Aimara tiene 11 años. Lleva un patito en el pelo -de esos que son furor entre los chicos- y guantes gruesos, bien abrigados. Locuaz, se sienta a la derecha de su mamá: completa alguna frase que ella no quiere terminar o prefiere no recordar. Sonríe Aiamara. Sonríe con ganas: está feliz. “Ahora voy a poder invitar a mis amigas, que antes no podía invitar. A Aitana primero, y después a Sol y a Naomi”, cuenta, entusiasmada. ¿Por qué no podía invitarlas? “Porque yo no tenía baño. A ellas les agarran ganas de ir al baño y no podíamos. Y tienen vergüenza, capaz, de venir a una casa sin baño”.
En ese lugar donde lo único que sobran son las carencias, Aimara vive con su mamá, Tamara, sus hermanos Neiel (nueve años) y Briana (ocho), y el marido de su madre, Carlos. Es una casilla con un único ambiente: cocina, comedor y dormitorio, todo junto. Los grandes duermen en un colchón de dos plazas y los chicos, en otro de uno.
Mientras Tamara y sus hijos conversan con Infobae, Carlos termina los últimos detalles del baño de su casa, que construyó con la ayuda de los voluntarios de la ONG Módulo Sanitario. Ya está casi listo. En un par de horas quedará inaugurado.
“Estoy recontento. Más que nada para ellos, para los chicos, no para mí. Después de tanto tiempo, llegar a tener algo… –dice Carlos, y pide disculpas por las lágrimas que asoman–. No tener baño es algo feo en la familia: no tener para bañarte, la intimidad de los chicos; la prioridad para mi mujer, con sus cosas, su higiene”.
—¿Cómo hacés cuando querés ir al baño?
—Y… tengo que estar yendo a la casa de mis suegros, allá, a mitad de cuadra. O a la casa de mi cuñada.
—¿Y a la noche?
—Y bueno, a la noche hay que salir, pero no se puede porque hace frío. Y también porque es peligroso, como en todos lados. No me gusta que los chicos anden de noche porque siempre pasa algo.
—¿Y entonces qué se hace?
—Se hace en baldecito. ¿Para qué mentir, si es la realidad que estamos viviendo? Y bueno, gracias a Dios, hoy ya podemos inaugurar el baño.
Con casi la mitad de la población de la Argentina bajo la línea de pobreza, la situación de la familia de Carlos no resulta excepcional: seis millones de argentinos no tienen baño propio. Se genera entonces una problemática compleja, que atraviesa múltiples aristas. Sin un baño, la higiene no es la apropiada: hasta el simple hecho de lavarse las manos se convierte en una tarea ardua. Y el frío de estos días no hace más que complicarlo todo. Pero también afecta la rutina diaria, la dinámica familiar, los vínculos sociales. Y hasta golpea la dignidad.
“Si la casa no tiene baño, no tenés comodidad, no tenés dignidad. No tenés nada… ¿entendés? –dice Carlos–. El baño es higiene para la casa. Es la salud. Es todo. Y te darás cuenta un poco acá, en el barrio que nosotros vivimos: todos tienen una casita precaria”.
La ONG Módulo Sanitario se plantea como objetivo asistir a familias que se enfrentan a este escenario. Desde su creación en 2015, ya instalaron más de 1400 soluciones sanitarias en diez provincias diferentes, destinadas a unas 5000 personas que -en la mayoría de los casos- se encuentran en una vulnerabilidad extrema.
“Cuando los baños quedan lejos de las casas los chicos tienen que caminar e ir a un lugar donde, a veces, esos baños tampoco son tan cerrados -describe María Machado, voluntaria–. Y a menudo las mujeres van a baños que no tienen agua. Incluso cuando tenés un inodoro, un baño no es lo que nosotros conocemos”.
Pero no se trata de instalar uno, sino de hacerlo en conjunto. Antes que una donación es un compromiso, y de ambas partes. “Cuando conocemos a una familia, entendemos su interés en querer tener un baño, vemos cuáles son las instalaciones con las que cuentan –explica María–. Y firmamos un papel: es un momento muy lindo porque les confirmás que van a tener su baño. Ahí, como organización, nos comprometemos a que les vamos a construir un baño. Y ellos se comprometen tanto en cuestiones técnicas, como cortar una chapa o abrir una pared, como económicas. No es que va a venir un grupo de voluntarios a construirles el baño. Trabajamos juntos”.
