Se describe como un hombre de “primeras veces”, y se explica de inmediato: “Siempre quiero descubrir cosas nuevas”. Y algo que Flavio Mendoza dice como al pasar, hasta desatendiéndose del asunto, termina explicando su esencia y la de sus espectáculos. Porque solo quien conserva intacta la capacidad de asombro -aun con el paso del tiempo, con la pérdida de la inocencia, con lo vivido, con lo sufrido-, puede a su vez provocar esa emoción tan genuina en el público. Quien vea cualquiera de sus shows va a experimentar ese asombro tan propio de las primeras veces. Allí radica el gran logro de este creativo, productor y empresario teatral, que descarta esos rótulos para seguir definiéndose como un bailarín.
En estas vacaciones de invierno Mendoza redobló las presentaciones del Circo Anima en Tecnópolis, con dos funciones los días de semana, y tres los sábados y domingos. Seguirán en agosto para luego trasladarse a Córdoba, según adelanta un Flavio que pide disculpas: “Estoy medio dormido porque vengo de China y Dubái, con el jet lag. Y llegué, y el nene... ¡Imaginate! Esta vez a Dionisio no lo pude llevar porque ya está en primer grado. Además, fui a trabajar”.
—¿En qué momento esa criatura está en primer grado? ¿Cuándo pasó?
—No lo sé... Y verme yo, enseñándole a leer y escribir. No, no, no... En un momento colapsé.
—Preparate porque en tres minutos va a estar en sexto grado, con Matemáticas; te la regalo.
—Y vos sabés que no quiero. Digo: “Ay, lo quiero seguir teniendo bebé”. Y siento que eso se me va escapando. Si bien todavía duerme conmigo, porque dormimos juntos, ya el abrazo, el beso, me los está sacando. Y odio que me los saque.
—Flavio, si tenés que elegir tres momentos que marcaron tu vida, con lo bueno, con lo malo, con lo que vos quieras, ¿con cuáles te quedás?
—Un mal momento fue cuando no sabía qué hacer de mi vida. Estaba en Nogoyá, en el pueblo, y mis viejos se habían fundido. Yo tenía 14 años y tenía que replantearme trabajar, hacer todo para salir adelante. No es una edad para tener todas esas preocupaciones que tenía. Ese fue un quiebre.
—¿Tus padres siempre estuvieron mal económicamente, o se complica en ese momento?
—Era una familia de clase media de circo; no nos faltaban cosas. Después sí hubo un momento de muchos malos negocios y se fundieron. En esa época los padres no se daban cuenta de que discutían delante de los hijos, y yo vivía todos los problemas que había en casa. Era muy chico para vivirlos. Nunca me pude sacar esa mochila.
—Pasaste cosas muy difíciles en tu infancia.
—Sí. Pero tuve la fuerza para poder pasarlas. Yo era muy para adentro, todo me lo tragaba, pero hubo una vez que pude sacar esa fuerza y me enfrenté. Y hay gente que nunca puede.
—Cuándo pudiste hablar sobre el abuso, ¿tuvo que ver con encontrar esta fuerza?
—Durante mucho tiempo sentí que el abuso era mi culpa. Una vez una psicóloga me dijo que eso le hace el autor al niño: “Vos tenés la culpa. Si se enteran...”. Le confesé el abuso a un amigo y me dijo algo terrible: “Bueno, pero vos sos gay”. Me quedé helado. “¿Vos me estás cargando? Yo tenía siete años”. Es raro. Como soy una persona gay asumida, la sociedad no lo ve (al abuso) como terrible. Sí capaz en una chica, pero no en un varón. Muchos chicos abusados nunca lo van a decir por el machismo.
—La tuya era una familia brava.
—Sí, sí. Mamá tenía un carácter... Nos pegaba mucho. A mí me pegaba mucho, mucho, mucho... Y no era un chirlo: eran golpes. El otro día un familiar me dijo: “¿Por qué cuando hablás de tu mamá decís eso?”. “Porque mientras ella estuvo viva nunca lo dije (públicamente)”. No quería lastimarla. Sí se lo dije personalmente: “Mamá, vos nos cagabas a palos...”.
