Puede ser que Delfina Chaves esté hecha de excepciones: “No vi ninguna película de Disney. Nunca vi El Rey León”, dirá con naturalidad, para ejemplificar por qué es “la persona menos romántica” del mundo. Y así, a lo largo de esta entrevista con Infobae, deslizará -hasta casi sin querer- una serie de características bien suyas que podrían resultar poco habituales.
Este rasgo también se vislumbra en su profesión: cada papel que interpretó -como aquel que la consagró en ATAV- lo consiguió después de atravesar casting y audiciones. Y no, esto no es habitual. Porque esta joven de 28 años hecha de excepciones, es una actriz excepcional. Como lo demuestra en Máxima, la primera temporada de la serie de Max donde se pone en la piel de la reina Máxima Zorreguieta. Un rol al que llegó... por un casting, claro.
“Es duro verse -confiesa Delfina sobre este personaje, aunque en su caso, aplica para cualquier otro-. Con los años aprendí a verme, porque sirve para entender qué cosas tenés que corregir. Necesitás tiempo para ser objetiva con vos misma y decir: ‘Bueno, esto quiero trabajarlo’”.
—¿Cómo quedás elegida para el papel de Máxima?
—Fue en época del Mundial, diciembre del 2022. Sabía que estaban buscando desde hacía mucho tiempo una actriz para este personaje. Y cuando hay un proyecto del que tengo muchas ganas de formar parte, le digo a mi representante (Claudia Scheffler): “Por favor, meteme en una audición, que me tomen un casting”. Pero en este caso pensé: “No tengo chance. Se van a dar cuenta en la primera que no soy yo”.
—Venías de megaromperla en ATAV, pero no se te cayeron los anillos para llamar y buscar un lugar en la audición.
—Para todos mis proyectos hice una audición. No hay ninguno que me hayan llamado directamente. Soy chica, estoy buscando mi lugar.
—¿Con ATAV también había sido así?
—Me llamaron para una audición y, como era de los años 30, caí toda vestida de época: me hice el pelo en un lugar vintage, alquilé un vestido. A veces ayuda ir con el rol.
—¿Y cuando te llamaron para la audición de Máxima?
—Estaba en un momento personal difícil... Me tenía que mudar. Me llega un mail con el aviso del casting: la audición era un monólogo de tres páginas, todo en inglés. Dije que sí, pero lo mandé tarde: la fecha límite era un viernes y lo mandé al martes siguiente. Porque de verdad, sentía que no había un parecido: “No soy rubia, no tengo ojos marrones”, lo que piensa todo el mundo. Pero lo mandé.
—¿Y por qué te dijeron que sí?
—No. Pregúntaselo a ellos... Cuando tuve la primera reunión con la directora (la holandesa Saskia Diesing) me quedó claro que no estaban yendo por una imitación: no querían a alguien que copiara el tono de voz o la forma de hablar. Querían correrse de ahí.
—En breve empiezan a rodar la segunda temporada. ¿Cómo estás con eso?
—Como si no hubiese filmado la primera: estoy nerviosa. Tengo mucho holandés en la segunda.
—En la primera temporada, Máxima se enamora. ¿Hay similitudes en Máxima enamorada y Delfina enamorada?
—Es una muy buena pregunta... Creo que Máxima es mucho más romántica en el sentido de entregar todo por la otra persona: era una mujer que estaba haciendo una carrera en Wall Street, en los 90. Yo tengo una idea un poco menos romántica del amor. No estoy acostumbrada a estar enamorada: en mi vida pasé mucho más años soltera que de novia. Tuve dos novios. Me cuesta pensarme de a dos; me pienso mucho de a uno.
—¿Te llevás bien con vos misma cuando estás sola, sin pareja?
—Aprendí a estar sola, lo cual no significa que siempre sea sana la relación conmigo misma cuando estoy sola. Pero sobrevivo, y la llevo bien. Hay veces que me cuesta un poco más, pero creo que cuando la vida te coloca en ese lugar de chico, es como que te amigás.
—¿Te cuesta un poco más porque te bajonea?
