“Las voces le decían que hiciera cosas que no estaban buenas”: la angustia de una familia y una tragedia evitable

“Nosotros no lo podíamos internar. La familia no puede”, explica Juan Roza Alconada, que después de años de vivir la esquizofrenia de su hermano y un final dramático que se cobró dos vidas, trabaja para cambiar la Ley de Salud Mental

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Voces - Juan Roza Alconada - "Las voces le decían que hiciera cosas que no estaban buenas"

En septiembre del 2020 un hecho desconcertó al país cuando las imágenes llegaron a los medios. En el video de la secuencia primero se observa a un hombre parado sobre una vereda de la avenida Figueroa Alcorta, en Palermo, a centímetros de dos personas que toman un café sentados a una mesa. Vestido con una campera militar y vincha sobre la frente, gesticula, abre los brazos, se balancea; pareciera hablar solo.

Instantes después se acercan dos policías. El hombre abre la mochila y saca un cuchillo. Avanza sobre los efectivos, quienes retroceden. Ataca una, dos, tres veces a uno de los uniformados; luego de dar un salto, termina apuñalándolo en el corazón. Echándose hacia atrás, el policía se defiende y alcanza a disparar. Ambos caen.

Herido de gravedad, el inspector de la Policía Federal Juan Pablo Roldán, padre de un niño de por entonces cuatro años, perdería la vida minutos después del ataque. El hombre, Rodrigo Roza, vecino de la zona y sin antecedentes penales, moriría esa misma noche en el hospital.

Casi cuatro años después el abogado Juan Roza Alconada conversa con Infobae. “Yo ya perdí a mi hermano. Y al policía, pobrecito... nada lo volverá a la vida. Son dos familias destrozadas. Pero quiero hablar para que no haya otro Juan Pablo Roldán. Y otro Rodrigo Roza. Hay cosas para hacer, que se pueden mejorar. Ese es mi único fin”.

Juan se dispone entonces a relatar su vínculo con Rodrigo, quien había sido diagnosticado con esquizofrenia. Y de qué manera su familia lo contuvo, pero quedó atrapada en el desamparo del sistema. Cómo todo derivó en esa tarde, trágica y a su vez evitable. Y además descubre la culpa, el dolor; también el perdón. Y resalta la imperiosa necesidad de rever la ley de salud mental.

“Soy hijo del segundo matrimonio de mi padre y tengo dos medio hermanos más grandes: Gonzalo, 10 años mayor, y Rodrigo, siete -comienza Juan-. Yo era el más chiquito y el más mimado. Me gustaba pasar tiempo con ellos; tenía mucha admiración. Rodrigo conmigo era muy protector. Teníamos un vínculo especial: nos gustaba salir a pavear por la ciudad, caminar y perdernos. Él era muy estudioso, una mente demasiado brillante. Una persona con un corazón puro. En el 92 se fue por tres meses a Canadá y se quedó a vivir”.

Juan, Rodrigo y Gonzalo en su infancia
Juan, Rodrigo y Gonzalo en su infancia

—¿Hasta ese momento no había un diagnóstico o una señal que alertara nada?

—No. En el 2008, 2009, con la crisis global, se quedó sin trabajo. Y ahí, esta es una hipótesis nuestra, es cuando se le dispara la esquizofrenia. No nos habíamos enterado ni habíamos visto nada que hiciera pensar lo que después pasó. Rodrigo cuidaba chicos de entre 20 y 25 años con enfermedades neurodegenerativas. Un día Loraine, madre de uno de estos chicos, me llama para contarme que había sido internado en un pabellón psiquiátrico del hospital de Calgary.

—¿Por qué lo habían internado?

—Tuvo un brote psicótico en su departamento. Loraine me contó que estaba agobiado por las deudas del auto, de la casa, y por ver que las puertas se le cerraban y no podía conseguir trabajo. Eso le disparó algo que no pudo manejar. Estaba muy flaco, había bajado 13, 14 kilos. El jefe de psiquiatría del hospital me dijo que durante un mes nadie lo podía contactar. Es lo que generalmente pasa con las estabilizaciones psiquiátricas.

