Hubo una nena que no fue cuidada. Que creció sumergida en un entorno violento, abusivo, marginal; abundante solo en carencias y en adicciones. Al desamparo de su familia, de la escuela, del Estado, hizo lo que pudo con la nada que tenía a su alcance. Tomó decisiones tan equivocadas como precoces. Y cuando tocó fondo, se hundió todavía más. Hasta que, con el paso de los años, intentó reconstruirse desde las cenizas de lo que nunca había llegado a ser. Y después de todo lo sufrido, hoy sonríe. Quizás lo esté haciendo por primera vez.
Y hubo un niño que, con apenas unas horas de vida, fue puesto a salvo de su mamá adicta. Porque aquí el Estado sí intervino. Y luego una familia de tránsito le brindó un hogar temporal: en el calor de una casa ajena que tomaría como propia, ese nene titubeó sus pasos iniciales, pronunció sus primeras palabras. Allí le sobró comida, le dieron abrigo. Fue protegido. Y jamás perdió la sonrisa.
Entre esa nena y este niño, los prejuicios. Las miradas inquisidoras, los juzgamientos. La falta de empatía. El veredicto rápido y contundente; demoledor.
Y entre esa nena y este niño, el amor inmenso. Recíproco. De esos amores por los cuales se lucha. Como lo hizo Brenda Sanchez, esa nena que ahora –con 28 años– es la mamá presente de Juan, este niño de apenas cinco que debió transcurrir más de la mitad de su corta vida lejos de ella.
Pese a que alcanzará un final feliz, esta entrevista a esa madre duele. Además, incomoda. En parte es algo buscado: cuánto más simple sería caer en lo políticamente correcto, apuntar contra la ley de adopción, contra quienes la aplican, contra sus tiempos. Cuestionar el proceso y repetir hasta el hartazgo frases conocidas. Porque es cierto: a menudo las cosas salen mal. Pero en otros casos se trata de entender qué es lo que hay detrás. Y permitirse ver sin prejuzgar.
La prioridad absoluta la tienen los niños; hacia ellos es la responsabilidad del Estado. En Argentina hay unos 9.000 chicos y adolescentes judicializados; menos de 2.500 se hallan en situación de adoptabilidad. Pero el sistema de adopción tiene un lado B, donde se encuentran esas personas a las que nos cuesta mirar. Seguimos de largo para que no nos duela tanto. ¿En qué condiciones está la mujer que –con una pareja violenta y ausente en su rol de padre– abandona a un hijo? ¿Por qué lo hace? ¿Qué la llevó hasta ahí? ¿Cuándo el Estado decide separar a un bebé de su familia?
Otro día hablaremos de los mitos y los requisitos al momento de adoptar. Esta vez, aquí hablamos de los niños que esperan que la Justicia decida su futuro. Y también de quienes no pueden, de quienes están rotos. De los adultos de hoy que ayer fueron niños desprotegidos, negados, descartados.
Les presento a Brenda y Juan.
Esta es su historia
Brenda llega a Infobae con tres de sus cinco hijos: Giuliana tiene 11 años, Juan ya cumplió los cinco y Taina apenas cuenta con ocho meses. Faltan Naila (10) y Eliel (7). Confiesa que está orgullosa de sus chicos, de la familia que formó. “Estamos bien, unidos. Aprendiendo”, dice. Es momento de que los niños abandonen el estudio, al cuidado de una tía. “Contar adelante de ellos, por ahí… –dice Brenda–. Aunque ya saben un poco, yo les he contado. Y ellos me han preguntado”.
―¿Cuántos años tenías cuando quedaste embarazada de Giuliana?
―Quince.
―¿Cómo era tu vida en ese momento?
―Consumía.
―¿Qué consumías?
―Cocaína. Mi papá estaba preso. Cuando salió, al poco tiempo lo mataron en la puerta de casa: le pegaron un tiro, no sé muy bien cómo fue la historia. Yo tenía cinco años. Mi mamá tiene 11 hijos: tengo 10 hermanos. Y bueno, ella buscó lo fácil; sé que trabajaba. Hizo cosas que no tenía que hacer y cayó presa. A los 11 años yo iba al colegio y ella estaba presa.
―¿Y quién cuidaba a esos 11 chicos?
―Mis hermanas más grandes. No me acuerdo muy bien qué edad tenían, pero ya eran mayores de edad.
―¿Por qué dejaste el colegio?
