Al ingresar al estudio, un rico perfume lo acompaña. Huele muy bien Pepe Ochoa, quien agradece el elogio con una sonrisa. “Esta es la primera vez que me entrevistan así; yo siempre he entrevistado gente -explica-. Y me parecía fundamental oler bien, tener buen aspecto. Y además, estar bien predispuesto a las preguntas del otro lado”.
—¿Te cayeron sucios alguna vez?
—Sí, me ha caído gente con unos olores medio extraños… Pero bueno, uno sale, la rema.
—¿Quién?
—No, no importa. Porque encima fue en el ciclo de Mirtha (Legrand, donde estaba a cargo de las redes sociales). Y en eso, prefiero callarme.
Casi de inmediato Pedro -el Pepe que se impuso es un apodo creación de su abuela- cuenta que lo rige un concepto de vida que puede parecer contradictorio, pero en realidad, hasta podría ser superador. Porque para Ochoa no es el esfuerzo, es el entusiasmo. Y de ese modo, el entusiasmo justifica -o alimenta- el esfuerzo. Entonces, este artista multifacético e influencer, amigo de muchos famosos, se explaya: “No hay que esforzarse para las cosas, sino entusiasmarse, porque estar entusiasmado hará que quieras levantarte a las cinco de la mañana a buscar la nota. El entusiasmo de las decisiones que estás tomando te lleva ahí”.
Habría que tener en cuenta el razonamiento; a Pepe le resultó. Aunque la idea no se agota en el entusiasmo, desde ahí surge. “También está la suerte, que es saber utilizar todos los recursos que tenés para ponerlos en acción, y que eso que vos querés, suceda. Porque si no…”, dice la figura de LAM –y estrella de sus redes– panelista de Mariana Fabbiani en DDM, todo por América y conductor en Bondi junto a Federico Bongiorno.
—Vayamos a Bariloche, donde pasaste la infancia. ¿Cómo era tu familia?
—Cinco hermanos, mamá y papá. Somos siete, somos un montón. Joaco es el más grande, después vengo yo. Delfina es la del medio. Damasia. Y Dimas, el más chiquito, que ahora tiene 25 años.
—¿Familia de clase media?
—Clase media. Papás muy laburadores, que pasaron de todo. De hecho, nuestra infancia fue bárbara, pero después nos venimos a Buenos Aires porque en un momento Bariloche estaba como choto de laburo. Nunca nos faltó nada, pero muchas veces vi a mis papás arremangarse. Por ejemplo, cuando vinimos, durante un año y pico los seis, porque Dimas no había nacido, vivimos en un monoambiente. Era lo que tocaba. Pero lo recuerdo con mucho amor, con mucha felicidad, porque mis papás se encargaron de que eso que estábamos viviendo, fuera un gran momento. Tal vez mis viejos estaban sufriendo un montón, pero yo nunca me di cuenta.
—¿A qué edad volvés a Buenos Aires?
—A los 12, 13 años, casi cambiando de primaria a secundaria. La secundaria fue un período muy raro para mí.
—¿Por qué?
—Si bien Bariloche no era un pueblo, yo tenía un poco de pensamiento de persona de pueblo o de ciudad del sur: más tranquilo, más calmo. Y de repente llegué a San Isidro y todos se manejaban desde otro lugar. Incluso los códigos eran diferentes. Primero, me costó mucho el cambio. Y después, adaptarme a un colegio nuevo, y a la mirada prejuiciosa del otro hacia mí.
—¿Con qué tenía que ver esa mirada prejuiciosa?
—Eran dos cosas. Primero porque veníamos de Bariloche, y existía ahí como un resquemor. Y después, bueno… mi sexualidad fue un tema bastante difícil en el entorno escolar. La pasé muy mal en el colegio.
—¿En esa época, te llevabas bien con vos?
—Sí y no. Para que te des una idea, en todo mi octavo grado, que es el segundo año de secundaria, comía en el baño del colegio. Era tanta la hostilidad que yo vivía de la gente del colegio que tomé la decisión de encerrarme en un cubículo durante un año, escuchar el mismo tema y comer ahí. Prefería hacer eso a sentirme discriminado. Y a la vez, yo tampoco tenía tan claro qué era lo que me pasaba. Entonces, mi cabeza era todo un quilombo.
