La vida extraordinaria de una estrella de la música encuentra muchos puntos en común -más de lo imaginado- con las situaciones cotidianas que afronta cualquier mortal. Porque Juanse, el rockstar, es también Juan Sebastián Gutiérrez, el hombre de a pie. Y entonces, cuando el líder de Ratones Paranoicos comienza a narrar una vivencia asombrosa, como la vez que jugó al pool con Keith Richards y Ronnie Wood, este hombre de 62 años, casado desde hace tres décadas, se sonroja. “Empezás a contar la anécdota y tus hijos se miran como diciendo: ‘Ahí va de nuevo...’. Entonces, ahora ya me retraigo un poco”.
En cambio, quienes conservan intacta la capacidad de asombro son los seguidores -que ya se cuentan por varias generaciones- de la banda que lidera la voz de Juanse, acompañado por la guitarra de Pablo Sarcófago Cano, el bajo de Pablo Memi y la batería de Rubén Quiroga. Este 14 de septiembre se presentarán en Vélez, para celebrar nada menos que 40 años como banda. En Última Ceremonia Tour, repasarán decenas de clásicos, como “Vicio”, “Ya morí”, “Rock del gato”, La nave” y “Sigue girando”, entre otros. También “Rock del pedazo”, el hit que estuvo cerca de no existir.
“Andrew (Loog Oldham, productor inglés del disco Fieras lunáticas, de 1991) no lo quería incluir porque decía que iba a tapar todo el álbum -comienza a narrar Juanse, y aquí se lo sigue con atención-. En esa época se usaba el máster. Pero en el primer máster que Andrew envía, el tema no estaba. Me llama (Alberto) Caldeiro, presidente de Sony Music: “Escuchame, ¡se volvió loco este chabón! Por favor, decile…”. Andrew ya tenía otro máster listo, con ‘El rock del pedazo’”.
La anécdota abre el juego del encuentro de Juanse con Infobae. Aquí hablará de los Ratones y de su historia de amor con Julieta Testai. También de Milei y de política. De la grieta. De los vínculos entre los músicos y el Estado. Del feminismo. Y hasta de la Revolución Francesa, a la que considera “la maldición más grande de la historia de la Humanidad”.
—La gira se llama Última Ceremonia. ¿De verdad es la última?
—Sí, es la última. No creo que haya propuestas de sumar, y está bien. Podría tener otro contexto, tal vez sumar algo en otro ámbito, salir del estadio, digamos.
—Pero que no sea la última...
—Mirá, es como una milanesa con papas fritas, ¿viste? Decís: “Es la última”, y te las clavás todas, ¿entendés? Tenemos compromisos que hacen que vayamos a Mendoza, Rosario.
—Hablemos de estos 40 años. ¿El peor show?
—¡Uh! No tengo idea. El peor show es el que doy en la ducha. Por ahí hubo shows donde no estaban (dadas) las condiciones técnicas.
—¿Dieron algún show peleados entre ustedes?
—No. Sí hemos discutido antes de subir, pero peleados no. Sería muy difícil.
—¿Cuántas giras?
—Muchas. Prácticamente el 60% de nuestro material está grabado en el exterior. O sea que a las giras hay que sumarle la convivencia y los viajes para grabar y mezclar. Me llaman todo el tiempo con que me dan premios por volar...
—¿Tenés muchas millas?
—Yo no sumo. Juli, mi mujer, anota.
—¿Ella es la que administra en casa?
—Ella distribuye. Es la administradora, desde el punto de vista de las cuentas. Y eso vendría a ser como una especie de Banco Central, que dice: “¿Puedo o no puedo?”. Es el mejor sistema.
—30 años de casados. Se ganó todo, Juli. Estuvo siempre.
—Sí. Con todas las etapas que hemos tenido. Ella era muy joven cuando empezamos a convivir, fuimos como criándonos entre nosotros y llegamos a formar un equipo, que es el mejor concepto.
—¿Me contás la historia ?
—En el 92 teníamos un show en San Luis para el Día de la Primavera. Era un lugar amplio, había 8000 y pico de personas, y entre el público, la vi a Juli. Estuve todo el show buscando a ver por dónde iba... Cuando terminó el show les dije a mis custodios: “A ver si pueden hablar con ella y traerla”. Fueron a buscarla, pero se equivocaron: vino otra persona, no vino ella. “Disculpame”, le dije, y me fui al hotel. A la noche salimos. Vamos a bailar y estaba trepándose a un parlante.
—¿Qué edad tenía Juli?
