Pamela David: “Sé que hay un prejuicio cuando digo algo, pero nunca voy a ser una millonaria en una nube de pedos”

La conductora y empresaria habla de todo en este mano a mano. La responsabilidad social desde la televisión, la maternidad, sus recuerdos de la infancia y por qué no haría política

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Pamela David: “Se que hay un prejuicio cuando digo algo, pero nunca voy a ser una millonaria en una nube de pedos”

Las revistas se apilaban en uno de los cuartos de esa humilde casa del barrio Sargento Cabral, en Santiago del Estero. Se trataba de una publicación que reflejaba las peripecias del club Sarmiento de La Banda. Pero en esas páginas ya no había novedades: eran todos ejemplares viejos. Ahí donde cualquiera hubiera visto un sinfín de páginas impresas sin otro destino que el descarte, esa adolescente vislumbró una oportunidad.

Le pidió a su papá –periodista deportivo y encargado del medio– si podía quedárselas. Y pudo, claro. “Está mal lo que voy a decir, pero lo hice: me puse un shorcito de jean, una musculosa, una gorrita, y me fui a la cancha con las revistas. Las vendí a 2 pesos cada una. Y las vendí todas. Todas... Puse los billetes y las monedas en una bolsa, y cuando mi mamá me vio, lo vivió como un dolor: ‘Ay, mi hijita…’. Pero para mí era: ‘¿Por qué se van a quedar ahí esas revistas si las puedo hacer plata?’”.

En esencia, Pamela David todavía conserva mucho de aquella joven. Desde el vamos, el recuerdo constante por esos orígenes difíciles, y por las personas con quienes compartió juegos y carencias. La iniciativa, que tiempo después la lanzaría a los medios y a la fama. El carisma, que cada día muestra en la conducción de Desayuno Americano, por América. Y el ingenio, de quien hoy es empresaria. También la belleza, de la que no reniega, como confiesa en esta charla con Infobae. Aquí, además, hablará de su infancia y su adolescencia. También de por qué no haría política y las críticas en las redes. De la maternidad y de su matrimonio con Daniel Vila. Del paso de los años, de la plenopausia. Y del futuro.

—En el programa, a menudo te veo muy emocionada con cuestiones sociales que están pasando. Los temas, te llegan. ¿Fue siempre así?

—Sí. Y tiene que ver con mi historia, que me recuerda que no somos todos iguales. Porque es mentira que todos tenemos las mismas posibilidades. Soy una bendecida por haber tenido otras oportunidades y haberlas aprovechado. Pero cuando me toca ir a Santiago, vuelvo a tener contacto con mis vecinos y me doy cuenta de que no la están pasando bien. Entonces, al tener una cámara, trato de ser esa voz. Hoy hay mucha gente con mucha esperanza. Y ojalá esa gente cada vez sea más, y que esa esperanza se cumpla. Pero bueno, eso no me está pasando. Y trato de escuchar.

—¿Cuáles son las historias que más te llegan?

—Cuando tienen que ver con hijos, con enfermedades. Cuando te pasan cosas que no las podés manejar, que son más fuertes… Los niños me pueden, sí. Y las enfermedades.

Pamela conduce todas las mañanas Desayuno américano por la pantalla de América
Pamela conduce todas las mañanas Desayuno américano por la pantalla de América

—Naciste en Córdoba, y después te fuiste a Santiago.

—Sí. De bebé. No considero el lugar de origen donde nací. Mi origen es Santiago del Estero. Mis raíces. No hay que negar Córdoba: mi hijo nació ahí, es hermoso. Pero no tengo nada que ver con Córdoba. Sería como inventar un cuento. Mis primeros recuerdos son en Santiago. Los vecinos. Estar en la vereda sin miedo, sin inseguridad. Estar todo el día jugando en la calle con mis amiguitos. Y la calle, como algo sano. Hoy, los chicos en la calle no. Pero en mi época, era buenísimo estar en la calle, jugando.

—¿Eras buena alumna?

