No tenía más de 20 años y una misión: rastrear potenciales figuras en la nueva camada de talentos, nada menos que para la Rock & Pop, la FM donde brillaron los mejores. Y entonces, entre los viajes al trabajo y a la facultad para estudiar Licenciatura en Composición Musical, Lucas Fridman sintonizaba distintas radios en un zapping casi frenético.
Hasta que una mañana bien temprano se encontró riéndose en soledad con dos jóvenes que no conocía. Era un programa –recuerda hoy– “totalmente delirante”. Averiguó sus nombres: Migue Granados y Homero Pettinato. Los contactó para invitarlos a grabar un demo en su departamento, poco más grande que “una cajita de zapatos”. Todo era ilusión hasta que… “No me aprobaron el piloto. Creo que estaba muy adelantado a la época”, le cuenta Fridman a Infobae.
El resto es historia. Una que todavía tiene mucho por escribir. Porque ahí, en ese rastreo radial, nació una sociedad creativa que varios años después y con mucho recorrido al aire (en Blue, en Vorterix, hasta en Sin Codificar) se reencontraría en Olga. Uno, Lucas, como director artístico —aunque sobre su rol se empeñe en decir que “no hay títulos oficiales”–, y también como alter ego del otro, Migue, la estrella de la exitosa señal de streaming de Palermo.
“En Olga somos un equipo, realmente”, dice El Torito, este productor de 38 años nacido en Capital y responsable, entre otros productos, del podcast La Cruda, donde Granados hace entrevistas con su sello.
—¿La pasan bien en Olga?
—Muy bien. Es un poco el objetivo: creo que si algún día la dejamos de pasar bien, se corta. Y con Migue siempre la pasé muy bien, en todos los formatos que hicimos juntos. Te diría que ese es el motor principal.
—¿Pero en qué momento no se aguantan más con Migue?
—Cuando tenés la vía de escape, que te decís todo y relajás, no existe ese momento.
—¿Y si le pregunto a Migue en qué momento sos insoportable, qué me va a decir?
—Cuando a las 11 y media de la noche le mando un audio de dos minutos por cosas de trabajo. Pero él después me manda un audio un domingo a las seis de la tarde con cosas de trabajo. Sí, creo que ahí, en ese punto de “basta de trabajar, basta”.
—En un momento se dieron cuenta de que la dupla funcionaba detrás de cámara, pero también al aire.
—Para mí fue muy gradual. Cuando estábamos en Últimos cartuchos yo era el que hablaba con Migue porque era coordinador de aire. Entonces le decía: “Basta con esto”, “Che, frená”, “No te aguanto más”, y no sé qué. Y cómo él se reía, en un momento me dice: “Es gracioso. Decilo al aire para que la gente escuche que me estás bardeando”. Medio desde ese lado fue mi entrada al aire.
—¿Mario Pergolini tiene razón cuando destaca todo lo que aprendieron con él? ¿Es chicana, es enojo, es en serio?
—No creo que haya nada de enojo. Nosotros veníamos de un formato 100% radial, con muchos personajes, mucha imaginación, mucha ficción, apostando únicamente a lo sonoro. Y cuando pasamos a Vorterix había cámaras. Aprendimos mucho. Fue el lugar donde empezamos a encontrar qué cosas podíamos mantener de lo radial y qué cosas se transformaban en algo más streaming/televisivo. El aprendizaje del formato lo hicimos ahí porque era la plataforma donde estábamos. Fue una exploración muy del día a día. Pero es verdad que estaban todas las herramientas para jugar, para encontrar nuestra identidad, a ver qué onda.
—¿Quién convenció a quién para ir a Olga?
—Me acuerdo de la secuencia donde hubo toda una charla para convencerlo. Estábamos en su casa con Paula, mi novia, Migue y Fer, su mujer. Y fue toda una discusión entre familiar y laboral porque Migue estaba con un montón de proyectos muy lindos, se había organizado la vida como para poder tener mucho tiempo libre y, a la vez, trabajar mucho. Y era como: “Uh, pero todos los días…”. Se dio toda una discusión que involucraba cosas personales suyas y cosas laborales. Y yo sentía que era el momento.
