Concentrarse. Poner la mente en blanco. Tomar conciencia de las pulsaciones –cada vez más espaciadas– y de la respiración; sobre todo de la última: hasta la próxima inhalación pasarán casi dos minutos. Con la única asistencia de una soga y sin tubo de oxígeno alguno. Y entonces, sumergirse. De a poco. Sintiendo cómo, con los metros, la presión del agua aumenta. Entender que la cima se alcanza mientras más se desciende. No sin riesgos. Porque en el mar las reglas no son las suyas.
Encontrar una alegoría entre la apnea –a groso modo: bucear conteniendo la respiración–, el deporte que tanto le apasiona a Nazareno Casero, con la actuación resulta sencillo. El mar es el escenario teatral o el set de filmación. La profundidad: cuánto se sumerge en el papel, en la trama. ¿Y cuáles son los riesgos? Para un actor, muchos… Y aquel cuerpo que no es el suyo, simple: es del personaje.
Todo eso le pasó a Nazareno cuando interpretó a Maradona en la biopic Sueño Bendito. Tenía que entrenar a diario y dejarse el pelo largo hasta que, sin saber la fecha precisa, lo convocaran para la grabación. “Lo que me resultaba ajeno era que no tenía mi cuerpo: debía tener la forma de otro, uno diferente. Cuando no sos dueño de tu imagen, eso te puede llegar a parecer un incordio”. Claro que todo resultó satisfactorio: a su Diego, lo observó el mundo. “Y ha sido una gran aventura”.
El presente lo encuentra sobre las tablas del Multiteatro Comafi con una comedia deliciosa: Jardines salvajes. Junto a Carlos Portaluppi, Viviana Puerta y Mica Vázquez.
De nuevo, la alegoría con la apnea: “El teatro es un entrenamiento que te mantiene vivo”, dice el hijo de Alfredo Casero. Y se explaya. “Tiene lo artesanal de estar frente al público, de aprenderte toda una letra, también la de tus compañeros. Esto va un poco también para toda esta humanidad que está llorando con la inteligencia artificial: bueno, hagan cosas que hacen los humanos. Si querés ir a trabajar a algo que se hace con una computadora, va a venir una computadora y lo va a hacer. Pero no conozco que (la IA) esté estudiando para plomería, ¿entendés? y es un laburo que se necesita porque eso va a faltar un montón. La gente ahora quiere tocar en la computadora, no quiere tocar la guitarra. Hay que dejar de llorar: que la inteligencia artificial, que el coso… Y empezar a hacer las cosas que son difíciles de suplir por una máquina”.
—Jardines salvajes trata sobre dos parejas que arrancan hermosamente, siendo vecinos. Vos, ¿sos buen vecino?
—Sí. No hago ni mucho ruido, ni molesto. Y estoy siempre predispuesto para la mano que haya que dar. Pero también soy muy de delimitar mis espacios: si alguna planta está invadiendo, pido que se corte, por ejemplo. Ya tuve problemas: vi cómo una enredadera levantó un balcón. Entonces, me quejo.
—¿Estás en el chat de vecinos de tu edificio?
—Estoy, sí. Soy una persona de bien. Si hay inquilinos nuevos, pido “por favor, cierren la puerta que da a la calle”. Pequeñas cosas. Yo brego por la coexistencia, la armonía. Por lo menos ir con eso, y después, vemos. Para que se pudra todo hay tiempo.
—Practicás apnea.
—Sí. Buceo libre. Es hermoso. Es un deporte extremo, pero tampoco es andar en una motoneta dando vueltas por el aire. No es tan inseguro: el cuerpo puede hacerlo y hay una preparación para eso. Vas aguantando la respiración y vas bajando, teniendo que compensar el cambio de presión.
—¿Cuánto fue lo máximo que bajaste?
—100 y pico de metros. Es una locura, sí. El cambio físico es real, y hay procesos que el cuerpo va haciendo a medida que permanece más tiempo debajo del agua.
—¿Se siente mucha presión?
—Hacés una maniobra en la que compensás el aire que tenés adentro de la cabeza con la presión que hay afuera, y de esa manera no te duelen los oídos. Pero sí, el oxígeno que tenés en los pulmones se comprime, se achica todo. Es un proceso. El descenso es complejo porque de golpe estás a 20 metros de profundidad y, hasta que llegás arriba, pasa un tiempo en que tenés la posibilidad de ahogarte. Pero bueno…
—¿Te asustaste alguna vez?