—17.
—¿Y vos?
—Dije que tenía 24. Pero tenía 30.
—Hoy sería un quilombo.
—Y sí... pero era otra época. Ya hace 32 años que estamos. No depende de eso.
—¿Esa misma noche arrancó el noviazgo?
—Sí. Ahí.
—Pero ella vivía en San Luis.
—Claro. Me la llevé a Mendoza. Fue un escándalo. Había un cura en San Luis que tenía un programa de radio: “Esto no puede pasar en nuestra ciudad”, dijo. En esa época el rock and roll era como sospechoso, digamos. Pero le dije: “Volvé, agarrá tus cosas y vení”. Y así fue.
—¿Cómo era para Juli estar con un ídolo del rock? ¿Era celosa?
—Sí, pero no lo demostraba. Después sí se manifiesta. Bueno, yo también... En esa época había 20 personas esperándote, día y noche. O sea, no podías bajar del hotel. Eso estaba transformándose en un problema, porque nosotros teníamos 30 años, estábamos en nuestro esplendor, nos estaba yendo muy bien, conseguíamos todo lo que queríamos. Y eso te empodera un poco. Pero tuvimos nuestro primer hijo muy temprano, y eso fue poniéndome los pies sobre la tierra.
—¿La paternidad te ordenó?
—Sí, me ordenó bastante. Y después terminó de ordenarme la fe.
—Hablábamos de los celos. ¿Vos también eras celoso?
—Yo era peor que ella. Es muy atractiva, y cuando era joven llamaba mucho la atención, realmente. Cualquier cosa que pasaba, me irritaba. Pero eso, gracias a Dios, cambió.
—¿Celoso controlado?
—Totalmente. Nunca tuvimos gracias a Dios, nunca, ni de lejos un episodio de ningún tipo. Yo jamás toque a mis hijos, por ejemplo. Eran las reglas de oro de la casa.
—¿Juli te ayudó en todo lo que tuvo que ver con las drogas?
—Sí, ayudó siempre. Porque nunca tomó drogas. Nunca. Ni alcohol; a veces se pide una caipirinha en algún lugar. Y eso te ayuda porque te va marcando. La clave de la vida es tener dónde volver, quién te espere, buscar ese refugio cuando te sentís solo. Porque en las giras, aunque uno disfruta, hace lo que quiere y la pasa bien, hay un momento de soledad. En ese aspecto, ayuda muchísimo.
—¿Cuál es la clave para durar 30 años?
—Yo no la tengo. Lo que sí, de vez en cuando hay que tirar un plato, ¿viste?, revolearlo, para que se ponga en orden. Son discusiones. Pero la familia es eso.
—Mencionaste esa primera paternidad. ¿Cómo te encontraste como papá?
—Bien. Yo soy único hijo, y mi vieja es una persona obsesiva con los horarios, la limpieza, la cena, el colegio. Entonces, aprendí eso. Y podíamos fácilmente encargarnos. Pero pasaba que, por ahí, a veces volvía de una gira a las 9 y Daland (su hijo mayor) estaba despierto. Juli ya estaba harta de tenerlo en brazos: “¡Bienvenido!”. Una vez lo tuve nueve horas en brazos... Pero ese es el concepto de equipo.
—¿Cómo es el sexo después de 30 años?
—¡Ah! Maravilloso.
—¿Sos más de arrancar vos?
—Y... por lo general, sí. Porque no te olvides: yo tengo 62 y ella va a cumplir 50. O sea... Hay etapas, ¿viste?, que se van cumpliendo dentro de lo que es el metabolismo. Entonces va cambiando el protagonismo del que inicia el partido. Y yo soy muy salvaje, digamos; no tengo ningún inconveniente.
—Te llevo a la música. ¿Cómo te llevás con los cambios en la industria? Hoy está regida por las métricas y el algoritmo.
—Nosotros vivimos la mejor época de la industria. Empezamos a vender muchos discos en la época en que había casetes, CDs y vinilos, y era el mercado que estaba. Juega mucho más a favor haber pertenecido a esa generación que la de estar buscando a ver cuántas views tenés en el clip o en las plataformas, que son muy flojas. Desde el punto de vista del sonido, de la tecnología, no se ha logrado alcanzar la profundidad, los planos, la condensación y la compresión de los discos.
—Con la llegada de las redes veo en las nuevas generaciones un gran nivel de presión y de angustia.
—Mirá, es como si hubieran puesto en un cañón gigante toda una tribuna de adolescentes talentosos. Lo que pasa es que los dispararon al vacío...