—Ustedes salieron con Olga cuando algunos streamings estaban cayendo, cerrando.
—La cantidad de plataformas no me calienta mucho porque eso siempre existió: prendés la tele y tenés infinidad de canales, prendés la radio y tenés infinidad de radios. Es normal que si entrás en YouTube haya infinidad de canales. Es lo que debería pasar. En definitiva, hoy está todo mezclado. Alguien llega a la noche a su casa y dice: “¿Qué puede poner?”. Todo. Dentro de YouTube, puede elegir videos de música, videos de canales de streaming…
—Esta entrevista.
—Esta entrevista. La competencia es como mixta: competís contra plataformas de películas. Entonces, lo único que me preocupaba era si la gente iba a recibir bien o mal el contenido que íbamos a hacer. La pregunta era: “¿A cuánta gente le interesa lo que nosotros tenemos para decir o la forma en que tenemos de hacerlo?”.
—Pero primero tenías que elegir qué querías decir.
—Los proyectos que estábamos haciendo en Blue eran de una radio donde intentábamos equilibrar los contenidos musicales con data de lo que estaba pasando en el país, con humor, con toda una serie de contenidos variados que entendíamos que había público que los deseaba. Contenido joven, pero pillo. Cuando volvimos a trabajar juntos, la esencia fue siempre la misma: hablarle a gente que está interesada en múltiples cosas.
—¿A gente de qué edad le estás hablando?
—No lo sé exactamente. Sí te puedo hablar de los intereses: es gente que quiere divertirse pero, a la vez, quiere saber qué cosas están pasando.
—¿Qué idea de Olga o de cualquier proyecto anterior la pegó, aunque vos no ponías ni dos fichas?
—No, yo no…
—En todo lo que pusiste al aire, confiabas.
—No (risas). Confiar, no. Lo que yo trato de pensar es: “¿Hice todo lo posible y todo lo que estaba a mi alcance? ¿Di todo para esto?”. Si la respuesta es sí, ya estoy tranquilo. Después, es una moneda que gira en el aire y veremos cómo cae. Cinco días antes de lanzar Olga yo estaba entregado porque ya habíamos hecho todo lo que estaba a nuestro alcance. Ya habíamos charlado las cosas 700 veces: el plan, la idea, cómo iba a ser. Después, una vez que zarpó el barco, es estar atento en el día a día, timoneando todo el tiempo. Ahí está la cosa. Lo otro es todo teoría.
—Empezaron a sumar al universo de Olga algunas novedades que tienen que ver con generaciones más grandes: Yayo, la Negra Vernaci con Tortonese, Vero Lozano, El día ricotero. ¿Cómo sucede eso?
—Hay un montón de cosas que nosotros hacemos que las escuchamos y mamamos de ellos. Me crié escuchando a la Negra, y por suerte me tocó trabajar en Rock & Pop y compartir pasillos con ella. Las cosas que aprendí, las aprendí de productores y coordinadores de aire de esa gente. Nos une una forma de hacer cosas. Y yo me divierto genuinamente con ellos. Entonces, ¿por qué no los vamos a poner al aire? Es gente con la que hay una afinidad artística. Es un contenido que está íntimamente relacionado.
—Yayo la está rompiendo toda.
—Recontra.
—Fue una sorpresa: cuando ustedes anuncian la programación verlo a Yayo en el rol de conductor.
—Pero después aparece la pregunta: “¿Qué hacemos con…?”.
—El equilibrio de la mesa.
—Claro. No es solamente agarrar la figura y decir: “Ya cerré a Yayo. Listo, tal programa hecho”. No. Hay que ver cómo lo rodeás, cuál es la estructura del programa. Está Caro Pardíaco; eso es una decisión. Hay un Hablemos sin saber; eso es una decisión. Y está en constante mutación: estamos todo el tiempo intentando mejorar los programas.