―Porque tomé malas decisiones. Vivía en un barrio donde todo el mundo consumía. Es más, mis hermanas también andaban en eso, y para mí era como algo normal. Vi lo que hacían, y un día llegué, me miré al espejo y dije: “A ver qué onda…”. Y lo pruebo. Después, sigo. En un momento estaba triste porque yo no quería consumir, buscaba la atención en el colegio, pero una profesora me dijo: “Si no querés venir a estudiar, no venga más”. No fui más. Y me encerré en el consumo. Tenía 11 años.
―El consumo apareció siendo muy chica…
―Sí. En realidad, mi primera vez fue cuando tenía cinco años. Mi mamá vendía droga. Me acuerdo que papá estaba (en ese momento) y la retó a mamá. Más que eso no me acuerdo, porque me quedé quieta, ellos se asustaron y me dieron leche. No sé qué hicieron…
―¿No te llevaron a un médico?
―No, no. Si me llevaban, había problemas. También hubo abusos de chica.
―¿De familiares?
―Sí. Pero ya está…
―¿Pudiste denunciarlo?
―No… Ya pasó.
―¿De dónde sacabas la plata para la droga?
―No la sacaba: yo vendía (droga) para la familia, porque mi mamá vendía. No es que ella me mandaba, sino que sabía que lo hacía porque estaba mi hermana también en el medio, la mayor. Vendíamos en casa, la gente venía a comprar.
―¿Durante el embarazo de Giuliana también consumías?
―Sí.
―¿Tuviste controles médicos durante el embarazo?
―No. 1, 2, 3 controles. Menos por ahí.
―¿Algún médico sabía que consumías drogas durante el embarazo?
―Sí. Siempre conté porque me explicaron que era importante que yo diga si consumía o no.
―¿Y qué decían?
―Nada. Ellos no me decían nada.
―Y cuando nace Giuliana, ¿qué pasó?
―La tuve en el hospital, nació prematura. No le llegué a dar la teta porque yo consumía. Me dieron el alta, fui a casa y normal. Mi mamá ya había salido otra vez, porque estuvo dos o tres veces presa, y la cuidaba un poco a ella. Yo consumía días y días, y es un tiempo del que tengo pocos recuerdos, sinceramente, y eso me pone triste. Por ahí los chicos me preguntan: “¿En qué tiempo dije mi primera palabra?”. Y no me acuerdo. O no recuerdo cuando fueron sus primeros pasos.
―¿El papá de Giuliana estaba presente?
―Estaba y no estaba. Es más grande que yo: cuando yo tenía 15 años, él tenía 20. Me había aferrado mucho a él porque apareció cuando yo me sentía muy sola.
―Él era mayor, vos tenías 15 años: estaba cometiendo un delito.
―Sí. Eso lo entendí después.
―Tus papás te dieron droga a los cinco años. Y tenías 11 cuando empezaste a consumir. Nada de lo que te pasó en ese momento fue culpa tuya.
―Sí…
―Falló la escuela, falló ese primer hospital, fallaron las asistentes sociales cuando tu mamá quedó presa y no pasó nada con ustedes. Falló todo, por todos lados. ¿Te costó entender que no era culpa tuya?
―Sí, demasiado. Porque todavía, de vez en cuando, siento que es mi culpa. Pero voy entendiendo un poco más que no es así. Al poco tiempo de haber nacido Giuliana, en 2012, quedé embarazada de Naila. Y nunca paré de consumir. En 2018 nació Eliel. Fue un embarazo de riesgo, lo estaba perdiendo: yo hacía cosas que no tenía que hacer en un embarazo.
―Y el trabajo estaba vinculado a la venta de estupefacientes.
―Después ya no, porque mis hermanos cayeron (presos) por robo. Y yo solo me dediqué a rebuscármela en la calle: salía a estar con hombres por plata. A veces, hasta con el padre de los chicos. Él me decía: “¿Querés plata? Bueno, tenés que hacer (conmigo) tal cosa y tal cosa”. Después me dejaba a los chicos sin comer. O se desaparecía y cuando quería, volvía. En ocasiones me trajo (droga) para vender: “Tomá, vendé esto y usalo para la comida de los chicos”. Yo por ahí ni la vendía: me la tomaba. Y después tenía que salir a buscar para los chicos.
―¿Buscar hombres en la calle?
―Sí.
―¿Alguien de tu familia te quiso ayudar económicamente con los chicos?
