La capacidad de un actor de conmover al público dependerá de las emociones y sentimientos que es capaz de transmitir y ese registro seguramente será más rico según las experiencias que haya vivido el artista. En sus 41 años cumplidos el 14 de abril, Michel Noher vivió mucho. Sobre todo en estos últimos meses.
Y así, en este encuentro con Infobae el actor hablará con el corazón en la mano cuando le toque hablar de su mamá. Y de su partida. Y de las preguntas urgentes que solo responderá el tiempo. Pero se le dibujará una sonrisa al mencionar a su hijo. Sigiloso, optará por la cautela al reparar en su vínculo amoroso (apenas dirá que se llama Valentina, y que están en pareja desde hace un año y medio). Y se tornará adusto al dar su mirada sobre la crisis social y económica del país.
Aunque convidará alegría al hablar del teatro. “Me encanta poder ofrecer algo gratuito y de súper calidad, en este momento en el que es tan difícil acceder”, destaca sobre El hijo eterno, que los domingos por la tarde interpreta en el Centro Cultural Borges. Además, a partir del 3 de octubre, todos los jueves a las 22 hs. en la Sala Picasso del Paseo La Plaza Michel subirá al escenario junto a Tomás Fonzi, Sabrina Garciarena y Malena Sánchez para Pequeños grandes momentos, bajo la dirección de Dalia Elnecavé.
“Es una obra hermosa -se entusiasma-. Nos gusta llamarla un abrazo teatral, porque quien venga a la sala se va a sentir acompañado. Son historias reales con las que te identificás, inevitablemente, por lo verdadero de lo que se cuenta. Y con una vuelta de tuerca linda, que te deja pensando”.
—¿Cada uno de ustedes cuenta una historia?
—Sí. Todo esto surge de un blog, Querida Sugar, donde la gente escribía y contaba temas personales, sentimentales. Y había un otro, Sugar, que contestaba y trataba de dar una respuesta valiosa. Entonces en la obra todos vamos ocupando distintos roles, como pasa un poco en la amistad: a veces toca ser el consejero y muchas otras, el aconsejado. Podemos ser quien padece, pero también podemos ser quien da una respuesta.
—En la vida real, ¿sos más el consejero o el aconsejado?
—Trato de mantenerme en los dos lados, pero soy más de dar consejos.
—¿Sos de buscar opiniones o vas con la tuya?
—Soy un eterno analizado y me interesa estar siempre buscando nuevas formas de pensar. Es lo que nos toca: ver cómo convivimos mejor con el afuera.
—Eterno analizado; ¿siempre en terapia tradicional?
—La base es el psicoanálisis. Es la terapia que más me ha acompañado en el tiempo. Pero en el medio, he hecho de todo.
—¿Por ejemplo?
—Hice una, brainspotting, que tiene que ver con fijar la mirada en determinados lugares y a partir de ahí, lo que sentís en el cuerpo. Alguna vez también hice constelaciones familiares. Y cada tanto voy a que me hagan la revolución solar. Cada una me sirvió para algo. A veces el psicoanálisis se muerde la cola, en el sentido de que se queda muy en la mente. Estas otras (terapias) presentan posibilidades más simbólicas algunas, más físicas otras. Uno es un todo, no es solo mente.
—Hace muy poquito murió tu mamá, y escribiste en las redes algo muy lindo.
—Con la muerte de mi madre se me movió todo. Este es un año muy intenso; está totalmente marcado por ese hecho. Una enfermedad bastante veloz... A fin de enero, estando de vacaciones en Bariloche, donde vivía mi mamá, nos enteramos del cuadro. Y desde ahí fue acompañar y cuidar, hasta el 9 de junio, día en que falleció.
—¿Vos estabas con tu mamá cuando le llegó el diagnóstico?
—Sí, sí. Y dentro del horror, porque es un horror, una cosa innecesaria, la pude acompañar en todo el proceso. A principio de año me tocaba estar acá, en Argentina, porque muchas veces me toca estar afuera. Y cuando dolorosamente ocurre lo de mi madre, todo cobró un sentido: “Menos mal que estoy acá...”, dije. Imaginate si me tocaba estar en otro lado. ¿Cómo sostenés eso? Y bueno, me tocó devolver todo lo que mi madre me ha dado...
—¿Ibas y venías a Bariloche?