—No, pero no era mala. Zafaba siempre. Me aburría mucho. Hoy no les puedo decir nada a mis hijos: son muy parecidos ambos. Un nivel de ansiedad fuerte; para ser santiagueña, un poco diferente.

—¿Les diste muchos dolores de cabeza a tus padres en la adolescencia?

—No, no. Era muy independiente, pero mis padres me hacían sentir segura. Confiaban.

—¿No tuvieron que salir a buscarte a algún lugar?

—Una vez al boliche, porque salí sin documento y era chiquita: me tuvieron que ir a buscar. Pero no porque les haya mentido: “Estoy durmiendo”, y me fui. No, no. Estaba consensuado. A mí me gustaba salir.

—¿Llevabas novios a tu casa?

El primer novio importante que tuve, a los 15, 16 años, en mi casa me lo bajaron. No lo aceptaban. Tuve un novio divino que fue pantalla porque era como el novio perfecto. Entonces, lo traía a casa para que (mis papás) se quedaran contentos. Y me escapaba: me iba a ver a ese otro novio que no aceptaban. Ya aprendí con mis hijos: en casa no se prohíbe nada.

—¿Cómo hiciste para convencer a ese chico que fuera tu pantalla?

—No lo convencí: para él, éramos novios… (risas). No era una estrategia: íbamos de la mano, todo.

—¿Y ahora, cuando vas a Santiago, qué sentís?

—Es muy lindo. Mis amigos del secundario es el chat que más activo tengo: se llama “Hermanos” y somos cinco, muy amigos. Todos los días nos escribimos y mandamos memes. Pensamos diferente. Y ya todos grandes, con hijos, casados, separados, vueltos… no importa. Es esa amistad de: “¿Cuándo nos juntamos a comer, el viernes o el sábado?”.

—¿Era una casa humilde?

—Sí. Una casa humilde. Con vecinos muy honestos. Por eso me indigna asociar la humildad con la delincuencia. Un vecino, Homero, es maestro. Es tan bocho que le digo: “¿Cómo no tengo un panelista como vos?”. Aprendo un montón de él, de sus estados de WhatsApp. Y a veces le pregunto, porque quiero bajar a tierra. En la tele nosotros chicaneamos de un lado y del otro, y en el medio hay gente que no está ni de un lado ni del otro. Que simplemente quiere enseñar y que los chicos, aprendan. No podés meter a todos en la misma bolsa y generalizar.

—No, a veces la gente quiere comer a la noche.

—Sí. Y yo digo eso y es como: “Ah, mira quién lo dice, la que no sé qué…”. Entonces, tengo que filtrar. O me tiene que importar nada lo que dicen. Y lo sacan de contexto y es una guachada. Es todo un laburo: no te creas que es tan fácil poder decir lo que uno piensa.

Pamela David y Daniel Vila
Pamela David y Daniel Vila

—¿A qué se dedicaban tus papás?

—Los dos trabajaban. Mi mamá, de ama de casa. Hacía malabares: era la que tenía que dibujarla con dos mangos para que hubiera. Hizo un curso de peluquera y se iba con el bolsito, la tijera, el peine, a cortar el pelo a las casas. Para mí, eso era como nunca quedarse de brazos cruzados. Que nunca falte el laburo.

—¿Y papá qué hacía?

—Periodista deportivo. Y hacía programas descubriendo nuestra tierra.

—¿En esa casa, alguna vez faltó?

—Mi papá tenía un local de Hitachi y en la época de la híper (inflación), los negocios cerraban y se quedaban sin laburo. Pero después, no lo trasladaba a mi casa. Mis papás no me involucraban tanto en esa realidad, y no tengo mucha conciencia de esa época, te soy sincera.

—Pero en algún momento vos pudiste empezar a ayudarlos a ellos.

—Sí. Laburo desde muy chica, pero no para ayudar en casa sino porque me gustaba. A los 13 años desfilaba y hacía un programa de televisión en Santiago. Mi plata para la ropa, el boliche, el cine, siempre la tuve. Me gustaba lo que hacía y no lo veía como: “Ay, trabajaba de muy chica”. Siempre me gustó trabajar, ver la plata, invertirla.