—¿Tres momentos de tu vida profesional que te guardas muy en el corazón? Uno, es Messi: yo decido por vos (risas).
—¡Bien decidido! Te banco: Messi. Después, para mí fue cuando terminó Últimos cartuchos en Vorterix y salimos a la calle: había un montón de gente ahí, esperándonos, y me quebré en llanto, mal. Se había transformado en algo real toda esa gente que nos estaba viendo a la distancia. Eso me pegó mucho. Y otro momento muy lindo fueron los Movistar (Arena) que hicimos en diciembre.
—¿Cómo te enteraste que ibas a conocer a Messi?
—Fue una cosa muy loca. Un oyente me había mandando un mensaje: “Lucas, tengo el mail del prensa de Messi”. Yo dije: “Bueno, le voy a escribir, ya fue”. No le dije nada a Migue porque me parecía una linda sorpresa, en mi fantasía, agarrarlo un día y decirle: “Che, boludo, conseguí una nota con Messi”. Igual, no iba a pasar. Pero me tiré el lance. Lo hice ahí, desde la cama, con el celu: “Hola, ¿cómo estás? Un gusto. Mi nombre es Lucas Fridman, trabajo en un canal que se llama Olga, con Migue Granados. Espero no molestarte…”. Y me contesta: “Sí Lucas, dale. En otro momento, pero sí, quedamos en contacto”. Dije: “Bueno, ya está, no me salió”. Tampoco tenía muchas esperanzas. Un día estaba de viaje en San Juan, me habían invitado a dar una charla en la Universidad, y me llega otro mail del prensa de Messi: “Bueno Lucas, estaríamos en condiciones de confirmar la nota”.
—¿Fue al toque de tu mensaje?
—A los días. Entonces saco captura de pantalla del mail y se lo mando a Migue. Cuando entro a WhatsApp veo que Migue había mandado a un grupo de trabajo que Messi le había contestado que sí, porque él también le había escrito un montón de veces por Instagram. Fue como que Messi le dijo que sí por ese lado, y después llegó el mail. Sucedió como una cosa medio cangrejo.
—¿Cómo festejaron?
—No festejamos nada. Teníamos miedo todo el tiempo de que se cayera la nota. Cuando salimos de la casa de él, alivio, llanto, alegría, abrazo… Pero hasta no ver que el material esté bien descargado, bien de color, bien de audio, yo no canto victoria nunca… Y después, que estuviese aprobado.
—Que a él le guste.
—Que a él le guste.
—¿El equipo de Messi te tiene que aprobar el material que sale al aire?
—No es aprobar. Lo miran, obvio. Y había un miedo ahí. Y en el momento en que salió, bueno… por eso también lloramos al aire. Porque ahí estuvo el alivio.
—O sea, llegaste a Miami sufriendo.
—Con un cagazo terrible, con una ansiedad galopante. Fuimos ahí (a Miami) para eso, y la nota se podía caer en cualquier momento, por cualquier cosa.
—Y te sacaste tu foto con Messi, como haríamos todos.
—Sí, que también se la tengo que agradecer a Migue porque yo no me la iba a sacar y agarró y le dijo: “¿Se pueden sacar una foto?”. Yo me iba a ir sin una foto con Messi de ahí. No suelo pedir fotos. No me gusta.
—Olga tiene una comunidad muy fiel.
—Sí.
—¿Y es fácil meterle gente de afuera a esa comunidad?
—¿Cómo sería meter gente de afuera?
—Jimena Barón hace poquito.
—Mirá, yo creo que tenemos una comunidad muy pilla, muy piola y muy abierta. Es muy difícil hablar de cómo es la comunidad porque es muy grande, hay mucha gente muy distinta.
—¿Cuánto te importan al aire los mensajes?
—Aprendí a que me importen cada vez menos. Te digo más: el chat de YouTube y el de Twitch los uso como disparadores creativos. A veces te tiran chistes que están buenos, o ideas. Hay gente muy creativa. Eso me parece lo más: cuando se ponen en modo constructivo. En cambio, lo negativo, ya aprendí a…
—¿No te afecta el que te putea?