—Eras chiquito.
—Sí. Tenía 14, 15 años. También me pasaba que, en algún punto, yo justificaba lo que todos decían de mí, como que tenían un poco de razón. Fue un momento bastante oscuro.
—¿Qué te decían?
—Puto, gordo, trolo, que era amanerado, que cómo movía las manos, que tenía voz de mujer. Todas esas cosas las escuché de séptimo grado a quinto año.
—¿Lo podías contar en tu casa?
—Tuve la suerte de tener una familia muy abierta en ese sentido, pero me costó un poco soltar el tema porque no quería defraudar a mis papás. Y decidí guardármelo. Pero mis viejos, astutos, me mandaron a terapia. Y en un momento supe definir que lo que a mí me pasaba era que me gustaban los hombres, pero tenía la cabeza tan cagada que quería vivir una vida heterosexual. Entonces, era una lucha constante. Además, estaba solo. No tenía amigos, no tenía un grupo de contención. Ese año del baño escribí mucho: tengo un cuaderno de ese momento, y vuelvo a leer todo el tiempo sobre mí, de lo que yo era, de ese Pepe de hace 15, casi 20 años. Entonces puedo volver y desde ahí, valorar mi presente. Puedo abrazar mi historia, sanarla, mirar para atrás y decir: “Che, al final valió la pena tanto esfuerzo”.
—El arte en un punto también te permitió encontrarte con vos mismo.
—Sí. La primera vez que fui a clases de teatro, de baile, fue a los 16, 17 años. Había algo que me salía naturalmente bien, y por primera vez en la vida había una persona que me felicitaba por algo que yo traía: “Che, está muy bueno lo que estás haciendo”, me decía (el profesor). Ahí empecé a salir un poco de toda esa oscuridad.
—¿Eso facilitó que te amigues con la idea de que te podías enamorar de un hombre?
—Es que el drama siempre fue la mirada ajena, no lo que a mí me pasaba conmigo mismo. El hecho de decir: “Che, soy gay”, era decir que estaba aceptando todo lo que me estaban diciendo. Era mi pensamiento corto de ese momento: “No puedo decir que soy gay porque le estoy dando la razón a todo el mundo, entonces quiero tener una mujer, casarme y tener hijos”.
—¿Soltaste fácil esa idea?
—Sí.
—¿Tuviste alguna novia?
—Tuve una novia una vez, pero unos meses, la nada misma. Le corté por carta, fue un desastre. Ni me gustaba. Sofía se llamaba, era divina. Era remirada en el colegio, entonces me puse con ella simplemente por el que dirán, ¿entendés?
—Te traigo más acá, y te llevo a tu carrera. ¿Cómo llegás a Ángel de Brito?
—Empecé a laburar en algunas cosas con redes sociales, y me contratan para hacer las redes de una radio en la que Ángel laburaba. Ahí medio nos conocimos. Lo veía laburar, y su impronta me gusta mucho: su cabeza de productor, cómo está todo el tiempo pensando en un 360, que todo sea una sinergia para el programa. Siempre buena onda, a veces le he pasado data para algunas cosas, pero nunca en mi vida dije: “Quiero laburar en la tele y estar en LAM”. Yo siempre en la mía, con el teatro. Y bueno, Ángel se va de El Trece, cruzamos un par de mensajes y le digo: “Che, ya sé que ahora estás empezando un ciclo nuevo. Teneme en cuenta para algo”. La importancia a veces de dar uno el paso… Yo no me quería quedar esperando.
—No se te cayeron los anillos por mandar un mensaje pidiendo trabajo.
—No, ni en pedo. Soy un tipo que al deseo, le meto acción. Hay un concepto que odio: soñá tan grande y tan fuerte que se va a cumplir. Es una pelotudez. Los sueños no se cumplen; los sueños se conquistan. Entonces, Ángel me dice: “Te juro que estaba pensando en vos. ¿Podés tomar un café la semana que viene?”. Fue una reunión de siete minutos: “Arranco un ciclo nuevo y quiero que explotemos las redes sociales. Sos muy bueno en eso. Además, me gustaría que seas la cara de las redes. ¿Te animas?”, me dice. ¡Me tiré de cabeza! No hablé de plata, no me importó. Por mí, lo hacía gratis. “¡Voy, voy!”, le dije. Empezamos el 8 de marzo en América, hace dos años, y esto fue el 6 de febrero.