—Iba y venía, porque acá estábamos con la obra, y porque también está Antón (el hijo que tuvo con Celeste Cid). Pero cuando estaba acá, estaba totalmente conectado allá: organizando todo, luchando contra la obra social de la provincia de Río Negro, con todo lo que eso implica. Mi madre, docente jubilada, y ya sabemos lo que es para la salud: una desfinanciación absoluta, en todos los sentidos. Entonces era la lucha por encontrar algo de dignidad, dentro de todo eso.
—¿Pudiste despedirte, decirle todo lo que querías decir?
—Sí, sí. Y estoy todavía muy en proceso. Lo que te puedo decir ahora es apenas una parte de lo que entenderé más adelante. No pasaron ni dos meses... Pero algo tengo claro: no me quedé con ninguna deuda; ni tampoco siento ninguna deuda de parte de ella.
—Eso es un montón.
—Eso es un montón... Y está el aceptar lo que es: todo lo que uno no entiende de esa ausencia. Todavía no sé dónde ubicar esa ausencia. Y me pasan un montón de cosas: un día estoy triste, otro día estoy enojado. Hay todo un cansancio por todo el esfuerzo que hubo. Y también hay cierta falta de tolerancia; como que todo me cansa un poco.
—¿La extrañás en lo que imaginaste que ibas a extrañarla, o en otras cosas?
—Es que no sé todavía... No puedo dar muchas respuestas porque no sé. Como yo vivo en Buenos Aires desde hace muchos años y ella estaba en Bariloche, había cierta distancia, y estaba el mensajearse. Y sí me pasa mucho estar a punto de mandar un mensaje, y... Mucho de lo que soy tiene que ver con mi mamá: mis valores, mis principios; muchas de mis taras. Hay algo que está en mí. Todavía estoy tratando de entender lo que pasó. Tengo tiempo.
—A veces uno se enoja ante una situación así.
—Sí. Reconozco cierto enojo en alguien que disfrutó tanto de vivir, y que vivió hasta el último momento en una situación tan difícil. Mi mamá tenía esclerosis múltiple desde hacía 25 años, y lidiaba con eso de una manera increíble... Entonces llega esto, y deja de tener la independencia que siempre quiso tener. Vivía sola, manejaba, iba a comer con sus amigos; trabajó hasta que se jubiló, diez años atrás. Mi mamá era una persona única. Y su mayor enseñanza fue cómo vivió su esclerosis: no sé si la padeció como quizás yo siento que la hubiese padecido, si me tocaba a mí.
—Vuelvo a la imagen que diste de la obra. ¿En qué momento necesitás un abrazo?
—Todos los días.
—¿Qué abrazo necesitás: el del público, es de tu hijo, es de tu mujer?
—Más que nada el de mi hijo.
—Antón tiene siete años, con lo cual, todavía abraza.
—Sí. Y dice “Te amo”. Pero ese abrazo tampoco es el abrazo físico, ¿no? Es sentir que uno tiene una red, que hay amigos con los que puede contar. Eso es fundamental, y más en este momento, que el mundo está muy hostil. Nos damos cuenta de que este sistema en el que estamos metidos, y que hemos construido entre todos, algunos queriéndolo más, otros menos, ya no funciona. No se sostiene. Y en vez de buscar nuevas posibilidades, se vuelve cada vez más cruel y desigual. La riqueza está cada vez más concentrada, y el que está afuera, está cada vez más afuera.
—Según las últimas cifras, 55% de la población argentina está por debajo de la línea de pobreza.
—Y algo así como el 20%, en indigencia. Es un horror. Pero al mismo tiempo está tan bien armada la cosa que uno parece encontrarse cada vez con menos herramientas para modificar ese recorrido, que está planteado desde hace tanto. Los gobiernos tienen cada vez menos poder porque están deslegitimizados.
—¿Qué te genera Milei?
—Es muy violento en sus formas. Es doloroso que se hable así desde esos estratos de poder.
—¿Y qué pensás de lo que está pasando con la cultura?
—Creo que responde a esa misma forma. La cultura genera identidad, y hay una idea de luchar contra toda identidad nacional. A mí no me gusta hablar de la cultura porque parece superficial cuando hay una situación de desigualdad tan grande, un hambre tan fuerte. Prefiero hablar de cuestiones más económicas, de industria. Este gobierno profesa que todo debe funcionar de una manera eficiente y generar ganancias. Y el INCAA genera ganancias: por cada peso invertido en una película, se terminan recuperando cuatro. Y es una industria que trae dinero de afuera, que trae dólares, algo que estamos necesitando. Entonces, luchar contra eso... No es tan claro el tema.