—¿Y qué hicieron?

—Fuimos con mi hermano Gonzalo al Consulado de Canadá a tramitar la visa para ir a buscarlo. En el ínterin, llegó el mes. “Está estabilizado, recuperó algo de peso”, me dijo el psiquiatra, y le dan el alta. Loraine lo lleva a su casa, le da de comer, y le da la medicación durante tres meses. Finalmente Rodrigo vuelve: cuando lo recibimos en Ezeiza era un pollito mojado.

—¿Él aceptó venir?

—Sí, quería volver. Sentía que había perdido todo: su casa, su auto, su trabajo. Y necesitaba contención emocional. “Volvete que acá te estamos esperando con muchas ganas, felicidad y amor”, le dije.

—¿Ya había un diagnóstico?

—Sí, me lo había dado el psiquiatra de Calgary: esquizofrenia. En el caso de Rodrigo, era del tipo paranoide, que son aquellas personas que tienen alucinaciones, escuchan voces, sienten que son perseguidas. Y en él, se sumaba una cuarta condición: tenía delirios místicos. Era un cuadro severo. No soy psiquiatra, apenas un abogado, pero en estos años de aprendizaje supe que si no es tratada a tiempo, con una medicación adecuada, la esquizofrenia puede causar estragos.

—¿Cómo fue para la familia recibir ese diagnóstico?

—Impactante. Pero también fue “bueno, ok, le vamos a encontrar la vuelta”. Yo lo llevaba a diferentes psiquiatras. Lo esperaba tomando un café, en la vereda de enfrente. Y de repente veía que a los 10 minutos Rodrigo bajaba y salía corriendo. Se escapaba. Ahí dimensioné la complejidad en la que estábamos.

—¿Por qué se escapaba?

—Porque se rehusaba a aceptar su enfermedad, algo que me parece natural. Además, no quería estar medicado. Durante cuatro años estuvimos boyando entre psiquiatras que parecía que le daban con la medicación, pero no. Hasta que en el 2014, sí. Ahí Rodrigo encontró una estabilidad.

Rodrigo sufría esquizofrenia paranoide: "Son aquellas personas que tienen alucinaciones, escuchan voces, sienten que son perseguidas" explica Juan Roza Alconada
Rodrigo sufría esquizofrenia paranoide: "Son aquellas personas que tienen alucinaciones, escuchan voces, sienten que son perseguidas" explica Juan Roza Alconada

—Pero, ¿y en esos cuatro años?

—En estos delirios místicos, Rodrigo iba a la embajada de los Estados Unidos y decía que tenía que darle una carta para el presidente. En una madrugada de 2011 se sacó la ropa frente al consulado. Llegó el SAME, el GEOF (Grupo Especial de Operaciones Federales de la Policía), y terminó internado en el Hospital Fernández. Como era muy astuto, Rodrigo se guardó una llave y se cortó las vendas con que lo habían atado de pies y manos. Y se escapó. Corrió desde el hospital hasta Salguero y Santa Fe, donde vivió con su mamá hasta el último día.

—¿Después de que se escapara, ustedes lograron internarlo?

—A ver, con Rodrigo era difícil conversar. Con una persona que tiene su voluntad tomada, porque tiene una enfermedad mental, es muy difícil poder llegar a un acuerdo. Solamente cuando está bien medicada se puede tener un diálogo coherente. Yo lo he tenido con mi hermano. Me decía: “Juan, yo no quiero esta vida. Me pasó 14 horas al día grogui, con sueño”. Porque esos son los efectos adversos de la medicación. Y no le gustaba. Lo que pasa con muchos casos es que toman la medicación, se sienten bien, y entonces la dejan porque sienten que no tiene sentido seguir tomándola.

—¿En ese momento ya estaba la ley de salud mental?

—La ley se aprobó en el 2010 pero se reglamentó el 2013. Estábamos en un gris.

—Y hacía falta el ok de Rodrigo para internarlo.