—Y empezaste a manejar las cuentas de El Ejército de LAM.
—Sí.
—¿Ya eras así de malo, picante, o te pusiste malo cuando empezaste a manejar las cuentas?
—No soy un pibe malo: soy un pibe picante, que digo lo que pienso todo el tiempo. No le tengo miedo a la confrontación.
—¿Te pusieron algún límite? ¿Te dijeron: “Con esto, no”? ¿Validan lo que escribís?
—Nada.
—Porque es mucha responsabilidad: las cuentas de LAM son un medio en sí mismo.
—En la primera etapa de la construcción de las cuentas, la gente tenía que entender qué iba a ver ahí y cuál era el estilo del programa. Entonces, las redes eran un poco más amigables, en el sentido de que funcionaban como un portal. Yo no me metía tanto en algunos incordios y quilombos, éramos simplemente informativos. A partir de ahí, yo todo el tiempo le pedía feedback. “No. Andá creando, fijándote. Tenés toda la libertad para laburar”, me decía Ángel. A mí también eso me avasallaba un poco… O sea, está bien, pero yo, Pepe, me puedo ir al carajo. Lo bueno que tiene Ángel es que me dejaba ser libre, y cuando me tenía que tirar la oreja, me la tiraba: “Che, esto no, acá te excediste, esto estuvo mal”. Pero siempre laburábamos de a dos. Hasta que en un momento sentí, por cómo estaba yendo el programa, que la gente pedía que las redes actuaran desde otro lugar. Ahí me empecé a poner un poco más picante en redes, y mi personaje empezó a entrar en la dinámica.
—¿En cuál decís: “Acá derrapé, mordí la banquina, esto fue un montón”?
—Nunca, porque no me arrepiento de lo que hago.
—¿Borraste cosas?
—No, nunca. Nada. De hecho, muchas veces me han pedido que borremos algo y yo les dije: “Hablen con Ángel”. Pero como a Ángel no se le animan...
—¿Te escriben famosos pidiéndote que borres cosas?
—Sí, obvio.
—¿Quién?
—La última que me llamó fue Romina Uhrig. Yo la reentendí igual, eh, pero no borré nada: este es mi laburo y es parte de lo que hago. Me pidió un poco de clemencia. Y la tuvimos respecto a todo el tema que está imputada y su situación.
—Las causas judiciales.
—Y yo la escuché. Aunque no parezca, soy un pibe resensible y me importa la persona, indistintamente de lo mediático. Entonces, si hay un punto en el que a vos te hace mal, yo conecto con eso: no me da lo mismo ni te voy a pegar en el piso porque no me interesa. Y a la vez soy repicante, pero no arranco las peleas tampoco. Ahora: sí me gusta opinar. Opino fuerte, me divierte.
—¿En El Ejército de LAM hay una lista: “Con esta gente, no”?
—No que yo sepa, por lo menos. Sí hay un límite: no intentar generar conflicto interno desde las redes. Ponele, lo de Yanina (Latorre) y Estefi (Berardi). Ser lo más neutral del mundo, por más que la conversación en ese momento iba para el lado de Yanina porque nadie le creía a Estefi. Ángel siempre me lo dijo: “Es el límite, lo que pasa en el programa es del programa y desde las redes no vamos ni para un lado ni para el otro. Fin”.
—Perfecto.
—Sí abrir debate. Sí generar interacción.
—El programa a veces va contra figuras del canal. ¿Desde las redes podés ir también contra figuras de América?
—Sí, sí. Pero lo manejo mucho desde el humor y la ironía. Siempre sabiendo que parte desde un lugar en el que alguien habla de eso, y no nosotros.
—No instalás vos el tema.
—No, porque a mí tampoco me interesa eso.
—Un sábado a la noche te mandan fotos.
—Las subo al toque.
—No se espera al programa del lunes.
—No.
—¿Y Ángel no te dice: “Bancame esto para el lunes. ¡Te voy a matar, Pepe! Es un escándalo”?