―Sí. Mi hermana Micaela, que siempre trabajó. Ella no consumía; Alejandra tampoco. Micaela les daba de comer a mis hijos cuando yo no tenía para darles. En su momento también estuvo mi padrastro. Y mi mamá, cuando yo me iba.
―Mientras trabajabas en la calle, ¿quedás embarazada de Juan?
―Sí.
―¿Sabes quién es el papá de Juan?
―Sí. Para mí, es el papá de los chicos. Él les puso su apellido. De corazón: quiero creer que es de él. Él vivía en su casa, estaba con quien sea. De hecho, estuvo con mis hermanas estando conmigo.
―¿Hoy tenés otra pareja?
―Sí. Y tengo una familia unida: mis hijos y mi pareja.
―Cuando quedaste embarazada de Juan, ¿seguiste prostituyéndote?
―Sí. Porque seguía en la misma, no pensaba.
―¿Lo hacías para comer o para consumir?
―Para ambas cosas.
―¿Ninguno de los hombres con los que estuviste te trató de ayudar, te preguntó qué te pasaba o por qué hacías eso?
―Sí hubo preguntas, pero no, realmente no sentí que querían ayudar. Simplemente la pregunta que hacían como para mostrar un poco de interés cuando sabes muy bien que no es así, que sabés lo que quieren.
―¿Y cuando nace Juan?
―En ese tiempo, yo estaba tocando fondo: ya era mucho lo que consumía, más que en los embarazos anteriores.
―¿Por qué no te dejaron irte del hospital con Juan?
―Porque nació con cocaína en sangre.
―¿Y con tus otros hijos?
―Para mí, con los otros no lo chequearon. Cuando los médicos me preguntaban si consumía, yo siempre decía que sí. ¿Por qué? Porque también pensaba en el bebé. Cuando nace Juan, yo le estaba dando mamadera, no le estaba dando el pecho. Pero como lloraba mucho, en un momento le di la teta. Y empezó a vomitar mucho. Me asusté y lo llevé a Neo. Me dicen que le iban a hacer un análisis. Vuelven y me cuentan que el nene tenía cocaína en sangre, que lo iban a tener en Neo. Después se me acercó una trabajadora social y me explicó que me habían denunciado de Neo, y que el nene se iba a quedar porque tenía cocaína en sangre.
―¿A vos qué te pasó en ese momento?
―Me asusté. Yo no me quería ir del hospital. “Yo no me voy a ir de acá”, decía. Pero me dijeron que si yo no me presentaba, iba a ser peor, habría más conflictos.
―¿Cuándo entendiste que Juan iba a ser judicializado?
―A los dos meses, cuando lo sacan (le dan el alta) del hospital. Un día lo voy a visitar, le llevaba pañales y lo que tenía para cambiarlo, la ropita, y me dicen: “Tú nene no está, se lo llevaron”. Y se me vino el mundo abajo… No lo podía creer. Se me hizo un nudo en la garganta. Vuelvo llorando y le digo a mi hermana Micaela: “No está Juan”. Y ella me dice: “Si ya te venía avisando que iban a pasar estas cosas…”. Vuelvo al hospital y me explican cómo era la situación: que habían dictado una medida de abrigo. Y me mandan a un CPA (Centro de Atención Primaria) ambulatorio: era como ir a un psicólogo, me tenía que presentar todas las semanas y dejar constancia de que yo estaba haciendo algo para ello (por dejar de consumir).
―Mientras tanto, para Juan se había dictado esta medida de abrigo: aislar al menor de su familia de origen para proteger sus derechos. Ahora quizás entiendas esa determinación, para cuidar al niño, ¿pero en ese momento qué te produjo?
―Me enojaba y me quejaba. Era lo único que hacía. Que me saquen a mi hijo fue muy doloroso. Pero también sé que le salvó la vida: fue algo necesario.
―¿Juan fue con una familia de tránsito?
―Sí. Con Raquel, de la fundación Juguemos y Caminemos Juntos, que agrupa familias de acogimiento. Yo no podía tener contacto con Juan; sus hermanos tampoco. Ahí es cuando digo: “Esto no puede ser. Voy a perder a mi familia, a mis hijos. Tengo que hacer algo. Tengo que recuperar a Juan. Y tengo que rescatarme”.
―¿Por qué cuando separan a Juan no pasa nada con tus otros hijos? Ellos también estaban en una situación de riesgo.