—Me pasó que me llevó un tiempo pedir ayuda. Si estaba sola y no podía con algo, tuve que aprender a hacer el ejercicio de decir: “Bueno, esto sería más fácil si lo pudiera compartir o hablar con alguien, o buscar una compañía”.
—Puede no haber una pareja, pero sí amigas, amigos, familia. ¿Si estás con ganas de estar con gente, levantás un teléfono y le decís a tu hermana: “Paula, vení a casa un rato”?
—Sí, pero eso fue un camino. Al principio me costaba mucho distinguir que en esos momentos yo necesitaba estar con alguien. Sentía que era algo que lo tenía que resolver yo sola, que no estaba pudiendo conmigo porque se me estaba disparando la cabeza a cualquier lado, porque me estaba agarrando ansiedad. Y de repente, subestimaba mucho tener una red.
—¿Te daba ansiedad?
—Sí, sufro mucho de ansiedad. Sí, sí.
—¿En algún momento pediste ayuda?
—Sí. Empecé terapia a los 18, cuando terminé el colegio, pero mis primeros recuerdos de ansiedad son como a los 12, 13 años. Veía la realidad alterada: escuchaba los sonidos de distintas formas. La ansiedad se manifiesta en un montón de cosas, y para cada uno es un poco distinto.
—¿En algún momento se tradujo en ataques de pánico?
—Sí, incontables veces; muchísimas, muchísimas... Y aún así, habiéndolo trabajado, habiendo ido a terapia, después de trabajar conmigo misma. Me acuerdo que una vez, como yo lloraba, le dije a mi terapeuta: “Quiero que no me pase más”. Y ella me dijo: “Mirá, Delfi, no te puedo asegurar que no te vaya a pasar más, pero te puedo asegurar que vamos a desarrollar herramientas para poder manejarlo cuando te pase”. Es así. Hay disparadores que te llevan a ese lado, hay cosas que sabés que te predisponen a que te pase. Y uno se va conociendo.
—¿Un estreno mundial como esta serie te genera una ansiedad linda o una que hay que controlar?
—Las dos, las dos... Linda porque es algo que te entusiasma. Y esos nervios que te mantienen alerta, que te hacen sentir como que “bueno, no estoy 100% segura de que lo vaya a hacer bien”. Y después está la ansiedad de que te pase algo justo en el momento donde estás, como que me agarre un ataque de pánico en la alfombra (roja).
—¿Cómo se te manifiesta el ataque de pánico? ¿Cuesta hablar, cuesta respirar? Porque cada uno lo vive de una forma distinta.
—Depende la ocasión. Hay veces que es mucha taquicardia, no pensar con claridad. Y en esos casos, como que bajo la pretensión, ¿viste? Nadie espera que yo esté acá caminando como una estrella de ningún lado.
—¿Tuviste algún contacto con Máxima?
—Me hubiese encantado, pero no. Esta serie no tiene nada que ver con ellos (por la corona). Está basado en un libro que se llama Moederland, Madre Patria, que es de una periodista holandesa (Marcia Luyten) que tuvo autorización a entrevistar a los allegados de Máxima. Algo que nadie puede.
—Todos tienen contratos de confidencialidad.
—Así es. Y ella tuvo el acceso. Pero no es un libro que tenga el sello oficial. El guion se desarrolló a partir de ese libro, y lo bueno son las libertades para contar. Yo leía los guiones y decía: “¿Nosotros podemos contar esto?”.
—Para poder ser reina Máxima tuvo que sacrificar un montón de cosas, como la relación con su padre, que no pudo asistir al casamiento por su vínculo con la Dictadura argentina.
—En realidad, de eso va la serie: querían contar un poco la historia de Máxima con el papá. Ella era cercana a su padre, y un día lo tuvo que enfrentar. Decir: “Bueno, ¿quién es mi padre?”. Jorge Zorreguieta fue ministro de Agricultura y Ganadería durante la Dictadura, y Máxima tuvo que enfrentarlo y hacerle preguntas. Y la serie también habla de qué estaba dispuesta a sacrificar.