—¿Y qué te dijo?
—”Bueno, yo era muy nerviosa”. Ella había sido maltratada por sus padres, no pudo resolver eso.
—¿Le pudiste contar a tu mamá que habías sido abusado?
—No. Cuando lo conté, me pareció raro que no me llamaran mis hermanas. La segunda vez mi hermana sí me llamó llorando, angustiada: me dijo que cuando lo escuchó no se animó a preguntarme si había sido alguien de la familia. Y ella me lo quería sacar. Pero como esa persona todavía está viva, sé que si le digo el nombre, mi hermana va y lo mata. No quiero… Tendría que solucionarlo yo. Ir, agarrarlo y decirle: “Lo que me vos hiciste está mal”. Pero no sé qué podría resolver, ¿viste?
—¿Creés que la paternidad influyó en que lo contaras?
—Sí. Porque tengo terror de que le pase a mi hijo... Después de todo el dolor que sentí, y seguiré sintiendo, me alivia poder decir: “Estén atentos porque hay abusadores, y hay que cuidar a los nenes”. Eso es lo que me pasó desde que soy papá.
—¿Te volviste a cruzar al abusador?
—No. Es una persona que está muy enferma; está pagando todo lo que hizo.
—Hoy entendemos la paternidad y la maternidad de otra forma. Hay un montón de cosas que tus padres hicieron con vos, que no harías de ninguna manera con Dio.
—A Dio le hablo todo. No le dije que nació de un zapallo, ¿entendés? Cuando tenía cuatro años me preguntó: “¿Yo no tengo mamá?”. Le dije que no. Y le conté: “Giselle (la madre subrogada) fue una persona que me ayudó a traerte al mundo. Cuando seas más grande lo vas a entender”. “Bueno”, me respondió. Y siguió pintando. Es muy natural.
—¿Seguís en contacto con Giselle?
—A los nueve meses de Dio nos encontramos. Y después perdimos el contacto. Soy medio cagón de buscarla en Instagram porque digo: “A ver si no estoy...”. Me chocaría si sé que estoy bloqueado o estoy eliminado.
—¿Pero pasó algo?
—No, para nada. Esas cosas de la vida. Hizo este bien, ella me lo contó así, y ya está; tiene sus hijos, tendrá la necesidad de tener su vida. Pero es una de las mujeres de mi vida: me ayudó a traer a mi hijo.
—Flavio, ¿un segundo momento de tu vida?
—Uno lindo: cuando estrené Stravaganza. Fue un momento de gloria, después de todos los cachetazos que me venían pegando. Nadie daba dos mangos por mí. Y en esto sí me agrando: yo cambié el teatro nacional.
—¿Cómo hiciste económicamente para armar Stravaganza? ¿Tenías ahorrado, buscaste inversores?
—Hipotequé un departamento. Uno de los locos era productor teatral de Córdoba, y otro que puso plata fue Ariel Diwan. Era muy caro lo que yo quería hacer. Como mucho, se esperaban 60 mil espectadores, y terminé haciendo una cantidad que no era lógica: 128 mil. Superamos el récord de Olmedo en Mar del Plata. Se ganó mucha plata, pero yo no, porque había cedido mucho. Mi siguiente contrato sí me cambió económicamente.
—¿Ahí negociaste distinto?
—Mi tía me lo negoció (risas). Y gané muy bien. Pude comprarle la casa a mi vieja, a mis hermanas. Pude hacer todo lo que soñé.
—¿Qué fuiste a hacer a China y a Dubái?
—Me reuní con unas personas que quieren que cree un espectáculo para ellos en Asia. Pero yo quiero ingresar primero con mi espectáculo, y después cedo creaciones. Sino, te roban... También fui a ver cosas para el nuevo espectáculo: imaginate lo que era estar en las reuniones de fábricas de chinos, tratando de que se entienda lo que yo quería...
