Una vez más, la antítesis entre ficción y realidad. Porque lo que le sucedió a Cande Vetrano cuando supo que estaba esperando un hijo, nada tuvo que ver con las veces que interpretó ese momento como actriz. Lo primero que pensó cuando vio las célebres dos rayitas en el test de embarazo fue… “¡Siempre lo actué mal! ¡¿Esto te pasa?!”.
Ese sábado por la noche, la luna llena “gigante” –como la recuerda– que había divisado por la ventana funcionó como una señal. “Yo tenía un atraso, miré esa situación y dije: ‘Bueno, si me tengo que enterar algún día, tiene que ser hoy’. Me compré un Evatest, el primero en nueve años con Andrés (Gil, su pareja), y vi… vi una línea. Y después, vi otra…”.
Y entonces la reacción, aquella que jamás había interpretado: “Se me aflojaron las piernas. No podía creerlo. No había… Era una alegría totalmente compleja. Y de repente, es como si te dijesen: ‘Hay vida ahí, en tu estómago’. Y decís: ‘No entiendo nada, nada, nada’. Estado de shock, el primero que tuve en mi vida. Y comimos así, en silencio así, un lomo a caballo con papas fritas recién hechas por Andrés, con dos huevos fritos. No, no; cero conciencia. Los dos, en shock”.
Ahora, por las noches –pero no de los sábados, sino de lunes y martes– “Cande y media” (“me gusta eso”, sonríe, al escuchar la referencia) sube al escenario del Multiteatro con su “pancita” de cuatro meses para su unipersonal, Las cosas maravillosas. La dirige Mey Scápola. “La quiero mucho –se emociona–. Ella es fundamental para esta obra. Lo que me ha acompañado en todo este proceso… Contención total. Y es una directora muy observadora. Me está ayudando mucho a nivel actriz, a ir profundo”.
Y es casi una invitación: ir profundo también en este encuentro con Infobae. Porque esta actriz de 32, que cuenta con ¡25 años! de experiencia ininterrumpida en el oficio, tiene mucho para contar. Y por vivir. “Yo ya me imaginaba mamá. ‘Quiero, quiero, quiero’, pensaba. Pero es muy difícil tomar la decisión”, confiesa Vetrano.
—Para la mujer: la carrera, las presiones...
—Realmente. Y cuando tomé la decisión de que quería ser mamá, algo en mí entendió que ya mi vida… O sea, este último tiempo salí mucho. No me perdía un plan. Loca. Había algo en mí de vivir, vivir, vivir, porque sentía que se me venía… Y ese miedo,: “Bueno, se viene el final de mi vida”. Eso que solemos pensar. Que realmente no sé qué va a ser. Va a ser una transformación, cuando logre mezclar.
—¿Ya saben el sexo?
—Sí. Es nene.
—¿Y tenemos nombre?
—Sí, pero eso más adelante, porque todavía hay idas y vueltas. Es una decisión terrible, eh. Yo pensaba que pintar el color de una pared era la decisión más difícil que tenía que hacer en mi vida, y ese nombre que te va a acompañar toda la vida, que lo vas a tener que decir quichicientas veces... Fuerte. ¡Y sin verle la cara!
—¿Cómo te estás llevando con los cambios en tu cuerpo?
—Estoy flasheadísima. No puedo creer todo lo que nos pasa por dentro, lo complejo que es nuestro cuerpo. Estoy fascinada. Me encanta.
—¿Y cómo te sentís?
—Me siento bien.
—Con Andrés son 10 años casi. Más allá del embarazo, ¿cómo anda la pareja?
—Bien, bien. Claramente, ya estamos en otra etapa, que es muy linda: abrir nuestros corazones, mal. A mí el embarazo me está dando eso. Siempre fui muy políticamente correcta, también con mis relaciones. Está bien decir lo que uno piensa, pero siempre tenía como cierta…
—Corrección política.
—Lo procesaba, y después iba. No es que me guardaba cosas, pero siempre pensaba primero qué había hecho mal yo. Y ahora estoy mucho más…
—Sin filtro.
—Sí, sí, sí. No me jodas (risas). Estoy mecha corta. Me gusta eso de mí, hoy.
—¿Es real que es por el embarazo, o lo estás usando como excusa? Porque el embarazo es un comodín hermoso para todo.