—Hay una empresaria ahí.

—Tengo un montón de curretes. Invierto. A veces me equivoco. Me compro un departamento, lo voy armando y lo alquilo. Con la Ley de Alquileres, perdí: estuve como tres años alquilando a menos de lo que salían las expensas. En esa, no gané. Pero después están los vinos, que son una inversión: es poner plata, poner plata… No es que gano todavía. Pero voy a ganar, de acá a cinco años… Tengo un rosé y un espumante. Se llama “MEL, Mi espíritu libre”. Hoy todos somos del malbec, pero todo tiende a ser rosé el día de mañana. Por eso te digo: de acá a unos años, vas a ver que me va a dar plata.

—¿Cómo te involucraste en ese proceso?

—En el 2020. Todos encerrados, nos quedamos en Mendoza. Daniel (Vila) tiene un malbec exquisito que lo termina de envasar en Piccolo Banfi, una bodega de Diego Banfi, un señor que fue muy generoso: me explicó cómo se hace y ta, ta, ta. Me aconsejó todo lo que necesitaba saber. Y elegí lo que quería: cómo me gusta, la etiqueta. Hice todo, todo, todo. Las primeras veces iba yo a buscar: llenaba la camioneta de cajas. Algún día tendré una bodega. Ahora estoy muy lejos de eso, voy por el cuarto año, pero no tengo ninguna duda de que va a pasar. Voy a ser una mega empresaria.

—¿Con el vino ya ganaste?

—Estoy perdiendo, sobre todo porque…

—Es una apuesta.

—No, sobre todo por lo que aumentaron los insumos. Las botellas salen más, todo sale más. Pero no importa. Es rico. Y no lo llamo perder, lo llamo invertir, porque tengo más cantidad. No es que se paga solo. Todavía no. Pero porque estoy haciendo cada vez más.

Pamela David y Daniel Vila junto a su hija, Lola todavía chiquita
Pamela David y Daniel Vila junto a su hija, Lola todavía chiquita

—¿Y hay un tercer negocio?

—Daniel va a abrir un hotel en Mendoza: El puesto del indio. Y yo tengo el shop del hotel, que se llama El almacén del indio. Ya lo abrí. Vendo ponchos, mates, materas. Tengo cosas divinas: los cuchillos, las cosas de cuero. Ese negocio me está dando ganancias, a diferencia del otro. Pero es un público que por ahí puede pagar un poco más.

—Me parece interesante que te animés a decir que te gusta ganar plata.

—Me encanta ganar plata. Y sufro cuando pierdo plata. ¿Vos no sufrís cuando perdés plata?.

—Lloro...

—Yo sufro. Hoy puedo decir que elijo de qué trabajo. Pero he hecho laburos porque necesitaba laburar, y nada que renegar de eso porque cada uno me dio un aprendizaje enorme. Nunca soñé ser vedette y no reniego de eso, pero no lo disfrutaba. No la pasé mal, pero en ese momento me hubiera gustado estudiar periodismo deportivo. Son decisiones que uno va tomando. Hoy hago Desayuno Americano, que lo extrañaba un montón, y me encanta. Me hablan del rating, de ese rating que no importa, pero la cosa es construir un producto de calidad y de amor, y un espacio de información. Si vos me decís que para medir más hay que hacer algo con lo que no tranzo, te digo: “No, gracias”. El día que no quiera, no lo hago más. Y me vuelvo a mi casa a disfrutar más de mis hijos.

—¿Daniel no te pide que trabajes menos?

—No. Él nunca haría eso.

—Te conoce.

—Claro.

—¿Cuántos años juntos?

—Y… 14. Sí, 14. Y cada vez estamos mejor: más seguros, más enamorados. Los chicos están más grandes, entonces tenemos más tiempo solos. Vos decís: “Ay, el nido vacío… ¡Ay, gracias chicos! ¡Váyanse de casa, por favor!” (Risas). Disfrutamos eso, descorchamos.

