que te adopten con tu hermana?
—Sí, con mi hermana.
—¿Qué tenés ganas de hacer con una familia?
—Hacer la tarea con ellos. Ayudarlos a cocinar. Tener mis cosas.
—Acá tenés tus cosas también. ¿Qué cosa que tenés querés mucho?
—El peluche. Y tengo una almohada que me la hizo Juliana (una de las cuidadoras), que dice mi nombre. Siempre me abrazo al peluche y a la almohada.
—¿Para dormir?
—Sí. Y a veces rezo a la noche, antes de acostarme.
—¿Y qué pedís?
—Siempre pido una familia adoptiva que me adopte. Eso, nomás.
—¿Le contaste al juez que te portás bien y que estudiás?
—No... Eso no le puse. Me olvidé. Quería poner eso, pero... Me olvidé.
—A veces se van compañeritos tuyos porque son adoptados. ¿Qué te pasa cuando eso sucede?
—Me pongo como medio enojado porque yo también quiero que me adopten. Y yo digo en mi mente: “A mí también me va a llegar una familia adoptiva”.
No siempre todo termina -o empieza- cuando ese niño es adoptado. Hay casos en los cuales la familia adoptiva regresó a ese chico. “Hay una cuestión de romantizar y creer que porque hay amor, ya está. Pero son desconocidos mutuamente: hay que trabajar ese vínculo, construirlo y darle el tiempo a cada uno, al niño y a la familia, para que pueda hacerlo”, advierte Celeste.
—Me indigno con esos padres adoptivos que devuelven un niño.
Celeste: —Yo me enojo muchísimo más con la Justicia, porque el Estado es el responsable de no volver a vulnerar los derechos de ese niño. Ese papá adoptivo no sabe o no puede. Pero se supone que del otro lado hay gente que está formada para velar por los derechos de niño. Entonces digo: “No podemos fallar ahí”. Y más me enoja ver que las situaciones en que ha fallado, fue cuando no nos dieron lugar, cuando no nos escucharon y quisieron hacer las cosas rápido.
—Pero, ¿cómo devolvés a un niño?
Celeste: —No, no... Yo no lo puedo... (se interrumpe).
Mónica: —No nos entra en la cabeza. Creo que a veces falta acompañamiento.
—¿Qué le pasa a un niño que se fue lleno de ilusión con una familia adoptiva, y luego es devuelto?
Mónica: —Y... cree que fue él. “¿Hice algo mal, Moni? Fui yo”, te dice. “No, no hiciste nada malo. No fuiste vos”. Y el resto de los niños, que vieron que se fue y que volvió, te dicen: “¿Moni, a mí me pueden devolver?”. A veces hay un juzgado que no nos escucha, y nosotros conocemos al niño, sabemos su historia. Les decimos: “Es por acá. Si se te pone debajo de la mesa, ponete debajo de la mesa con él. Si te va a insultar, te va a poner al límite”. El niño te pone al límite porque prueba el amor. Son niños resilientes.
Celeste: —Entre el 10% y el 15% de los chicos son devueltos.
—Es un montón.
Celeste: —Sí. Es un montón. Pero también hay un montón de casos exitosos.
—La mayoría son chiquitos. Pero en la Casita hay una nena de 16 años.
Celeste: —Sí. Es un caso excepcional. Nuestro convenio es (recibir niños de) hasta diez años. Pero siempre decimos que no elegimos a los niños. Tenemos el caso de una nena que está con diálisis tres veces por semana, que estaba en un hospital. Que necesitaba un trasplante, pero no podía estar en lista de espera porque no tenía un representante legal. Entonces, nosotros hicimos todo: le dimos una habitación, un acompañante, un traslado con una persona a diálisis. Hace psicólogo, psiquiatra, fonoaudiología.
Un pacto para vivir
—¿Me querés contar cuál es ese sueño?
—Tener un riñón.
—¿Te tienen que hacer un trasplante de riñón?
—Sí.
—¿Estás haciendo diálisis?
—Sí. Tres veces por semana.
—¿Hace mucho?
—Hace un montón.
—Sé que viviste un tiempo en un hospital, antes de llegar acá.
—Sí. Un año.
—¿Cómo era vivir en un hospital?
—No comía.
—¿Qué va a pasar cuando llegue ese riñón?
—Voy a poder comer sal y todo eso.
—¿Te molesta ir a diálisis?
—Sí.
—¿Por qué?
—Me pinchan acá...
—¿Qué es lo que más te gusta de estar acá, en la Casita?
—Escuchar música, jugar con los chicos, andar a caballo.
—¿Me contás cuál es tu sueño?
—Ver a mi mamá.
—¿Hace mucho que no la ves?
—Sí.
—Y cuando seas grande, ¿qué querés ser?
—Actriz.
Cada uno de esos 21 niños carga con un pasado doloroso, un presente de cuidados, y gracias a eso, con un futuro de expectativas crecientes. Porque en la Casita les enseñan a soñar, a creer. “Tienen que convencerse de que pueden ser felices -destaca Celeste-. Llegan sin sonreír, llegan apagados, como una flor que está cerrada. Y con el tiempo se empiezan a abrir, a brillar. Empiezan a florecer. Eso es maravilloso. Verlos brillar, verlos jugar. Ver que vuelven a ser niños. Ahí es cuando decimos: “Se puede”.
Mónica: —Y les decimos: “Soñá, porque todos tus sueños se van a cumplir”. Hacer equitación, andar en karting, lo que sea: nosotros hacemos todo lo imposible para que eso pueda ser realidad. Para que el día de mañana puedan contar su historia con orgullo y decir: “Yo estuve en la casita de Sucelli. Yo fui amada. Yo fui cuidado”.
Celeste: —Cuando llegan, no se sienten con derecho a nada. No saben ni elegir un gusto de helado. Y nosotros trabajamos para que ellos sepan que tienen voz, que pueden elegir, que pueden soñar. Y cumplir ese sueño. Nosotros no podemos cambiar su pasado, pero sí podemos cuidar su presente y darles herramientas para su futuro.
* Los nombres de los niños que prestaron su testimonio fueron modificados por su seguridad y protección.