—El baño es una de las cosas más caras y más difíciles de hacer.
María: —Sí. Por eso muchas veces falta y se lo deja para el final. También implica una solución sanitaria, que es cara. Pensá en un pozo ciego, por ejemplo.
—¿Qué cosas te impactaron de las familias que conociste en este tiempo?
María:—El esfuerzo por salir adelante es inmenso. Por inculcarles a sus hijos todo lo que quieren que vivan, incluso cuando ellos no lo pudieron tener. Y las ganas de seguir progresando.
Dentro de ese compromiso asumido, cada familia aporta el 8% del valor total de la construcción del baño. “En el tiempo que juntan el dinero, que suele ser de unas 10 semanas, los acompañamos. Y en todo sentido. En las cuotas, por supuesto, pero también cuando te cuentan: ‘Hoy se me inundó y no pude mandar a los chicos al colegio’. Entonces esa cuota se demora, y los plazos se van acomodando a lo que la familia va pudiendo. Son los voluntarios los que acompañan”, explica María.
En este caso puntual, la cifra ascendía a los 180 mil pesos. “Carlos dio una mano con lo que trabajaba. Y yo vendo broches y bolsitas por la calle”, cuenta Tamara. “Y harina. Y champú”, aporta Aimara.
—¿Y qué hacés con lo que se junta del día, vendiendo en la calle?
Tamara: —Con eso comemos.
—¿Qué se hace cuando un día no se vendió, o llovió y no pudiste salir?
Tamara: —Y… se come fideo hervido, lo que tenemos en la alacena. Un día tuvimos que comer mate cocido y pan. Y te agarra angustia… porque los chicos no van con la panza llena a dormir.
—¿En el colegio, comen?
Tamara: —Les dan mate cocido apenas entran. Y antes de que salgan, también. A mí me gusta hacerles guiso.
—¿Cocina rico mami?
Aimara: —Sí. Ella es mucho del fideo, del guiso de arroz.
—¿Y cuál es tu comida preferida?
Aimara: —El arroz con atún.
Neiel: —A mí me gusta el asado.
—¿Cuándo fue la última vez que comieron asado?
Aimara: —El Día de la Madre.
—¿Quién prepara el asado?
Aimara: —Carlos.
Tamara: —Le sale re rico.
—¿Le pudieron regalar algo el Día de la Madre?
Tamara: —El asado, no más.
Briana: —Yo el Día de la Madre le regalé chupetines.
—¿Cuesta mucho vivir la diaria?
Tamara: —Cuesta el día a día. Cuesta cuando ellos te piden. O por ahí se les rompe una zapatilla y uno no tiene para comprar.
Aimara: —A mi mamá le cuesta mucho algunas veces cuidarnos porque tiene que ir a vender porque queremos comer. Y le cuesta un poco… Yo me pongo triste. Y algunas veces, bueno, le digo a mi mamá que vaya y yo los cuido a ellos (por sus hermanos). Cierro la puerta, hago que tomen la leche a la tarde y se acuesten a dormir. Y dormimos.
—¿Y cuando la ves triste a mami, qué te pasa?
Aimara: —Nada. Le doy un abrazo y se calma un poco. Nosotros tres la abrazamos. Nos abrazamos mucho.
—¿Cómo es vivir sin baño?
Tamara: —Y… no lo sentimos muy cómodo porque, para que nosotros podamos bañarnos, los chicos tienen que salir afuera. Ahora tenemos la pava eléctrica: calentamos el agua y la tiramos en un balde. Y nos bañamos en un fuentón grande.
Carlos: —Y tengo que estar diciéndoles a los chicos: “Vayan afuera un ratito que me quiero bañar”. Es feo, horrible; hace frío.
—¿A los chicos también los bañan así?
Tamara: —Sí. Ellos se bañan un día por medio; nosotros dos, todos los días.
Aimara: —Ejemplo: ayer yo me bañé y me toca mañana. Ellos (por sus hermanos) se bañaron también, y mañana les toca; hoy no se bañan.