—¿Ninguna chance de otro hijo?

—¿Qué? ¿Otro hijo? No, no… No tendría otro hijo ni loca. Daniel se hizo la vasectomía también, que me parece buenísimo.

—¿Lo planteaste vos, lo propuso él?

—Me lo dijo él. Estaba el DIU y vos decís: “¿Pero por qué?”. A veces me quejaba de decir: “Ay, nosotras tenemos que cargar con algo que no es nuestro, un extraño en el cuerpo”. “Bueno –me dijo– ¿querés que me haga…?”. “Dale”. Y estuvo buenísimo.

—¿En casa se reparten las tareas?

—Debo decir que hace bastante. No sé cómo decirlo, que no me escuche… No, no. En mi casa cocina mi marido. A él le gusta, no lo obligo. Y se lo festejo a morir. Aparte le gusta hacer las compras, que es algo que yo tampoco… Por suerte, porque a mí no me gusta la cocina. Y sí, cocina rico.

Pamela junto a su hijo Felipe
Pamela junto a su hijo Felipe

—¿Si le pregunto a Daniel, en qué momento me diría que te ponés insoportable?

—Cuando me tengo que indisponer. Que si Dios quiere va a ser poco tiempo (risas). Soy realmente el demonio de Tazmania. No me quiero ni a mí misma, soy insoportable. Pero tengo algo a mi favor: me encierro, me aíslo. Medito. Cuando sé que estoy insoportable, trato de no cruzarme a nadie en la casa. Les digo que no me busquen. Y también, todos se dan cuenta.

—Los chicos están más grandes. ¿Cómo te llevas con esto de que crezcan?

—Súper bien. Me siento muy orgullosa como mamá. Tengo hijos muy buenos. Los tengo cortitos, también. Pero sí, es todo un desafío.

—Lola tiene 11 años, está entrando en la adolescencia. Y viste que las hijas adolescentes, con las madres…

—Bravísima. Pero a mí me mata de amor. Me puede. No se lo demuestro; ojalá no vea esta nota… Lola me puede porque me hace acordar tanto a mí de chiquita.

—¿Es brava?

—¡Ay, sí! Te habla de igual a igual. Te morís. Y es su personalidad, no es que alguien le inculque nada. Tiene unas salidas buenísimas.

—En esta responsabilidad social que transmitís en la pantalla, esta empatía, ¿lográs transmitírsela a los chicos para que entiendan que la realidad que ellos viven no es la del resto?

—Sí, sí. Ellos lo saben. En ese sentido Daniel también es muy consciente. Para que te des una idea: tienen una mensualidad y de ahí no pueden salir, si quieren algo tienen que ahorrar y esperar. Mis hijos saben que no es nada ya, que todo lo que se quiere, se tiene que conseguir. No cualquiera puede ahorrar, es una realidad. Pero a mis hijos se lo remarcamos muchísimo. No tengo ese miedo, ellos son conscientes. Yo tengo una vida muy normal, unas cuentas muy normales. Pero también sé que el día que quiera algo, lo puedo tener. Y hay un prejuicio de que cuando digo algo: “Mirá ahora lo viene a decir…”. Y no. Lo dije siempre.

—”La millonaria que opina desde lejos”.

—Sí, dale. No. Ninguna chance de que sea nunca... Nunca digas nunca. Pero creo que nunca voy a ser una millonaria en una nube de pedos. Eso nunca va a pasar.

—¿Cuando tuitean algo feo, te dan ganas de responder?

—No. Antes me daba angustia; hoy, no. Porque aparte entendí que hay un aparato, que antes eran los trolls de (Marcos) Peña, los de Máximo (Kirchner), y hoy son los de Santiaguito Caputo. Siempre hubo alguien que maneja. Después, hay gente que de verdad se suma a la ola de odio: el odiante está también más allá de los trolls. Pero no puedo hacer nada eso. El día que leí que cuestionaban que Maru Botana tuviera otro hijo después de la pérdida de Facu, esos mensajes de odio hacia una mujer, hacia una madre que perdió un hijo, entendí que eso no es una opinión. Que eso no existe, que esa es la misma mierda. Y que no hay que leer.