—Ya no. Al principio sí, sobre todo cuando al principio pasé al aire. Ahí me encontré con una barrera: “Huy, ¿yo puedo hacer esto? Porque me están tirando con de todo…”. El mensaje más tranca era: “Volvé atrás del vidrio. Vos tenés que ser productor”. En un momento dije: “Voy por el disfrute y que me chupe un huevo, o enloquezco”. Entonces ya está, ya me resbala.
—Los que putean ya no te preocupan. ¿Y cuánto te preocupa cuánta gente está viendo en vivo? Ese minuto a minuto que tenemos en la tele, vos no solo lo tenés ahí: además lo ve todo el mundo.
—Sí. Yo tengo dos cosas ahí. La primera: me sirve para corroborar intuiciones. Tengo una sensación al aire como: “Che, me parece que pifiamos con esto”, o “Esta nota se está volviendo medio aburrida”. Y cuando veo que el número coincide con mi intuición, me sirve para tomar una decisión más rápido. Pero después, si yo creo que estamos yendo por un relindo camino y me copa artísticamente lo que estamos haciendo, pero el número cae, no me preocupa. Creo que ese es uno de nuestros diferenciales. Y a mí me gusta ver los números nosotros contra nosotros. Decir: “Venimos subiendo”, “Venimos bajando”, “¿Qué pasa que desde hace tres semanas los lunes estamos bajando?”.
—¿No mirás a la competencia?
—Yo no.
—Se intentó instalar una pelea entre Olga y Luzu, y que de repente se empiece a mirar el número, como históricamente pasa con la televisión. ¿Ustedes no lo viven así?
—Yo no.
—¿El resto sí?
—No sé. Ahí, que cada uno hable por cada uno. Cuando nosotros tenemos reuniones y charlamos de estos temas, realmente creo que nos miramos bastante a nosotros. Es casi filosófico: “Trabajemos para que esto esté cada vez mejor”. Porque además, los números también son muy traicioneros: te pueden llevar a hacer cosas que por ahí no querías hacer, o que no sos vos.
—A diferencia de la radio, el streaming no tiene esa estructura de la radio, que un poco nos contiene, de tema, tanda, artística.
—En cuanto al contenido, estamos hablando siempre de lo mismo: tener una buena nota, una buena banda en vivo, charlar sobre algo interesante, hacer humor. Pero lo que para mí fue muy nuevo es armar el formato. ¿Por qué? Antes, por ejemplo, nosotros hacíamos una apertura del programa. Nos divertíamos, nos cagábamos de risa, llegábamos a un pico de explosión, y entonces le decía al operador: “¡Tirá el tema ya!”. Pum, pum, bajábamos los micrófonos, te ibas arriba. Música. Tanda. Y entrábamos al estudio: “Che, ¿con qué volvemos?”, “Tengo listo tal”. Te reorganizabas. Todo ese entramado ahora es en vivo, sin irte a una tanda, a un tema, todo charlado por WhatsApp. Y es tremendo ejercicio porque no cortás nunca (el aire). ¿Me gusta más? No. Preferiría mil veces cortar, porque te reordenás, porque charlás.
—Pero se me va la gente…
—Claro. Pero también hay un desafío que está bueno. La semana anterior estábamos charlando con Migue: “Boludo, ¿vos te das cuenta? Estamos subiendo por día un programa a YouTube de tres horas de duración. Salvando las diferencias, estamos haciendo Titanic. Que no me vea James Cameron…”. Pero realmente: en términos de contenido, subimos tres horas por día nosotros, papeando, hablando. Y ahí hay un training que está bueno.
—Este ejercicio nuevo también te debe dejar de cama.
—Sí, deja de cama...
—¿Salís roto?
—Me voy acostumbrando. Al principio salía hecho crema. Después te vas acostumbrando un poco al ejercicio.
—¿Hoy, cuánta gente está trabajando en Olga?
—Uff, no sé el número real, no quiero mentirte. Pero del año pasado a este crecimos tres o cuatro veces en cantidad de gente.