—En muchas coronas las mujeres, si se separan, tienen que renunciar a la patria potestad de los hijos.
—Eso es tremendo. Firman un contrato: “Si nos separamos, mis hijos son hijos de la corona”. Solo ella sabe los motivos por los cuales firmó. Creo que este es un caso extremo, muy particular: no hay ningún sueño ni deseo tan grande que te haga firmar que tus hijos no te pertenecen. Pero sí me parece que la vida trata de sacrificios que uno esté dispuesto a hacer, por querer algo. Lo llevo a algo más simple: cada vez que sale a la calle, Máxima no puede usar jeans, siempre debe estar vestida para portada de diario. No, yo ahí no podría.
—Y vos, Delfina, ¿qué tuviste que sacrificar por tu carrera y este nivel de exposición?
—Lo que me da más fobia, aunque la palabra sea un poco fuerte, es el hecho de que la gente pueda decir lo que quiera sobre tu imagen. Muchas veces uno da una entrevista y se sacan cosas de contexto cosas, se hacen titulares con tu foto. Eso a mí me da un poco de miedo, de terror: usar la imagen para dar un mensaje que a lo mejor no era lo que estabas diciendo.
—¿Cómo te llevás con las redes sociales?
—Es una relación un poco tóxica. Sería muy hipócrita decir que no las necesito, por mi trabajo. Además, por la naturaleza del actor, a veces no trabajás por un año y la plataforma es un ingreso de dinero. Son muy pocos los actores en Hollywood que se pueden permitir no tener redes sociales.
—Cuando posteás algo, ¿te fijás los comentarios a favor y en contra?
—A ver, no quiero sonar... no sé si superada, pero no me fijo. Ni leo.
—No te preocupa tanto el hate.
—No soy impermeable, no soy una pared de concreto: sí, me llega. Pero en este momento lo que me sirve es no leer. Hay muchísimo odio en redes. Es un momento complicado del país, en la gente hay mucha tristeza, y se manifiesta de muchas formas; un poco es el odio.
—Saliendo de las redes, ¿te sentiste avasallada por la prensa con todo lo que pasó en el último tiempo?
—Hace poco presentamos una serie con Nico Furtado, Felices los seis. Ese día se me juntaron muchas cosas, temas personales, y yo estaba con bastante ansiedad. Y decidimos no hacer prensa en la alfombra (roja) y se lo tomaron muy mal. Los canales nos destrozaron. Dos o tres días después fui a una radio y al salir, (los móviles de la televisión) me esperan afuera. No me dejan sacar el auto. Bajo la ventanilla y me prenden la cámara con la luz esa, que es como de un estadio. No hay preguntas de “¿te sentís cómoda con esto? ¿Estás bien? ¿Te puedo filmar?”. Es muy contradictorio porque estamos luchando por la cultura del consentimiento y el no bullying, y que de repente te prendan una cámara... Es muy violento. Pero además, imaginate si la gente te dijera personalmente los comentarios malos que te dejan en Instagram... El público tiene el poder de levantarte, y también el poder de bajarte: “Si yo te di las visualizaciones, entonces ahora también te puedo criticar”.
—¿Eso genera la ansiedad de la que hablábamos?
—No. Justo eso no. Yo me expongo mucho menos. Hago estas notas, y después me meto bajo una roca y no salgo hasta la segunda temporada de Máxima.
—Vos eras muy chiquita y te veíamos en el piso de ShowMatch. ¿Cuántos tenías? ¿10 años?
—Por ahí. Sí, sí.
—¿Cómo se llevaba esa nena con tener una hermana famosa?
—Puertas para adentro muy bien, porque Paula me traía regalos. Y llenaba la heladera, hacía un montón de cosas con ese ingreso de dinero y lo devolvía a la familia. Después, hoy lo veo un poco más y digo: “Qué bizarro, ¿no?”. Mi papá también. Fue como un circo muy loco. Ellos (Paula y Pedro Alfonso) siguen casados, ¿viste? Es impresionante.
—Me acuerdo de tu hermana diciéndole a tu papá que era el mujeriego de la tele, y todo lo de Graciela Alfano.