—No, no. Yo tengo una premisa: si las papas queman, ¡chau! Va. Estratégicamente, preferimos estar, saber que los portales replican un tuit que después nosotros podemos, en joda, hacernos eco de eso en el programa, por más que todo el mundo ya lo haya hablado, e instalarnos desde ese lugar. El programa también tiene eso.
—¿Hay temas con los que no?
—Sí. Con la salud no se jode. De hecho me pasó que me arrebaté con un tuit, con una cosa de Wanda (Nara), y Ángel me recontra cagó a pedos. Y tenía razón.
—¿Cuándo se hizo pública la enfermedad de Wanda?
—Sí. Cuando estaba pasando todo lo que estaba pasando, que después Jorge Lanata lo termina contando, yo me enteré de primera mano y me mandé a tuitear.
—¿Desde la cuenta del Ejército o desde la tuya?
—Desde la cuenta del Ejército. No puse el diagnóstico, nada, pero sí puse: “Lo de Wanda es muy grave”. Y Ángel me… O sea, en mi vida me dijeron tantas cosas reales y que tenían sentido. Cerré el orto. Dije: “Tenés razón”, y lo borré.
—¿Infidelidades?
—Infidelidades sé muchas, pero también sé con quién meterme. Muchas veces nosotros quedamos como los malos de la película, pero muchas veces lo que se sabe es lo que el famoso quiere que se sepa.... Hay tantas cosas en juego para la otra persona que yo prefiero quedarme en el molde. A mí no me va a modificar la existencia, y tal vez, a esa persona se le rompe una familia. Me trato de ubicar. Para mí, lo importante es poder seguir laburando y sintiendo que me respeto a mí, en los valores con los que me quiero manejar.
—Vamos a hablar de tus angelitas.
—Bueno. ¿Bien o mal? ¿Qué querés que haga?
—De todo vamos a hablar. Voy por asiento: Yanina Latorre…
—Número uno.
—...Marixa Balli. Sigue Matilda Blanco. Y enfrente la tenemos a Marcela Feudale, Nazarena Vélez y Fernanda Iglesias.
—Sí.
—¿A quién de ellas no le pedís un consejo?
—A Fernanda. Me parece que es una mina que erró mucho en su vida y prefiero no pedirle nada, ni un consejo. Y a la vez, no deberle nada.
—¿Se llevan mal?
—No nos llevamos mal. No tenemos piel, no tenemos química.
—Tranquilo se vino Pepe… ¿A quién no le prestas plata?
—A Nazarena (risas). Naza, perdón. Pero siento que después se la tengo que pedir, ¿entendés? Viste que Nazarena es medio amarrocadora con la guita. A ella, lo que más le gusta en la vida es la guita.
—¿En serio?
—Sí. De hecho, te dice: “A mí no me gusta laburar, lo hago por la plata”. Esa es Nazarena Vélez en su máxima expresión. Yo la amo. Tuvimos una charla a la semana de empezar LAM, ella sabiendo que yo era muy amigo de Fede (Bal), y siendo la mamá de Barbie. Yo le planteé: “Creo que estaría bueno que vos y yo tengamos la experiencia que nos toca vivir, y que todo lo que pasó con gente que nosotros queremos, quede afuera”. Y ella me devolvió la misma onda.
—¿A qué angelita no le comprás un auto usado?
—A Cachaca (Balli), el que usa para Xurama. No se lo compro ni en pedo. Ha de estar matado. Ella está impoluta, impecable, pero… cajas, zapatos. No, ni en pedo le compro el auto.
—¿Con quién te vas de compras?
—A menos que Yanina me pague con su tarjeta, con Matilda (risas).
—¿Con quién te quedas chusmeando post programa?
—Con Yanina. Es una persona fundamental en mi historia de vida. Me dio una mano gigante en la pandemia. Estuve muy mal porque no tenía laburo, había firmado dos contratos para hacer una serie afuera y se cayó todo. Me quedé en bolas. Me volví a lo de mis viejos. Y me volqué a las redes haciendo muchas veces cosas que en ese momento hacía Yanina en Yanardos, y fue una mina que me compartió siempre las historias.
—Ustedes no trabajaban juntos todavía.