—Exactamente. Y era una incertidumbre saber si estaba tomando toda la medicación que debía, porque a veces tomaba menos. Rodrigo me ha llegado a contar que estando en el colectivo escuchaba voces. A veces tenía un costado racional que le decía: “Salí de acá”, porque esas voces le indicaban que hiciera determinadas cosas que no estaban buenas... Entonces bajaba del colectivo y caminaba, hasta cuatro kilómetros.

—¿Sentía que le podía ganar a esas voces?

—No. Él había asumido que las voces habían llegado para quedarse. Y que iba a tener que convivir con esas voces, lidiar con ellas.

—¿Encontraba alguna forma de calmar un poco su cabeza?

—Cuando estaba bien medicado, sí. Ahí es cuando se producían estos diálogos positivos donde podíamos hablar de la enfermedad. Cuando no estaba medicado era imposible porque se alteraba.

—¿Como familia, de qué manera manejaban todo esto?

Cómo podíamos... En estos casos es muy importante la estructura de contención. Y Rodrigo la tenía. Gonzalo, que es escribano, le había dado un lugar en su escribanía como cadete, para que pudiera hacer algo. Y funcionaba.

—Cuando a Rodrigo se lo internaba, ¿qué sentían? ¿Alivio al saber que estaba contenido?

—Sí. Hay alivio. Muchas personas están en contra de la internación, y yo tengo una mirada diferente. La internación no es estigmatizar ni revictimizar a nadie, sino que está en un lugar seguro, contenido, con profesionales que lo cuidan, con medicación que va a recibir. Además, está la ley de derecho del paciente. Y también interviene un juez. Por todo eso, es mucho mejor que esté internado a que esté en su casa, a la deriva.

 “Yo ya perdí a mi hermano. Quiero hablar para que no haya otro Juan Pablo Roldán y otro Rodrigo Roza. Hay cosas para hacer, que se pueden mejorar.”
“Yo ya perdí a mi hermano. Quiero hablar para que no haya otro Juan Pablo Roldán y otro Rodrigo Roza. Hay cosas para hacer, que se pueden mejorar.”

Crónica de una tragedia anunciada

Juan está convencido: la muerte de Juan Pablo Roldán se podría haber evitado. La de su hermano también. La primera señal de que podría ocurrir algo grave llegó tres días antes, el viernes 25 de septiembre del 2020. “Durante un almuerzo -relata- la mujer de Gonzalo, mi cuñada, le pregunta a Rodrigo cómo estaba con la medicación. Y Rodrigo se enojó. Se la saca de encima, como diciendo: ‘No te metas’. Y se va del departamento. Claramente, estaba en el medio de un brote. Era evidente que había dejado de tomar la medicación: tenía movimientos del hombro y del brazo que no eran normales, y estaban los delirios místicos”.

—¿Qué planteaba en esos delirios místicos? ¿Sentía que le hablaban?

—Sí. Decía que recibía mensajes de Dios, que tenía que transmitirlos acá. Y que tenía que darle una carta al presidente de Estados Unidos. Al día siguiente, el sábado, hablé con él: “¿Qué hiciste hoy, Rodrigo?”. “Fui al consulado americano. Tenía que entregar una carta porque...”, y me repitió el mismo patrón por el cual había sido internado en el 2011. Calcado. Está filmado: se sentó en un banco frente al consulado.

—Pero no lo detuvieron.

—No, porque no quiso intrusar como aquella vez: se mantuvo mirando y punto. Además, Rodrigo había tenido un episodio de violencia verbal con un vecino porque el televisor estaba con el volumen muy alto. Lo llamé al psiquiatra: “Como familia, no nos da pelota. Te pido un favor: llamalo”. Lo llama el domingo y Rodrigo lo insulta en arameo. “Vos no me atendés nunca más”, le dice, y le corta el teléfono. “Está en medio de un brote. Vamos a internarlo”, le digo al psiquiatra. “Mañana tengo consultorio, no puedo. Dejame que el próximo viernes lo veo”, me responde. “Me preocupa. Lo veo en un brote psicótico con un grado de violencia, es peligroso para sí y para terceros”, le digo. Estaba mal, fuera de sí.

—¿Se evaluó su internación?