—¿Te gusta lo que hacen?
—No tengo información. Veo cosas viste, qué sé yo. Te puedo decir, objetivamente, que para mí Dua Lipa es una artista de primer nivel. Ahora encontraron que muchos de sus hits son éxitos de toda la vida, transformados. Pero eso no quita que no tenga una imagen y una voz.
—¿Te puedo ver haciendo una colaboración con alguno de los chicos de acá?
—Y... sí. Si necesitan algo, yo (estoy).
—Fuiste al mismo colegio del Presidente.
—Fui al (Instituto Cardenal) Copello. Pablo Sarco (Cano) y yo.
—¿Se cruzaron alguna vez con Milei?
—No, porque es de otra generación. Yo tengo diez años más.
—Milei los fue a ver a varios shows.
—A nosotros nos han ido a ver todos, desde jugadores de fútbol a políticos.
—¿Choluleaste a alguien en estos años?
—Nunca. Estuve seis horas con Keith (Richards) y Ronnie Wood jugando al snooker, que es el pool que juegan los ingleses, y no les pedí ni una foto. Nada.
—Lo importante: ¿quién ganó?
—Ganamos Ron y yo. Jugamos contra Richard y (el fotógrafo) Leo Aramburu. Pero ahí ya éramos tipos grandes. No queríamos pedir autógrafos; queríamos tocar, sonar mejor que ellos.
—¿Qué mirada tenés de este debate que se está dando sobre la participación del Estado en los festivales de los artistas?
—Nosotros, históricamente, hemos mantenido una actitud absolutamente neutral. Creo que en el 86, 87, tuvimos una gira con (Eduardo) Angeloz. Nada que ver políticamente, pero la gira nos abría el camino: iban multitudes a todos los shows que hacíamos. El Estado estaba demasiado extendido, ¿sabés? O sea, estábamos. Íbamos a ser víctimas del Estado. El pueblo acompañó un proceso que duró casi 20 años, y llegó un momento en que la propuesta se agotó. Hay que ver qué pasa con lo que viene. Después, nosotros tenemos la libertad de elegir si vamos a continuar o vamos a deshacer todo y volver donde estábamos. Cuando voy a misa, alguien lee y todos están escuchando. Cuando terminás de leer, porque a veces soy lector y a veces les toca leer a otros, decimos: “Es palabra de Dios”, y todo el mundo debe contestar: “Te alabamos, Señor”. No hay 20 personas leyendo a la vez... A eso me refiero. Bueno, ahora el que tiene que leer el libreto es el Presidente. Hay que construir algo. Si no estamos de acuerdo, que construyan algo mejor como propuesta y no va a haber ningún problema. Tiene que haber una alternancia, que es básica.
—Y estás de acuerdo con achicar el Estado.
—Sí. Siempre estuve a favor del Estado. Pero cuando el Estado se transforma en una fotocopiadora de billetes... Bueno, algo tiene que cambiar. Y hay que pasarla ajustado. ¿A quién no le gusta estar cómodo, viajar y comprar cosas?
—Con esta situación de los festivales que organiza el Estado, ¿sentís que se abusó?
—Yo no soy nadie para opinar sobre eso, porque nosotros hemos tocado tanto con el Estado como (con el sector) privado. Y la nuestra es una banda que se presta: de acuerdo a la propuesta que haya, aceptaremos o no. A lo que voy: no tiene nada de malo tocar para el Estado.
—Ni llegar con el show a gente que no podría venir acá, a Buenos Aires, a verlos.
—Pero esa es una construcción que, a veces, se usa demagógicamente. Hay cosas que son irregulares. Eso es lo que hay que modificar. Si vos tocás en Caleta Olivia y van 50 personas, pero te pagaron el show como si fueras a tocar al Madison Square Garden... Aparte, le hace mal al ambiente porque le estás quitando posibilidades a otro que vaya a producir en forma privada un show, donde podría asistir más gente y todos cobrarían lo mismo que se cobra cuando lo organiza el Estado.
—Me interesa tu mirada porque conocés cómo se arma un show.
—Claro. La diferencia existe cuando vos querés eliminar al Estado. Ahí es donde viene el problema. O sea: no podés. Bah, que hagan lo que quieran. Yo no soy político, ni tengo poder ni nada. Ahora, entre nosotros tenemos que tratar de hacer fuerza y terminar con: “Esto que se hizo hasta acá, no sirvió nada, Ahora hago esto”. Porque después viene otro y te borra todo lo bueno que hizo el que siguió.