—Yo lo uso cero, eh. Solo una vez, en una fila (risas). Había una fila gigante en un museo y dije: “Disculpame, ¿las embarazadas tenemos que hacer la fila?”. Y me dijeron: “Sí”. Así que no me sirvió.
—Mal el museo, porque las embarazadas tienen prioridad.
—Pésimo. Fue en Estambul, en la mezquita azul. Horrible. Hacía frío. Raro. Pero bueno…
—¿Te tocan mucho la panza?
—Sí, me tocan mucho la panza. Y me parece muy invasivo… Está muy cerca de todo, ahí abajo.
—¿Te piden permiso?
—No, no. Mano directo. Me llama la atención.
—¿Y te animás a decir: “Esto me incomoda”?
—Bueno, estoy viendo de qué manera pongo ya una barrera antes (risas).
—¿Cómo fue contar en el equipo de Las cosas maravillosas que estabas embarazada?
—Fue un momento muy lindo. Hasta lo practiqué. Pensaba: “¿Cómo le digo a esta gente? Van a pensar que no la voy a hacer”. De hecho, apenas me enteré pensé que no iba a poder poder hacerla, pero algo en mí que dijo: “Es la obra más hermosa del mundo, que la hagas en este estado va a ser hermoso”. Estábamos ensayando y vino Bruno Pedemonti, el productor: “Te quiero contar que no va a ser un unipersonal. ¡Estoy embarazada!”. Pobre, me imagino todo lo que le habrá pasado en la cabeza… Pero contento, feliz. Es sabia la vida. Justo me toca en el mejor trimestre, porque yo iba a hacer esta obra en agosto o septiembre.
—¿Cómo te encontrás con esto de volver al teatro?
—Muy conmovida. Y esta es una obra que es más que actuar: tenés que estar muy bien psicológicamente para pararte solita en el escenario, con tanta gente. Es un desafío gigante. Algo que me podría dar pánico, y lo estoy disfrutando. Estoy muy contenta.
—¿Cómo decidiste hacerlo?
—Yo quería hacer cosas que valieran la pena para mí. Hace muchos años que estoy, sobre todo en el teatro, con una entrega muy grande. Y hacer una pieza que tenga sentido para mí, a nivel personal, es muy importante.
—También venías de dirigir tu primera película: Mavita, llena eres de gracias. ¿Cómo fue decidir contar la historia de tu abuela?
—Todo empezó porque mi abuela tiene una casa llena de cosas. Y yo entraba a esa casa y era tal la fascinación: desde los colores, desde el barullo, desde una especie de anticuario. Lo contaba en un asado: “Mi abuela tiene una mandíbula de tiburón, tiene un pingüino embalsamado”. Y me daba cuenta de que generaba atracción. De que era un personajazo. Entonces, la empecé a filmar. Después de cinco años agarré todo el material, fui a un editor, Andrés Medina, y le pregunté si tenía una película. Ahí nos encontramos con que había un montón de tela para cortar, porque mi abuela atravesó una tragedia cuando tenía 28 años: mi abuelo falleció en un accidente de aviación y ella se quedó viuda.
—¿Cuántos hijos tenía?
—Cuatro chicos. Y en algo así, medio mágico, ella sueña el accidente en tiempo real. Entonces, quedó totalmente atravesada por esta historia. Y se hizo muy fanática de los artistas que mueren. Su casa está llena de estos ídolos. Mi abuela es muy genial. Y después, hizo hijos maravillosos: mi mamá es una persona increíble; mis tíos también.
—¿Qué dijo tu mamá cuando le contaste que iba a ser abuela?
—Gritos (risas). Gritos y gritos.
—Cande, ¿jugamos?
—¡Dale!
—Vas a ir sacando cartas. Cada una tiene una pregunta o consigna. Y contás con un comodín, que lo podés usar una sola vez, cuando quieras.
—Y eso es “paso”. ¡Ay, me gusta, me gusta!
—Sacá una carta.
—A ver… “¿La cara de quién te pondrías para salir de levante?”. Me gusta por Emily Ratajkowski. Me parece muy sexy. Pero porque es salir de levante; para salir a la vida a mí me gusta mi cara. Otra carta… ¡Ay, qué fuerte este! (Risas). No, no, pasaría.
—¿A ver?
—”¿A qué famoso o famosa sumarías a una noche apasionada con tu pareja?”. Porque mirá… ¿puede ser alguien de afuera?
—Estás embarazada; te permito todo.