—Creo que mi cabeza borró todo eso, como que me intentó proteger. Y le dio lugar al holandés que tuve que aprender para la serie, y sacó lo último que no necesitaba de la lista de prioridades: mi papá y Alfano. Sí, muy loco. Pero qué sé yo... También era el camino de mi hermana, que quería todo eso, ser popular.
—Más allá de todo eso, ¿cómo recordás tu infancia?
—Con la crisis del 2001 nos caímos, como todo el país. Y nos fuimos a vivir a Lobos porque la familia de mi mamá es de allá y nos prestaban una casa: era el único lugar donde podíamos vivir. Yo era chica: tenía cinco años. Mi papá viajaba a Lobos dos veces por semana porque él se había quedado en Buenos Aires trabajando. Igual yo, chocha, porque estaba cerca de mis primos y del campo.
—Para vos fue una infancia linda.
—Sí. Después volvimos a Buenos Aires. Y la dinámica familiar fue bastante complicada porque mis viejos se separan. Yo me quedé con mi mamá, Paula viajaba mucho y mi hermano se fue con mi papá. Mi mamá siempre luchó con la depresión. Vivir mano a mano con alguien depresivo es complicado.
—¿Qué edad tenías?
—Nueve. Fue complejo en muchos aspectos. En un momento, a los 13, dije: “Hasta acá”. Puse un límite muy claro, a una edad muy temprana; creo que ahí desarrollé la habilidad de poner límites. Me fui a la casa de mi papá y viví toda mi adolescencia con él.
—Recién decías que los argentinos estamos enojados; hay un clima social pesado. ¿Te interesa lo que pasa, la actualidad?
—Sí, por supuesto. Es imposible en este momento hacer la vista gorda o mirar para el otro lado de la realidad que me rodea.
—¿Qué ves? ¿Qué te pasa con eso?
—Me genera mucha angustia. Históricamente siempre faltaron oportunidades, y ahora más que nunca. Igual, hablar de nosotros, los actores, solamente... es como una imagen mucho más grande. Nosotros estamos preocupados, pero vas afuera y la gente de otros países también está preocupada.
—Desde afuera, ¿se ve lo que pasa en Argentina?
—Sí, por supuesto. Y siempre mencionan que tenemos un país bellísimo, con un montón de recursos. Cuando digo de dónde soy, no hay persona que no me diga: “Argentina está en el número uno de mi lista de lugares a donde ir”. Tenemos un país impresionante.
—¿Todos saben dónde queda Argentina?
—Sí. Muchos piensan que somos un agregado a Brasil, que somos parte de Uruguay. Hay como unas cosas raras, sobre todo en Estados Unidos: no tienen ni idea. Pero lo primero que te dicen es sobre la Patagonia.
—¿Algo te da esperanza de lo que viene en el país?
—Yo lo que más quiero es que el país esté mejor, como todos. ¿Qué te voy a decir? Es como que todos votan desde un lugar de desesperación. Hay que entender que el país está desesperado. No sé qué decirte porque... te voy a decir lo que ya sabemos. Claro que quiero tener esperanza. Y quiero lo mejor para mi país.
—Hace poco Gustavo Cordera me dijo: “No voto desde hace 40 años”. Hay gente a la que esta realidad no la interpela directamente: no cree en nada ni en nadie, y no quiere ir a votar.
—Ese es un discurso peligrosísimo. Con mi papá siempre hablamos de que no es todo lo mismo. Y lo sabemos, porque nuestra historia no fue siempre igual. Pero no me gusta hablar de temas donde no soy... donde no es mi área, ¿viste?
—Te sacó de ahí. ¿Estás enamorada?
—…
Al descubierto
La entrevista con Delfina virará hacia un ida y vuelta: con picardía, ella también se permitirá preguntar, buscando distraer el foco de su vida personal. Por caso, querrá salir del paso afirmando que solo está enamorada de su profesión. Y de inmediato se dejará llevar, dándole lugar a las confidencias: “Me encantan esas navidades donde hay mucha gente y grito. Y después, me voy a mi casa”, empezará diciendo.