—Yo no la conocía. Me la había cruzado dos, tres veces en el Bailando. Y fue muy generosa. Mucho de lo que tengo hoy se lo debo a Yanina. Un día me llamó: “Che, sé que no te está yendo bien. Si necesitás algo, sabé que contás conmigo”. Tuvo un gesto que, te juro, me caí de orto. Yo tenía los números rojos, de pagar los mínimos de la tarjeta. Fue complicado. Y gracias a Yanina también me empezó a conocer más gente. Después, nos hicimos amigos.
—Si un día les pinta con tu pareja invitar a alguien a una noche apasionada, ¿a cuál de las angelitas sumás?
—A Marixa.
—¿A quién le pedís plata prestada si necesitás?
—Y… a Yanina, más que nada por la confianza que nos tenemos.
—¿A quién no le contas un secreto?
—Y… a Fernanda. Tengo un tema de rispidez con ella. No me molesta laburar ni charlar con ella, pero me ha pasado muchas veces que ha atropellado un montón de cuestiones personales mías al aire. Y eso no me gustó: si yo te cuento algo en privado, no es ni para… Tuve un problema con una pareja porque ella al aire dijo: “Pero él está de novio”, y tuve que blanquear.
—¿Falta de códigos?
—No sé si falta de códigos o lo hace de mala.
—Yanina es la uno y es fundamental, lo sabemos.
—Sí.
—Por fuera de Yanina, ¿quién es fundamental para vos en ese equipo?
—Marixa, Nazarena y Marcela. Después, Matilda y Fer podrían irse y no cambiaría el programa. LAM, entre ellas cuatro y Ángel, iría solo, caminaría.
—¿A quién ves en la tele y decís: “Se le pasó el cuarto de hora”?
—A Chiche (Gelblung). Para mí, ya está. Lo tienen que cuidar un poco más. ¿Viste que lo cancelan cada dos días? Es de otra generación. Por supuesto, es una eminencia y lo que hace me parece espectacular.
—¿La panelista más mala?
—Laura Ubfal. Es mala, es mala. Le gusta el quilombo más que el dulce de leche. Es malísima Laura. Y me encanta igual. Rebanco su personaje.
—¿Marina Calabró?
—Es una reina. Se tiene que dejar de joder y ser feliz, y tomar buenas decisiones para ella, para su vida.
—¿Te sorprendió que renuncie al programa de Lanata?
—No, porque donde vos no sentís que podés brillar, no es el lugar donde tenés que estar.
—¿Marcelo Tinelli?
—Castigan demasiado a un tipo que hizo mucho por la televisión y por todos nosotros, por este medio.
—¿Y por qué crees que lo castigan?
—Y… porque se metió en política. La Mesa del Hambre lo terminó; fue un antes y un después. Y la gente no se olvida. Meterte en política es complicado. Pero Marcelo es un chabón regeneroso, fue un dador de laburo absoluto, y entonces me parece que castigarlo tanto…
—¿Te llaman más para que no publiques o para pedirte ‘publicame tal cosa’, ‘haceme famoso’?
—Me llaman más para pedirme pero no hacemos a pedido.
—¿Quién pide?
—Me ha pedido mucho en su momento Martín Salwe ponele
—¿Y qué no publiques?
—La última que me llamó fue Romina Uhrig, que yo la re entendí igual, pero no borré nada porque este es mi laburo y es parte de lo que hago.
—Dame tu top five de gente de la industria que no te gusta.
—La primera es Romina Uhrig. Me cae fatal. Siento que no entendió mi código de humor, entonces me empezó a tirar mierda. Nunca hice nada tan grave como para que me tire tanto veneno. Después, Ana Rosenfeld. Laburé con ella dos meses en LAM y me di cuenta del tipo de persona que es. La quiero tener lejos.
—¿Por qué?
—Es un poco maltratadora, medio mandona. Le importa solo ella y lo que ella puede hacer.
—¿Quién más?
—Tercero… No sé si llego a cinco, eh. Ellas dos. Y ni que tanto, eh.
—Pepe, la última. ¿Qué le decís al nene que se encerraba en el baño a comer solito?
—Que la está rompiendo. Y que todo valió la pena.