—¿Cómo te llevas con el paso del tiempo?

—Bien, bien.

—¿Siempre te llevaste bien?

—No, creo que ahora. Tengo en mi registro a las eternas potras, les llamo yo, las de la tapa de Gente: Araceli González, Cahty Fulop, Valeria Mazza. “A los 40 estoy en el mayor momento de mi vida”, decían. Y vos las veías y pensabas: “¡Está mejor que a los 20!”. Y yo a los 40 era un pochoclo que tenía una angustia… No sabía qué hacer con mi vida. Ahí, estaba en plena crisis.

—Denme la plenitud que me prometieron.

—Totalmente. Y hoy, con mis 45, te digo que ni me subo a una balanza. Y no sé por qué. Son momentos, tal vez. A mí me gusta estar y verme bien, pero no te tranzo mi copa de vino, mi jamón; me gusta la picada.

—Bueno, ahí hay algo: cómo nos convencieron de qué la plenitud es ser una bomba sexy.

—No, no, porque yo hoy tengo la plenitud. Y no voy a negar que tengo el don, la suerte… Gracias mamá, papá, que me hicieron linda. Punto. No voy a renegar de eso. No me hateen, no tengo la culpa. Pero sí aproveché eso mucha parte de mi vida. Y hoy no es que vivo de la estética, pero eso viene, está en el combo. Y te juro que para mí es la plenopausia. ¿Por qué le hicieron tanta mala prensa a la pobre infeliz? A la menopausia, digo. Me siento más cansada, más dispersa, tengo un montón de cosas malas para decirte. Pero no importa en la balanza de lo que me chupe un huevo, que está así de fuerte.

—¿Por dónde pasa la felicidad para vos?

—Por el disfrute. Por tomar decisiones más conscientes. Hice mucho filtro de relaciones, pero porque las que elijo… Dedicarle tiempo a la que vale, y no dedicarle tiempo por compromiso, ni por nada, a la que no vale. Cuando alguien te escribe y vos decís: “No”. “¿Pero por qué? Por favor, que sí, no sé qué…”. “No. Porque no tengo ganas”. Y es hermoso.

—¿Tenés ganas de hacer política?

—No sé qué decirte porque como no me da miedo decir que me gusta ganar plata, no podría vivir con el sueldo de una política, porque a mi me gusta ganar plata. Y para ganar plata tenés que dedicarle mucho tiempo al trabajo.

—Pero vos ya tenés plata.

—Me gusta trabajar y ganarla. Pero sí: me gusta involucrarme. Y podés hacer política sin ser política. Yo tengo una filosofía de vida, no de ahora que puedo, sino desde siempre, que a lo mejor me la dio la religión y ser católica: el diezmo. Si a vos te va bien, y ese mínimo 10% tenés que donarlo.

—¿Lo hacés?

—Siempre.

—¿Todos los meses se dona el 10%?

—Mínimamente. En una fundación. Con que eso llegue, con que vos compres cosas, con que le des una mano a alguien… Creo que lo tendríamos que hacer todos. ¿Tenés dos mangos? Bueno, a veces la gente que menos tiene es la más generosa.

—¿El vínculo con la religión cómo está?

—Creo mucho en la energía divina a la que le llaman Dios.

—¿Te enojaste con Dios cuando fue lo de tu hermano?

—No. Porque él había tenido varios intentos y lo terminó concretando.

—¿Y te apoyaste en Dios en ese momento?

—Es que por eso digo: no sé si es Dios. Cuando era chiquita me arrodillaba en la cama, ponía las dos manitos así, y rezaba el rosario. Y hoy te digo no. Lola hizo la comunión y yo tuve mucho que ver porque ella no quería saber nada. Y a mí me gustó que tuviera esa experiencia. Que después crea en lo que ella quiera. No la obligo.

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