—¿Y entonces por qué creés que se da esa batalla?
—Más allá de que económicamente convenga, se prefiere destruir la cultura porque los símbolos son los que nos mantiene unidos.
—¿Puede tener que ver con el INCAA y otros organismos quedaron como símbolos del gobierno anterior?
—Alguien lo puede leer así. Pero el INCAA no es el símbolo de un gobierno: es el símbolo y el orgullo de un país. Cada vez que voy a filmar afuera, todo el mundo me habla de lo maravilloso que es el cine argentino; no me dicen que el cine es kirchnerista, macrista o lo que fuera. Es gracias a todos, y esas cosas hay que favorecerlas. Si estamos pensando en que el INCAA estuvo bueno y se hicieron buenas películas en el gobierno anterior, y entonces por eso lo voy a destrozar, para que no exista más... No sé a quién está favoreciendo.
—¿Vamos a jugar?
—¿A qué vamos a jugar?
—Vas a ir eligiendo cartas al azar, con distintas preguntas. Y te voy a dar un comodín, que lo vas a poder usar cuando quieras, una sola vez, para no responder esa pregunta.
—Perfecto. Ah, ¿saco?
—Sí. A ver: “¿A quién le dijiste por primera vez te amo?”.
—Supongo que a mi mamá.
—Otra. “Sos presidente por un día...”.
—¿Un día? ¡Uff, qué poco!
—”¿Qué tres decretos firmás?”.
—Mirá vos. Interesante... Impuestos a las grandes fortunas. Es un problema a nivel global, ¿no? Algo hay que hacer ahí. Fomento a la cultura, sin dudas. Y es fundamental el autoabastecimiento: mientras acá haya personas con hambre, no deberíamos poder exportar nada. Por ahí es reloco, ¿no? Seguramente por eso duro un solo un día en el poder...
—Una más: “¿A quién le debés un pedido de disculpas?”.
—Dejame pensar... Soy bastante de hacerme cargo cuando la pifio. Pero mirá, hay una persona a la que le debo un pedido de disculpas. No fue hace mucho tiempo. Llegué a mi casa. No tengo garage, pero suele haber lugar para estacionar en la puerta. Llego y había un auto esperando, con las balizas puestas. Había un espacio, entonces frené. Esperé un ratito, pensando que se iba a acomodar. No se acomodó. Y entonces, me estacioné. “No, pero yo me estaba...”, vino a decirme. “Me hubiera avisado”, le dije. Hubo una discusión. Yo estaba con el tema de mi vieja en la cabeza, y me fui. Ni siquiera le dije: “Discúlpeme”. Ese fue el tema. Y a ese señor le debo un pedido de disculpas, porque tenía razón. Yo estaba ansioso, pero le tendría que haber dejado el lugar. Ya está... Así que, disculpas.
—Otra. “Dicen que toda persona mayor de 13 años hizo algo fuera de la ley, alguna vez. ¿Cuál fue tu caso? ¿Con qué te saliste de la ley?”.
—Robé. De chico, en un kiosco. En un verano estaba con un primo, que era un poco más grande. Él compró alguna cosa, pero nos llevamos un poco más de lo que habíamos comprado...
—¿Se enteró alguien?
—No. Creo que no.
—”¿Qué fue lo más extravagante que hiciste en la cama?”.
—Voy a usar el comodín...
—”¿Preferís tres meses sin sexo o seis meses sin celular?”.
—¡Uy!, me vendría bárbaro seis meses sin celular.
—Me quedo en la temática: “¿Tres meses sin sexo o sexo todos los días?”.
—Todos los días.
—Es un montón todos los días. Es un trabajo...
—Bueno, pero hay que elegir.
—”¿Vivir sin Internet o sin calefacción/aire acondicionado?”.
—Sin Internet. Estaría muy bien para todos que en un momento dejemos de estar ahí.
—¿Te sale?
—Poco, poco... Me ocupo de que me salga. Digo: “Bueno, voy a ir a cenar”, y dejo el teléfono en casa. Hago cosas así.