—No, porque no ando haciendo boludeces. Dentro de la locura que puede llegar a ser, cuando entendés cuáles son los conceptos, lo que podés hacer y lo que no, después, ya no hay tanto. Aunque siempre hay imponderables.
—¿Qué te pasó cuando la serie de Maradona se estrenó en todo el mundo?
—Había un público muy heterodoxo, muy distinto entre sí, personas de diferentes países. Y yo decía: “¿Por qué esta persona miró la serie de Diego?”.
—Es la vida de Maradona: ¿no tenías conciencia de que eso iba a suceder?
—En algún punto, sí. Pero una cosa es que te digan: “Mirá que va a venir un monstruo que te va a comer”, y otra cosa es que después, el monstruo venga. En Nápoles hubo situaciones en las que era que, claramente, no se comunicó antes que íbamos a estar rodando. La gente se enteró ahí, como un boca en boca. Y podría haber sido un caos…
—¿Cuántos años llevás de novio?
—Cinco.
—¿Están conviviendo?
—Sí. Ella (la bailarina Carolina Puntonet) estaba viviendo afuera; vino ahora un tiempo, luego vuelve a viajar. Eso hace que tengamos una dinámica distinta. Por momentos puedo ser un plomo… Pero si (ella) no la pasara bien, creo que ya me hubiese dejado.
—Si le pregunto en qué momento sos insoportable, ¿qué me va a decir?
—Cuando me enojo y tengo razón. A veces uno se enoja porque se enoja; pero a veces, tenés razón… Y ahí, soy pesado: tengo que dejar marcado en el éter y en la cosmogonía absoluta que las cosas eran como yo pensaba. Pero también pasan los años, y hay que darse cuenta de que es “sábelo vos, no lo digas”. No ser un plomo.
—¿Cómo es tu papá en el rol de suegro?
—Es bárbaro. Es bueno, cariñoso. Posiblemente sea más complicado con las parejas de mis hermanas que con mi pareja.
—¿Por qué es más complicado con ellas? ¿Por celos?
—Y… es diferente la relación. Pero no, súper bien. No hay quejas. Nos divertimos.
—¿Y cómo anda el vínculo con tu viejo?
—Muy bien. Él viaja, hace sus cosas y nos vemos. Ahora está viajando. Tenía unos compromisos afuera. Sí, lo de siempre.
—¿Vos también te ocupás del campo?
—Sí, sí.
—¿Te metiste de lleno ahí?
—Decirte “de lleno” sería un poco hipócrita porque vivo acá y tengo un campo a 800 kilómetros. Entonces, podemos delegar. Y tenemos con quién hacer las pruebas de los injertos para ciertas plantas.
—¿Es un campo de agricultura?
—Principalmente. No te voy a decir que agricultura es más sencillo porque no lo es, pero es diferente el día a día en una plantación de lo que puede ser la ganadería, los animales. Las cabezas vivas es un poco más complejo, y requiere de quienes se dediquen a eso. No es que de golpe, porque tengo diez vacas, me creo que soy ganadero; esto tiene un knowhow, una manera de vivirse.
—Cuando la situación se vuelve más inestable, ¿hay una tranquilidad con el ingreso del campo, con saber que eso está ahí?
—Me dan ganas de ir un poco a trabajar la tierra y plantar cosas, o de que haga frío e ir a ordeñar una vaca. Lo pienso más de ese lado: de ir a trabajarlo. No sé si quiero que alguien me traiga el dinero de... Me da también lo más analógico que podemos hacer: arar la tierra, trabajarla y que crezca el alimento. Ahí pasa la vida: que tengas para comer. Es como un sueño autárquico; también choca un poco con la realidad.
—¿Y el campo es un refugio para irte cuando todo se vuelve un poco complicado?
—No lo pienso como un plan B sino como un plan A, a larga distancia. Porque establecerte y tener en funcionamiento un lugar que te pueda producir alimento o bienes requiere un trabajo. Decir que es fácil sería una falta de respeto para quienes viven de esa manera.
—Hay gente que labura de cinco de la mañana a diez de la noche.
—Totalmente, totalmente. Mirá, te lo voy a decir de la manera en que lo pienso: si no laburara en el entretenimiento y tendría que vivir en la ciudad trabajando de algo que posiblemente no me gustara, me iría al campo a levantar las gallinas y sacar dos huevos.
—Argentina tiene los mejores campos.