—A Dua Lipa.
—Hacen un trío con Dua Lipa.
—Sí. Porque no vamos a decir colegas, ¿viste? Y tampoco lo tengo pensado.
—¿Andrés acepta a Dua Lipa?
—¡Obvio! Lo pensé. Otra carta: “¿A quién le debés un pedido de disculpas?”. Y… a toda esa gente que no le respondí el teléfono.
—¿Por qué no respondés?
—Tengo un tema con el teléfono. Yo te leo todo y sueño con, en algún momento, poder responder con conciencia. Pero, respuesta bien. Y ese momento nunca llega.
—Entonces queda como que “Cande me clavó el visto”.
—Sí. Soy de clavar mucho el visto y pido disculpas a toda esa gente que no le respondí. No lo hago de mala; lo hago de colgada horrible. Igual hay gente que te llama directo. Y para mí, eso es mala educación. Me parece fortísimo. Muy invasivo.
—¿Otra?
—”Algo que te gusta y te da vergüenza admitir”.
—Placeres culposos.
—Placeres culposos… Y, el salame. Sé que es una porquería y de lo no saludable, es lo peor. Pero amo. Me da cosa, porque soy consciente de lo que estoy diciendo, pero la verdad es que amo el salame.
—¿Cómo estás con la alimentación en el embarazo?
—Igual que siempre: como de todo. Y le estoy mandando a lo dulce; yo no era así. Siempre pensé lo mismo; entiendo que voy a subir: no me preocupa, iré viendo. Lo más importante en el embarazo es estar saludable.
—¿Ya hablaste con tu obstetra de cómo va a ser el parto, sobre qué querés?
—Me imagino un parto en el agua. Fue la primera imagen que tuve. Después entendí que va a pasar lo que tenga que pasar, y que está bueno disponer de todas esas cuestiones. Pero el parto en el agua es una opción. Parto respetado me parece lo más lindo. Intuyo que voy a ir por el lado más natural.
—¿Aparecieron nuevos miedos?
—Por ahora estoy conectada con lo lindo. Entiendo que ya van a venir. También pensaba: “Che, siento que no fui tan buena amiga con las amigas que fueron madres antes”.
—¿Sí?
—No sé si estuve tanto. Y una necesita que estén, que te pregunten cómo estás. Porque te van pasando tantas cosas… Y de eso me di cuenta: “Che, quizás no estuve tanto”.
—Todo es un aprendizaje.
—Y el haber parido tanto en la tele hace que tengas un poquitito menos de miedo. Por lo menos, que me atreva a ir por ahí, yo creo.
—¿Otra carta?
—”¿Cuándo y por qué fue la última vez que lloraste?”. ¡Ay! Lloré anoche, en Las cosas maravillosas. Y lloré de alegría porque venimos ensayando mucho. Fue la segunda función, y me bajó una data de alegría por haber podido hacerlo. Fue muy lindo el momento con la gente. Se pararon... Y lloré.
—Las carreras de los actores tienen mucha inestabilidad en el recorrido. Con Andrés, los dos están en el arte. ¿Cómo se preparan para esos momentos en los que no sabés si habrá trabajo? Va a nacer el bebé y no sabés cuánto tiempo vas a querer parar, y ahí no hay una licencia, como en las empresas. ¿Ahorran en las buenas para cuando haya menos laburo? ¿Invierten?
—Y… estamos viendo qué se hace. Está muy complicado. Y uno no sabe cómo no perder dinero. Estamos ahí, tratando de informarnos, que yo soy un queso, mal. Tengo a mi madre que me ayuda: ella invierte, está pendiente. Pero no sé. Tratamos de guardar un poquitito cuando estamos en un mejor momento. Y bueno, ahora sabemos encima que se nos viene…
—¿Tu mamá te maneja las finanzas?
—Sí, ella me maneja las finanzas. Yo tengo una negación. ¿Viste que dicen que un hemisferio del cerebro es el creativo, y el otro, son números? Bueno, ese, yo lo tengo totalmente anulado. Cuando vas a hacer una transferencia, cinco veces miro el token. Me lo olvido. Y son seis números. No me entran.
—Última carta.
—A ver… “¿A quién le dijiste por primera vez te amo?”. Estoy nombrando mucho a mi mamá, pero es probable que haya sido a ella. Me acompañó siempre mi mamá. Siempre estuvo.