—Con el psiquiatra hablamos de que nos mandaba la orden de internación por WhastApp. Pero la prepaga nos decía que por WhastApp no se podía, que debía ir el profesional. Me parece bastante lógico: que vaya el profesional que lo está tratando, que explique, que ponga el gancho y se haga cargo. No lo logramos. Llegó un momento en que mi hermano Gonzalo me dice, con sabiduría: “No nos peleemos (con el psiquiatra) porque lo vamos a necesitar”. Entonces le dejo un mensaje al psiquiatra desactivando la internación, pero porque él no venía, no se hacía presente, y entonces no tenía sentido: nosotros no lo podíamos internar. La familia no puede. Eso fue el domingo. El lunes ocurrió todo.

—¿Ustedes fueron a buscarlo a Rodrigo?

—Sí. Fuimos a su casa y no lo encontramos.

—El psiquiatra quedó absuelto en el juicio en su contra.

—Sí. Y está bien que haya sido absuelto.

—Pero el psiquiatra no podía desestimar la internación porque la familia no quería pelearse. Si tiene un paciente que está manifestando un cuadro, mínimamente tiene que hablar con él para tomar esa decisión.

—Totalmente. “Nosotros recurrimos a vos para que vengas, nos ayudes y te hagas cargo”. Bueno, eso no ocurrió. Creo que él cometió un error.

—Ustedes, como familia, no se presentaron como querellantes en el juicio.

—No. No quisimos. Sí lo fue Carolina, la viuda de Juan Pablo Roldán, y es súper entendible.

—Vayamos a ese lunes trágico.

—El lunes me llama mi cuñada: “¿Te enteraste lo de Rodrigo?”. Y se me vino el mundo abajo... Me cuenta que había atacado a puñaladas a un policía. Y que había recibido dos impactos de bala en el abdomen y otro en el fémur. Lo llamo al psiquiatra: “Te veo en el Hospital Fernández”. Su respuesta fue: “Juan, como te dije ayer, estoy en consultorio”. Y le dije: “Pará, ¿un paciente tuyo acaba de tener el evento que te estoy relatando y vos no vas a venir al hospital?”. “Juan, estoy atendiendo”. Yo quería que se hiciera presente en el hospital para explicar que era un enfermo mental, que no era un delincuente. Nunca apareció. Entonces yo, rodeado de policías, que algunos estaban muy enojados y yo los entiendo, expliqué que era un paciente con un problema de salud mental. Y quería hablar con el cirujano que lo iba a operar: que tuviera en cuenta que no era un delincuente.

El lunes 28 de Septiembre de 2020, en pleno brote, Rodrigo Roza atacó al oficial Roldan y ambos perdieron la vida.
El lunes 28 de Septiembre de 2020, en pleno brote, Rodrigo Roza atacó al oficial Roldan y ambos perdieron la vida.

—¿Supieron qué le pasó realmente a tu hermano ese día?

—Rodrigo sale de Salguero y Santa Fe, su departamento, y hace un recorrido por el Paseo Alcorta, yendo al Cuerpo de Policía Montada. Hay dos puertas; una está sobre Castex y Alcorta, y ahí Rodrigo saca un cuchillo con una hoja importante, de 20 centímetros. El policía se asusta al verlo y cierra la puerta. Ahí estaban Roldán y otro policía más.

—Y lo siguen.

—Sí, pero antes, modulan a la otra puerta. Rodrigo los insultaba, los provocaba. Hace 50 metros y va a la segunda puerta; lo siguen. Rodrigo pasa por (la torre) Le Parc, camina por la cuadra del Malba y se instala en Dashi. En estos delirios místicos, Rodrigo hablaba; había dos personas que estaban sentadas (cerca) y lo ignoran. Parecía inofensivo. Cuando Rodrigo ve que los policías acortan la distancia, saca el cuchillo. Se abalanza sobre los policías y, particularmente, sobre Roldán, que fue un alma bondadosa: creo que se dio cuenta de que era un enfermo y hasta último momento no lo quiso lastimar. Hasta que no le quedó otra que desenfundar y disparar. El protocolo de la Policía Federal indica que cuando una persona con un arma acorta una distancia de siete metros, el policía está autorizado a disparar.