—¿Cómo es tener ganas de ir al baño a la noche y no poder?
Tamara: —Es re feo...
—¿Cómo se hace?
Tamara: —En un balde. Ellos salen y yo hago en el balde. Y después, calentamos el agua y nos lavamos las manos.
Tamara y Carlos están en pareja desde hace dos años. Un año atrás se mudaron allí, con los tres hijos de ella. Y con el esfuerzo de todos –de Carlos, de su suegro y hasta del papá de Aimara, Neiel y Briana– lograron levantar la casa. “Cuando vinimos dormíamos en el piso. No teníamos nada. Nada de nada”, recuerdan.
Si llueve un poco más de lo habitual, las calles del barrio se inundan. “Y no se puede entrar. Ni salir –lamentan–. Con los vecinos hicimos un caminito con tierra porque acá el barro es terrible. La última vez nos inundamos todos, mal. Perdimos nuestra ropa, se nos mojó la cocina: la heladera no sirve. Se me rompió el lavarropas. Y hoy en día no lo podemos comprar”.
—Pudieron hacer la casa de material, pero no construir el baño.
Tamara: —Era muy caro y nos ponían muchas trabas. Además Carlos no conseguía trabajo.
Carlos: —Me las rebusco de todas maneras. Hago changuitas como ayudante de albañil; te pagan muy poco. Yo no tengo ningún plan, no tengo nada. Mi ayuda es salir a buscar mi moneda y traer un poco de pan a casa.
Codo a codo con los voluntarios de Módulo Sanitario, Carlos trabajó en la edificación del baño, que por lo general demora dos días. “El pozo lo hice yo, la zanja”, dice, orgulloso. Y hasta los chicos dieron una mano. “(Los voluntarios) me enseñaron a pintar. Nos re gusta pintar. Nosotros tres pintamos. Y un bebé terminó tirando la pintura”, ríe Aimara.
—¿Qué pintaron?
Aimara: —Aquella pared.
Neiel: —Y el piso. También nos enseñaron a lavarnos las manos.
Aimara: —(El voluntario) nos empezó a decir: “Nos ponemos jabón así, agua un poquito, nos lavamos”. Y hacían así. Y después hacíamos así, así, despacito.
Briana: —Después hacíamos así. Y después, ahí.
Neiel: —Para lavarnos las uñas.
Briana: —Y hasta la muñeca.
Carlos: —Los chicos están yendo a la escuela. Gracias a Dios van los tres juntos, a la tarde. Son muy compañeros los tres.
Tamara: —Yo terminé el primario, no más. Es feo no terminar la escuela. Y es importante que ellos la terminen. Y que no falten a la escuela: que vayan y estudien, que cumplan. Que no se porten mal, que hagan amistad. Yo voy a hacer todo para que puedan ir. Esto es un gran paso. Y el de arriba ve todo, qué sé yo.
—¿Con qué sueñan?
Tamara: —Con progresar mi casa. Ahí ya tengo los hierros para levantar las columnas. Y los encadenados. Venimos mal, no tenemos suerte: Carlos empezó un trabajo y se enfermó.
Carlos: —Me tomaron efectivo en el trabajo y me enfermé (tuvo neumonía). Y me echaron. Trabajé una semana completa, y agarré, vine y le dije: “Tomá, vamos a construir nuestro baño”.
Tamara: —Soñamos con un futuro mejor. Con que los chicos terminen el secundario. Y después, que trabajen en lo que a ellos les guste.
Aimara: —¡Yo voy a estudiar de maestra!
Briana: —Yo, bombera.
Neiel: —Y yo, policía.
Llega el momento del almuerzo, que compartirán la familia, los voluntarios de Módulo Sanitario y los vecinos que colaboraron. “Nosotros venimos con comida para cocinar y ellos la preparan –dice María Machado–. Y es lindísimo porque estamos viviendo con ellos la alegría de que van a tener un baño. Es una celebración”.
—Bueno, en un rato vamos a inaugurar el baño. ¿Quiénes se van a bañar hoy?
Briana: —¡Yo!
Aimara: —¡Yo!
Tamara: —Todos. Yo también. Y Carlos.
Neiel: —Yo, hoy me voy a bañar con agua hirviendo…