—¿Te gusta ser tía?
—Sí, sí, sí.
—¿Sos buena tía?
—Yo me siento buena tía.
—¿Los chicos van a dormir a tu casa?
—No. Nunca vinieron. Bueno, en eso también Paula...
—¿Es culpa de Paula, no tuya?
—No voy a echarle la culpa a nadie. Paula es protectora. Pasa algo gracioso con la maternidad: siempre faltan seis años. Y los años van pasando, pero como que ese número no baja. Siempre faltan seis...
—Bueno, no hace falta que la maternidad suceda, si una no tiene el deseo.
—No, no, yo quiero. Pero todo el tiempo faltan seis años.
—Entonces, contenemos la ansiedad diciendo: “Faltan seis años”.
—¡Claro!, posponiéndolo para siempre. Pero en algún momento quiero ser madre. Sí, sí.
—Faltan seis años, pero no esté definido con quién.
—Ah, bueno... Si no aparece la persona, no, no, no... O sea: no. El otro día le decía a una amiga que estás condenando a tus hijos a un padre por el resto de su vida. Elegir a la persona, porque vos podés decir es mi expareja, pero vas a ser el padre de ese hijo el resto de su vida, como yo voy a ser la madre.
—¿Me puedo quedar esa definición: “Estás condenando a tus hijos a ese padre por el resto de su vida”?
—Mi psicóloga me mira desde su casa como diciendo... Y bueno, es que sí. Eso es lo que más me da miedo: mirá si esa persona se transforma en alguien, y después mi hijo tiene que...
—Hoy estamos aprendiendo que no se habla de los cuerpos, ¿cómo te llevaste con eso: con tu estética, con tu cuerpo, con vos misma?
—Bien. Siempre hay inseguridades. Bueno, en mi caso, hay que exponerse frente a una cámara, y siempre hay algo de saberte vista y que la gente comente sobre tu cuerpo. Pero en ese sentido, en mi casa siempre se comió de todo, nunca se hizo una dieta.
—Nunca fue un tema.
—No, no, nunca, nunca. Paula empezó siendo modelo, joven, y había algo de exponerse y de sacarse fotos en bikini y demás, pero siempre fuimos cuidados de eso. En mi casa nunca se le dio mucha importancia. Y en ese sentido, a mí me sirvió mucho decir: “Yo soy actriz, no importa el cuerpo que tenga, y no tengo que ser de una cierta forma”.
—Está buenísimo. Hubo algo que funcionó realmente muy bien para que esa exposición de Paula no te generara algún mambo por otro lado.
—No, no, con mi cuerpo nunca me ha pasado.
—¿Cómo la pasás con las escenas de sexo?
—Eso es algo que a mí, hablando de sacrificios, me costaría... Tuve mis primeras escenas a los 18, entonces, como que tuve que sacarme ese pudor o ese miedo.
—¿Hoy las escenas de sexo se hacen como en aquel momento? Porque la industria fue cambiando: la cantidad de gente presente en el estudio, los cuidados con las mujeres.
—Ahora está en el set la coordinadora de intimidad. Es un cargo muy nuevo: una persona que es intermediaria entre el director y los actores cuando, por ejemplo, hay una escena de sexo. Vos charlás con el director, que es lo que quiere y demás, y después tenés un encuentro con la coordinadora de intimidad, que te pregunta hasta dónde vos querés, que querés mostrar, hasta dónde te sentís cómoda haciendo qué.
—¿Hay sexo en Máxima?
—Sí. Hay sexo con el rey. Y como se cuenta la historia de Máxima antes de conocerlo, también hay sexo antes del rey. Fue muy gracioso porque en un screening, en una muestra del primer capítulo en los Países Bajos, la audiencia tenía dos botones para apretarlos según le gustaba la escena o no. Y en la escena de sexo entre ellos dos, todos marcaron el botón rojo porque les perturbaba muchísimo ver al rey y a la reina teniendo sexo. Decían que era como ver a sus padres teniendo sexo.