—¿Desde varias cuadras antes, tendría que haber sucedido otra cosa?

—Totalmente. En ese momento, en la Argentina se discutían las Taser. La ministra (de Seguridad) era Sabrina Frederic, y estaba en contra de las Taser: se las identificaba como un elemento de tortura. Y entre el plomo y la Taser, creo que no hace ni falta pensarlo... Ese día se hubieran evitado dos muertes.

Juan Roza, director ejecutivo de Icona, impulsa la disusion de puntos  que pueden ser mejorados en la Ley de Salud Mental (Foto: Candela Taicheira)
Juan Roza, director ejecutivo de Icona, impulsa la disusion de puntos que pueden ser mejorados en la Ley de Salud Mental (Foto: Candela Taicheira)

El día después

Para Juan comenzaría entonces a transitar un sendero tan profundo como desgarrador. “Nunca pensé que podría sentir ese dolor, esa tristeza, esa pena -remarca-. Fue como si hubiéramos entrado al mar Gonzalo, Rodrigo y yo, los tres agarrados de la mano. Y es como si nos hubiera revolcado una ola fuerte. Y de repente, cuando salís, en vez de ver tres cabezas, ves dos. Y al que teníamos que cuidar, el vulnerable, era Rodrigo. Eso me tuvo mucho tiempo con mucha culpa. Desbordado emocionalmente. Estaba enojado conmigo mismo. Sentía que podría haber hecho algo más”.

—¿Qué creías que podrías haber hecho?

—Absolutamente nada. Pero lo comprendí después. En ese momento, cuando estás en medio de la neblina y el tsunami, no lo podés ver. Hasta que un día de desesperación, de mucho llanto, agarré un rosario y me puse a rezar. Ahí empecé un proceso espiritual diferente, de sanación.

—¿Te enojaste en algún momento con Rodrigo?

—Nunca, nunca. Siempre misericordia con él.

—Ahora estás trabajando activamente en la ley de salud mental.

—Sí. Empecé después del juicio oral al psiquiatra. Está bien que terminara absuelto: ya hubo demasiado sufrimiento como para que encima el psiquiatra, que además tuvo un ACV y es una persona de 71 años, siguiera sufriendo. No quiero que sufra nadie más. Entonces me metí con el tema. Trabajo en ICONA, Intercambio y Convergencia para una Nueva Argentina. Y junto con otras asociaciones como Madre Marcha de Marina Charpentier y Silvia Papuchado buscamos abrir una conversación con los diputados para analizar la ley, a 14 años de su aprobación, y ver, a la luz de nuestras experiencias, qué cosas pueden ser mejoradas. Como el artículo 20 vinculado a las internaciones involuntarias.

—¿En algún momento te comunicaste con Carolina, la viuda de Roldán?

—Intenté ir al entierro de Roldán, pero alguien, con un amigo en el GEOF, me dijo: “No vengas porque los ánimos están caldeados”. Yo lo entendí, y no fui. Pero no quería dejar de darle el pésame. Lo pude hacer tres años después, cuando la encontré en el juicio: le pedí perdón. A veces el perdón tiene más que ver con empatizar con el dolor del otro, con su sufrimiento. Y yo lo sentí así. Ella había perdido a su marido, y su hijo, muy chiquito, a un padre.

—¿Carolina pudo entender que había dos víctimas?

—Sí, totalmente. Y con mucho dolor cuando fue la sentencia, me acerqué, la abracé, traté de consolarla. Yo entiendo su dolor. Y esto lo digo a título personal: yo hablo desde el perdón, Desde pedirle perdón a ella y de decirle también al psiquiatra, “te perdono”. No se puede vivir con heridas abiertas. Las cicatrices quedan, pero no se puede vivir enfrascado en el pasado. Y yo siento paz y alivio. Mi culpa era porque haber querido manejar algo que ya estaba predestinado a ser. Cuando entendí eso, lo sané. Hoy sé que Rodrigo está en un lugar mucho mejor del que vivía.

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