—Sí. Y es una locura que seamos un país rico, totalmente empobrecido. Años y años de desastres dirigenciales. Echale la culpa a quien quieras; si querés, le echamos la culpa a cuatro, ocho, diez, 12 años para atrás. Pero las cosas se han hecho tan mal al punto de que es muy difícil vivir en un país donde los ingresos son bajos, pero donde vivir cuesta prácticamente lo mismo que en una ciudad de Estados Unidos. Y en muchas cosas, hasta más caro. Y en los países de al lado, es mucho más accesible.
—¿Qué te pasa con lo que sucede en parte de la cultura de nuestro país, con el cierre del INCAA, por ejemplo?
—Es una cagada porque hacia donde apuntan las políticas no es algo solo cultural, sino que significa laburo para un montón de gente. Ahora, hay que analizar lo que viene pasando en el país, que hace que sea casi inviable hacer una película o una serie por fuera de las ayudas del Estado. Por un montón de cuestiones, desde hace varios años conviene ir a rodar a Uruguay, que tampoco es un país particularmente barato. No le escapa a la problemática que tiene la Argentina: es un país que es difícil para poder producir lo que fuere. Hay muchas trabas para poner una empresa, para poder entrar guita, para que los presupuestos valgan. Yo puedo hablar de esto porque es a lo que me dedico, pero creo que un ferretero o un mecánico tienen problemas similares.
—¿Te gusta este Gobierno?
—Qué sé yo… Decirte que me gusta me resulta aventurado: no podría juzgarlo a cinco, seis meses. Sí veo que hay en la gente una idea de esperanza o de cambio, y de que hubo resultado en algo que se votó hace poco, en que el pueblo, habló. Después, si querés lo analizamos: quién fue, qué dijo, qué, cómo, de qué manera. Pero por lo menos es algo diferente a lo que estaba. Y la gente lo está acompañando. Hay un gran desencanto y estamos muy acostumbrados a que nos mientan y se hagan ricos viviendo del Estado. Y la gente, que es la que pone el dinero para que el Estado funcione, está cada vez con menos posibilidades.
—Qué impunidad.
—Da bronca. Cuando muestran cosas que son muy obvias, muy a la vista, que se habla de cientos de millones de dólares… me pone triste. Pero bueno, no opiné nunca. Trato de no opinar.
—Corriéndonos por completo de lo ideológico, ¿qué político te parece un buen personaje para interpretar?
—Y… (Domingo) Cavallo me parece interesante. Su aspecto: de golpe lo odiaban, ahora lo quieren, siempre estuvo discutido. Carlos Saúl (Menem) también es un personajón. Independientemente de lo que puede haber sido su gobierno, el tipo hizo esperar a los Rolling Stones. O se cerró la Ruta 2 para que fuera a Mar del Plata. Hay algo: me parece que tenés que estar loco para querer agarrar la Argentina. A muy pocos de los que están en los gobiernos les veo rasgos sanos. Todos tienen unos pájaros volados…
—¿Jugamos?
—¡Dale!
—Te voy a nombrar algunos actores y actrices con los que trabajaste en algún momento. Los elegimos al azar, porque sí; nada en particular.
—Okey.
—Tenemos a Celeste Cid, Marcela Kloosterboer, Eva de Dominici, Mica Vázquez. Y a Carlos Portaluppi, Luciano Castro, Peter Lanzani y Leo Sbaraglia.
—Sí.
—¿A cuál de esos ocho le pedís plata prestada si estás corto y no llegás a fin de mes?
—A Peter Lanzani, porque es mi amigo. Y porque me podría decir “No tengo” o “Sí”, y nos daríamos un abrazo. O sea, es mi amigo.
—¿A quién de todos estos no le contas un secreto?
—¡Ay, me matás! A Leo Sbaraglia, porque tal vez sea con el que menos confianza puedo llegar a tener.
—¿A quién le pedís un consejo de pareja?
—A Portaluppi. No solo me parece un actorazo, sino una persona divina. Lo quiero. Me podría dar un consejo sensato y, posiblemente, me haga reír.
—¿A quién de todos ellos no le dejarías a tu perro y a tu gato para que los cuiden cuando te vas de viaje?
—A Kloosterboer. De hecho, Marcela es la madrina de Rulo, mi perro.
—¿Por qué?
—Porque cuando apareció Rulo en mi vida, yo estaba en Polka y lo llevé. La Kloosterboer lo vio, lo levantó, le dio unos besos, y el perro estaba como enloquecido. Le saqué una foto y le dije: “Sos la madrina”. “¡Sí, por favor!”, me dijo. Y quedó.