—¿Cómo te llevaste con empezar a ganar plata?
—Me salva muchísimo que yo no manejo la plata.
—¿La maneja tu tía?
—Mis hermanas. Ella son las que manejan la plata porque si la manejara yo, la gastaría. Es más: si tengo que comprar una licuadora, le pregunto a mi hermana Patricia porque no la sé usar.
—¿Le pedís permiso a tu hermana para usar la plata?
—Cuando gasto plata no le cuento. Yo no puedo irme tranquilo a un viaje: siempre tengo que venirme con un par de telas, algo para el show, me gusta la ropa.
—¿Te vas a comprar las zapatillas y le pedís permiso a tu hermana?
—A veces miento, no le digo... ¿Podés creer que te diga esto a la edad que tengo? Pero porque siempre me dice: “¿Pero para qué querés?”. Mi hermana es como mi mamá: rompe pelotas. Para las funciones del circo, le dije: “¿Me pusiste DIRECTV en el tráiler?”; “¿Para qué lo querés?”; “Porque quiero ver la tele. Tengo con dos, tres funciones, y voy estar muchas horas en el tráiler. Y va a estar Dio: por lo menos que vea dibujitos”. Es así, muy codito. La otra vez tenían que poner un aire y les digo: “¡Ay, pero esto no lo terminan nunca!”. Y el instalador me dijo: “Bueno, pero a tu hermana es más fácil sacarle una muela que plata” (risas). Pero si no estuviera ella yo no tendría la casa que tengo, porque me administra, y de esa forma yo me siento tranquilo. Yo no sé nada. Soy incapaz de todo lo que sea manejar cuentas.
—¿Sabés entrar a homebanking?
—Olvidate. No, no. No sé nada. Si no tuviese a mi hermana, directamente me desplumarían. Ella maneja todo, ella paga.
—Te vas a China, ¿y le decís a tu hermana: “Sacame un buen pasaje”?
—No. Me manda en turista. Es muy ahorrativa; yo soy un poco más el delirado. Pero igualmente me gusta esa forma porque me siento cuidado: sé que está ahí, y que no deliro. Ella me dice: “Vení, sentate, te muestro las cuentas. Mirá lo de la escuela de Dio, mirá esto otro...”. Y cuando veo los montos digo: “¡Guau!”. Yo no me puedo quedar sentado en mi casa: tengo que trabajar para mantener la vida que tengo. Es una realidad.
—Uno podría imaginarse que con los éxitos que metiste, estás salvado. ¿Y no es así?
—No. La gente piensa que cuando estás en la tele sos millonario, y no es así. Yo manejo una buena calidad de vida, pero mantener eso, es costoso. Desde el auto que tengas: lo que te sale el seguro, la patente, esto y aquello. Son realidades; no es que me estoy quejando ni estoy llorando. Trabajo de lo que me gusta, soy un reagradecido. Pero también le doy mucho trabajo a mucha gente.
—¿Cuánta gente te pide trabajo?
—¡Huy! Mucha. Todos los días.
—¿Y cómo lo vivís eso?
—Y... me da pena la situación de no poder. Me encantaría darle trabajo a todo el mundo. Trato de darle, eh, porque siempre hay algo. Me han llegado a decir: “Mirá, para barrer...”. Le doy trabajo a mucha gente. Entre el circo, las escuelas y Stravaganza, que es otra rama del espectáculo, son más o menos 300 personas a las que les damos trabajo. Y (la plata) sale por muchos agujeros pero entra por uno solo. Es muy difícil cuando te cuesta que entre el dinero. Pero…
—Es una presión también, porque si vos quisieras parar un par de meses, al final hay que mantener todo esto funcionando.
—Sí. ¿Sabés lo que más me pesa? Cuando tengo que estar arriba del escenario y siento que mi cabeza dice que sí, pero mi cuerpo que no. Soy acróbata bailarín y todo lo mío tiene que ver con lo físico. Y a veces las lesiones y los años que uno tiene, te juegan en contra. Y también soy muy autocrítico: me quiero ver bien, y si no me veo bien, no lo quiero hacer. Me hago grabar, me veo, y soy totalmente un tirano conmigo.