―Sí, porque yo seguía consumiendo y ellos seguían vulnerados, sin cuidado. Descuidados. Llegué a decirlo: “No entiendo por qué no hicieron lo mismo con sus hermanos”. Giuli tenía cinco, Naila cuatro y Eliel, dos. Eran chiquitos. Y estaban en peligro. Hoy lo entiendo y me hago cargo. Y me pone muy mal, me pone muy triste...
―¿Fue en ese momento cuando decidís cambiar?
―Sí. Me veía al espejo y estaba muy mal físicamente… También veía a mis hijos llorando o pasando necesidades. Ahí dije que quería salir. Mi hermana me consigue una cita con Sedronar. De un día para el otro me interno con mis tres hijos en una casa terapéutica de Luján, donde había psicólogos, acompañantes. Los chicos iban al jardín, al colegio; había psicólogos para ellos. Te acompañaban en el día a día.
―¿Cuánto tiempo estuviste ahí?
―Un año. Fue lo mejor y lo más lindo que me pasó. Mis hijas también lo recuerdan: a Giuli también le encantó ese lugar. Y yo conté desde el primer día que tenía un bebé, para que ellos intervengan y lograr una vinculación con Juan. Pero en el juzgado se negaban a la vinculación: ponían muchas trabas.
―Está bien: lo estaban cuidando.
―Lo estaban cuidando... Yo seguí peleando para dejar el consumo. Salgo de Luján y vino la pandemia. Me fui a vivir a Moreno, luego me vine a Podestá. Vuelvo con el papá de Giuli: teníamos conflictos de violencia, de maltratos y todo eso. Yo seguía con esa relación fea pero estaba rehabilitada. Y me llaman del juzgado para ver lo de Juan.
―Había que definir su situación.
―Había que definir eso. Juan ya tenía dos años y medio, casi tres. Vino la jueza, que era otra; antes habían pasado otros jueces. Me dice: “Leí todo tu expediente. Jamás te dieron la posibilidad de tener una vinculación con tu hijo y vos hiciste este tratamiento, estás cumpliendo. Te voy a dar la posibilidad, y si está bien, te voy a abrir esta ventana. Pero vas a tener que cumplir y seguir firme, como ahora, para llegar a tener una vinculación con tu hijo”.
―¿Te acordás el día que lo volviste a ver a Juan?
―Ay, era un nervio. Fue en juzgado. Mi corazón latía antes de entrar. Y cuando veo la carita, es como que… Te piden que no podés llorar ni nada. Y entonces estaba... Lo tenía ahí ya. Fue algo muy lindo.
―En ese momento vos sabías que tenían que vincular pero que en algún momento volvía con vos.
―Sí, llena la esperanza, cada día más. Yo sabía que faltaba poco para que esté, que ya estaba ahí y que iba a estar pronto con nosotros.
―Una pregunta que tal vez es incómoda, pero vos sabes que uno de los puntos más cuestionados cuando hablamos de adopción en la Argentina tiene que ver con los tiempos. Vos es el lado B de esos tiempos. Cuando decimos: “¿Por qué la justicia tarda tres o cuatro años en dictar la adoptabilidad de un niño?” En este caso, porque cada historia es distinta, había una mamá tratando de recuperarse. Y vos hablás y yo empatizo absolutamente con tu historia y con lo que viviste. Y también pienso que podía no salir así.
―Claro. Sí. Sí.
―Y Juan podía ir creciendo. Y lamentablemente, cuanto más van creciendo los chicos, más difícil es su adoptabilidad.
―Quieren más chiquitos siempre es eso.
―Vos pudiste curarte, pero sabés que hay gente que no.
―Sí, cosas de las que se hace muy difícil salir, tengo hermanas.
―Entonces tengo una gran contradicción, porque yo los veo a ustedes y es un mimo al alma que pueden estar todos juntos, ¿pero entendés lo que le pasa a la sociedad con eso?
―Sí. No sé. Ven esto que simplemente a vista se ve, por ahí no empatizan. No saben lo que hay del otro lado de las personas.
―¿Y qué les decís?
―Que obviamente no todos quieren, pero tendrían que conocer un poquito más a la otra persona. Le diría que empaticen un poco más, que se acerquen a esas personas o quieran por lo menos saber su historia y querer ayudar.
―¿Sentís que en algún momento hay un límite y que hay que el Estado debe decir: “Basta, estos chicos tienen que ser adoptados”?