—En Argentina, un 55% de la población está por debajo de la línea de pobreza.
—Claro. Pero eso no está generado desde ahora. Hace 100 años que estamos con esto... Yo tengo 62, y desde que soy chiquito veo siempre lo mismo. Acá hay cosas que pasan desde siempre. Cuando vas por la calle y ves a la gente durmiendo en un colchón, lamentablemente la gente mira para otro lado. Siempre hay una excusa para no compartir: “No, a ver si me roba”, a ver si esto, a ver si lo otro... Y después vamos a casa, y estamos cómodos con el televisor, las pantuflas.
—¿No somos solidarios, o nos cuesta ver?
—Somos solidarios en la emergencia: inundaciones, guerras. En eso nunca fallamos. Somos un ejemplo en el mundo. Pero el sistema logró que vos ignores a una persona. Creo que nos falta muchísimo para ser solidarios.
—¿Nos vamos a amigar un poco los argentinos?
—Yo creo que sí. Conozco gente que se ha dejado de hablar porque no piensan igual. Es una cosa totalmente absurda. No se puede entender. Nosotros estamos expresando nuestras ideas y conversando como a mí me gustaría que ocurriera en todos lados, todo el tiempo. Fijate en la televisión: se están quejando porque no pueden resolver a la competencia, que es el streaming. Pero desde hace ocho años los noticieros hablan de lo mismo sin parar. Y encima, hablan todos a la vez.
—¿Cómo te llevás con el feminismo?
—Para mí el feminismo siempre existió, desde el Génesis. Primero, el feminismo es un extremo, como radicalismo, peronismo. Jesús no te va a preguntar si sos radical o peronista; o si sos feminista. Ahora, que haya personas que crean que hay que recuperar derechos, qué sé yo... Está bien, pero qué sé yo. Siempre fue igual. No hay que imponer una postura. Hay que desarrollar el bien común.
—Pero en algún momento las mujeres no votaban. Y en muchos países todavía no pueden estudiar o firmar un contrato.
—¿En qué lugares?
—Muchos de Africa y de Medio Oriente, por ejemplo.
—Pero menos mal, porque están destruyendo esos dos países. Los están destruyendo con bombas, con guerras, con hambre. ¿Qué queres encima, que estudie? No puede. No llega
—Yo quisiera que las mujeres estudien. Sí.
—Está bien. Yo también. Pero yo no me voy a convencer de algo de lo que vos te percibís. Yo conozco la realidad. O sea, vos me estás diciendo: “Ay, me percibo cacerola”. Y no: yo te veo que hablás, y tenés ojos, corazón, órganos. Sos un ser humano, no sos una cacerola. Tengo muchos amigos feministas y amigas feministas, y tengo muchos amigos que no están de acuerdo. Pero se puede convivir. Bueno, vos, ¿qué pensás sobre el feminismo?
—Yo soy feminista.
—¿Sos feminista?
—Sí. Soy feminista. Te lo respondo porque me estás preguntando; no es que a la gente le interese ahora que hable yo, por supuesto, pero me preguntás y te respondo. Siento que hay una lucha por derechos que a las mujeres no nos fueron dados y que nos cuestan un montón. Pero soy muy respetuosa en lo que cada uno piensa y en este espacio no es mi opinión la que importa.
—Bueno. A eso iba. Al diálogo. ¿Sabes qué pasa? Me acuerdo cuando te querían imponer que te guste tal o cual estilo de música. Nosotros, los Ratones, somos producto de eso: de la inconformidad con respecto a lo que estaba impuesto desde los medios de comunicación, desde las compañías de. Y entonces, ahí aprendí a convivir, porque vos no podés decirle a un tipo que es feo lo que hace porque vos no hacés lo mismo. Vos sos feminista. Y lo respeto. Tengo amigas feministas.
—Y ahí nos encontramos. Con respeto.
—Sí. Pero cuando empiezan a gritar, son un plomazo... Son un plomo. Empiezan a discutir, es terrible eso. Igual, hay que dejar pasar un tiempo para que se vaya calmando todo. Otro dato: no te olvides dónde comenzó el feminismo.
—¿Dónde comenzó?
—El feminismo empieza en el siglo XVIII, en Inglaterra. Porque lo de Francia es otra cosa, y ahí sí puedo discutir lo que quieras. La maldición más grande de la historia de la Humanidad es la Revolución Francesa, ¿entendés? Porque deformó y trastornó todos los conceptos que le había tomado milenios al hombre alcanzar.