—¿Sos muy coqueto?
—Sí, soy terrible. Trato de cuidarme. Entreno mucho. Y tengo tantas lesiones que los músculos fuertes hacen que esas lesiones no duelan tanto. Convivo con un dolor constante las 24 horas del día.
—¿Qué te duele?
—Tengo ocho hernias de disco, así que mi espalda está bastante comprometida. Tengo la rodilla operada dos veces.
—¿Y cómo manejás el dolor?
—Ah... me la banco. Tengo un clavo en el pie, en el empeine, porque se me quebró. El último médico me dijo: “Mirá, tu pie no tiene solución”. En ese momento me cayó muy mal, pero bueno, yo ya estoy contando mis últimos cartuchos en esto de estar arriba del escenario. Y te tenés que ir amigando con eso.
—Te duele el cuerpo, pero después te veo en el escenario dejándolo todo.
—No te voy a dar el brazo a torcer con eso. Pero les pasa a todos.
—¿No te estás exigiendo por demás?
—Sí. Pero bueno, mientras uno pueda, tiene que hacerlo. Cuando subo al escenario, en ese momento no me duele nada. Después salgo y me duele todo... Es la adrenalina.
—¿El tercer momento de tu vida, Flavio?
—La partida de mi vieja. Fue duro cómo se fue, con una enfermedad que es muy fea: el Alzheimer. Y creo que ella no se fue feliz: no perdonó montones de cosas. Era muy rencorosa con su familia, con sus padres, sus hermanos. Y yo le decía: “Mamá, perdoná. Soltá lo malo”.
—¿La perdonaste a tu mamá en lo que tenías que perdonarla?
—Sí. Porque mi vieja fue y es el amor de mi vida.
—Te voy a regalar un cuarto momento de tu vida, que puede ser la llegada de Dionisio.
—Sí, sí. Dio fue como que el salvador porque, cuando se fue mi vieja, yo me sentí totalmente solo.
—¿Te asustó verte solo?
—Sí. Me asustó. Con Dio, soy el que tiene que ver que esté bien, que estudie, que vaya, que venga. Estar. Y eso era algo que se me fue cuando mi vieja partió, porque ella era mi responsabilidad. Esa cosa de decir: “Che, mamá no está más”.
—Me decías que Dio duerme con vos.
—Sí. Desde que nació duerme conmigo. La parte (de la casa) que tiene su habitación y su baño, no la quiere. Ahí solamente tiene su ropa y sus juguetes. El otro día le dije: “¿Qué voy a hacer con tu cuarto y tu baño?”; “Vendelos”, me dijo. No le interesa.
—Llega la hora de dormir y se va a tu cama, que para él, es su cama.
—Es su cama. No conoció otra. Traté de hacer que duerma en su cuarto y se angustió tanto, la pasó tan mal... Me quedé con él hasta que se durmió. Y me levanté 20 veces para ir a verlo, hasta que a la mitad de la noche dijo: “¡Papá!”, y se vino. Y dije: “¿Por qué voy a hacerlo sufrir con esto?”. Me mata a golpes, se atraviesa, se gira todo; se te viene para tu lado todo el tiempo, se te amontona. Lo vivo tapando toda la noche.
—¿Y qué pasa si querés traer un novio a casa?
—Olvidate. No tengo vida amorosa. Si he tenido algún touch and go, nunca pudo ser en casa. Imaginate que Dio entiende, ve todo. Aparte, me da mucha vergüenza. Y él no quiere saber nada. A veces le digo: “¿Y si yo me pongo de novio?”. “¡No!”, me dice.
—Bueno, igual es una decisión de papá, no es una decisión de Dio...