―Claro, sí, obviamente. Es más, yo incluso en un momento llegué a pensar que yo a Juan no me lo iban a dar. Y pensé: “Va a estar mejor con alguien más. Si no me lo dan es por algo y va a estar mejor. Quiero creer y que va a estar bien y feliz con una familia”. Me quise resignar y pensar eso siempre. Es más, cuando conozco a la familia y realmente vi que él siempre estuvo bien y que lo amaron y todo más felicidad me dio. Pero lo logré y él pudo volver conmigo. Pero bueno si, sé que hay gente todavía le cuesta, que le han sacado sus hijos y siguen en la misma situación, como la que yo estuve y que le cuesta mucho más.
―¿Confías en el proceso?
―Sí, confío. Confío en el proceso.
―¿Estás orgullosa de vos?
―Sí, estoy orgullosa. Y también de la hermosa familia y los hijos que tengo.
―Costó un montón.
―Sí, fue largo el camino y vacío. Sigo para adelante. Seguimos, acá no termina esto y vamos por más
―¿Todo ese tiempo Juan estuvo con la misma familia de abrigo?
―No. Al principio estuvo con Raquel y luego pasó con Cinthia, otra familia en tránsito que lo tuvo bastante tiempo y que sigue teniendo vínculo con Juan. Yo no se lo corté: le tengo mucho afecto a Cinthia, la quiero un montón, y lo veo a Juan cómo la ama, cómo la necesita… Aunque, sinceramente, por un momento me agarró un poco de celos, entendí que Juan los ama, y ellos también a Juan. Ese apego, esa conexión que tienen…Es maravilloso lo que hacen las familias de abrigo. Estoy más que agradecida.
―¿Juan entendió que vos sos su mamá?
―Sí, sí. Eso era lo importante. Fue lo mejor cuando me empezó a decir “mamá”.
―¿Le costó?
―Sí. Cinthia y Raquel de a poco a poco fueron contándole la historia, mostrándole fotitos y explicándole, para que no sea tan abrupto, ni de golpe, sino a su tiempo, poco a poco. Obviamente, yo, esperando todos los tiempos: de él y de ellos. Respetando todo.
―¿Sus hermanos entendieron por qué Juan no estuvo con ellos en sus primeros años de vida?
―Sí. Porque ven fotos en las que él no está. “Es porque mamá estaba enferma. Mamá se estaba rehabilitando. Se estaba curando”. Hasta que me curé. Y hoy en día estamos juntos.
―Te quiero preguntar por el papá de los chicos, que te hizo cosas horribles. ¿Pudiste entender que te lastimó?
―Sí. También pude perdonar.
―¿Nunca lo denunciaste?
―No. Tuve muchas posibilidades pero no quise hacerlo por miedo, no a él sino a los juzgados. Pensaba que si yo denunciaba iba a ser peor, y nunca llegaría a recuperar a Juan.
—¿Sentís que si vos de chiquita hubieras sido judicializada, tu futuro habría sido otro?
―Sí, eso lo pensé también. No se puede cambiar el pasado, pero hubiese sido distinto.
―¿Vos sentís que en algún momento te tendrían que haber apartado de de esa casa y esa situación?
―En ese momento sí, siendo chica yo digo que sí.
―¿Podrías haber tenido otras oportunidades en la vida?.
―Sí, me gustaba mucho el colegio. Me gustaba mucho mis amigos y salir.
―Ser una nena, a vos te robaron la posibilidad de ser una nena.
―Me descuidaron, sí.
―¿Hoy necesitas algo, Brenda?
―No. Mi sueño es tener un trabajo y tener mi casa propia con mis hijos.
―¿Qué le decís a las mujeres u hombres también que están luchando por recuperar a sus hijos?
―Que se puede. Poniendo primeros a los hijos, que son los que siempre van a estar y los que siempre que necesitan de nosotros, se puede con voluntad y mucho esfuerzo. Que no se rindan. Cuesta, pero se puede con la ayuda también de Dios y yendo por buen camino es no pensando y queriendo y haciéndolo con el corazón. Se puede, se logra.
―¿Querés que ahora dejemos entrar a los chicos al estudio?
―Sí.
―¿Te parece bien?
―Sí, sí.
Y entonces la puerta del estudio se abre. Juan es el primero en ingresar. Corre al encuentro con su mamá y la abraza.
―¡Te amo, mamá!
―Yo también te amo hijo…