—¿Y se porta como madrina?
—No, jamás le exigiría eso. Como tampoco yo me porto como padrino. Algún día alguno de mis ahijados, que tengo varios, me va a reclamar y me va a decir: “¡Che!”, y yo voy a tener que… También, son etapas. Un día le caés y le decís: “¿Sabías que yo soy tu padrino?”; “Ah, mirá vos, qué buena onda”, y ahí podés entablar una relación.
—Y de estos ocho, ¿a quién le pedirías que sea el padrino o la madrina de tu hijo?
—Peter Lanzani y Eva De Dominici. Son espléndidos los dos, brillantes.
—¿A quién invitás a hacer buceo libre?
—A Lanzani. De hecho, ya hicimos un poco.
—Lanzani se llevó todos los premios.
—Y… es que lo quiero mucho. Cuando estuvimos haciendo la serie de Maradona convivimos mucho. Es un divino. Hay personas así, que cuando las encontrás, de golpe te hacés amigo.
—Tengo otro juego. Esta vez cartas, con distintas consignas. Elegí una.
—¡Dale! “¿A quién le debes un pedido de disculpas?”. He tratado de pedir todas las disculpas que han hecho falta. Ya por ahí de más grande, con algunos compañeros con los que no he sido tan cordial. Y creo que la respuesta fue buena. Hubo mucho de: “Ni te preocupes, ya pasó”. Creo que estuvo bien haberlo hecho. Estoy al día.
—¿Le hiciste bullying a alguien en el colegio?
—En esa época no existía el bullying. En esa época uno la pasaba mal o bien en el colegio. Era eso.
—¿Hiciste que alguien la pasara mal en el colegio?
—Puede ser, puede ser... También la he pasado mal. Me he cambiado mucho: creo que dos años fue lo máximo que estuve en un mismo colegio. Entonces, cuando llegás y sos el nuevo, siempre hay que pagar algún tipo de derecho de piso. Hay colegios que son más ásperos que otros.
—¿Te molestaban por ser el nuevo?
—Me molestaban por ser el nuevo, por ser el de la tele, por ser algunas cosas…
—Y vos, a quien le tuviste que pedir disculpas, ¿por qué lo molestabas?
—Por las cosas clásicas. Por ahí era alguno al que lo agarraban de punto y con el que, alguna vez, fui malo.
—¿Otra carta?
—A ver: “¿Cuándo y por qué fue la última vez que lloraste?”. Ahora, en marzo, cuando murió (Akira) Toriyama. Tocó algo de la infancia. Me emociono un poco al hablar de Dragon Ball… Ha sido una gran imagen para una generación. Algo muy lindo, un gran dibujo.
—No te emocionás hablando de tus hermanas, de tu padre, de tu novia. Pero te emocionás hablando de Dragon Ball…
—Lo sublimo por acá.
—Otra carta.
—”Contanos la peor cita de tu vida”. Alguna vez, hace muchos años, con Tinder, pasé con el auto a buscar a una chica que era extranjera, y no había ningún tipo de correlación entre lo que creía que era y quien apareció. Y no sé si por costumbres o cuestiones culturales, pero había algo por lo que estaba incómodo.
—¿Y qué hiciste?
—”¡Huy, murió mi vieja!”. No, no. No tanto, pero… (risas). ¡Má, te mando un beso! Sí he dicho que tenía que ir a lo de mi madre por algo muy importante. Y nadie te puede decir: “No, pará, no vayas a lo de tu madre”.
—¿Tu mamá sabe que la usaste para escapar de citas?
—Puede ser. Sí.
—¿Cuál es tu red social favorita?
—Twitter. Me apasiona meterme a ver los comentarios. Quedo extasiado viendo las cosas que escribe un anónimo, que le dice cualquier barbaridad a alguien; incluso cuando me lo dicen a mí. Es increíble, algo sociológico: ver hasta dónde trata de llegar. O gente que me hace reír mucho y no tengo idea quién es. Y hay algo: en Twitter, todavía se lee.
—¿No te enoja cuando dicen algo de vos o de tu papá?
—No, no. Por ahí me dan ganas de contestar, pero después digo: “Estoy alimentando una fiera”. En realidad, lo que tengo que hacer es reírme. Y a veces lo hago, porque es como patear una reja y que haya unos perros atrás, que ladran. Hay algo de eso: decir algo para que del otro lado, ladren.