—Sí. Y no te digo que no haya pretendientes, porque hay, pero estoy tratando de pensar un poco más egoístamente. Siempre he tratado de ayudar a mis parejas, de encaminarlos, de que tengan una vida, una profesión, y es como que digo: “Quiero un poquitito para mí”.
—¿Se te colgaron mucho?
—Algunos un poquito, sí. Y quiero algo más parejo. Eso fue lo que falló en mi última relación: no entender que yo tenía montones de cosas, que podíamos hacerlas juntos, si quisiese, pero tenía que trabajar para hacerlas. No ser la pareja de Flavio. No. Para mantener el estilo de vida que nosotros llevamos, hay que trabajarlo. Y el que trabajaba era yo. Entonces, bueno...
—Si Dio no quiere saber nada de papá de novio, menos debe querer saber de un hermanito. ¿O ha pedido?
—Sí. Ha pedido hermanito.
—¿Y lo pensás?
—Antes decía que sí, pero la pandemia me hizo recular muchas cosas. Es una gran responsabilidad ser papá, ser mamá. Y estoy en un momento también de mucho trabajo. Cuando Dio nació, si bien a los tres meses yo ya estaba trabajando, pude darme el gusto de estar más en casa. Hoy, con las responsabilidades que tengo y los proyectos, no sería mucho.
—Si quisieras volver a ser papá, ¿el procedimiento sería el mismo?
—Sí. Yo tengo hermanitos de Dio que están congelados.
—¿Cuántos embriones congelados hay?
—Cuatro. Tres varones y una nena.
—¡Guau! Qué fuerte, ¿no?
—Sí. Es fuerte. También los podés donar. Es toda una decisión, pero si no llego a tener más nenes, los donaría. Es ayudar a alguien a que pueda ser papá o mamá.
—Me dijiste que candidatos amorosos, hay.
—Sí.
—¿Y ese despliegue que hay en el escenario, después también aparece entre cuatro paredes o hay un Flavio más tranqui?
—No (risas).
—¿Aparece el del salto del tigre?
—No, nada que ver. Soy mucho más tranquilo. Soy muy clásico. Tampoco aburrido; yo soy muy gauchito: si a vos te gusta, yo no tengo problemas. Soy como los antibióticos: soy amplio espectro.
Pero la gente me ve como mucho más loco de lo que soy.
—¿Cómo papá, como empresario, como artista, qué te pasa con este momento del país?
—Siempre fue tan difícil nuestro país... No hay año que no haya sido difícil. Yo creo que siempre tenés que trabajar mucho. Y yo siempre trabajé mucho, en cualquier año, en cualquier partido político que hubo. Mejor, peor, pero siempre trabajé muchísimo. Y nunca pedí nada a cambio. Siempre laburé, laburé, laburé...
—¿Nunca tuviste subsidios estatales?
—Nunca, nunca, nunca. ¿Viste que ahora el circo está en Tecnópolis? Yo en Tecnópolis pago una fortuna. Es mi trabajo es lo que me mantiene, me saca adelante.
—¿Te gusta Milei?
—Me gusta. A veces no me gustan las formas. Pero creo que está haciendo cosas. Y hay que ayudarlo a que pueda hacer las cosas, ¿no?
—Con las decisiones que se están tomando desde el Gobierno hacia la cultura, hubo cruces, y algunas respuestas, algún ida y vuelta.
—No se puede meter a todos en la misma bolsa. En cada tema habría que ver qué es lo que se necesita y qué no, porque no todo es lo mismo. No se puede decir: “Acá se recorta todo”, porque hay gente que por ahí sí lo necesita. Pero como te digo: a mí nunca nadie me dio nada, siempre lo hice solo, entonces no le tengo miedo a eso. Tampoco me gustó cuando hubo favores a otros artistas, en otros gobiernos. En pandemia, en la Quinta de Olivos se reunieron varios artistas, y esos para mí no son artistas, son convenientes, viste, para ellos. Ese tipo de cosas a mí no me gustan, no transo, porque yo voy con mi verdad: mi trabajo. Y eso me hace sentir tranquilo.