—¿Cuánta gente te pide trabajo?
—Muchísima. Y una cosa que está pasando ahora: antes aparecía mucho más la cuestión del deseo, de “quiero pertenecer y quiero estar”, y ahora empieza a aparecer ese deseo mezclado con la necesidad.
—¿Y qué te pasa con eso, con tener que dar una respuesta a gente que necesita laburo?
—Es muy difícil. Siempre me parece lo mejor contestar con la verdad, en el sentido de que los programas tienen equipos limitados, gente ya cerrada. Hay cosas que no son posibles. Pero sí trato de identificar si el deseo es solamente por aparecer, o si viene con un contenido. Ahí también hay mucha cosa como medio confundida porque todo parece brillantina y qué sé yo, y después, hay que defenderlo. No es: “Bueno, quiero exposición, quiero que la gente me conozca, no sé qué”. Todas esas situaciones me hacen caer en la cuenta de lo importante que es tener suerte.
—¿Hay mucho de suerte?
—Sí, sí. Muchísimo. En mi caso, tuve la posibilidad: siempre tomé la decisión laboral más arriesgada porque sabía que, de última, había una red de contención familiar que me bancaba. Entonces, decía: “Voy por lo artístico, voy por el desafío”.
—¿La familia siempre acompañó tu deseo?
—Recontra. Sí, sí.
—¿Qué hacen tus viejos?
—Mi vieja es actriz, mi papá es ingeniero.
—¿Siempre bancaron?
—Siempre. Y eso fue clave. De repente mi mamá me veía en Sin Codificar con la cara pintada, vestido de perrito, cantando una canción con Migue, y me decía: “Luqui, mi amor, gordito, ¿te parece lo que estás haciendo?”. “Mamá, no importa. Estoy jugando”. Pero sí, esa libertad de elegir y de poder arriesgar, fue clave. Si yo hubiese estado en otra situación, hubiese tomado otros trabajos y ya está; no estaría acá.
—¿Qué tenés ganas de que pase? ¿Cuál es la zanahoria?
—Yo no tengo mucha zanahoria adelante, no voy pensando mucho en el futuro. Lo que me gustaría ahora es poder ordenar mi trabajo en Olga. Y que Olga se termine de ordenar para que todos trabajemos un poco más tranquilos. Todavía seguimos con un ritmo de laburo picante, y me gustaría encontrar un equilibrio. No hace falta estar hasta la verga todo el día. O sea, tenemos que encontrar la forma de organizar mejor el laburo: ver qué es necesario, qué no, a qué le dedicas tiempo, a qué no... Hay un montón de batallas y tiempo perdido en cosas que innecesarias. Además, tiene que ver también con la concentración de energía. La energía no es ilimitada. Si no, en un momento te explota la gorra.
—Sin embargo, en esta industria parece que si no estás 7x24, te estás quedando afuera de algo.
—Hay tanta mentira ahí. Es como que si el productor no está tapadísimo de trabajo y entregado cien por ciento al laburo, no es un buen productor. Tenemos que tratar de desterrarlo porque es realmente mentira. La forma de laburar bien es laburar en un tiempo. Entiendo que suceden cosas todo el tiempo y que por ahí es 24x7 en el sentido de que te explota una bomba a las 11 de la noche porque se te cayó el invitado del día siguiente. Forma parte del trabajo de cada uno. Pero estoy hablando específicamente de nuestra industria y de lo que hago yo: trabajar más no necesariamente es trabajar mejor. A veces es mejor concentrar la energía y decir: “Che, vamos a hacer esto, pero vamos a hacerlo bien”. No es todo el tiempo hacer por hacer, y dale.
—¿Te escuchan tus amigos, tu familia, tu novia?
—Me escuchan, sí.
—¿Te gusta lo que te dicen?
—Me gusta lo que me dicen. Pero cuando estoy al aire, si pienso que están mi vieja y mi viejo escuchando no puedo decir ni la mitad de las cosas que digo…